Выбрать главу

Pensó en que Kel estaba embarazada y que no podía estar alejada o aislada de la civilización y de un médico. La población estaba cerca y él tenía una furgoneta preparada para la nieve. Podría limpiar la entrada en unas pocas horas.

Al escuchar pasos en la escalera se giró. Había dejado la cocina encendida, ya que había estado trabajando para ordenar un poco la comida. Sobre el horno se apilaban cuatro sartenes. Una para huevos, otra para beicon, una para bollos y la última para panqueques. La mesa estaba abarrotada con cajas de cereales y recipientes con manzanas, naranjas y melones. También había dos jarras de plata, una con zumo de naranja y otra de arándanos amargos.

Mac se frotó la barbilla. Quizá había llevado demasiada comida. ¡Había comida para un regimiento! Pero las mujeres embarazadas eran una especie completamente diferente a todas. Aunque no sabía los gustos de Kelly o lo que debía comer.

Mac odiaba que las situaciones lo pillaran desprevenido.

Los pasos se aproximaron y su corazón comenzó a palpitar. Se pasó una mano por el cabello, luego se tocó la cremallera del pantalón y luego miró su camisa negra y se aseguró de que no había tanta suciedad como en el suelo. Los pasos sonaban en la escalera. Mac se preparó mentalmente, como si fuera a enfrentarse a todo un batallón.

Y ahí justamente era donde había cometido el error la noche anterior: no se había preparado. Teóricamente no había nada malo en un abrazo, pero no había esperado que ella lo abrazara de repente. Todavía no sabía por qué lo había hecho. Quizá todas las mujeres embarazadas se hacían un poco descaradas. Quizá estaba cansada y no lo pensó. Quizá necesitaba agarrarse a algo para sentir seguridad. Quizá había olvidado que estaba enamorada de su hermano.

Mac no. Lo había intentado, pero la familia le había preguntado muchas veces qué ocurriría si Chad volvía. ¡Y por supuesto que Chad volvería en cualquier momento! Siempre lo hacía, después de una de sus desapariciones. Mac lo sabía perfectamente cuando pidió a Kelly que se casara con él. También sabía que amaba a su hermano. Pero todas esas complicaciones no borraban los motivos para aquel matrimonio, sino al contrario. Kelly había sido atacada y necesitaba un hombre a su lado. Mac, por otro lado, quería a su hermano, a pesar de conocerlo bien. Demasiado bien y sabía que no había diferencia en que Chad estuviera allí o en una playa de Jamaica. No confiaba en él para que protegiera a Kelly o se hiciera cargo de su hijo. Por tanto, era deber suyo cuidarla.

Y por eso, precisamente, la reacción de él a aquel maldito abrazo era inexcusable. Mac se pasó la mano por el pelo. Recordó cómo él también la había abrazado. Sólo porque no quería quedarse como un bulto y porque, ¡maldita sea!, no deseaba sentirse rechazado o asustado. Devolver el abrazo le había parecido adecuado, pero inmediatamente después todo fue una tremenda confusión. Las sensaciones lo bombardearon como balas. Como balas suaves… Recordó su pelo rozándole la nariz y la sensación de su vientre contra él. Y el modo en que la piel de ella brillaba con el fuego de la chimenea. Kelly olía a champú de melocotón y jabón, y a aquel perfume provocador que llevaba. Le molestaba los comentarios que ella hacía sobre estar fea y sentirse como un elefante. No era cierto. Parecía tan pequeña en sus brazos, tan caliente, tan real. Recordó que había cerrado los ojos y recordó el infantil deseo que tuvo de ser amado… también recordó, demasiado claramente, excitarse tan rápidamente como un adolescente.

Se había retirado de ella bruscamente, esperando que ella no lo hubiera notado. Después estuvo toda la noche viendo la luz del baño encenderse y apagarse y se preocupó de que se pusiera enferma a causa de su estado. Pero lo que más le preocupó fue que ella no pudiera dormir por estar en una casa extraña con su vida completamente cambiada, al lado de un hombre que apenas conocía.

