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Después de abrazarlos a los dos, ella dijo:

– Papá, mamá, os presento a Jarod Kendall.

Después, se volvió al hombre que la había enamorado desde el momento en que lo vio.

– Jarod, ésta es mi madre, Margaret, y éste es mi padre, Wayne.

Jarod les estrechó la mano a ambos.

– Encantado de conocerlos -dijo dedicándoles una radiante sonrisa-. Es un verdadero placer conocer por fin a la familia de Sydney.

Esas palabras hicieron que sus padres se mirasen antes de lanzar una segunda y una tercera mirada a Jarod.

– ¿Por qué no vamos a sentarnos? -sugirió Sydney nerviosa.

Cuando Jarod se sentó en el sofá, ella tomó asiento a su lado.

– ¿Os apetece comer algo? -preguntó su madre, siempre dispuesta a complacer a los invitados.

– Hemos comido en el avión, mamá. Pero… ¿te apetece algo de comer? -preguntó Sydney dirigiéndose a Jarod.

– No, gracias, señora Taylor.

Wayne Taylor estaba sentado en su butaca con las manos cruzadas sobre las piernas.

– Bien, Jarod, ¿es usted guardabosques?

– No -respondió Sydney inmediatamente-. Jarod es el hombre que conocí en Cannon.

La mención de Cannon fue como una bomba. De repente, se produjo la tensión que Sydney había anticipado. Hacía sólo unos días sus padres la habían advertido contra el misterioso hombre de su pasado, y ahora ese hombre estaba en su casa.

– Vino a verme a Gardiner -añadió Sydney-. Jarod me ha pedido que me case con él y yo he contestado que sí.

Sus padres murmuraron su sorpresa.

– Nos gustaría que dieran su consentimiento, aunque sé que deberíamos haberles dicho algo antes -intervino Jarod con envidiable calma-. Como Sydney tenía unos días libres, nos ha parecido bien aprovecharlos para conocernos.

– Bueno, sabíamos que Sydney se había enamorado de alguien en Cannon -dijo Wayne-. Lo que Margaret y yo no comprendemos es por qué tanta tardanza para conocernos.

– ¿Es usted profesor? -preguntó Margaret-. ¿Es así como se conocieron mi hija y usted?

Sydney estaba temblando de tal manera que Jarod le tomó la mano.

– No. Conocí a Sydney cuando ella llevó a mi consulta a una de sus alumnas del instituto para que la ayudara.

– Entonces… ¿trabaja usted en el instituto como psicólogo? -insistió la madre de Sydney.

– No -Jarod soltó la mano de ella y se puso en pie-. Soy de Long Island, Nueva York. Mi familia sigue viviendo allí. Tengo un hermano, Drew, y una hermana, Liz. Tras licenciarme en Yale, entré en la iglesia católica, estudié en una escuela católica en St. Paul, Minnesota, y me hice sacerdote. Eso fue hace diez años. Hasta hace un par de meses, era el párroco de Cannon.

Margaret se quedó muy quieta en su asiento.

– Creía que los curas no podían casarse -observó Margaret.

– ¿Quiere usted decir que ha cambiado su destino profesional? -preguntó Wayne.

– Sé que esto es difícil, pero intentaré contestar a todas sus preguntas. Cuando descubrí que me había enamorado irremediablemente de Sydney, presenté el caso al obispo. Hace menos de una semana dejé el sacerdocio. No tengo dispensa papal y puede que no la obtenga nunca. Pero Dios sabe que he hecho lo que tenía que hacer.

– Discúlpeme un momento.

Cuando su madre salió de la habitación, Sydney hizo una señal a Jarod antes de levantarse para seguir a su madre hasta la cocina.

– Mamá -su madre estaba sacando comida de la nevera para preparar bocadillos-, deja eso un momento y mírame.

Su madre continuó con la tarea.

– Te juro que no me he acostado con él, mamá. La única persona que ha tenido un comportamiento dudoso he sido yo, no él. Jarod no hizo nada por seducirme.

Por fin, su madre la miró.

– Pero tampoco te ha desanimado, ¿verdad?

– No -respondió Sydney.

– En ese caso, los dos os habéis portado mal. No puedo daros mi consentimiento. Procediendo de medios tan diferentes y con educación tan distinta no creo que vuestro matrimonio pueda durar. Además, aunque haya dejado el sacerdocio, la Iglesia aún está dentro de ese hombre. No me importa lo que él crea o lo que tú quieras creer, la Iglesia siempre tendrá poder sobre él, aunque puede que al principio no se note. Pero cuando tuvierais hijos…

– Mamá, no hemos hablado de ello todavía.

