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– ¡Mac, ya estás aquí!

El pensaba que no tenía tiempo para darle un abrazo, pero sabía que cuando su esposa decidía ser cariñosa, no iba a pensárselo ni a esperar. Así que, con la velocidad de un misil, Kelly se tiró a sus brazos.

Y con esa rapidez él estuvo de nuevo en una difícil situación.

Porque, después del frío de aquella noche, la sintió a ella más caliente y suave, como un rayo de sol. Olía tan bien…, le gustaba tanto sentirla, que instintivamente se abrazó a ella. Y enseguida notó la reacción normal en un hombre que llevaba tanto tiempo en un estado de celibato. Lo malo era que él había pasado épocas así y nunca había respondido a ninguna mujer como a Kelly.

Era como si un adicto al chocolate oliera la tableta más exquisita. El se estaba volviendo adicto. No sabía por qué sentía ese deseo, pero la fuerza de aquella sonrisa… Nunca nadie se había alegrado tanto de ver a Mac, o no como ella, ni simplemente por verlo. Como si él fuera su universo, como si le gustara estar con él por ninguna otra razón. Las sonrisas de Kelly, su piel, aquellos ojos azules, sentir sus hombros estrechos contra sus brazos y el hijo acurrucado entre ellos…

Sin darse cuenta apretó los labios contra su pelo suave. Ella debió de notar el beso, porque de repente alzó la cabeza. Mac sintió una voz de alarma. Ella buscó su rostro, luego, como si hubiera visto una súplica, se alzó de puntillas y lo besó a su vez con sus labios trémulos y vibrantes.

No era la primera vez que estallaba entre ellos una llama de erotismo. Así como tampoco era la primera vez que a él se le ocurría llevarla a la cama y no pensar en las consecuencias. Las manos de ella acariciaron su nuca y sus labios se posaron en los de él con suavidad, con timidez, como in capullo que se abre para beber los rayos del sol. El había conocido otras mujeres, a muchas mujeres, decenas de mujeres experimentadas que no habían conseguido excitarlo hasta aquel punto de abandono. Había algo en Kelly que lo hechizaba. Y es que él podía sentir su fragilidad, podía sentir la invitación en la manera en que lo besaba. Podía imaginar toda la exuberancia y el ofrecimiento total que ella podía darle.

Mac se recordaba continuamente que tenía que contar con su hermano. No era estúpido y no lo olvidaba, pero era muy difícil apartarse de ella. Cuando Kelly estaba en sus brazos se generaba una magia perfecta, casi dolorosa, como si nada importara en esos momentos excepto ellos dos.

Pero a la larga, la conciencia emergía a la superficie, a pesar de todas esas emociones. Era preciso contar con el honor. No por él, sino por Kelly. Ella lo necesitaba. Todo el asunto del matrimonio había surgido por la necesidad de ella de tener un hombre en quien confiar. Y cuanto más la quería, más le importaba y más decidía no fallarle nunca.

Así que cortó el beso suavemente, sin soltarla, para no hacerla sentirse rechazada o preocupada. Luego esbozó una sonrisa, como si el deseo no estuviera hincándole sus afilados dientes, como si la sangre no le circulara a toda velocidad por las venas. Aquella mañana la había dejado con un vestido fresco de embarazada color azul. Ahora llevaba el mismo vestido, pero tenía el cuello ladeado y el pelo todo desordenado.

– Por tu aspecto parece que te los has pasado divinamente en la fiesta.

– Oh, Mac. Tenía tantas ganas de que llegaras a casa para contártelo. No creerías…

Entonces comenzó a darle los detalles, con lo cual le dio unos segundos para recuperarse y borrar todo deseo. Le estaba colocando uno de los tirantes del vestido, cuando de repente se dio cuenta de que no estaban solos.

Todo el grupo de mujeres se había colocado en la entrada, tan silenciosas como estatuas, y miraban cómo abrazaba a Kelly, mientras esbozaban una sonrisa bobalicona.

No tuvo que dar un paso, porque el grupo se deshizo instantáneamente. Mac devolvió los abrigos, dio las gracias y aceptó golpecitos en la mejilla y sonrisas de complicidad de sus primas, tías y hermana.

