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Sydney sintió un súbito dolor que la indujo a cubrirse el rostro con las manos.

– No hay hombre al que le guste tanto como a mí mirar a una mujer. He salido con muchas mujeres, tanto en este país como en el extranjero, y he mantenido relaciones íntimas con algunas de ellas.

Jarod había vivido con una durante un año… ¿Conocía Sydney realmente a Jarod?

– Pero jamás se me pasó por la cabeza casarme. Supongo que, en parte, se debía a que mi referencia era el matrimonio de mis padres, que era una lucha constante.

Jarod se interrumpió un momento para lanzarle una mirada penetrante.

– Cuando Brenda y tú entrasteis en mi despacho, casi se me paró el corazón. Y cuando saliste, sentí un dolor que no ha desaparecido todavía. Después de que te marcharas de Cannon, he luchado mucho conmigo mismo por controlar mis sentimientos y me he dado cuenta de que me ha ocurrido lo que mis consejeros espirituales me dijeron que podría ocurrirme.

– ¡No sigas! -gritó ella.

– Tengo que contártelo todo, Sydney.

Ella quería huir, pero no tenía un sitio donde esconderse.

– Aún recuerdo el día en que el padre McQueen, durante un seminario, nos habló de «la tentación de la carne». Cómo me reía para mis adentros.

Sydney se estremeció.

– La forma en que hablaba ese sacerdote parecía salida de una novela de Victor Hugo. Pero dejé de reírme de sus palabras desde el momento que te conocí, Sydney. Y sabía que la fuerza de esa atracción era mutua.

Y así era.

– Durante el tiempo que pasaste en Cannon -siguió Jarod-, intenté luchar contra el deseo que sentía por ti, pero no logré ganar ni una sola batalla. El nuestro es un amor que prendió fuego. Debido al deseo insatisfecho, mi trabajo como párroco bajó de calidad, aunque los feligreses no lo notaron. Sin embargo, no logré disimular delante de todo el mundo. Mi amigo Rick Olsen sabía que me pasaba algo. A veces, le sorprendía mirándome con una expresión de preocupación. Había alcanzado el cenit de mi agonía y no podía permanecer en ese estado mucho más tiempo.

Sydney asintió. Ella había creído que podía olvidar con la distancia, marchándose de Cannon cuando su contrato de trabajo con el instituto acabó. Pero los quince meses posteriores a su marcha habían sido horribles.

– Tu breve visita a Cannon el otro día demuestra que seguimos queriendo estar juntos -dijo él, pronunciando las palabras que a ella le daba miedo decir-. Después de que te marcharas, mi vida se convirtió en una lucha por intentar disfrutarla, pero no lo conseguí. Cada día se me hacía más cuesta arriba. Me había enamorado de una mujer por primera vez en la vida; sin embargo, debido a mis votos de castidad, no podía hacer nada al respecto. Lo pasé muy mal, Sydney. Y ahora que he dejado atrás el pasado, quiero un futuro contigo.

Sydney comprendía lo que él sentía mejor que nadie.

– Después de la Navidad, no podía dejar de pensar en abandonar el sacerdocio. Habían ocurrido cosas que no podía seguir ignorando.

– ¿Qué cosas? -Sydney estaba tan sumida en la confesión de él que no pudo evitar hacer la pregunta.

Jarod bajó la cabeza.

– Antes de las vacaciones, la Iglesia envió fondos para que yo realizase la compra de una casa para transformarla en la nueva rectoría. Como quería que el espacio extra se ocupara, invité al nuevo diácono y a su esposa a que ocuparan el último piso de la casa.

Sydney lo vio alzar de nuevo la cabeza y mirarla fijamente.

– Hace como dos meses, una mañana entré en la casa por la puerta lateral. Había tanto silencio que pensé que estaba solo. Fui a mis habitaciones, en el piso bajo, en busca de unos folletos que me había dejado olvidados. Cuando los encontré, crucé el vestíbulo y me dirigí a la cocina para prepararme una taza de café antes de volver a mi despacho para continuar el trabajo.

