– Sabes que me preocupa que conduzcas sola en tu estado.
– Vamos, Mac. No pasa nada. No puedo estar más segura. En casa estoy rodeada de muros, de alarmas, de puertas blindadas. Me acompañan Benz y Martha. Y cuando vengo, George me recoge en el aparcamiento.
Cuando llegaron a la entrada, Mac abrió las puertas para que pasara ella. Al salir, Kelly estuvo a punto de chocarse con un hombre que iba con un abrigo de lana oscura. El hombre iba corriendo, sin mirar, pero Kelly no pudo evitar estremecerse.
– Por eso -dijo Mac, tomándola por los hombros.
– Por eso, ¿qué? -preguntó ella.
– Por eso quiero que Benz te traiga. No te has olvidado todavía de cuando te atacaron, estoy seguro. Si Benz está acatarrado, me llamas y voy yo a buscarte.
– Mac, no ha pasado nada desde aquel día. Admito que fue algo horrible y que todavía a veces me asusto, pero tengo cuidado y no quiero volverme una paranoica que ve un violador en cada esquina. Y conforme va pasando el tiempo, me doy más cuenta de que el hombre que me atacó no fue un secuestrador, sino un simple ladrón.
– Yo también. Si alguien te hubiera estado siguiendo, habría pasado algo más. No ha vuelto a suceder nada y no volverá a suceder -dijo Mac con firmeza, mientras abría para ella la puerta del coche. Luego subió él y arrancó el motor-. Escucha, Kel, ya sé que crees que soy demasiado protector y probablemente tienes razón. Pero te pido que no vayas en el coche sola a ninguna parte, por lo menos hasta que el niño nazca.
– ¿Te he dicho últimamente que es imposible discutir contigo?
– No, desde esta mañana.
– Está bien, pero quiero que dejes de preocuparte, Mac. Nadie podría habernos protegido mejor al bebé ni a mí. Es suficiente, de verdad. No sigas preocupándote.
Kelly sabía que era totalmente imposible que él se dejara de preocupar. Su sentido del honor no se lo permitiría. No debería sentirse responsable por cosas de las que no era responsable, pero Kelly no podía hacer nada para evitarlo. En cualquiera caso, eso ya no importaba, acababan de llegar frente a la clínica y debían ocuparse de la clase.
Mientras entraban, Kelly se fijó en que las mujeres habían engordado desde la última clase y que cada vez se movían con mayor dificultad. Le consolaba ver que el resto de mujeres tenían las mismas dificultades que ella para sentarse y levantarse de las esterillas del suelo donde hacían los ejercicios.
– Deberíamos haber traído palomitas -comentó Mac, que se había sentado al lado de ella-. ¿No iban a echar hoy una película de un parto?
– Así es. Y por eso te dije que no me importaba que no me acompañaras esta noche. La señora Riley nos advirtió que iba a ser bastante real.
– ¿Es que crees que voy a desmayarme?
– Ya sé que lo dices de broma, pero la señora Riley nos contó que durante el último pase de la película dos maridos se tuvieron que salir… -Kelly se calló, ya que se habían apagado las luces y la película estaba a punto de comenzar.
Luego se echó un poquito hacia atrás, de modo que pudiera ver a Mac por el rabillo del ojo. Los hombres siempre presumen de que son muy duros, pero algunos no resisten la visión de la sangre. Ella no se imaginaba por qué tendrían que ver con atención esa película. Al fin y al cabo, las mujeres se lo cuentan todo, no como los hombres. Y todas sabían perfectamente en qué consistía un parto. No sabía qué podía aportarles la visión del documental.
Ciertamente, no mostraba nada nuevo, pero a los diez minutos Kelly comenzó a sentir convulsiones en el estómago y la garganta se le comenzó a secar. Luego sufrió una náusea. Debió de ser por ver todo el proceso del parto, sabiendo que ella estaba embarazada de ocho meses y que, por tanto, daría a luz en pocas semanas.
Después de la clase y ya en el coche, Mac abrió la guantera y sacó unas pastillas contra el mareo.
– Quizá esto te ayude -le ofreció.
