Mac se pasó nerviosamente la mano por el pelo. Ninguna de esas cosas requerían de un abrazo o beso, pero cada vez que ella extendía los brazos, él se sentía como si no tuviera otra elección. Estaba embarazada, con lo cual estaba muy nerviosa. No podía rechazarla. No podía enojarla.
Nunca pensó quee1 matrimonio fuera una tortura tan… exquisita. El no había escapado a las mujeres todos esos años porque tuviera alguna ilusión al respecto, aunque Kelly parecía diferente. Incluso antes de proponerle el matrimonio, el papel cje él en la vida de ella estaba, para Mac, muy claro. El tenía un trabajo para darle seguridad. Tenía que compensar el error que su hermano había cometido y proteger a ambos, a Kelly y a su hijo. Eso era para lo único que él estaba cualificado. El había sido toda su vida un «solucionador» de problemas, no alguien que los causara.
Nunca había fallado a nadie. Jamás.
Pero jamás pensó en el asunto de los besos. Nunca imaginó que ella quisiera tocarlo, y mucho menos que él reaccionara a ella como si fuera la mujer más importante del universo. ¡Maldita sea! Aquella condenada mujer se estaba convirtiendo en la sal de su vida.
Mac cerró los ojos con fuerza, pensando en que, afortunadamente, aquella noche tenía razones importantes para no ir pronto a casa. La familia lo había salvado preparando una sorpresa para Kelly, así que tenía unas horas extras para prepararse antes de volverla a ver.
Pero Mac en realidad no necesitaba tanto tiempo. Sabía exactamente lo que debía ser hecho, sabía que tenía que conseguir que Kelly confiara en él. Para ello tenía que apartarse de ella, no complicar la situación con algo tan peligroso como el sexo. Esa era la clave.
Sólo tenía que cumplirlo.
Kelly se subió la manga del abrigo para mirar el reloj.
– Benz, tenemos que volver ya a casa. Te agradezco que me hayas traído aquí, pero…
– Sí, yo tampoco quiero que usted se pierda, si viene sola. Hay muchos caminos que se entrecruzan.
Kelly iba a responder, pero se detuvo. Algo extraño pasaba, pero no imaginaba qué. Habían salido después de comer porque Benz le había pedido ayuda para elegir un regalo de cumpleaños para Martha. Eso era normal, pero luego, después de las compras, le había dicho que ella debería de familiarizarse con la zona. También eso era cierto, pero entonces Benz la había llevado a treinta kilómetros por hora por carreteras estrechas entre bosques y más bosques.
– Son más de las siete -insistió-. Ocurre que no sé cuándo Mac volverá del despacho…
– Créame que no vendrá tan pronto. No esta noche.
– Cómo estás tan seguro?
– Lo sé, simplemente -contestó Benz, con una sonrisa misteriosa.
Benz no solía comportarse de aquella manera y Kelly supo que, evidentemente, intentaba ocultarle algo, aunque, finalmente, parecieron tomar la carretera que conducía a casa. Kelly entonces pensó en Mac, en que estaba impaciente por verlo.
Volvería cansado, imaginaba. Si ella no estaba en casa, nadie descolgaría el teléfono ni le haría poner los pies en alto unos minutos. Después de vivir con él una semana, Kelly era consciente de que el teléfono sonaba a cualquier hora del día o la noche, por parte de familiares o compañeros de trabajo que no parecían darse cuenta, ni unos ni otros, que Mac tenía derecho a unas horas de descanso.
Cuando Kelly divisó los muros altos de la finca, buscó en su bolso un peine y una barra de labios. Puede que su matrimonio acabara de empezar, pero ella ya había decidido no ser una carga para él. Había demasiada gente que llamaba a Mac con problemas. Demasiados que esperaban que Mac saliera corriendo para rescatarlos de cualquier situación difícil y a Kelly le dolía pensar que ella pudiera ser igual que los demás. Recordó que Mac no se quejó cuando ella rompió las dos cintas de vídeo y el ratón del ordenador. Era tan considerado y amable con ella que estaba empezando a volverla loca.
