Y así, descubrió después de tantos años que era un cobarde. Se pasó las próximas horas jugando al escondite con Kelly.
La cena fue fácil, ya que la niña reclamó toda su atención. Como siempre sucedía mientras cenaban. Después de recoger los platos, Jack lo llamó, afortunadamente, para hablar acerca de un negocio. Después fue su primo Garret quien lo llamó para que le ayudara a resolver un problema personal. Más tarde se tuvieron que ocupar de nuevo de los cuidados de la niña, y al terminar, le dijo a Kelly que se diera un baño. Después de que ella saliera, fue él quien se dio una ducha.
A eso de las diez, Mac, aun sabiendo que se estaba comportando como un cobarde, pensó que ya era suficientemente tarde para escabullirse en su dormitorio.
Sólo que Kelly esa noche apareció de pronto en la puerta, lo que no era habitual. Ella siempre había tratado su cuarto como si fuera un santuario masculino. Excepto la noche que nació Annie. Cuando apareció ella, Mac ya estaba en la cama con un libro sobre las rodillas y vestido solamente con la parte de abajo del pijama. Normalmente, el hecho de que él estuviera casi desnudo también la habría ahuyentado- Pero esa noche parecía que no.
Ella se quedó en el umbral de la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho. La bata blanca que llevaba puesta normalmente le hacía gracia. Era suya, se la había regalado semanas atrás, ya que la bata de ella se le había quedado estrecha debido al tamaño de su barriga.
Pero ya no tenía barriga, de modo que no parecía una escena cómica. Además, cuando ella dio un paso dentro de la habitación, él pudo ver a través de la abertura del cuello un tirante del camisón negro que ella llevaba debajo. Parecía de satén, y era negro, cosa extraña en ella. Luego vio cómo le brillaban el pelo y la piel, y se fijó en que tenía una expresión extraña en el rostro.
– ¿No estarás tratando de evitarme, por casualidad? -le preguntó.
– ¿Evitarte? Por supuesto que no. Es que ha sido una de esas noches en que no han parado de surgir imprevistos…
– Y ya es tarde, ¿no? Tarde para que hablemos de cosas serias.
– Sí que es tarde, sí -contestó él, aliviado de que ella se hubiera dado cuenta de la hora. Antes de que naciera la niña, solían acostarse a medianoche, pero desde que eran padres, lo normal era que a las diez estuvieran agotados-. Debes de estar agotada…
– Así es -concedió ella, mientras se acercaba hasta la cama. Luego se sentó en el borde-, pero es que quería hablar contigo de la visita de Chad.
– Muy bien, claro, estoy deseoso de oírte, pero si estás cansada, podemos dejarlo hasta…
– No entraré en detalles -dijo con voz suave-, pero quiero que me respondas a algo, Mac. Por lo que me contó tu hermano, tú hiciste un considerable esfuerzo para tratar de localizarlo y hacer que viniera a yerme. ¿Por qué?
– De acuerdo, lo hice porque… -Mac se pasó una mano por el rostro, con gesto nervioso. El no quería mentirla, pero tampoco quería arriesgarse a oír que ella seguía amando a su hermano.
Como no respondía, KelIy insistió.
– Tengo que saberlo, Mac. Tú quisiste casarte conmigo y ahora la niña lleva tu apellido, pero quizá ahora quieras marcharte, y pensaste que si Chad volvía…
– ¡No, por Dios! Nada de eso, Kel -él había notado el dolor que había en el tono de su voz. No había caído en que ella podría pensar en eso-. Quería que vieras a Chad de nuevo por ti, no por mí.
– ¿Por mí? -repitió ella, frunciendo el ceño.
– Mira… sé que tú estuviste enamorada de él y…
– Hace ya un año de eso, pero, efectivamente, creí que lo estaba -asintió ella.
– Y también sé que él te hizo daño, pero eso no tiene por qué significar que lo que sentías por él haya desaparecido. Y pensé que la única forma de que lo pudiéramos saber era que os volvieseis a ver.
Kelly se quedó pensativa.
– ¿Y pensaste que podría escaparme con él si le volvía a ver?
