Pero para ella era una situación claustrofóbica que iba empeorando segundo a segundo. Era indudable que todos esperaban asistir a una boda normal, tranquila y alegre, en vez de ver a la novia salir corriendo como una posesa y sumergirse en una tormenta de nieve con zapatos de tacón y sin abrigo.
Kate la apretó un poco más para que continuara avanzando, aunque la mujer ya no tenía mucha fuerza. Kelly sabía que cuando quisiera podría liberarse. Sería sólo cuestión de saber elegir el momento. Esa boda no sólo era un error, sino que era un error enorme. Puede que tuviera que salir del país bajo un nombre falso, pero no había otro remedio.
Entonces ocurrió algo extraño.
Y no era tanto que el sacerdote o la mano de Kate o el resto de las personas allí reunidas desaparecieran, como que su mirada reparó de repente en el novio.
Mackenzie Fortune.
Mac.
Sus hombros parecían increíblemente anchos con aquel frac negro, su altura impresionante, su pelo más oscuro que el carbón, con tonos grisáceos en las sienes. El negro le sentaba bien, como le sentaría a un pirata. Su rostro era anguloso, su boca elegante y tenía una mandíbula cuadrada surrealista.
Nadie se enfadaba con Mac. Era un hombre de negocios al que nunca oyó levantar la voz, tampoco enfadarse, pero tenía la facultad de hacer que todos se callaran cuando él entraba en una habitación. Sus ojos verdes intensos podían ser más cortantes que cualquier espada. Las arrugas que rodeaban sus ojos y su boca reflejaban una naturaleza que no se comprometía con nada, hablaban de un hombre que amaba el riesgo y que nunca se retiraba de un peligro.
Un año antes, Kelly se había enamorado perdidamente. El padre de su hijo era un hombre increíblemente excitante. Y ella se había entregado a él en cuerpo y alma. Era un hombre por el que ella habría hecho cualquier cosa, en cualquier momento, en cualquier lugar, sin preguntar nada…
Ese había sido su gran error.
Mac no era el hombre del que ella se había enamorado.
No era el padre de su hijo.
Era simplemente el novio.
Pero los ojos de él se encontraron con los de ella con tal intensidad que parecía que no hubiera nadie en aquella sala excepto ellos dos. No sonrió, pero aquella mirada alteró inmediatamente sus pulsaciones. Kelly no sabía lo que quería decir aquella expresión oscura y fantasmal de sus ojos. Lo que no era ninguna novedad. Kelly siempre se había sentido algo insegura en todo lo referente a Mac e inmediatamente se perdonó a sí misma por el ataque de pánico. Seguramente era normal, dadas las circunstancias. Una mujer que se casara con un desconocido tenía que estar loca. Aunque, a decir verdad, toda su vida había sido algo, extraña. Entonces, de repente olvidó todo su egoísmo y recordó lo único que importaba.
Si había un hombre en el mundo que podía proteger a su hijo, ése era Mac Fortune.
Tomó aire, esbozó una sonrisa y caminó hacia el novio.
A los treinta y ocho, Mac no creía en la magia, pero siempre había sentido algo especial por Houdini. Comprendía perfectamente lo difícil que era llegar a ser un profesional que escapara de cualquier situación. Para escapar del matrimonio durante todos aquellos años, Mac había necesitado continuamente su poder de resolución, sobre todo cuando su familia no había cesado de acosarlo. Muchas mujeres lo habían perseguido, la mayor parte de ellas más interesadas en su dinero que en su persona, pero eso no le había preocupado jamás. El siempre había respetado ambas cosas, la avaricia y la ambición, y había disfrutado de verse perseguido. ¡Y le gustaban las mujeres! Lo único que sucedía era que tenía una predisposición natural contra el matrimonio.
Kelly llegaba casi a la alfombra roja cuando Mac la vio tambalearse. No llegó a tropezar, pero él notó el nerviosismo en sus ojos. Sin vacilar, se acercó a ella y la tomó de la mano. El sacerdote frunció el ceño ligeramente, censurándolo por romper el protocolo. Al parecer, el novio no podía agarrar a la novia en aquel momento de la ceremonia.
