Así que debía de ser otra cosa lo que marchaba mal. Kelly sintió miedo de que el secuestro hubiera hecho descubrir a Mac que su matrimonio no funcionaba. Que él no la quería realmente. Era cierto que las circunstancias les habían unido, pero quizá no hubiera verdadero amor entre ellos. Quizá él sólo seguía adelante con el matrimonio por su sentido del honor.
Al llegar a casa, Kelly dio el biberón a Annie y después mecieron a la niña por turnos. Más tarde, cenaron, ella se dio una ducha y se cambió, mientras Mac cuidaba de la niña. Finalmente, Mac se fue a duchar, mientras Kelly se quedaba con la niña en la biblioteca.
Llegó la hora de acostar a la niña, que se quedó inmediatamente dormida.
Kelly salió a buscar a Mac, que estaba en el patio, mirando pensativo hacia los bosques. El sol ya se había puesto, aunque todavía se podía ver una franja rojiza sobre el horizonte.
– Mac, si quieres divorciarte, ya te puedes ir olvidando de ello. No me importan los papeles que firmé. No te voy a abandonar -dijo ella en voz alta.
Kelly no quería discutir, pero quería darle que pensar.
El se volvió. Kelly pudo ver sus ojos oscuros aun en medio de la penumbra. Al principio, ella no había sabido que esa mirada dura de autocontrol encerraba un corazón sensible y vulnerable. Pero en ese momento ya sí que lo sabía. Y también sabía que él se preocupaba muchísimo por hacer siempre lo correcto. Kelly hubiera deseado acordarse de eso durante la última semana.
– ¿Piensas que quiero el divorcio?
– He estado pensando en nuestra relación. Tú te viste atrapado en un matrimonio con una mujer embarazada para protegerla. Si yo fuera una mujer con tu sentido del honor, sé que ahora que ha pasado el peligro debería dejarte marchar. Pero es que yo no soy tan honrada como tú…
Mac agitó la cabeza confuso.
– Kel, no sé qué estás diciendo. Yo nunca…
Pero no iba a dejarle decir ni una sola palabra hasta que ella terminase de decir lo que quería.
– Olvídate del honor por un momento. Yo debía volverme loca para dejarte actuar como lo hiciste. Pero también de eso tienes tú la culpa. Te comportabas conmigo como un hombre que quiere a su mujer. Me ayudaste durante el embarazo, durante el parto y siempre que yo me asustaba. Hiciste que me sintiera en tu casa como si fuera mía. E incluso te acostaste conmigo… Hiciste todo eso por una mujer a la que tú no habías elegido.
– Eso no es cierto, pequeña.
Ese «pequeña» resonó en su corazón como una campana. Si volvía a llamarla así, no podría evitar bajar la guardia.
– Claro que sí. Y me da la impresión de que tu sentido del honor incluso ha provocado que te sintieras responsable de lo del secuestro, ¿no es así?
Por el modo en que brillaron los ojos de él, Kelly supo que había acertado.
– Te casaste conmigo para que te protegiera, Kelly. El hecho de estar embarazada de un miembro de la familia Fortune te puso en peligro y yo prometí protegerte. Ahora no puedo parar de pensar que te fallé.
– ¡Oh, Mac! ¿Y por eso pensaste que te quería abandonar? Pues estás equivocado. Tú nunca me has fallado en nada.
Ella sintió unas ganas enormes de abrazarlo, para que ese gesto sombrío desapareciera de su rostro. 0 también me he pasado la semana entera echándome la culpa por lo del secuestro -dijo Kelly con voz tranquila-. Creo que ése ha sido nuestro error. Culparnos por algo que no se podía preveer. Nadie tiene la culpa de que ese desequilibrado estuviera en el aparcamiento cuando nosotras llegamos.
– Quizá no. Pero lo que sí es seguro es que yo pensé que el hecho de que te convirtieras en una Fortune podría protegerte. Ahora sólo creo que te va a hacer correr nuevos peligros.
– Es cierto que tú y yo vamos a tener que correr con más riesgos que la mayoría de los matrimonios. Tu apellido hace que así sea. Pero eso no importa, tú me hiciste ver la solución hace tiempo.
– ¿Eso hice?
Ella asintió.
– Sí, tú fuiste quien me dijo que nosotros teníamos la posibilidad de crear nuestras propias reglas para nuestra relación. Así que no quiero que seas tú sólo el que me protege a mí. Esa preocupación debe ser mutua. Cuando yo siento miedo me gusta saber que puedo contar contigo. Pero si tú tienes miedo, a mí me gustaría saber que me lo vas a decir. Y me gustaría que supieras que puedes contar conmigo.
Ella se quedó en silencio esperando a que él dijera algo.
– ¿Kel? -su voz sonó como una caricia.
– ¿Qué?
– Yo tenía miedo de que me abandonaras…
Dos segundos después ella estaba en sus brazos. El la besó apasionadamente. Kelly pensó que ese beso sólo lo podía dar un hombre tan fuerte que no le importaba demostrar su vulnerabilidad. Le había costado mucho que Mac la besara de ese modo y ella respondió a ese beso con igual pasión. Lo amaba tanto…
– Nunca te dejaré -susurró ella-. Te quiero más que a nada.
– Y yo también te quiero a ti -Mac comenzó a acariciarle las mejillas y el pelo. Luego la volvió a besar. Esta vez de un modo más suave. La besó despacio, como si estuviera saboreando el futuro que les esperaba-. Pero hay dos cosas que todavía quiero preguntarte.
– ¿Ahora?
– Ahora. No nos llevarán mucho tiempo. ¿Quieres casarte conmigo Kelly Sinclair? ¿Quieres que te prometa que voy a amarte, honrarte y respetarte?
– ¡Dios mío, Mac! Vas a hacerme llorar -Kelly tenía los ojos cubiertos de lágrimas-. Además, juraría que eso me suena.
– Sí, pero creo que deberíamos casarnos otra vez. Aunque esta vez, sólo para nosotros. Pensé en que la ceremonia podría ser la próxima Nochevieja, que es nuestro aniversario. Pero luego pensé que…
– ¿Que por qué esperar? -terminó Kelly la frase.
El la besó de nuevo. Kelly levantó la cabeza y vio en sus ojos esa expresión que hacía que la sangre le comenzara a hervir. Eso era la fuerza del amor. Luego, ella vio que su ropa desaparecía como por arte de magia. Aunque el hecho de que al poco se encontrara consumando su nuevo matrimonio, no era cosa de magia. Era el producto del amor que el uno sentía por el otro.
Jennifer Greene