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– No me lo recuerdes -Sydney gruñó.

– Es como si fuéramos dos niños tratando de aprender cosas el uno del otro con la mayor rapidez posible.

– ¡Gracias a Dios que no somos niños! -exclamó ella-. Si tuviera que esperar a hacerme mayor, me volvería loca.

La risa de Jarod se le contagió y le hizo darse cuenta de que jamás había sido tan feliz.

– Hablando de locura, ¿qué día vamos a casarnos? ¿El sábado siguiente o al otro?

Sydney respiró profundamente antes de contestar.

– Si nos casáramos dentro de dos semanas, daríamos más tiempo a nuestras familias para pensarlo bien y quizá decidieran asistir a la boda.

– A veces ocurren milagros. Quizá incluso tus padres cambien de idea y decidan venir a darnos su bendición.

– Para entonces, Gilly y Alex habrán regresado.

– En ese caso, está decidido. Dentro de dos semanas.

Sydney asintió.

– ¿Crees que vas a disfrutar trabajando en AmeriCore?

– Sí. Será como trabajar en la parroquia, pero con mayor volumen de personas. Maureen me ha dicho que hay tres mil empleados, lo que significa muchos problemas laborales. Voy a sentirme como en casa.

Ella sabía que Jarod hablaba en serio, pero también sabía que no sería lo mismo para él.

– ¿Sydney? -una voz de hombre a sus espaldas la hizo sobresaltarse.

Sydney volvió la cabeza.

– ¡Hola, Larry!

Los ojos de él se clavaron en el brillante que Sydney llevaba en la mano izquierda. Y sonrió traviesamente.

– Vaya, qué callado te lo tenías. Me encantaría que me presentaras al hombre que ha logrado lo imposible contigo.

Una suave carcajada escapó de la garganta de ella. Sydney apreciaba mucho a aquél corpulento guardabosques.

– Larry Smith, te presento a mi prometido, Jarod Kendall -los ojos de Sydney se iluminaron-. Querido, Larry es el jefe de seguridad del parque.

Jarod se había puesto en pie. Los dos hombres se estrecharon la mano.

Ella miró a su alrededor.

– ¿No está tu esposa contigo?

– Esta noche no. He venido a Gardiner para tratar de un asunto con el sheriff y hemos cenado juntos.

– Si no estás ocupado, ¿por qué no te sientas con nosotros? -sugirió Jarod.

– Gracias. Encantado de sentarme unos minutos con vosotros.

Larry agarró una silla de la mesa contigua y se sentó con ellos. La camarera se acercó y Larry pidió un café. Luego, se quedó observando a Jarod un minuto.

– Me sorprende que hayáis logrado mantener en secreto vuestra relación tanto tiempo.

– Eso es porque Sydney me conoció cuando yo era sacerdote en Dakota del Norte -respondió Jarod-. No teníamos relaciones, hasta que decidí dejar el sacerdocio y casarme con ella. Pero Sydney no lo supo hasta la semana pasada.

Larry digirió la información con extraordinario aplomo.

– ¿Cuánto tiempo fuiste sacerdote?

– Diez años.

Larry lanzó un silbido antes de mirar a Sydney.

– Vaya, el misterio se ha revelado.

– ¿Qué quieres decir?

– Ningún tipo que yo conozca ha conseguido acercarse a ti de esta manera -entonces, se volvió a Jarod-. Te llevas lo mejor de lo mejor.

– Lo supe desde el momento que nos conocimos -respondió Jarod con voz algo ronca.

– Me alegro de que dejaras el sacerdocio.

A Sydney le sorprendió la reacción de su antiguo compañero de trabajo.

– He sido católico toda mi vida y espero que no te moleste lo que voy a decir: siempre me dieron pena los sacerdotes -añadió Larry.

– No puede molestarme la sinceridad -comentó Jarod-. El celibato va contra la naturaleza humana, pero muchos sacerdotes han aprendido a vivir así. Yo creí ser uno de ellos, hasta que conocí a Sydney.

Larry sonrió a su amiga.

– Bueno, felicidades a los dos. ¿Cuándo es la boda?

– Dentro de dos semanas, el sábado.

– ¿Dónde?

– En una iglesia de Ennis -contestó Sydney.

