Выбрать главу

– Puedo conseguir más hombres. Utilizaremos servicios de seguridad privados. Gabe Devereaux es el mejor detective y no sé lo que puede usted necesitar. ¿Un lugar para utilizarlo de base de información? Fotografías? ¿Hombres? Lo que sea, no me importa, puedo hacer que…

– Señor Fortune…

– No intente decirme que me siente y espere. No puedo sentarme. No puedo esperar. No voy a ponerme a llorar tampoco. Sé lo que es un problema y sé cómo movilizar a la gente. Puedo organizar lo que necesite. Puedo conseguir toda la gente que haga falta. Sólo tiene que decirme cómo trabajar con la policía, cómo lo hacen, cómo se comunican y todo lo demás…

El rostro del detective demostraba que entendía perfectamente a Mac. Que sabía que hablaba demasiado deprisa, demasiado claramente porque su corazón pendía de un hilo.

– Necesito a mi esposa. Necesito que la encuentre. No mañana, no dentro de una hora. Ahora, ahora mismo. Necesito saber que ese canalla no la tiene también a ella.

– No hay razón para pensar que él la…

– ¡Eso no es suficiente!

– Yo también tengo dos hijas, señor, y estaría igual de asustado que usted, pero necesito que entremos dentro y nos sentemos un minuto.

– No puedo sentarme. Tiene que haber algo que yo pueda hacer…

– Señor Fortune, todo lo que ha dicho son buenas ideas y las haremos todas. El poder que tiene usted en esta ciudad va a ayudamos, pero en este momento tiene que darse cuenta de que es demasiado pronto. Todos intentamos lo mismo: atrapar a ese hombre cuanto antes. Ya hay policías que van en su busca, pero no han tenido tiempo de informarnos. Podremos hacer algo más cuando sepamos más detalles. Entonces trazaremos un plan y nadie va a decirle que se quede esperando. Pero la mejor ayuda que puede hacer en este momento es tranquilizarse y prepararse.

No podía prepararse porque su memoria recordó en ese instante la noche en que él había propuesto a Kelly el matrimonio. La noche en que había sido atacada en el mismo lugar… Había entrado gritando y llorando y se había chocado con él.

Algo se había encendido en su sangre aquella noche. No era sólo por su fragilidad, no sólo porque era una mujer embarazada en peligro. Tampoco porque su hermano la hubiera puesto en una situación difícil. Mac se había dicho todas esas cosas porque eran ciertas. Eran hechos. Eran razones. Pero no eran nada.

Era ella quien importaba. Sus ojos suaves y maravillosos. Su cabello rubio platino. La manera en que lo abrazaba.

El entonces no estaba enamorado. Mac no sabía lo que era el amor o lo que significaba casarse. Pero hubo algo más, algo que nunca existió hasta conocerla. Algo en él que provocaba un sentimiento del que Mac no tenía la llave.

El dolor se clavó en él. La amaba más que a su vida, se daba cuenta en ese momento. Además, no podía romper su promesa… la promesa de cuidarla y cuidar a su hija. Sólo a Kelly había hecho esa promesa y no la había cumplido.

El sol de abril se puso. El detective se marchó y quedó un coche de policía. Al poco tiempo llegó otro. La gente seguía agrupándose allí y la policía seguía hablando con ellos para ver quién había visto a Kelly y al hombre. Las preguntas eran muy parecidas: el aspecto, la ropa… Hubo alguien que intentó que Mac tomara una taza de café caliente, pero no quiso.

No recordaba haberse sentido nunca tan inútil. Se dijo a sí mismo que podía empezar a organizar mentalmente el próximo paso, pero era incapaz de moverse. Además, él no había visto nada.

De repente un coche de policía entró en el aparcamiento con la sirena encendida. La puerta trasera del coche se abrió y allí estaba Kelly. Sin zapatos, con las medias rotas y una rodilla sangrando. Su cabello estaba despeinado y el rímmel, debido a las lágrimas, había ensuciado sus mejillas. Estaba pálida y en sus ojos había terror.

La culpabilidad invadió de nuevo a Mac. Antes de conseguir llegar a ella, Kelly lo vio y se arrojó a sus brazos como aquella otra noche, como si fuera el único hombre en el que ella pudiera confiar.

