Выбрать главу

– Perfecto. Cenaremos los cuatro juntos.

Su amigo se quedó mirándolo un momento.

– ¿Qué tal te ha ido con el obispo?

– La visita me ha servido para afianzarme en mi decisión.

– En ese caso, me alegro por ti. Hasta mañana.

De camino a Bismarck, Jarod llamó a Sydney, pero le salió el contestador del móvil. Dejó un breve mensaje para decirle que iba de camino a Gardiner y que la llamaría más tarde.

Pero sabía que necesitaba hacer algo especial. Algo que le hiciera ver a Sydney que lo más importante del mundo para él era ella…

Una idea empezó a cobrar vida en su mente y llamó al teléfono de información de Montana. Cuando llegó al aeropuerto para tomar el vuelo de vuelta a casa, sonreía al pensar en la reacción de Sydney.

En su aula, Sydney se preguntó si lograría llegar al final de la clase. Después de no recibir ninguna llamada de Jarod durante la noche, lo había llamado por la mañana. Él, al contestar, se había mostrado distante y preocupado y su brusquedad la había dejado destrozada.

En ese momento se dio cuenta de que no podía seguir engañándose a sí misma. Jarod debía de haber decidido volver al sacerdocio, iba a dejarla.

Sydney estaba a punto de preguntarle la lección a Mike Lawson cuando, de repente, un hombre vestido de payaso y con una caja rectangular de una floristería entró en el aula. Su presencia alteró a todos.

Debía de ser el cumpleaños de alguna alumna, pensó Sydney.

– Tengo un regalo para una persona. Os voy a dar una pista, sus iníciales son S.A.T.

Los chicos rieron y el payaso empezó a bromear con ellos, mientras los instaba a adivinar para quién eran las flores.

– Os voy a dar otra pista. Esta persona tenía un pony que se llamaba Pickle.

A los chicos el nombre les pareció gracioso. Sydney parpadeó. Cuando era pequeña, tenía un pony que se llamaba Pickle.

Las flores eran para ella. Sydney Anne Taylor. El corazón le latió con fuerza. Las flores debía de haberlas enviado Jarod, pero no podía creer que recordara un detalle tan insignificante.

Sydney se levantó de su asiento.

– La clase está a punto de terminar. Como no parece haber nadie con esas iníciales, será mejor que me dé la caja y yo me encargaré de que le llegue a su dueña.

Las gracias del payaso coincidieron con el timbre que anunciaba el fin de la clase. Sydney agarró la caja y todo el mundo salió del aula, excepto Steve.

El chico le sonrió traviesamente.

– Apuesto a que son para ti.

– Vamos a averiguarlo.

Excitada, Sydney abrió la tapa de la caja. ¿Qué demonios…?

El chico se quedó mirándola.

– ¿No te gustan?

– Sí, claro… -pero las lilas, en general, eran las flores de los funerales. El final. Para ella, no significaban nada bueno.

Entonces vio la nota. La levantó con manos temblorosas y leyó:

«Este corto viaje a Bismarck ha sido revelador. Antes de vernos, quiero que sepas que el camino que he elegido es el correcto. Jarod».

Sydney contuvo un sollozo para que Steve no notara nada.

«¿Lo que Jarod me está diciendo es que nuestro amor no significa nada para él?»

Del dolor tan intenso que sentía, no podía ni llorar.

– Sydney…

Ella sacudió la cabeza.

– Estoy bien, Steve. Es sólo que la persona que me ha enviado las lilas no sabe que soy alérgica a ellas. ¿Querrías llevárselas a tu madre?

– ¿Estás segura?

– Sí, completamente segura.

Al salir del instituto, su móvil sonó y vio que era Jarod, pero no respondió la llamada por el terror que le daba que le dijera que la boda se había suspendido. Dejó que el teléfono continuara sonando y se dirigió directamente a Old Faithful.

El vuelo había salido con retraso. Jarod salió del aeropuerto y se dirigió directamente a casa de Sydney. ¿Por qué no había contestado el teléfono? No sabía si había recibido las flores o no.