– No, no pensé que te fueras a escapar. Te conozco lo suficiente para saber que no harías eso. Lo único que quería era que salieses de dudas, dado que ambos sabíamos que antes o después mi hermano tendría que volver a casa. Además, debes saber que nunca te pediría que te quedaras conmigo a la fuerza. Quería que supieras que eres libre para decidir lo que sea mejor para ti y para la niña. No quiero que dejes de ser feliz por mi culpa.
– ¿Es que crees que soy infeliz estando casada contigo?
– Creo que… -Mac quería utilizar las palabras adecuadas-. Creo que todo ha ido mejor de lo que ninguno de los dos esperaba. Pero sigo diciendo que tú todavía puedes dar marcha atrás si es lo que deseas.
Mac estaba cada vez más confuso. Le costaba muchísimo hablar con ella de su relación con Chad. Y pensaba que también debería de ser duro para ella. Pero, extrañamente, ella parecía estar relajada. Se puso de pie y se puso a pasear como si de ese modo pudiera pensar mejor. Mac pudo ver a través de la abertura de la bata su blanca piel y también podía oír el roce del satén contra su piel desnuda.
De manera que Mac no conseguía concentrarse por más que lo intentaba. El pulso se le había acelerado de tal modo que no podía pensar correctamente, y necesitaba hacerlo. Pero la sangre que fluía a toda velocidad por sus venas no se dirigía al cerebro, ni a ninguna parte cercana a él.
Ella levantó una mano como para decir algo. Pero el movimiento hizo que se le resbalara el cinturón de la bata, dejando ver por entero el camisón de satén negro. Mac se quedó anonadado.
– Así que tú crees que si nos acostáramos -dijo ella con voz tranquila-, eso complicaría las cosas, ¿no es así? Especialmente si crees que yo sigo pensando en que me gustaría volver con Chad. ¿Es eso lo que piensas, Mac? ¿Que yo sigo queriendo a tu hermano?
– No lo sé.
– Podrías habérmelo preguntado.
– Pero no podía estar seguro si tú sabías lo que sentías por él sin verlo de nuevo.
El cinturón de seda cayó al suelo. Ella pareció no darse cuenta y tampoco parecía importarle el espectáculo que había quedado a la vista.
– Bueno, pues ya lo he visto, Mac. Así que puedo contestar esa pregunta sin ningún problema. Hay muchos millones de hombres en el planeta Tierra. Uno de ellos es tu hermano. Pero de todos esos hombres, voy a decirte ahora mismo quién es el que yo quiero para mí.
Kelly echó a andar hacia él.
Capítulo Nueve
Mac no le contestó. Mac se quedó, sencillamente, allí tumbado sobre la cama enorme, en actitud de querer seguir hablando toda la noche.
Bueno, Kelly tenía dos alternativas: o darse la vuelta y volver a su habitación o arriesgarse a dar el paso final.
Antes de la charla que habían tenido, el seducir a Mac le había parecido una buena idea, pero en ese momento ya no estaba tan segura. Creía que iba a contar con la ayuda de la atracción mutua, pensaba que surgiría esa química que había entre ellos, pero después de hablar de Chad tanto tiempo no sabía cómo reaccionaría Mac.
A pesar de todo, se quitó con manos temblorosas la bata, que dejó caer al suelo. La mujer vaciló unos segundos dubitativa. El camisón mostraba su vientre, todavía abultado y, además, no creía que fuera el mejor momento para ofrecerse a Mac. Pero temía que si abandonaba en ese momento, nunca más volvería a repetir el intento.
– Te amo, Mac. No hay en mi vida otro hombre que no seas tú. Ni en mi mente ni en mi corazón. Tu eres el único al que deseo, el único hombre al que creo que podría amar siempre. Tú no tienes por qué sentir lo mismo, pero necesito que me creas…
No terminó de decirlo, porque Mac se incorporó y tomó su rostro entre las manos. Luego echó hacia atrás su pelo para cubrir la boca de ella con sus labios. Kelly sólo vio en la oscuridad el brillo de sus ojos verdes.
Se habían besado anteriormente, pero no de aquella manera.