– Te quiero tanto que hasta me duele.
Él le devoró la boca hasta dejarla sin sentido. Cuando por fin apartó los labios de los de ella, Sydney gruñó.
– Tan pronto como estemos casados, voy a hacer desaparecer todo ese dolor. Te lo prometo. Pero ahora, será mejor que nos demos prisa para no perder el avión. Además, tengo que devolver el coche de alquiler.
– Yo… no me había dado cuenta de que era tan tarde -Sydney se apartó de él lo suficiente para dejarle conducir.
Cuando llegaron al aeropuerto y devolvieron el coche, Jarod y ella fueron al facturar el equipaje. En el mostrador, cuando la empleada los miró, Sydney notó un brillo de reconocimiento en sus ojos al mirar a Jarod.
– ¿El padre Kendall? ¡Claro, me había parecido que era usted!
– Buenos días, Sally.
Sydney, azorada, se colocó rápidamente detrás de él.
Después de darle la tarjeta de embarque, la mujer, de unos treinta años, dijo:
– Alguien de la diócesis dijo que estaba usted de retiro. Tiene un aspecto… magnífico.
– Me encuentro de maravilla.
– Si quiere que le diga la verdad, esté mejor sin barba. ¿Qué tal se siente?
– Liberado.
– Qué sorpresa se va a llevar la gente de Cannon el domingo.
– Me temo que no voy a estar allí.
– ¿Va a prolongar sus vacaciones?
– Algo por el estilo.
Sydney se separó más de él para no dar la impresión de que estaban juntos.
– Y se lo merece, trabaja mucho. Disfrute el resto de las vacaciones.
– Así lo haré.
En vez de alejarse, Jarod se echó hacia un lado para que Sydney pudiera facturar. Una vez que ella tuvo la tarjeta de embarque en la mano, comenzó a caminar rápidamente hacia la puerta de embarque, intentando hacerlo varios pasos por delante de Jarod para que la gente pensara que estaba sola.
Pero Jarod no se lo permitió. Le dio alcance inmediatamente y la agarró del brazo.
– Sé lo que estabas pensando y estabas equivocada. Dejemos una cosa clara: el único motivo por el que no te he presentado a Sally es porque había más gente esperando a facturar y no quería hacerles esperar. Sally hace trabajo a tiempo parcial en la parroquia como recepcionista, pronto le diré la verdad.
Jarod suspiró profundamente y añadió con pasión:
– No tienes ni idea de lo que significa para mí estar prometido. Estoy deseando que llegue el momento en que estemos casados, Sydney. No hay un solo hombre aquí que no daría cualquier cosa por estar en mi lugar. Tengo ganas de gritar que me perteneces.
– Jarod…
– Es verdad y lo sabes.
«Continúa diciéndome esas cosas, mi vida. Quiero creerte».
Tres horas más tarde, Jarod entró con Sydney en el apartamento de ésta y dejó su bolsa en el suelo del cuarto de estar. Solos por fin, se volvieron el uno al otro.
Como un hombre sediento, Jarod la estrechó contra su cuerpo y bebió de su boca.
– Ayúdame, Sydney. Dime que me vaya.
A modo de respuesta, Sydney amoldó su cuerpo al de él.
Jarod le acarició la espalda.
– Cuando estabas en Cannon, ¿tienes idea de las veces que soñé con que estuviéramos así los dos?
Sydney lanzó un tembloroso suspiro.
– Sí. Yo también pasaba el tiempo pensando en ti.
– Lo sé.
– Brenda nunca dijo nada, pero era una chica muy lista y sabía lo que sentía por ti, Jarod. Sé que por eso no quería ir a tus sesiones de terapia sin que yo la acompañara.
Los labios de él le acariciaron el rostro.
– Ninguno de los dos engañó a Brenda. Cuando le dije que no necesitaba verla a solas, ella no hizo preguntas.
– Hiciste maravillas con ella.
– Y tú, Sydney. Aquel escrito en su diario fue un grito pidiendo ayuda y tú te diste cuenta enseguida. La última vez que la vi, me dijo que ojalá tú y yo estuviéramos casados para adoptar a su hijo.
– ¿Qué?