Tendría que solucionar aquello, era todo. ¡El, que había manejado fortunas, contratado y echado a empleados en cuatro países diferentes! ¿Qué problema podía ser una mujer embarazada?

Y de repente ella estaba en la entrada.

– Buenos días, Mac. Te has levantado muy temprano. ¡Qué de nieve!

No importaba la brillante iluminación de la cocina, porque ella era más brillante. Le sonrió, con un gesto de sueño. Se había cepillado el pelo, de eso estaba seguro, pero le caía por los hombros en mechones desordenados. Una camiseta roja enorme le cubría su vientre, y el color le hacía juego con sus mejillas y sus pantalones de algodón. De repente aquella sonrisa adormilada desapareció y, asustado, Mac se preguntó si habría hecho algo mal.

Kelly caminó por la cocina.

– Oh, Mac. Te estoy dando tanto trabajo.

– No te preocupes. Me imaginé que quizá tendrías hambre por las mañanas…

– Siempre tengo hambre, pero, desgraciadamente, suelo tener náuseas por las mañanas y no puedo tomar más que un zumo y una tostada.

– Tostada -repitió él. Naturalmente, la única cosa en la que no había pensado-. No hay problema. Sé que tiene que haber pan en algún sitio…

Ella hizo un gesto para que se calmara.

– No seas tonto. Tú puedes desayunar, no hace falta que me esperes. Y yo tengo que empezar a saber dónde están las cosas en la cocina. Te puedo ayudar a colocar toda esa comida…

– No, no. Siéntate y relájate -sugirió él, pensando en que era mejor apartarla del horno y de toda aquella comida, sobre todo si le daban ganas de vomitar-. ¿Dormiste bien?

– Muy bien, aunque el niño no dejó de darme patadas. Y tuve un pequeño problema con el colchón…

– ¿El colchón? -preguntó, levantando la cabeza de la jarra de zumo.

– Sí. No estoy preparada para una vida lujosa. Apenas puedo dormir si el colchón no tiene bultos.

Mac había hecho una lista completa de las cosas que ella podría necesitar, pero nunca imaginó que pudiera necesitar un colchón con bultos.

– Mac… quizá puedes dejar de echar el zumo sobre la mesa…

– ¡Oh, Dios mío!

Pero ella rió mientras agarraba un puñado de toallas de papel y las llevaba a la mesa.

– Había un chiste sobre un colchón con bultos. Sólo estaba intentando hacer una broma, pero me temo que te he puesto nervioso.

– No estoy nervioso -aseguró él, pensando en lo poco que ella lo conocía.

Toda la familia afirmaría sin vacilar que tenía nervios de acero. Cuanto mayor era el problema, más tranquilo se ponía él. Los problemas eran su estimulante. Pero cuando su mujer descubrió un poco de zumo sobre su camisa y comenzó a darle golpecitos en el pecho, Mac se puso al borde de un infarto.

Kelly retrocedió y lo miró fijamente.

– Escucha, tenemos que hablar de algunas cosas y vamos a sentirnos más cómodos los dos. Te lo juro.

Mac pensó que ella le estaba robando su personalidad. Así era como él siempre actuaba y él era quien utilizaba ese tono de voz tranquilo y firme. Desde luego, aquella mujer era bastante decidida.

Eficientemente, ella terminó de fregar el zumo que había caído, sacó pan de un armario y luego sacó solemnemente un cuaderno y un bolígrafo del bolsillo.

– ¿Te gusta hacer listas? -quiso saber Mac.

– No puedo empezar el día sin hacer una -admitió ella.

Quizá hubiera esperanza aquella mañana, aunque… Bueno, si ella iba a presumir de su lista, él podría presumir de la suya. La suya, sin embargo, tendría cosas importantes. El sistema de seguridad, números de emergencia, cómo utilizar los aparatos eléctricos de la casa, desde los ordenadores hasta el equipo de música. También tarjetas de crédito y su nueva agenda.