– No voy a volver a vomitar -murmuró ella-. Lo que sucede es que he cambiado de opinión respecto a lo que es un parto. Yo ya sabía que el estar embarazada tiene algunos inconvenientes, y hasta ahora no me había importado, pero creo que quiero replantearme lo del parto. Quizá debiera cambiar de médico…
– Creía que estabas muy contenta con la doctora Lynn.
– Así es. Pero le pregunté qué opinaba del uso de la anestesia epidural, y ella me contestó que no haría falta.
– Es curioso, yo recordaba que la última vez que estuvimos en la consulta, fuiste tú la que dijiste que no querías utilizar ningún tipo de anestesia.
– Pero eso era antes de ver la película. Cualquiera puede cambiar de opinión.
– ¿Y no podría ser que también hayas cambiado de opinión respecto a lo de no tener ningún asistente durante el parto? Ya me conoces, y si cambiaras de opinión, sabes que puedes contar conmigo.
Ella se quedó pensativa. Su primer impulso fue abrazarlo, pero pensó que hubiera sido algo bastante peligroso, debido a que él iba conduciendo. Y además, aunque Mac parecía más comprensivo con su forma de expresar el afecto de un tiempo a esa parte, eso no quería decir que necesariamente le gustara. Así que se contuvo.
– Te agradezco el ofrecimiento y te aseguro que si cambio de opinión te lo diré a ti. Pero, de momento, prefiero seguir haciéndolo yo sola. Y la razón principal es que, como te dije, soy una cobarde. Y sé que es mejor que me enfrente yo sola a este tipo de situaciones.
– No quiero discutir contigo -respondió él, después de quedarse un rato pensativo-. Sólo quiero que hagas lo que sea mejor para ti. En cualquier caso, todavía hay tiempo para que te lo pienses.
– Muy bien.
– Puedes contar conmigo.
– Lo sé.
– Piensa que dentro de un mes todo esto habrá acabado y tendremos a nuestro bebé. Recuerda esto cada vez que tengas miedo. El parto pasará rápido y cuando menos lo esperes tendrás al niño en tus brazos.
Kelly se quedó pensando en sus palabras. Él había dicho «nuestro bebé». Mac se preocupaba por el niño y eso era muy importante para ella.
Dos semanas después, Kelly estaba asomada a la ventana del cuarto del niño. El cielo estaba cubierto de nubes oscuras y no paraba de nevar desde hacía dos días. Estaban en medio de otra ventisca, y eso resultaba divertido, ya que era el día de San Valentín.
Benz y Martha se habían marchado tres días antes a visitar a una nieta suya a Duluth y no habían podido regresar. Las carreteras estaban cortadas y no había forma de acceder a la ciudad.
Kelly debería de estar preocupada por el tiempo, ya que esa mañana se había levantado con dolor de espalda. Pero extrañamente se sentía segura de sí misma. Y llevaba todo el día tranquila.
Se apartó de la ventana y se masajeó la zona de la espalda que le dolía. Luego comenzó a dar pequeños paseos por la habitación. Había quedado perfecta, pensó. La lámpara con forma de osito iluminaba el cuarto del niño que se había construido con todo su cariño y esfuerzo. Sobre la cunita había sábanas y mantas para cubrir al bebé. Sobre la mesa para cambiarle se veían ya los pañales. Kelly se acercó hasta la mecedora y la acarició, pensando que quizá se había equivocado al elegir la alfombra, de color amarillo claro. Un color que podía ser algo sucio, pero que a pesar de eso, le encantaba. Era mullida y suave, de modo que el niño podría gatear sobre ella sin problemas.
Quizá se había anticipado un poco, ya que el niño en teoría no nacería hasta dos semanas después, pero no había podido evitarlo. Quería verlo todo listo.
– ¿Kelly?
Al oír la voz de Mac, ella respiró hondo. Haciendo un ruido enorme.
– Estoy arriba, en el cuarto del niño -gritó.
Como ya imaginaba, oyó los pasos de él sobre la escalera dirigiéndose a donde ella estaba. Kelly sabía que aunque el tiempo le hubiera permitido ir a trabajar, Mac se habría quedado con ella de todos modos. En los últimos tiempos no se separaba de ella. Durante la última revisión, Kelly pensó que se iba a meter a la consulta a examinarse con ella.