– ¿Está solo?
– No, está con un empleado en una sesión de terapia, pero no creo que tarde. ¿Te apetece beber algo mientras esperas?
– No, gracias -Sydney titubeó un momento-. ¿Se sabe algo más sobre lo tuyo y lo de Jarod?
– Va a haber una reunión informal con los de la junta dentro de un par de semanas. No te preocupes demasiado, no dejes que este asunto te estropee la boda.
– No lo haré.
– Creo que jamás he visto a un hombre tan entusiasmado antes de casarse.
– Jarod es un hombre maravilloso -confesó Sydney de corazón.
– ¿En serio? -preguntó Jarod, justo detrás de ella.
Sydney se dio media vuelta.
– No sabía que habías acabado…
Pero no pudo continuar. Con ese traje gris y sus ojos verdes, Jarod le quitó la respiración.
– El empleado con el que estaba ha salido por la otra puerta. Bueno, dime, ¿qué más le estabas contando a Maureen de mí?
– Es un secreto -respondió Maureen.
Últimamente, Jarod sonreía mucho, pensó Sydney con felicidad.
Ambos se despidieron de Maureen y salieron de la oficina agarrados del brazo.
– Esta noche quiero que hagamos algo que todavía no hemos hecho juntos: vamos a ir a ver una película -declaró Sydney-. Como sólo hay un cine, no podemos elegir.
Jarod le soltó el brazo para ponérselo alrededor de la cintura y estrecharla contra sí.
– No me importa la película que pongan porque voy a pasar todo el rato mirándote. No puedo apartar los ojos de ti.
Fueron a tomar una cena frugal y luego cruzaron la calle para entrar en el cine.
– Gilly ha vuelto -le dijo ella una vez empezada la película-. Me ha dicho que la isla de Maui, donde ha pasado la luna de miel, es magnífica. ¿Te gustaría ir allí de viaje de luna de miel?
– Aunque estoy seguro de que es un lugar precioso, ¿qué te parecería ir a Tahití? Hay allí una pequeña isla en la que podríamos estar solos los dos.
El tono íntimo de Jarod la hizo estremecer de excitación.
– Ojalá fueran ya navidades -dijo él.
– Será Navidad para mí todos los días una vez que pueda acostarme contigo por las noches.
Instintivamente, Sydney lanzó un suspiro. Sólo faltaban unos días parta la boda, pero a ella se le estaba haciendo una eternidad.
– Yo también estoy deseando que llegue el momento -dijo Jarod, como si le hubiera leído el pensamiento.
Cuando llegaron delante de la casa de Sydney, él la acompañó hasta la puerta y ella le rodeó el cuello con los brazos.
– Aún no se lo he preguntado a Gilly, pero he pensado que podía invitarlos a cenar aquí mañana por la noche. Dime cuál es tu plato preferido y lo prepararé -le susurró ella junto a sus labios.
Sydney necesitaba un beso desesperadamente. El deseo le había impedido darse cuenta de lo callado que, de repente, Jarod se había quedado. Pero pronto notó la falta de pasión que, normalmente, Jarod habría exhibido y levantó la cabeza.
– ¿Qué te pasa, cariño?
Jarod pareció titubear antes de contestar.
– El obispo quiere hablar conmigo.
Se produjo un tenso silencio. Un temor desesperado se apoderó de ella.
– ¿Crees que es para decirte que has obtenido dispensa papal? -Sydney se estaba agarrando a un clavo ardiendo y lo sabía.
Los ojos de Jarod mostraron una profunda tristeza.
– No, Sydney. En caso de que eso ocurriera, sería demasiado pronto.
– ¿Puedes ignorar entonces al obispo? Quiero decir que…
– Sé lo que quieres decir -susurró él interrumpiéndola-. Si el obispo quiere algo de mí, claro que puedo ignorarlo. Yo ya no soy sacerdote.
– Pero tanto el obispo como la Iglesia siguen siendo importantes para ti.
– Sí, así es. El obispo ha sido mi amigo durante años. No, no podría ignorarlo.
– Lo sé -Sydney intentó contener un sollozo, pero no lo logró.
Jarod la abrazó con fuerza.
– ¿Tienes idea de por qué quiere hablar contigo?
