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– Bueno, ahora que ya lo sabes todo, voy a pedirte una vez más que te cases conmigo.

A Sydney el corazón pareció querer salírsele del pecho, casi no podía respirar.

– ¿Cómo voy a responderte cuando tú no tienes idea de qué es lo que vas a sentir dentro de un mes o dentro de un año? Una vez que se pase la pasión inicial, empezarás a comparar tu nivel de felicidad conmigo con la felicidad que sentías como sacerdote. Digas lo que digas, una esposa acabará ocupando siempre un segundo lugar.

Sydney suspiró tristemente y continuó:

– Como sé que eres un hombre de honor, lo más seguro sería que permanecieses en silencio, aunque desearas el divorcio. No quiero ni pensar en lo horrible que sería verte sufrir por haber tomado una decisión equivocada.

La boca sensual de Jarod se tornó en una fina línea.

– Yo voy a correr el mismo riesgo.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Sydney.

– Después de un mes juntos, es posible que la vida de casada conmigo te desilusione. Puede que llegues a la conclusión de que no soy el marido que esperabas que fuera.

Las mejillas de ella se encendieron.

– No voy a cansarme de ti ni a echar de menos mi vida de sacerdocio -unas sombras cruzaron el hermoso rostro de Jarod-. ¿Es que no comprendes que quiero envejecer contigo?

– Eso es lo que dices ahora… -insistió ella, presa de la duda.

Jarod bajó los párpados, por lo que Sydney no pudo ver la expresión de sus ojos.

– Perdóname por haberte entretenido hasta tan tarde -Jarod se dispuso a marcharse.

– Espera. ¿Adónde vas?

Jarod se detuvo.

– Al motel.

– Sabes a qué me refiero -Sydney se humedeció los labios con la lengua-. ¿Qué vas a hacer?

– Sin ti en mi vida, iré a Europa a vivir y a trabajar.

– ¿A Europa? -inquirió ella con incredulidad. -Sí. Voy a poner un océano de distancia entre tú y yo. Ya que pasé momentos muy felices allí con mis amigos, pienso volver. Quiero vivir la vida, Sydney. Quiero disfrutar lo que otros hombres disfrutan: mujer, hijos… Quería que fueras mi mujer, pero como eso parece imposible, tendré que buscar a otra mujer que logre aceptar que fui sacerdote en el pasado. Una mujer que quiera compartir su vida conmigo.

Las palabras de Jarod le causaron un gran dolor. Sydney dio un paso hacia él.

– ¿Quieres decir que, pase lo que pase, no vas a volver a Cannon?

El cuerpo de Jarod se tensó.

– Es evidente que infravaloré tus temores y tus aprensiones. Hay sólo una cosa que quiero oír y, como no eres capaz de decirlo, no prolonguemos más esta agonía.

Jarod tomó aire profundamente y lo expulsó despacio. Entonces, añadió:

– Como voy a marcharme a Gardiner mañana por la mañana, será mejor que nos despidamos ya.

– Jarod…

Pero él salió por la puerta a la fresca noche. Sydney oyó sus pasos alejándose. Al día siguiente Jarod desaparecería de su vida para siempre y no volvería a verlo nunca.

Pero… ¿y si en vez del día siguiente se iba esa misma noche? Aterrorizada, Sydney agarró el bolso, salió de la casa y se subió a su coche.

Jarod le había dicho que se hospedaba en el Firehole Lodge. Pero cuando llegó allí, Sydney no pudo ver el coche alquilado de él en ninguna parte.

¿Adónde habría ido?

Se bajó del coche y se dirigió apresuradamente al vestíbulo del establecimiento. El recepcionista la miró con placer varonil.

– ¿Qué desea?

Sydney tragó saliva.

– Estoy buscando al señor Jarod Kendall. ¿Sabe si aún se hospeda aquí?

– Iré a mirarlo.

– Por favor, dese prisa.

– Habla usted como si se tratara de un asunto de vida o muerte -bromeó él.

– Así es -respondió ella muy seria.

«Si no lo encuentro, estaré como muerta».

– Buenas noticias. Aún no ha cerrado su cuenta.

– Gracias a Dios. Como no he visto su coche… ¿Podría llamar a su habitación?

