Jarod le acarició el cabello un momento antes de continuar:
– Aún no me he dado por vencido respecto a mi familia, Sydney, y me niego a empezar mi vida de casado contigo sin contar con tus padres. No saldría bien. Los dos acabaríamos siendo desgraciados, incapaces de construir una vida duradera juntos.
Con el rostro muy pálido, Sydney se volvió de cara a él.
– Tú no los conoces como yo. Casarme con alguien que no pertenezca a su Iglesia les resultaría incomprensible. Sobre todo, tratándose de alguien que…
– ¿Que ha sido sacerdote? -Jarod esbozó una diminuta sonrisa-. Quizá eso obre a mi favor.
– No bromees con algo tan serio -le rogó ella.
– Sydney…
Jarod volvió a estrecharla entre sus brazos. Ella apoyó el rostro en su hombro.
– Nuestro amor nos ha traído hasta aquí, estoy seguro de que lograremos llegar hasta el final. Hagamos una cosa: como no tienes que volver al instituto hasta el lunes, ¿por qué no tomamos un avión a Bismarck mañana para hacerles una visita?
La sugerencia no habría tenido nada de extraño de haber sido hecha por otra persona, pero Jarod no sabía con qué iba a enfrentarse.
Un temblor recorrió el cuerpo de Sydney y Jarod ocultó el rostro en sus rubios y sedosos cabellos.
– Cuando tiemblas así, me dan ganas de llevarte a la cama para hacerte olvidar todo y a todos, y que para ti sólo exista yo. Y eso es lo que voy a hacer muy pronto.
Jarod suspiró con frustración.
– Pero, por ahora, será mejor que te vayas de mi habitación -dijo él-. De lo contrario, no podré responder de mis actos y tú tendrás un motivo más para sentirte culpable.
Sydney lanzó un quedo gruñido, consciente de que Jarod tenía razón. Sin embargo, a pesar de ello, se apretó contra él.
– No quiero separarme de ti. No quiero separarme de ti nunca más.
– Después de que tus padres nos den su bendición, te juro que no dejaré que te apartes de mi vista.
Jarod se apoderó de su boca una vez más, con dureza; después, bruscamente, separó los labios de los de ella.
– Vamos, te acompañaré hasta el coche y te seguiré en el mío hasta tu casa para cerciorarme de que llegues sana y salva.
Sydney lo miró con ojos llenos de amor.
– Ojalá…
– Sí, ojalá -Jarod sabía lo que quería decir-. Pero no sería buena idea pasar la noche en tu casa. No tardaría ni dos minutos en levantarme del sofá e ir a tu cama. Por eso, pasaré a recogerte mañana a las seis de la mañana y desayunaremos de camino al aeropuerto.
A las seis de la mañana…
– Rick, ¿te he despertado?
– No, claro que no. Lo sabe perfectamente.
– Por favor, creo que ya es hora de que me tutees.
– De acuerdo, Jarod.
– Rick, ya sé que es temprano, pero tengo que darte una buena noticia.
– En ese caso, mis plegarias han sido oídas.
– Casi. Estamos en el aeropuerto de Bismarck en espera de un taxi. Estoy a punto de conocer a los padres de Sydney. Según vayan las cosas, me gustaría presentárosla a ti y a Kay. ¿Tienes tiempo mañana para venir a Bismarck desde Cannon en coche y cenar con nosotros?
– Lo arreglaré.
– Estupendo. Te llamaré por la mañana para quedar en un sitio y a una hora.
– Jarod…
– ¿Sí?
– Se te nota diferente. Pareces feliz… -Rick no pudo continuar, se le había hecho un nudo en la garganta.
Jarod tuvo que aclararse la garganta.
– Sólo un hombre felizmente casado como tú puede saber cómo me siento en estos momentos.
El taxi se detuvo delante de ellos.
– Gracias por tu amistad, Rick. Jarod colgó y se volvió a Sydney, que parecía angustiada y asustada.
– Vendrán a vernos mañana por la tarde.
Jarod la ayudó a subirse al taxi y luego se subió él. Sydney dio instrucciones al taxista para que los llevara al rancho de sus padres; después, se agarró al brazo de él.
