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– ¿Janine?

Jarod cerró los ojos con fuerza. Janine había sido quien lo había ayudado a encontrar a Sydney.

– ¿Ha muerto? -preguntó Jarod en un susurro.

– No. Pero si logra recuperarse, puede que se quede paralítica.

Jarod lanzó un gruñido de dolor.

– Al parecer, al recuperar la consciencia, ha preguntado por el padre Kendall. Todos necesitan al padre Kendall.

Jarod se puso en pie.

– Al igual que al resto de la gente, le han dicho que el padre Kendall está de retiro -continuó el obispo-. El padre Lane ha estado con la familia de Janine. Rick Olsen y su esposa se están encargando del resto de la familia mientras los padres de Janine están con ella en el hospital.

Jarod se cubrió el rostro con las manos.

– Es horrible -dijo Tom-. También sé que debe de ser muy duro para ti oír algo así en un momento tan delicado de tu vida.

Jarod se puso tenso.

Sí, se sentía vulnerable. Tenía miedo de no poder satisfacer las expectativas de Sydney. Tenía miedo de no poder ser todo lo que ella necesitaba que fuera.

¿Acaso también Tom lo consideraba lo suficientemente vulnerable para hacerle considerar la posibilidad de volver al sacerdocio?

El accidente de Janine era una tragedia, algo que no había imaginado que pudiera ocurrir. Y Tom sabía lo mucho que iba a afectarlo.

El obispo le había dejado claro lo mucho que le apenaba que hubiera dejado el sacerdocio. A su manera, Tom lo había tratado como a un hijo.

– Ya no soy sacerdote -declaró Jarod-. No puedo ir a visitar a Janine en calidad de cura.

El obispo se quedó mirándolo durante unos momentos.

– Quizá ahora no…

¿Quizá ahora no?

Jarod se dio cuenta de lo que quería el obispo: aún albergaba la esperanza de que volviera a la vida religiosa.

Los temores de Sydney habían estado bien fundados.

– Dios te está dando esta oportunidad para que reconsideres tu decisión, Jarod -dijo el obispo confirmando las sospechas de Jarod-. Con más reflexión y más plegarias, podrías volver a vestir los hábitos. Todos los feligreses te quieren.

A pesar de la amabilidad de esas palabras, Jarod se dio cuenta de que era el obispo quien estaba hablando en ese momento, no el amigo.

– ¿Has estado con Sydney Taylor?

– Sí.

– Ya. ¿Y qué ha resultado del encuentro?

– Nos vamos a casar este sábado.

– ¿Tan pronto? -el obispo pareció dolido.

– Sí. Ella tiene tantas ganas como yo de empezar una vida juntos.

El otro hombre suspiró como si llevase el peso del mundo sobre los hombros.

– Dadas las actuales circunstancias, sé que no te va a gustar la pregunta que voy a hacerte, pero tengo que hacerlo debido a lo mucho que te aprecio.

– Adelante -dijo Jarod.

– ¿Es ella más importante que tus feligreses, tan necesitados de tu ayuda como guía espiritual? Y no te pido que me contestes, sólo quiero que recapacites, por el bien de tu alma. Por favor, quédate aquí unos días para reflexionar sobre la enormidad de lo que estás a punto de hacer.

El obispo se interrumpió un momento y respiró profundamente antes de añadir:

– El ama de llaves ha preparado una habitación para ti, la misma que utilizabas cuando nos visitabas. Por la mañana, me gustaría que desayunaras conmigo para charlar un poco más.

Jarod asintió.

Los ojos del hombre ya mayor se humedecieron.

– Confieso que me alegro mucho de volverte a ver.

Jarod se aclaró la garganta.

– Lo mismo digo, Tom. En ese sentido, nada ha cambiado y no cambiará nunca.

– Estupendo. Ahora, vete a la cama. Debes de estar agotado. Si tienes hambre, ve a la cocina y sírvete lo que quieras.

– Gracias. Buenas noches.

Las dudas asaltaron a Jarod aquella noche. Pero cuando el ama de llaves llamó a su puerta para anunciarle que el desayuno estaba listo, la respuesta a sus dudas y preguntas le resultó tan clara como una hermosa mañana primaveral.