– ¿Va a ser una ceremonia íntima?

Ella miró a Jarod, preguntándole en silencio cómo quería que fuera la ceremonia.

– A Sydney y a mí nos encantaría que tu esposa y tú vinierais a la boda.

Larry asintió.

– Allí estaremos. ¿A qué hora?

Con entusiasmo, Sydney respondió:

– Os llamaré a ti y al jefe Archer tan pronto como sepamos los detalles. Gilly todavía no sabe nada, pero queremos que Alex y ella vengan también.

Los ojos de Larry brillaron.

– Es natural. Las dos sois muy amigas -se volvió a Jarod-. Gilly también es una belleza, como Sydney. Todos los guardabosques del parque estaban tontos con ellas. Más de uno se va a tirar de los pelos cuando se entere de que un forastero se ha llevado a Sydney.

– Eso es verdad, soy un forastero.

– No lo he dicho por ofender, te lo aseguro.

Jarod sonrió ampliamente.

– Lo sé.

– Bueno, será mejor que me vaya antes de que mi esposa empiece a preocuparse por la tardanza. Ha sido un placer conocerte, Jarod. Cuando volváis de la luna de miel, estaré encantado de dar una fiesta en vuestro honor. Así podrás conocer a todo el mundo. Bueno, que os divirtáis.

– Gracias, Larry -dijo Sydney mirando a su amigo con ojos llenos de cariño y agradecimiento.

– Estoy deseando conocer a todos los amigos de Sydney -declaró Jarod poniéndose en pie para despedirse del otro hombre.

Tan pronto como Larry se hubo marchado, Jarod dijo:

– ¿Te parece que nosotros también nos vayamos ya?

– Bien.

Después de dejar unos billetes en la mesa, se marcharon del restaurante. No tardaron mucho en llegar al piso de ella.

Jarod la estrechó en sus brazos y la besó.

– Me vuelves loca. Estoy deseando ser tuya -dijo Sydney mirándolo a los ojos.

– Te deseo tanto que… voy a tener que marcharme inmediatamente.

– ¡No!

– Sydney… -dijo Jarod con angustia-. No me lo pongas más difícil de lo que ya es.

– ¿Por qué no pasamos la noche abrazados simplemente?

– ¿En serio crees que podríamos durar así más de cinco minutos?

– Ninguno de los dos lo sabemos.

– No, no puedo -respondió Jarod y, al momento, la soltó y dio un paso atrás.

– ¿Porqué?

Jarod suspiró profundamente.

– Quiero hacerlo todo correctamente. Sydney, nuestro amor es un sacramento. Sería perjudicial para ambos cometer un error ahora.

A Sydney le maravilló la integridad de aquel hombre.

– Ojalá fuera tan fuerte como tú.

Los ojos de él brillaron de emoción.

– Estás equivocada. Yo soy el débil. ¿Se te ha olvidado que fui yo quien vino a buscarte?

¿Débil él?

¿Acaso consideraba una debilidad amarla? De ser así, ¿acabaría despreciándola por ello?

Sydney no lograba disipar el miedo a que Jarod se arrepintiera de su decisión.

Y eso podría destruirla, como su madre había vaticinado.

La primera semana de trabajo había transcurrido bien. Cuando sonó el timbre anunciando el fin de la clase, Sydney lanzó un suspiro de alivio. Iba a reunirse con Jarod en media hora y luego ambos se reunirían con el pastor para ultimar los detalles de la boda.

¡Sólo una semana más para ser la señora Kendall!

Recogió sus cosas para marcharse pero, en ese momento, vio a Steve Carr asomar la cabeza por la puerta.

– ¿Puedo hablar contigo un momento?

– Claro. Pasa, Steve. ¿Qué ocurre?

– En la cafetería he oído hablar a unos chicos sobre el hombre con el que vas a casarte… y no podía creerlo.

Ella lo miró con expresión franca.

– Si lo que quieres es saber si voy a casarme con un hombre que era sacerdote la respuesta es sí.

Steve se quedó mirándola un momento.

– ¿Es el tipo que vino el día de la presentación? Parece simpático.

– Lo es.

Debido al programa de ayudante a guardabosques para los chicos durante el verano, Steve y ella se habían hecho buenos amigos.