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Jarod oyó un gemido de angustia.

– No tienes que prometerme nada.

– ¿Te ocurre algo, Sydney?

– No, no ha cambiado nada. Por favor, ven a buscarme ahora mismo.

Jarod respiró profundamente.

– Estaré ahí dentro de diez minutos.

– Te esperaré en el porche.

Después de la forma en que sus padres habían tratado a Jarod, Sydney sentía un dolor del que no creía poder recuperarse. Aprovechando que ellos estaban en la cama, salió de la casa y se dispuso a esperar fuera.

En el momento en que vio el coche de alquiler de Jarod y se subió a él, Jarod la estrechó entre sus brazos y le cubrió el húmedo rostro con besos.

– Dales tiempo, Sydney. Llevo diez años tratando a gente como tus padres. Puede que sean de otra religión, pero realmente son la misma clase de personas. Lo que ellos quieren es que seas feliz.

Aunque eso era verdad, Sydney estaba demasiado afectada para hablar. Por fin, alzó la cabeza y se separó de él para que pudiera conducir.

– Lo siento -dijo ella al darse cuenta de que le había mojado la camisa con las lágrimas.

– Shh -Jarod la besó en los labios una vez más-. Lo único que importa es que estás en mis brazos.

Ella ocultó el rostro en el hueco entre su garganta y el hombro.

– Ni siquiera te preguntaron por tu familia. ¡Nada!

– Perdónalos, Sydney.

– No sé si podré.

Después de aquellas palabras, Jarod puso en marcha el coche y se dirigieron hacia la ciudad.

– Tu matrimonio es muy importante para tus padres y hoy han tenido que enfrentarse a algo para lo que no estaban preparados, que les ha pillado de sorpresa. Pero como tienen una hija maravillosa, tengo que creer que algún día se recuperarán del susto y nos darán su bendición.

– Tienes más fe que yo.

– No son mis padres -murmuró él irónicamente.

Ella lo miró con expresión trémula.

– ¿Cuándo voy a conocer a tus padres?

– Si no viniesen a nuestra boda, iríamos nosotros a verlos.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de ella.

– Es terrible que nuestras familias no celebren nuestro amor.

– Conozco a dos personas que lo harán -le aseguró él-. Rick ha dicho que será el padrino. Hablamos hace un rato. Kay y él iban a venir mañana para cenar con nosotros, pero un asunto inesperado que tiene que ver con la parroquia se lo impedirá. Así que tendrás que conocerlos en otro momento.

– Tengo muchas ganas de hacerlo. Mi amiga Gilly volverá la semana que viene de su luna de miel. Fue la única persona a la que le hablé de ti. Cuando se entere de que estamos juntos, se va a volver loca de alegría. Estoy segura de que Alex y ella serán testigos de nuestra boda.

– Estupendo. Estoy deseando conocerla.

– Alex también es una excelente persona. Es el director del observatorio Volcano de Yellowstone. Estoy segura de que os llevaréis de maravilla.

– No me cabe duda.

– Ah, Jarod, ya que no has empezado ese trabajo de psicólogo, ¿quieres que deje mi trabajo de profesora y que nos vayamos a Europa? Por favor, dime la verdad.

– Lo de irme a Europa era en caso de que tú no quisieras casarte conmigo, pero ahora que sé que sí quieres, Gardiner me parece el sitio ideal para empezar nuestra vida juntos. Me encanta este sitio, pero es porque tú estás aquí.

Sydney estaba encantada con sus palabras.

– Estoy deseando volver. Podrías quedarte en mi apartamento.

– Querrás decir después de que nos casemos.

– No, quiero decir mañana. No quiero separarme de ti.

Jarod aparcó el coche delante del hotel y apagó el motor. Después, se volvió hacia ella.

– Nunca te has acostado con un hombre, ¿verdad?

Las mejillas de Sydney enrojecieron inmediatamente.

– No.

Jarod respiró profundamente.

– Eso pensaba.

– Pero no ha sido por una cuestión de principios, sino porque eres el único hombre al que he deseado en cuerpo y alma.

