– ¿Está usted seguro? -preguntó ella sofocada.
– Claro, se lo prometo. La niña está bien.
– ¿Y dónde está ahora? -preguntó Mac, después de abrazarla.
– Está en camino. Llegará en un cuarto de hora -aseguró Henry-. Todavía no hemos atrapado al secuestrador, pero tenemos una pista de su paradero. Y sabemos quién es. Se trata de Rawlin White, de veintinueve años, que perdió a su mujer y a su hijo hace tres años. Sufrió una crisis nerviosa y le tuvieron que hospitalizar. Este mismo año fue demandado por una mujer a la que asustó en un parque cuando iba con su niño.
El hombre hizo una pausa.
– Más tarde, hace dos meses, volvieron a dar un aviso de que había un hombre rondando una guardería infantil. Era Rawlin, aunque no hizo nada, sólo merodear por allí. En cualquier caso, Smythe, uno de los policías que trabajaron en el caso de la madre que lo demandó, pensó que por la descripción podía tratarse de ese hombre. Y aunque no es- ternos seguros hasta que lo atrapemos, pensamos que Rawlin no quería hacer daño a su hija. Lo único que sucede es que está obsesionado por la pérdida de su propio hijo. Seguramente sólo quería tener al bebé un rato en sus brazos.
– Annie… -le interrumpió Mac.
– Ya, usted quiere saber dónde la encontramos. Según parece, ella se echó a llorar. Lloraba tan fuerte que él se asustó, así que la dejó en el suelo y echó a correr. Una mujer lo vio todo y llamó a la policía. Hasta que ésta llegó la estuvo cuidando.
Kelly no pudo seguir escuchando. Impaciente, se dirigió a la puerta principal, y desde allí vio llegar el coche celular. Kelly salió a recoger a Annie a toda velocidad y antes de que la mujer policía que llevaba a la niña en brazos pudiera salir del coche, Kelly ya estaba a su lado. Annie estaba llorando. Debía de tener hambre, y eso significaba que estaba bien. Así que ese llanto tranquilizó a su madre.
Tomó a la niña en brazos, mientras Mac llegaba hasta donde estaban ellas y las abrazaba a ambas. El estaba llorando, igual que ella.
A medianoche, la casa estaba ya en calma. Aunque Mac y Kelly todavía no estaban del todo tranquilos. Ambos debían de estar al borde del agotamiento nervioso. Y seguían frente a la cuna, viendo dormir a Annie.
– Tenemos que irnos a la cama, Mac. Esto es estúpido. La niña está bien y nosotros estamos exhaustos.
– Lo sé, pero…
Pero ninguno de los dos podía dejar de mirar a la niña. Kelly pensaba en lo afortunados que habían sido. Ese día podía haber acabado de un modo muy distinto. Al fin y al cabo, nadie había hecho daño a la niña. Después de darle de cenar y bañarla, habían tenido que acostarla, aunque se hubieran quedado con ella en brazos toda la noche.
KelIy no podía parar de mirar cómo la niña dormía con su pulgar dentro de su boquita, las pestañas claras cayéndole sobre las mejillas sonrosadas.
Mac estaba en silencio. Apenas había dicho nada desde que se marchó la policía. Pero, de pronto, reaccionó.
– Vamos -le dijo cariñosamente-. Necesitas descansar los pies, sino no se te van a curar los cortes y ampollas que tienes.
Ella asintió y ambos se dirigieron al dormitorio, donde después de desnudarse se metieron a la cama. Ella se abrazó a él.
– Todo va bien, Mac.
– Así es.
– La niña está a salvo, y nosotros también. Así que todo se ha terminado.
Kelly se apretujó más contra su marido. No podía pensar en hacer el amor, ambos estaban exhaustos, pero quería sentirle cerca de ella. Era como la confirmación de que estaban a salvo. Los tres. Pasó la pierna entre las de él y notó como Mac se ponía tenso. Luego se besaron. Delicadamente, aunque con pasión. Era como si la tensión acumulada se escapara a través de ese beso.
Mac se incorporó, la besó en la frente y se volvió a acostar hacia su lado.