Estaba temblando, y era de miedo.
Jarod había aprendido desde pequeño el poder de la familia. Acarició el brazo de ella.
Por fin, Sydney se enderezó en el asiento.
– Será mejor que llame a mis padres para decirles que vamos a llegar pronto.
Jarod se había estado preguntando cuándo iba Sydney a avisar a sus padres. Le preocupaba que hubiera tardado tanto.
– Es maravilloso, cielo. Tu madre estaba diciéndome justo ahora lo disgustada que estaba porque no fueras a pasar el fin de semana con nosotros. Le va a encantar verte en casa cuando vuelva de la tienda.
– Papá… antes de que cuelgues… quería decirte que no voy sola.
– ¿Alguna amiga del parque?
Sydney agarró el teléfono móvil con más fuerza. -No. Es un hombre.
Se hizo un breve silencio. Después, su padre dijo:
– Vaya, eso sí que es una noticia.
En la casa de la familia Taylor, invitar a un hombre a comer o cenar, y mucho más a pasar la noche, significaba que algo extraordinario estaba ocurriendo.
Instintivamente, Sydney sabía que no se invitaba a un hombre a menos que quisiera que la familia supusiera que era el hombre con el que quería casarse.
Jarod Kendall había sido sacerdote y no pertenecía a la Iglesia de sus padres. Sus padres aceptarían a cualquier hombre de su comunidad y religión, a cualquier hombre sencillo y sin complicaciones. Un ranchero, por ejemplo. Un hombre que halagara la forma de cocinar de su madre y que fuera abierto con su padre. Un hombre como Joe, el marido de su prima.
Sus padres querían mucho a Joe. Era un hombre sólido, un dedicado padre y esposo. Joe era un buen trabajador que podía hablar con otros rancheros de caballos y de vacas.
Si ella se hubiera enamorado de un hombre así, nada se interpondría en su felicidad.
– ¿Cuánto tiempo vais a quedaros? -le preguntó su padre.
– Depende… de muchas cosas.
– Entiendo.
– Vamos a llegar enseguida, papá.
– Estaré esperándoos.
Pero no lo había dicho con la misma intensidad que al principio. Su padre sabía, sin necesidad de que ella dijera nada, que algo andaba mal. Algo importante.
– Ya verás como todo va a ir bien -le susurró Jarod después de que cortase la comunicación telefónica.
Jarod le besó el cuello antes de besarle la boca. Olvidándose del taxista, Sydney también lo besó apasionadamente y sólo se dio cuenta de que habían llegado a casa de sus padres cuando se detuvo el coche. Con las mejillas ardiéndole, se separó de Jarod y salió del coche.
Aliviada al ver que su padre no estaba en el porche esperándoles, se detuvo delante de los escalones mientras esperaba a que Jarod pagase al taxista antes de sacar el equipaje del maletero.
Ver al hombre que amaba caminando hacia la casa paterna aún le parecía un sueño imposible. Jarod iba vestido con un traje de color tierra. La camisa blanca le confería una distinción que sus padres notarían inmediatamente.
Su padre era de mediana estatura, muy distinto a Jarod, cuya altura y fuerte físico podían intimidar a hombres poco seguros de sí mismos.
Pero no era el físico lo importante a los ojos de sus padres, sino otras cosas…
Sobre todo, una.
Sintió la mano de Jarod en su espalda.
– ¿Lista?
– No -respondió ella con sinceridad.
– Valor, mi amor.
«Mi amor».
Y él también era su amor. Sus padres tendrían que aceptarlo.
¡No les quedaba otro remedio! Por fin, Sydney abrió la puerta.
– Mamá… Papá… Ya estamos aquí.
– Tu madre acaba de llegar. Venid al cuarto de estar, cielo.
Jarod la siguió al interior de la casa y cerró la puerta de la entrada antes de dejar las bolsas en el suelo. Ella lo agarró del brazo y juntos cruzaron el vestíbulo. Sus padres estaban saliendo a recibirlos.
Sydney los vio examinar a Jarod discretamente. Sin duda, era el hombre más guapo y atractivo que habían visto nunca.