Cuando se hubo ido la última, se dirigió con Kelly hacia el salón.

– ¡Dios, mío! -exclamó al entrar.

– Es un desastre, ¿verdad? Pero no tenemos por qué preocuparnos. Tus tías dicen que el servicio que ha traído la comida vendrá mañana a limpiar.

– ¿No crees que sería más fácil mudarnos de casa? Me imagino que hay pólizas de seguro para desastres naturales como éste.

Ella rió y lo agarró de la mano, para enseñarle todos los regalos. Llevó un buen rato. Finalmente, Mac se sentó en el extremo del sofá rosa que ella había traído de su casa, con los pies en alto. Había sido un día muy largo. Ella también parecía cansada, así que la animó a que se sentara a su lado y pusiera también los pies en alto.

– ¿Me estás diciendo que un bebé de cuatro kilos necesita doscientas mil pesetas para vivir un día cualquiera?

– Me aseguraron que ni siquiera habíamos empezado. Aunque no puedo imaginar que falte nada. Tienes una familia maravillosa -dijo, demasiado excitada par sentarse.

Sin embargo, después de caminar un rato más entre cajas y papeles, se inclinó sobre la caja de la silla de dar de comer al bebé. Sacó una hoja de instrucciones, seguida de un montón de pequeñas bolsas de plástico y de piezas pequeñas.

– La familia tiene ideas muy divertidas sobre ti.

– ¿Divertidas? ¿Por ejemplo? -preguntó él intrigado.

– Me dieron muchos consejos. Me hablaron de tus gustos y de lo que no te gustaba. De cómo mantenerte contento. Creen que tienes muy mal humor, Mac.

– Un poco quizá -de la caja aparecieron dos patas de madera. Mac se iba quedando pálido con cada pieza que sacaba-. No estarás pensando en montar eso ahora, ¿verdad?

– Claro. Dice: Fácil de montar, pero necesitamos dos tipos de destornilladores. Tú siéntate, yo sé dónde está todo -así que fue a la cocina y volvió enseguida con algunas herramientas y dos vasos de zumo de manzana-. Y no voy a contarte todos los consejos que me han dado. Chloe me ha informado que es importante que empiece a practicar en serio. Tu hermana dice que tienes que asistir a todo tipo de actos sociales para la empresa.

– Espero que no la hicieras caso. Odio esas reuniones de empresa, nunca me han gustado.

– Eso es lo que yo pensé -dijo, comenzando a mover los destornilladores como si fueran armas mortales-. Me pareció sorprendente que ninguna supiera que te gusta pasear por el bosque, encender tú mismo la chimenea, esquiar o leer historia. La mayoría me aconsejaba ir contigo a los actos sociales, pero entonces habló tu tía Marie.

– ¿Sí?

Mac se levantó del sofá, se agachó a su lado y tomó la hoja de instrucciones. No podía estar allí sentado mientras ella intentaba armar la silla. Lo menos importante era que no supiera distinguir un destornillador de unos alicates. Armar muebles era cosa de hombres.

– ¿Y qué dijo mi tía Marie?

– Me dijo que la manera de mantenerte contento era darte mucho sexo. Mac, ten cuidado con esas tuercas. Nada demasiado perverso, me dijo. No te imaginaba con una venda en los ojos y un slip de cuero. Debo de mantenerme con lo esencial, pero asegurándome de que tú también participas… ¿Por qué estás tan rojo?

– Imaginar a mi tía Marie discutiendo sobre vendas en los ojos y sexo perverso es suficiente para sonrojar a un monje -murmuró Mac secamente.

Sacó una pieza de madera y trató de identificarla en la hoja de instrucciones, o por lo menos eso pensó que haría cuando Kelly dejara la hoja. Pero segundos después la muchacha unía esa pieza con otra igualmente extraña.

– De acuerdo, como tú y yo no tenemos es tipo de relación, da igual si prefieres vendas o cuero. Pero, personalmente, opino que tú te puedes poner un poco más salvaje y creativo una vez que las luces se apagan, señor Fortune.