Agarró el volante con fuera mientras esperaba a que el semáforo se abriera para los coches. Fue entonces cuando vio el jeep de ella en dirección a Mammoth y a toda velocidad.

Él le había dejado un recado en el contestador diciéndole que, después de las clases, lo esperase en su casa. Lo pensó bien y decidió que ése no podía haber sido el jeep de Sydney.

Sin embargo, cuando llegó a casa de ella, no vio el jeep aparcado por ninguna parte y Sydney no estaba en casa. Quizá sí había sido el coche de Sydney el que había visto. Pero… ¿por qué no lo estaba esperando?

Decidió volver a llamarla por teléfono y sintió un gran alivio cuando ella contestó.

– ¿Sí?

– Sydney, ¿dónde estás? Llevo intentando localizarte mucho tiempo.

– He estado ocupada después de las clases.

Casi no le reconocía la voz.

– ¿Has recibido las flores?

– Sí.

Jarod frunció el ceño. Algo andaba mal.

– Si he interrumpido la clase… lo siento.

– No. Las han traído cuando la clase estaba acabando.

– Cariño…

– Si no te importa, estoy ocupada y no puedo seguir hablando. Quizá más tarde.

Jarod oyó el clic del teléfono. Sydney no se estaba comportando con normalidad.

Angustiado, Jarod marcó el teléfono de información del parque nacional y pidió que le pusieran con el jefe de seguridad.

Después de un minuto, le respondieron:

– Smith al habla.

– Larry, soy Jarod Kendall.

– ¡Hola! ¿Qué tal estás? -Me temo que no muy bien.

– ¿Qué te ocurre?

– No lo sé, pero estoy preocupado. Hace unos diez minutos he visto a Sydney en su jeep en dirección a Mammoth. Ha habido un malentendido entre los dos.

Jarod se aclaró la garganta antes de añadir:

– La verdad es que creo que algo no anda bien, Larry. Por favor, si tú o algún otro de los guardabosques vierais a Sydney, ¿os importaría avisarme? Voy de camino a la entrada norte, en busca de ella. Puedes llamarme al móvil.

– Ahora mismo enviaré un aviso. Si aparece en el parque, te aseguro que la encontraremos. Tranquilízate.

– Gracias. Te debo un favor.

– Para eso están los amigos.

A Jarod le había gustado Larry desde el primer momento y ahora sabía por qué.

Antes de llegar a Norris, Sydney oyó una sirena. Al cabo de unos segundos, se dio cuenta de que la estaban siguiendo a ella.

¿Qué demonios ocurría?

Se detuvo y se bajó del jeep inmediatamente. Se trataba de un par de jóvenes guardabosques de patrulla. Ella se acercó a su furgoneta mientras los jóvenes se bajaban.

– ¿Qué ocurre, chicos?

Los dos sonrieron traviesamente. Mientras uno de ellos llamaba por un móvil, el otro le dijo:

– Hola, Sydney. Smith nos ha dicho que te buscáramos y que, si te encontrábamos, te detuviéramos y registráramos tu coche.

– ¿Qué?

– Lo que oyes. Nosotros sólo estamos obedeciendo órdenes.

Con el ceño fruncido, Sydney volvió a su vehículo y abrió la puerta del conductor.

– Adelante, regístralo.

Los dos guardabosques empezaron a registrar el vehículo. Al cabo de unos minutos, Sydney vio un coche azul detenerse detrás de la furgoneta patrulla. ¿Jarod?

Casi se mareó al verlo avanzar hacia ella con sus largas y fuertes piernas.

Los guardabosques asintieron en su dirección y se marcharon. Transcurrieron unos segundos antes de que Sydney se diera cuenta de que aquellos jóvenes la habían detenido por petición de Jarod.

– No sé a qué estás jugando, pero te aconsejo que te subas al coche, des la vuelta y regreses a Gardiner -dijo Jarod muy serio.

Ella temblaba.

– ¿Cómo te has atrevido a meter a Larry en esto?

– Es evidente que no me conoces lo suficiente como para darte cuenta de que soy capaz de cualquier cosa en lo que se refiere a ti.