Antes de llegar a sus brazos estalló en sollozos.

– No pude alcanzarlo, Mac. No corrí lo suficiente y lo perdí. Se ha llevado a nuestra hija. Es…

– De acuerdo, de acuerdo -mintió.

Mac no sabía qué decir. Ignoraba si alguna vez las cosas volverían a ser como antes y ella temblaba y se estremecía de miedo y nervios. La abrazó y limpió sus ojos. Luego se la llevó.

Era lo único que podía hacer en ese momento.

Capítulo Once

Kelly sabía que estaba demasiado tensa para dormir. Habían llegado a casa una hora antes y cada segundo era una tortura en espera de noticias. La policía había sugerido que estuvieran en casa, ya que sería el lugar donde el secuestrador intentaría contactar con ellos. Pero toda esa inactividad era muy difícil de soportar.

Cuando Mac de repente apareció en el salón, con un barreño de agua caliente y un frasco de antiséptico, Kelly no sabía si reír o llorar.

– Mac, no puedo quedarme quieta, y mucho menos darme un baño de pies.

– Sí, me imaginaba que me darías una excusa -admitió él, colocando el barreño y una toalla grande sobre la alfombra-. Pero no puedes seguir caminando con los pies llenos de sangre, pequeña. Odio tener que decírtelo, pero están horribles.

– No me importan mis malditos pies!

– Ya sé que no te importan. En este momento sólo pensamos en una cosa y nada va cambiar, pero esos cortes y arañazos no son ninguna tontería, Kel. Sé que no quieres que llame a un doctor…

– No quiero doctor.

– Y sé que no quieres ir a darte una ducha o un baño por si suena el teléfono.

– Efectivamente.

– Así que te traigo esto para que los humedezcas cinco minutos. Eso es todo. Será suficiente para desinfectarlos, ¿de acuerdo?

Finalmente obedeció y metió los pies en el agua, él se había tomado la molestia de traerlo. Igual que le había llevado una taza de té caliente unos minutos antes, diciendo que le iba a sentar bien para recuperarse un poco de todo lo sucedido.

Mac había estado cuidando de ella continuamente, cuando él estaba pasando lo mismo que ella. No estaban solos en casa, había dos policías en la cocina que habían estado manipulando el teléfono para poder grabar las llamadas. Pero en ese momento estaban como ella y Mac, esperando noticias, tomando tranquilamente un té. El té caliente y el jabón desinfectante no servían de nada, aunque las manos de Mac, acariciando su cuello y sus hombros le dieron fuerzas.

No iba a servir de nada gritar y llorar. Tenían que intentar mantener la calma. Estar preparados para cuando el secuestrador llamara. Reaccionar con la suficiente inteligencia para que Annie se salvara.

Mac comenzó a darle un masaje en el cuello, aunque ella sabía que no iba a relajarse mientras su hija estuviera en manos de un desconocido. Pero la comunicación con Mac, su cariño, sus caricias y su compañía significaban todo para ella.

– Conseguiremos recuperarla -dijo ella.

– Ya lo sé.

– No ha pasado mucho tiempo y todos los policías están buscándola. -Ya lo sé -la voz de él fue tranquila y relajada, exactamente lo que ella necesitaba escuchar-. Y ahora vamos a ver esos pies, pequeña.

Ella levantó un pie, luego el otro. A Mac le impresionaron los rasguños y las heridas, pero ella parecía no darse cuenta. Ella lo miraba a él. El rostro de Mac estaba pálido, sus ojos aterrados, su rostro completamente tenso y Kelly comprendió todo el miedo que su marido intentaba ocultar.

De repente el teléfono sonó y ambos dieron un respingo. Había grabadoras por toda la casa y ellos no tenían que contestar hasta recibir una señal de los policías. Ambos se levantaron y corrieron a la cocina.

Henry Spaulding, el detective de pelo gris, estuvo a punto de chocarse en el vestíbulo con ellos.

– ¡La tenemos! – el hombre les sonrió por primera vez-. A la niña. Y está bien. Se encuentra perfectamente.