– No, claro que no. Estás demasiado enamorada para pensar en los problemas del futuro. No soy ciega y entiendo perfectamente que te hayas enamorado de él; además de muy guapo, es un hombre inteligente y bien educado. Pero ha sido sacerdote mucho tiempo y ésa es una parte de él que jamás logrará dejar atrás.

Su madre suspiró y añadió:

– Cuando más lo necesites, puede que no te apoye. Sydney, no es mi intención hacerte daño. Te quiero, cielo, pero lo que tienes pensado hacer sería un error. Como madre tuya que soy, es mi deber decirte estas cosas antes de que sea demasiado tarde.

– Ya es demasiado tarde -susurró Sydney-. Llevo dos años tratando de averiguar qué hacer y lo descubrí el otro día cuando se presentó en mi casa. Yo también he pensado en todo lo que has dicho, pero lo amo. Queremos casarnos inmediatamente.

– ¿Dónde vais a celebrar la ceremonia?

– Todavía no lo sé. Jarod quería conoceros antes de hablar de eso. Mamá, es un hombre maravilloso.

– No me cabe duda de que lo sea; de lo contrario, no estarías loca por él. Pero en estos momentos es un hombre espiritualmente perdido, igual que tú. Piénsalo, Sydney.

– Es lo único que he hecho, pensar.

Su madre agarró la bandeja con los bocadillos y se encaminó hacia la puerta. Sydney tomó en las manos los platos de papel, las servilletas y un cuenco con patatas fritas antes de salir detrás de ella.

En el momento en que entró en el cuarto de estar, vio a Jarod sentado en una butaca al lado de su padre. Estaban hablando. A juzgar por la expresión de su padre, éste no parecía más contento respecto a la situación que su esposa.

Después de volver a la cocina a por refrescos, Sydney sirvió a todos y luego se sentó en el sofá. Su padre la miró con expresión apenada y sacudió la cabeza.

– Sydney, tienes veintiocho años y tienes derecho a llevar tu vida. Si Jarod y tú queréis casaros, ni Margaret ni yo podremos impedíroslo. Ya le he expuesto a Jarod mis objeciones, y él me ha escuchado. Cuando eras una niña, no esperaba que te ocurriera esto.

Las lágrimas empañaron los ojos de Sydney. De repente, se puso en pie.

– Sabía lo que iba a pasar, pero… ¿es que mamá y tú no podéis desearnos que seamos felices? ¿No podéis ofrecernos ni una sonrisa y desearnos buena suerte? Por mucho que lo disimule, esta situación tiene que ser muy difícil para Jarod.

– Lo comprendemos, cielo, y le respetamos por habernos mostrado también respeto a nosotros. Pero cuando dos personas hablan de matrimonio en vuestra situación… En fin, no me parece que tenga muchas posibilidades de éxito.

Su padre sacudió la cabeza y añadió:

– Si no se te ha ocurrido pensar en que la gente que conocía a Jarod de sacerdote puede marginarlo ahora, lo siento. Yo sí lo he pensado.

Su madre asintió.

– Tu padre tiene razón, Sydney. Cuando lo ridiculicen, a ti también te afectará. Si realmente queréis casaros, será mejor que os vayáis a un sitio donde no os conozca nadie.

Sydney hizo un esfuerzo por mantener la compostura.

– Jarod ha mencionado Europa. ¿Os parecería lo suficientemente lejos? -gritó ella antes de volverse a Jarod-. Vámonos, Jarod.

El permaneció quieto.

– Todavía no. Antes de que nos vayamos, me gustaría decirles unas cuantas cosas más a tus padres.

Sydney no imaginaba lo que tenía pensado decir, pero parecía decidido a hacerlo.

Jarod se echó hacia delante.

– Cuando le pedí a Sydney que se casara conmigo, no sabía qué iba a contestarme. Le dije que si me decía que no, me iría a vivir y a trabajar al extranjero. Pero no sería mi primera elección -Jarod respiró profundamente-. Durante los últimos diez años, he aprendido a amar Dakota del Norte; considero este sitio mi hogar y preferiría no tener que marcharme de aquí. Sé que Sydney también siente mucho cariño por este sitio. La verdad es que envidio su infancia montando a caballo y ayudándolos a ustedes en el rancho. Cuando me habló de ello, me pareció la vida perfecta.