Mac pensó que Kelly parecía muy frágil. Sus mejillas tenían un color intenso y, a juzgar por el sudor de sus manos, parecía estar tan nerviosa como él. En ese instante, le ayudó pensar que por lo menos tenían algo en común. El tampoco quiso nunca ese matrimonio.
Pero tampoco veía la manera de escapar de él.
– Queridos hermanos… -comenzó el sacerdote, con un tono de voz monótono.
Mac se dio la vuelta y, sujetando la mano de la novia, calculó mentalmente cuánto tiempo les quedaba para poder escapar de aquel teatro. ¿Era cierto que la ceremonia duraría sólo quince minutos? Luego todos tomarían una copa de champán. Como el tiempo no era muy agradable, en menos de dos horas, si tenían suerte, estarían de camino a casa… mucho antes de que el reloj diera la media noche y trajera el Año Nuevo.
Sintió miradas en su espalda, observándolo, estudiándolo. En cualquier boda el novio y la novia eran, evidentemente, el centro de atención, pero Mac se daba cuenta perfectamente de que las circunstancias eran especiales. Como vicepresidente de finanzas de Fortune Corporation desde hacía casi diez años, su trabajo había consistido en eliminar todo problema en la empresa o en la familia. El clan estaba unido y se quería, pero cuando había riqueza de por medio, los problemas eran mayores y también los desacuerdos. Cuando nadie sabía qué hacer y se retorcía las manos, Mac se ocupaba de todo y lo arreglaba.
Esa vez, sin embargo, no estaban muy seguros de que actuara bien.
Había anunciado dos semanas antes que se casaría con Kelly. Todo el mundo se había quedado en silencio. A esas alturas, el problema de Kelly ya no era un secreto, pero nadie podía estar de acuerdo con la solución. Nadie consideraba que aquel matrimonio fuera la solución a aquel contratiempo y mucho menos para Mac. Todos sabían lo mucho que odiaba el matrimonio y no creyeron que lo dijera en serio. Incluso en ese momento, seguían pensando que no sería capaz de hacerlo.
Las manos de Kelly apretaron de repente las suyas. El la miró y por un instante le pareció ver un brillo de humor en los ojos de la mujer.
– El anillo -dijo el sacerdote.
Por el tono de voz con que fue dicho, Mac sospechó que era la segunda vez que lo decía.
Su primo, Garrett Fortune, que era su padrino, le pasó el anillo. Mac agarró la mano izquierda de Kelly. El aro de oro era casi diminuto… poco adecuado para una novia de un miembro de la familia Fortune. Pero él había ofrecido a Kelly elegir el anillo que deseara y ella lo había rechazado. No deseaba joyas y menos ninguna de las piedras preciosas que componían la herencia de la familia.
Mientras luchaba por colocarle el anillo, fue consciente del temblor de la mano femenina. Estaba tan nerviosa que su mano blanca y delgada temblaba como una hoja al viento. Mac notó el traje de ella contra su muslo y el perfume que emanaba de su cuerpo. Un perfume dulce que le recordó a la primavera. También vio el rizo que escapaba de las horquillas y se enredaba en la pálida columna de su cuello. Mac no estaba seguro del motivo por el que su pulso de repente se alteró. Si no la conocía apenas…
Pero el anillo pasó por fin el nudillo.
– Con este anillo… -siguió el sacerdote. Luego esperó.
Kelly le dio una patada suave.
– Con este anillo… -repitió Mac, en voz alta y clara.
– Yo te acepto…
Esa vez no necesitó que le avisaran.
– Yo acepto…
– Amarte, honrarte y cuidarte…
Normalmente le habría molestado decir aquellas mentiras, pero no sabía por qué no era así. La integridad de un hombre se medía por su honor, un valor antiguo por el que Mac creía que se medía a las personas. La sinceridad del momento era algo entre Kelly y él, y unas cuantas palabras dichas en público no tenían nada que ver con ello.