– No.
– Así que es así de fácil, ¿eh? El obispo te llama y tú acudes corriendo a su llamada -dijo ella con voz temblorosa.
– Es probable que el obispo sea uno de los hombres más comprensivos que he conocido en mi vida. No me pediría que fuera a verlo si no se tratara de un asunto realmente importante. Tengo que ir.
Sydney asintió. Empezaba a sentirse relegada a un segundo lugar en la vida de Jarod.
«La Iglesia siempre será lo primero», pensó ella.
– ¿Sabe algo de mí?
– Lo sabe todo -contestó Jarod.
– Debes de tener una ligera idea de lo que quiere…
Jarod suspiró.
– Puedo hacer unas suposiciones, pero como el obispo jamás discute asuntos personales por teléfono, sé tan poco como tú. Me ha pedido que vaya a verlo con toda urgencia, eso es lo que sé.
– ¿Cuánto tiempo vas a estar fuera? -Sydney no podía soportar la agonía que sentía.
– No lo sé con seguridad, pero no tienes de qué preocuparte. Volveré a tiempo para nuestra boda.
– ¿Sabe el obispo que vamos a casarnos?
– No se lo he dicho, pero es posible que lo sepa por Rick.
– ¡En ese caso, puede que lo que quiera sea convencerte de que no es demasiado tarde para que vuelvas a la Iglesia!
– No puedo hablar por él. Pero lo importante es que sé que voy a casarme contigo el sábado.
– Puede que sí y puede que no.
– Sydney…
– Tengo miedo, Jarod.
– Lo sé. Vas a tener que confiar en mí.
Era su primera prueba…
Sydney trató de recuperar la compostura.
– ¿Cuándo vas a marcharte?
– Ahora mismo.
El dolor que sintió en esos momentos fue indescriptible.
– No hay vuelos para Bismarck por la noche.
– La Iglesia tiene un avión para casos de urgencia. Me lo han enviado y, en el aeropuerto, habrá un coche esperándome.
¿El obispo había enviado un avión para que Jarod fuera a verlo?
El dolor que había sentido casi se transformó en ira. Luchó por controlarla.
– Si sabías esto antes de ir a cenar y al cine, ¿por qué no me lo dijiste?
– Porque quería estar contigo. No quería perderme la tarde que habías planeado.
– De haber salido antes, podrías haber tomado un vuelo comercial. De habérmelo dicho con tiempo, yo podría haberlo arreglado todo para acompañarte a Bismarck.
– ¿Habrías ido a casa de tus padres mientras me esperabas?
– Lo más seguro es que no -admitió ella.
Sus padres le habían hecho demasiado daño con su silencio.
– En ese caso, es mejor que me esperes aquí a hacerlo en la habitación de un hotel.
Sydney no podía negar la lógica de esas palabras, pero seguía dolida.
Jarod fue a abrazarla, pero ella se apartó.
– Iré a averiguar qué quiere el obispo y volveré inmediatamente -declaró Jarod.
– ¿Y el trabajo?
– De camino al aeropuerto, llamaré a Maureen para decírselo.
Destrozada por el inesperado giro que habían tomado los acontecimientos, Sydney abrió la puerta de su casa.
– Debes marcharte ya, será mejor que no siga entreteniéndote.
– No me estás entreteniendo, Sydney.
– Que tengas un buen vuelo.
– Sydney… -dijo él con voz grave.
– Por favor, vuelve sano y salvo.
«Y vuelve», pensó Sydney.
Cuando cerró la puerta, estaba totalmente aterrorizada.
– ¿Tom?
– Hola, Jarod. Vaya, ya estás aquí. Gracias por venir tan rápido. Vamos, entra.
Jarod entró en el cuarto de estar privado del obispo.
Ambos hombres se sentaron, uno frente al otro, el obispo con pijama y bata. Sin duda, estaba durmiendo y el ama de llaves debía de haberlo despertado cuando él llegó.
Alto y delgado, tenía una presencia impresionante.
– Sé que debes de estar preguntándote a qué se ha debido mi llamada y por qué tanta urgencia. Para tu información, a Janine Adams, una de tus feligresas, la ha atropellado un coche este mediodía de camino a su casa a la salida del instituto.