Kelly no se extrañó, tenían que recuperarse de la impresión. Tampoco se extrañó la noche siguiente, cuando sucedió lo mismo.
Pero una semana después, y habiéndose fijado en que Mac no se comportaba del mismo modo con ella, sí se comenzó a preocupar. Mac había vuelto al trabajo y en la casa seguía comportándose como siempre con Annie, pero no había vuelto a hacer el amor desde el secuestro. Además, Mac no debía de estar durmiendo bien, como delataban las ojeras profundas que tenía.
Kelly pensó que Mac debía de seguir echándose la culpa por lo sucedido. Y podía entenderlo perfectamente, ya que también ella se había estado culpando.
El martes siguiente hizo un día soleado de primavera. Cuando Annie se despertó de su siesta, Kelly les dijo a Benz y Martha que iba a sacar a la niña a dar un paseo. Pese a las protestas de ellos, que pensaban que quizá no debieran de salir ellas solas, Kelly insistió en que hacía una semana que no salían. Además sólo iban a acercarse hasta su antiguo apartamento para recoger la ropa de verano. Así que no tardarían más de una hora en ir y volver.
Aunque era cierto, la verdadera razón por la que Kelly quería salir era que quería pensar con claridad. Poco después llegaban a su antiguo vecindario. Su apartamento olía a cerrado, así que abrió varias ventanas.
Recordó que en un tiempo ese había sido su hogar, pero en ese momento se sentía extraña allí. La relación con Mac había cambiado su vida completamente. De algún modo, había madurado con él. O al menos, había sido así hasta hacía poco.
Kelly suspiró y acarició la cabeza de su hija.
– Esto no está funcionando, cariño. Lo mejor será que recoja la ropa de verano y nos marchemos.
Acababa de comenzar a vaciar el armario del dormitorio cuando oyó ruido en la puerta.
– Kelly, no te asustes -la tranquilizó Mac-. Soy yo. Ella sabía que Mac tenía una llave del apartamento, pero no se esperaba verlo allí. Salió a recibirlo con una sonrisa en los labios. Pero al ver la expresión seria de él, la sonrisa desapareció.
– Me has abandonado.
Kelly pensó que no le había oído bien.
– ¿Qué?
– Es que llamé a casa y Martha me dijo que habías venido aquí… -se explicó él.
– Así es, como hoy hacía tanto calor pensé que sería una buena idea venir a buscar mi ropa de verano -ella se quedó pensativa-. Aunque también es cierto que necesitaba salir.
– Sí, lo entiendo.
Quizá fuese así, pero por la expresión de sus ojos, él más bien parecía creer que ella le estaba haciendo algún reproche.
– Mac, me he dado cuenta de que me estaba comenzando a dar miedo salir de casa. Y quería demostrarme a mí misma que podía salir. Esa es la verdadera razón por la que he venido aquí hoy.
– Pero es que es normal que tengas miedo, es la segunda vez que tienes que afrontar este tipo de situación en los últimos meses.
– Bueno, admito que sería normal que me asustara meterme dentro de una multitud, pero para venir aquí sólo tuve que dar un pequeño paseo en el coche… -su voz se apagó. Pensó que sobraban esas explicaciones cuando a ella le preocupaba una sola cosa-. Mac, ¿pensabas que había venido al apartamento para quedarme? ¿Sin ti?
Abrió la boca para contestar, pero no lo hizo. En ese momento, Annie se echó a llorar. Seguramente porque se acercaba la hora de la merienda.
– La verdad es que no voy a hacer nada más aquí -dijo Kelly con voz firme- Así que podemos volver a casa. Pero después de que acostemos a la niña tenemos que hablar de todo esto, Mac.
– Sí, creo que es lo mejor.
Kelly pasó las horas siguientes en un estado de extrema confusión. Se dio cuenta de que todos esos días se había estado culpando por lo del secuestro. Se culpaba de no haber cerrado el seguro de las puertas del coche hasta que tuviera a la niña en sus brazos y de haberse despistado. Pero si Mac también la culpaba por ello, no había dicho ni una sola palabra. Así que no veía cuál era la razón por la que i podía haber pensado que ella iba a abandonarlo.