Pero Kelly seguía luchando por encontrar un lugar en la vida de él. Un lugar que no molestara, que no interfiriera en su vida. No lo había conseguido todavía y también sabía que a Mac no le gustaba demasiado ella. Se daba cuenta perfectamente de que Mac se sentía incómodo con sus impulsivas muestras de cariño, pero se empezaba a acostumbrar. ¡Ese condenado necesitaba más abrazos! Necesitaba a alguien al que poder manifestar sus pensamientos. Alguien, ¡por el amor de Dios!, que no estuviera siempre pidiendo o esperando algo de él.
Nunca jamás había conocido a un hombre más necesitado de amor o que tuviera más cualidades para ser amado, se decía Kelly, negando el hecho de estar enamorándose de él. Mac nunca tenía que saber que esos gestos cariñosos la ponían cada vez más nerviosa. De manera que tenía que descubrir cómo no alterarse tanto para hacer, así, más llevadera la relación para él… Sus pensamientos de repente se detuvieron al ver la casa.
– ¿Qué pasa? -preguntó a Benz.
– Nada, ¿por qué?
– La casa está toda iluminada como si fuera un árbol de Navidad y veo que la puerta está entreabierta. Es muy extraño, sabiendo la importancia que da Mac a la seguridad.
– Habrá alguna buena razón para que Martha la haya dejado así. Quizá haya salido hace poco, pensando que estábamos a punto de volver. Puede que Mac todavía no está en casa y no querrá que entre a oscuras. Ella sabe lo difícil que le resulta a usted el manejo de los aparatos eléctricos.
– De acuerdo, de acuerdo. No te creo, pero está claro que no voy a obtener de ti una respuesta. Ya hablaremos mañana.
Kelly salió del coche y le hizo un gesto de despedida desde la puerta. Acababa de entrar en la cocina cuando un coro femenino de voces gritó.
– ¡Sorpresa!
La agarraron por detrás y pensó que no podía ser nada malo, cuando Benz estaba hacía unos momentos tan contento. De repente aparecieron delante de ella varias caras conocidas con una bañera de bebé en las manos. Estaban su amiga Mollie, Kate, Renee, Chloe, la hermana de Mac, vestida con un traje púrpura que realzaba increíblemente sus ojos violetas. También estaba Amanda Corbain, que trabajaba en marketing con Jack, el primo de Mac. Marie, la tía de Mac, cuyo papel en la familia era tan importante como el de Kate en la suya.
Kelly, ruborizada y sin poder evitar reírse, trató de expresar las gracias mientras el grupo se acercaba. Las dos horas siguientes fueron un torbellino. La familia Fortune nunca hacía las cosas a medias y habían encargado un espectacular banquete con un helado en forma de oso. También habían traído otros regalos: una cuna, una mecedora, un cochecito, un asiento de bebé para el coche y toda clase de juguetes, desde sonajeros de plata hasta un osito blanco de peluche. Después llegaron los regalos para la futura madre: un vale para ir un día a la sauna, cremas para prevenir las estrías o lencería para cuando volviera a adelgazar.
Kelly se sentía tan emocionada, que estuvo a punto de ponerse a llorar varias veces. Cuando se terminaron de abrir todos los regalos, la casa parecía el lugar de una batalla, con envoltorios y cajas por todas partes, platos amontonados en las mesillas de café y alguna que otra mancha de champán y café derramado por el suelo. Finalmente, todas se sentaron con un refresco en la mano y se pusieron tranquilamente a hablar.
– No sé cómo daros las gracias a todas. No esperaba algo así -dijo Kelly emocionada.
– Tonterías, cariño. Ahora somos tu familia -contestó Rate, con los ojos llenos de ternura-. Hablamos con Mac primero para preguntarle qué colores preferías para la habitación del bebé…
– Nos puso al corriente de tu gusto por los ositos de peluche -dijo Amanda.
– Yo pensé en la lencería -añadió Marie, otra de las tías de Mac-. Vosotras, las chicas jóvenes, vestís demasiado con vaqueros. Sé que me estoy haciendo mayor, pero creo que vuestra generación no sabe cómo mantener un matrimonio unido. Un poco de encaje negro y la luz de una vela no pueden hacer daño a nadie.