Cuando llegó al comedor, lo esperaba un extraordinario desayuno. El ama de llaves se había esmerado. Tom estaba sentado en su silla, a la cabeza de la mesa.

– ¿Qué tal has dormido, Jarod?

Jarod se sentó a la izquierda del obispo.

– Como puedes imaginar, no he pegado ojo.

El otro hombre frunció el ceño.

– Lo siento.

– ¿Esperabas que durmiese?

– No -respondió Tom tras quedarse pensativo unos segundos-. Por eso eres un hombre y un sacerdote excepcional.

– No voy a volver, Tom.

– Al no venir a hablar conmigo a las cinco de la mañana, lo he supuesto. Sabía lo que ibas a decirme. Ahora que lo he pensado mejor, creo que no ha estado bien por mi parte pedirte que vinieras y decirte lo de Janine.

Jarod sacudió la cabeza.

– Me alegro de que lo hayas hecho. Esta noche he tenido tiempo para pensar. El hecho de que ya no sea sacerdote no significa que no pueda ir a ver a Janine como amigo. Antes de volver a reunirme con Sydney, voy a ir a Cannon a hacerle una visita a Janine. Es lo menos que puedo hacer. Antes, le preguntaré a su marido si le parece buena idea.

– Te admiro mucho. Espero que siempre seas mi amigo.

– Sabes perfectamente que así será, Tom. Has sido como un padre… -pero Jarod no pudo continuar, tenía un nudo en la garganta y se levantó de la mesa-. Este desayuno tiene una pinta magnífica, pero no puedo comer y creo que lo comprendes.

– Por supuesto -el obispo también se levantó-. Llévate el coche que quieras. Lo único que tienes que hacer es pedirle las llaves a la secretaria.

– Gracias.

– Siempre rezaré por ti, Jarod.

CAPÍTULO 9

Jarod salió del comedor conteniendo las lágrimas. Una hora más tarde, se encontró con Rick a la entrada del hospital de Cannon.

– Janine está mucho mejor, Jarod. Me alegro de que el obispo te haya llamado. Yo quería hacerlo, pero no sabía si…

– Sé perfectamente por qué no me llamaste, Rick -lo interrumpió él-. Lo que ahora me preocupa es si decirle o no a Brent la verdad antes de entrar en la habitación de Janine.

Su amigo sacudió la cabeza.

– Los dos se alegrarán de verte, eso es lo importante.

– Eso espero.

Mientras se dirigían a la habitación, sonó su teléfono móvil.

– Sydney…

– Hola, Jarod. Por la voz, Jarod la notó emocionada.

– ¿Te ocurre algo?

– No. Llamaba porque creía que tú me ibas a llamar antes de que empezara las clases. Como no lo has hecho… Bueno, sólo quería saber qué tal estás.

Él inspiró profundamente.

– Estoy bien, pero no es un buen momento para hablar. Te prometo que te llamaré en cuanto pueda.

– En ese caso, no te entretengo más.

– Sydney… espera…

Pero ella había colgado.

Cuando entraron en la habitación de Janine, encontraron a Brent, su esposo, a su lado. Aunque éste pareció sorprendido de ver a Jarod en traje de calle, le dijo a su esposa inmediatamente:

– Cielo, tienes visita.

– ¿El padre Kendall?

Jarod se aproximó por el otro lado de la cama.

– Ahora soy Jarod Kendall.

Ella abrió los ojos.

– Entonces es cierto. Te vieron en el aeropuerto con tu prometida.

– Sí. He dejado el sacerdocio para casarme con una mujer tan maravillosa como tú -Jarod estrechó la mano de su amiga-. Brent te necesita igual que yo necesito a Sydney, así que tienes que ponerte buena.

– Lo sabía -murmuró ella haciendo un esfuerzo-. Y espero que seas muy feliz.

– Gracias, Janine.

Después de charlar unos minutos más, Rick y él se marcharon. Rick lo acompañó hasta el coche.

– Kay y yo estamos encantados de ir a la boda. Tomaremos un avión a Gardiner mañana al mediodía. Te llamaré cuando lleguemos al hotel.