El recepcionista asintió. Después de un minuto, colgó el auricular del teléfono interior.

– Lo siento, pero no contesta.

– ¿Podría decirme en qué habitación está?

El sonrió maliciosamente.

– No debería hacerlo, pero lo haré. Está en la habitación número veinticinco. A esa parte del edificio se entra por la puerta posterior.

– Gracias.

– De nada.

Sydney se subió al coche y dio la vuelta al edificio para aparcar en la parte posterior con el fin de verlo cuando regresara. Pero eran las doce de la noche y todos los espacios para aparcar estaban ocupados.

¿Y dónde estaba Jarod?

Por fin, encontró un espacio y, mientras lo esperaba, encendió la calefacción del coche.

¿Dónde estaba?, se preguntaba una y otra vez. Justo cuando pensaba que Jarod no iba a regresar, vio los faros de un coche y lo vio parar cerca de la entrada. Con asombrosa rapidez, Jarod entró en el edificio, antes de que a ella le diera tiempo a alcanzarlo.

Sydney salió de su coche y lo siguió. Justo antes de que Jarod desapareciese dentro de su habitación, ella lo llamó, pero él no la oyó.

– Jarod… -repitió Sydney delante de la puerta cerrada.

De repente, la puerta se abrió.

Bajo la anaranjada luz del pasillo, Sydney vio el pecho de él hincharse y deshincharse debido a una súbita y gran tensión.

Sin mediar palabra, Jarod la abrazó.

CAPÍTULO 5

De repente, Sydney se encontró con la espalda contra la pared, entre ésta y el duro cuerpo de Jarod. Con los brazos de él a ambos lados de su cabeza mientras Jarod se inclinaba sobre ella. Sólo unos centímetros separaban sus bocas.

– Aunque no has dicho sí con palabras, no estarías aquí si tu respuesta fuera negativa. Bésame, Sydney.

Con un gemido de aceptación y presa de su propio deseo, ella le obedeció. En el momento en que sus labios se unieron el mundo estalló a su alrededor, haciéndola aferrarse a él. Jarod le resultaba tan necesario como el aire.

Nada la había hecho sospechar la explosión de pasión y deleite que él había creado. Había un cierto salvajismo refinado en la forma en que la abrazaba y la besaba.

Delirando con una pasión nacida del deseo reprimido, bebieron con más y más profundidad de sus bocas, hasta que ella sintió un calor que la devoraba. Un calor que se extendió por todo su cuerpo.

El gemido de Jarod siguió al de ella, mientras ambos daban y recibían un indescriptible placer en los oscuros confines de la habitación.

– Te amo, te amo -dijo Sydney apasionadamente mientras paseaba los labios por los inolvidables contornos del rostro de Jarod-. Eres un hombre tan atractivo… no puedo creerlo.

Le sintió respirar profundamente. Luego, Jarod le besó la garganta.

– No me atrevo a decirte lo que pienso de ti en estos momentos porque, si te lo dijera, tendría que hacer una demostración y no puedo hacer eso hasta obtener el consentimiento de tus padres para casarme contigo.

Con suma ternura y suavidad, Jarod se separó de ella.

Después de haberse sentido consumida por las llamas de la pasión, que Jarod mencionara a su familia fue para ella como un jarro de agua fría. Apagó el fuego que él había encendido, arrebatándole la indescriptible felicidad que había encontrado en sus brazos.

Sydney se dio media vuelta y, de cara a la pared, se aferró a ésta.

– Jamás darán su consentimiento. Yo dejaré mi trabajo y podremos casarnos en Europa.

Sydney no podía creer lo que acababa de decir, pero su amor por Jarod era demasiado grande como para permitir que un obstáculo se interpusiera entre ambos.

Jarod aún seguía cerca de ella, Sydney sentía el calor de su cuerpo.

– No me casaré contigo sin, al menos, darles una oportunidad. Tus padres te trajeron al mundo, eres su única hija y te adoran. ¿Acaso crees que podríamos disfrutar una unión feliz si los dejáramos atrás, si no contáramos con ellos para nada? Si los fallos de mi familia me han enseñado algo es precisamente lo sagrados que son los lazos familiares.