A Sydney se le hizo un nudo en la garganta. Jarod le acarició los labios con los suyos.
– En ese momento, Brenda no podía saber lo mucho que su comentario me afectó. No dejaba de pensar en lo que sería tener hijos contigo -Jarod se interrumpió un momento-. Sydney, cuando nos casemos, ¿querrás tener hijos inmediatamente?
Él oyó una silenciosa plegaria en sus palabras.
– ¡Sí, claro que sí!
– Te amo, Sydney. Te necesito más de lo que puedes imaginarte. No me dejes nunca.
Su cuerpo se estrechó contra el de ella. Jarod temblaba y ella se sobrecogió al reconocer en él tal vulnerabilidad.
– Oh, cielo, no podría hacerlo jamás.
En ese momento, el teléfono móvil de Jarod sonó. Él la besó en la punta de la nariz antes de contestar la llamada.
Era Rick.
– Vaya, justo la persona con quien quería hablar. Estoy formalmente prometido.
– Lo sé.
La respuesta de Rick hizo que su sonrisa se desvaneciera.
«Sally…».
– Las noticias vuelan, al parecer.
– Vio el brillante en el dedo de tu prometida. Se dio cuenta enseguida.
«Claro».
– Me alegro. Tenía que saberse tarde o temprano
– ¿Dónde estás? -preguntó Rick.
– En Gardinen
– Bien.
– Gracias por avisarme, Rick. Te llamaré más tarde.
Antes de que pudiera desconectar el teléfono, Sydney ya estaba aferrándose a él.
«No dejes de abrazarme, Sydney».
CAPÍTULO 7
Después de deshacer el equipaje, Sydney se dio una ducha y se vistió para salir a cenar.
Jarod iba a ir a recogerla. Hacía poco, habían hablado por teléfono y habían decidido casarse cuanto antes. Jarod había hablado con un pastor que tenía libre para casarles el sábado de la semana siguiente o el otro. Iban a obtener la licencia de matrimonio enseguida.
Cuando Jarod llegó, salieron inmediatamente del piso de ella y al cabo de diez minutos entraron en el restaurante del Moose Lodge.
Les condujeron a una mesa junto a un ventanal con vistas a un pinar. La atractiva camarera de cabellos rojizos no lograba apartar los ojos de Jarod.
– ¿Es usted un nuevo guardabosques? -preguntó mientras les daba la carta y ellos elegían el menú.
Ningún hombre en aquel comedor poseía el atractivo y el carisma de Jarod.
– No. Mi prometida y yo estamos celebrando esta noche nuestro compromiso matrimonial.
La camarera apenas disimuló su desilusión.
– ¿Les apetece champán con la cena?
Jarod arqueó las cejas con gesto interrogante.
– ¿Sydney?
– No, gracias.
– No, no vamos a tomar champán.
Después de tomar nota de lo que iban a cenar, la camarera dijo:
– En ese caso, los dejaré solos. Que disfruten de la cena.
– Gracias -murmuró Jarod sonriendo a Sydney-. ¿Quieres que pidamos vino? -le preguntó después de que la camarera se hubiera marchado.
– No me gusta el alcohol. Cuando era azafata, me emborraché una vez entre dos vuelos y no he vuelto a probarlo.
– Yo también le tengo aversión desde joven, desde que un día, al volver del colegio, me encontré a mi madre completamente borracha, tirada en la cama. Yo quería que se levantara de la cama, se despejara y dejara a mi padre. Pero mi madre no podía hacerlo. A mí me parecía la cosa más sencilla del mundo. Ni siquiera después de estudiar Psicología, fui capaz de hacer algo para ayudarla a superar su alcoholismo.
– Ha debido de ser terrible para ti, Jarod.
– Sí, así es. Sin embargo, algo bueno he sacado de ello: nunca me he dado a la bebida.
– Lo comprendo -dijo Sydney-. Yo también me alegro de que aquella mala experiencia me hiciera detestar el alcohol.
Jarod le sonrió.
– ¿Qué pasa? -preguntó Sydney curiosa.
– Nada, es sólo que me sorprende la conversación que estamos teniendo. En Cannon no podíamos hablar de estas cosas ni mostrar interés el uno por el otro.