Jarod se interrumpió un momento y suspiró antes de proseguir:

– La puerta estaba entreabierta y, a través de la ranura, vi a Rick y a su esposa abrazados y besándose ardientemente. Casi se me paró el corazón. Me di la vuelta inmediatamente, pero no sin antes ver a Rick acariciando el cuerpo de su esposa y oír a ésta gemir de placer.

Sydney se mordió el labio inferior con fuerza.

– Esa imagen se me clavó en el alma. Me hizo darme cuenta de que dos personas que se aman no pueden estar separadas. Al salir de la casa, estaba convencido de que tenía que hacer algo respecto a lo nuestro. Desde que te marchaste de Cannon, no había día que no me levantara sintiendo un profundo vacío en mi vida.

«Y yo», pensó Sydney.

Se miraron fijamente el uno al otro.

– Qué amarga ironía que parte de mi trabajo consista en dar consejos a la gente; sin embargo, ahora quien está en crisis soy yo.

Jarod apartó la mirada de ella momentáneamente.

– Pensé que, si descubría que te habías casado o estabas prometida con otro, eso ayudaría a extinguir la llama que cada día ardía con más fuerza, a pesar de todos mis esfuerzos por ignorarla -Jarod respiró profundamente-. Tienes la clase de belleza que le quita a un hombre la respiración. No imaginaba que permanecieras soltera después de tanto tiempo. Imaginé que hasta tendrías un hijo.

Ahora, Sydney respiraba trabajosamente.

– Nunca me he considerado capaz de tener relaciones con una mujer casada, nunca he pensado caer tan bajo como mi padre. Sin embargo, después de censurarlo tanto como lo he censurado, me he dado cuenta de que, al menos en mis pensamientos, no soy tan distinto a él. Llegué a odiar mi debilidad por ti, Sydney.

Jarod volvió a clavar su penetrante mirada en ella.

– Dispuesto a averiguar qué había sido de ti, fui al instituto y, a través de Jeanine, la secretaria, obtuve la información que quería. Le mentí deliberadamente. Te ruego que me perdones por ello, pero tenía que encontrarte.

La voz de Jarod se tornó más ronca.

– Mientras Jeanine buscaba la información que le había pedido, yo pensé que, si descubría que estabas casada, me iría durante un par de meses a Europa de reposo con la esperanza de conformarme con la idea de pasar el resto de mi vida sin ti. Pero si, por el contrario, no te habías casado todavía, entonces tendría que enfrentarme a lo inevitable, a la realidad. Sabía lo que tenía que hacer, aunque eso supusiera hacer daño a algunas personas.

Jarod se aclaró la garganta y añadió con voz profunda y ronca:

– Quería estar contigo.

Sydney se llevó una mano al pecho.

– En el momento que me enteré de que seguías soltera y que trabajabas en Yellowstone, tomé una decisión. Después de meses de luchar contra mi deseo, me di cuenta de que jamás ganaría. Y cuando anuncié mi decisión a las autoridades eclesiásticas pertinentes, en vez de sentir temor volví a sentirme un hombre de verdad ante la idea de seguir los deseos de mi corazón.

Jarod suspiró y añadió:

– Desde ese momento, no volví a mirar atrás.

«Jarod… ¿es posible que sea verdad todo lo que has dicho?», pensó ella.

– Una vez que presenté el caso al obispo, comencé a hacer planes. Consulté la página web del parque Yellowstone en busca de posibles puestos de trabajo y encontré el Programa de Ayuda al Empleado. Tienen un departamento de Psicología para ayudar a sus propios empleados. Mis calificaciones son perfectas para ese trabajo. Lo que significa que, si decidimos quedarnos aquí, yo ganaría lo suficiente para mantenernos a los dos. La jefa del departamento, Maureen Scofield, me dijo que el puesto era mío si lo quería, pero tengo que darle pronto una respuesta.

Sydney conocía bien a Maureen. Jarod debía de haberla impresionado.

Jarod se pasó una mano por el cabello.