– Así es como debe ser -la mandíbula de él se tensó-. Sin embargo, como ya sabes, yo sí me acosté con algunas mujeres con las que no tenía intención de casarme, pero cuando me hice sacerdote comencé una nueva vida. No obstante, ahora vuelvo a ser un hombre distinto y no me sería posible irme a vivir a tu casa sin hacerte el amor. Ya que has esperado tanto, voy a honrarte. Voy a permanecer en Firehole Lodge hasta que nos casemos.

– No, Jarod. No quiero seguir viviendo sola.

– Yo tampoco -dijo él apretando los dientes-. Desde que te marchaste de Cannon, no he dejado de soñar contigo y de darme duchas de agua fría. Pero puedo esperar unas semanas más.

– Yo, sin embargo, no estoy segura de poder hacerlo -protestó ella.

– No olvides que se correrá la voz de que vas a casarte con un ex cura. Algunos ya me han condenado, vivir contigo sin casarnos no hará más que añadir leña al fuego. Sabes que tengo razón.

Sí, ella lo sabía.

– Por eso esta noche vamos a dormir en habitaciones separadas, esta noche y todas las noches hasta que seas la señora Kendall. Y a propósito, vamos a tener que buscarte un anillo antes de marcharnos de Bismarck mañana por la mañana.

Sydney sacudió la cabeza.

– No necesito un anillo, no es importante.

– Pero yo quiero darte uno.

– ¿Qué le parece un solitario? -preguntó el joyero mostrando otro anillo de brillantes y oro blanco-. Vamos a ver qué tal se ve en su dedo.

Antes de que el joyero pudiera hacer los honores, Jarod le quitó el anillo, agarró la mano de ella y lo deslizó por su dedo. El anillo tenía el tamaño perfecto.

– ¿Te gusta?

Sydney sintió los ojos de Jarod en ella. Su verde brillo rivalizaba con el resplandor de la piedra preciosa. Se daba cuenta de que Jarod quería que eligiera aquél. También era el que más le gustaba a ella.

– Me encanta.

– En ese caso, ya está -Jarod miró al joyero-. Y ahora nos gustaría ver alianzas. Mi prometida tiene unas manos preciosas, creo que le sentaría bien un sencillo anillo de cierto grosor.

Los halagos de Jarod en los momentos más inesperados le encantaban.

Una vez que eligieron su anillo de casada, ella pidió que les mostraran anillos para él.

– Me gustaría uno con una piedra del mismo color que los ojos de Jarod.

El joyero asintió.

– No me han pasado inadvertidos. Tengo algo que nos ha venido de Hong Kong que me gustaría que vieran.

Mientras el joyero hurgaba en unos cajones, Jarod le acarició la espalda.

– Me conformo con una alianza sencilla.

– Llevabas una alianza sencilla cuando eras sacerdote, quiero que este anillo sea diferente. Cada vez que lo mires, quiero que te recuerde que, cuando me enamoré de ti, me enamoré de todo tú; sobre todo, de tus ojos.

Jarod no respondió, se limitó a ocultar el rostro en sus rubios cabellos.

El joyero volvió al cabo de unos segundos.

– ¿Qué les parece?

Se trataba de una piedra preciosa cuadrada insertada en una banda de oro.

– ¡Me encanta! -exclamó Sydney, y se volvió a él-. Póntelo.

Jarod se puso el anillo en el dedo.

– ¡Le está perfecto! -anunció ella al joyero-. Nos lo llevamos.

Una sonrisa curvó los labios de Jarod al tiempo que sacaba una tarjeta de crédito. Pero cuando el joyero fue a añadir el precio del último anillo a la lista, Sydney sacó otra tarjeta de crédito de su cartera. Jarod frunció el ceño, pero ella le puso ambas manos en el rostro.

– Tu anillo es mi regalo. He esperado años para darle un anillo al hombre al que amo. No puedes negarme ese placer, ¿verdad?

A los pocos minutos salieron de la joyería con sus compras. De camino hacia el coche, Sydney estaba eufórica con su anillo de compromiso en el dedo. Cuando se montaron en el vehículo, rodeó el cuello de Jarod con los brazos y le cubrió el rostro de besos.