– Sí, claro que lo comprendo -dijo ella con furia-. Lo comprendí cuando recibí esas flores. No era necesario que te molestases de esa manera.
Jarod respiraba sonoramente.
– Creía que a las mujeres os gustaban las rosas.
– ¿Rosas? -gritó ella-. ¡Me has enviado lilas!
Jarod la miró fijamente.
– No. Te he enviado una docena de rosas de color rosa.
– ¿En serio me has enviado rosas? -preguntó ella con incredulidad.
– Puedes llamar a la floristería para comprobarlo si quieres.
– Tu nota venía con lilas.
– En ese caso, han cometido un error.
A Sydney le resultó dificultoso tragar.
– En ese caso… supongo que… que alguien ha cometido una equivocación. Jarod… no sé qué decir.
– No quiero que digas nada -respondió él muy serio-. Quiero que te metas en el coche. ¿O prefieres que te lleve a casa en el mío?
– No. Me reuniré allí contigo.
Los ojos de él se oscurecieron. Sydney se subió a su jeep, pero temblaba tanto que le resultó difícil meter la primera marcha.
Ahora que se había aclarado lo de las flores, ¿por qué estaba Jarod tan enfadado, cuando era ella la que estaba muriendo por dentro? ¿Acaso no se había dado cuenta él del daño que le había hecho al no llamarla desde Bismarck?
El trayecto hasta su casa fue agonizante. Una vez dentro, él cerró la puerta; después, cruzó los brazos sobre el pecho con expresión amenazante.
Aquel aspecto de Jarod era desconocido para ella.
– Dime una cosa, Sydney -le espetó él-. ¿Por qué me has rehuido? ¡Y quiero la verdad!
Sydney trató de mirar a cualquier parte menos a él.
– No lo comprenderías.
– ¡Pues haz que lo comprenda! -exigió él, dando un paso hacia ella.
– Como no llamaste ayer por la noche ni esta mañana, empecé a imaginar… cosas.
– Continúa.
Sydney casi no podía respirar.
– Jarod…
– La verdad.
– Tenía miedo de que no volvieras.
Jarod apretó los dientes y endureció la mandíbula.
– ¿Me creías capaz de hacerte eso?
Sydney sacudió la cabeza.
– No lo sé.
– Se supone que vamos a casarnos pasado mañana.
– Y yo llegué a creer que no habría boda.
– Porque supusiste que, de nuevo en Bismarck, cambiaría de idea y no querría casarme contigo, ¿verdad?
Sydney se pasó las palmas de las manos por las caderas con gesto nervioso.
– Tenía miedo del poder del obispo sobre ti.
La expresión de Jarod se ensombreció.
– Sólo hay una persona con esa clase de poder sobre mí. ¡Y esa persona eres tú y lo sabes!
– Es que aún me cuesta creerlo. Esta mañana, cuando te he llamado, llegué a la conclusión equivocada.
Jarod se pasó la mano por los cabellos.
– Por eso te mandé flores. Mi visita a Tom sirvió para afianzarme en mi decisión. Estaba deseando volver aquí para hablar contigo al respecto y lo que tenía que decirte no podía hacerlo por teléfono.
Sydney respiró profundamente.
– Sí, ahora me doy cuenta.
– ¿Sabes lo que más me duele? Que te marcharas al parque con la esperanza de que no te encontrara.
– No era eso exactamente, Jarod. Me sentía muy mal y quería ir a ver a Gilly para hablar con ella.
– Soy yo la persona con la que tienes que hablar. Voy a ser tu marido.
Sydney bajó la cabeza.
– Lo sé. Pero como has sido sacerdote…
– Soy simplemente un hombre -la interrumpió Jarod-. Soy un hombre a quien un amigo, que es obispo, le pidió que fuera a visitarlo.
Sydney alzó la barbilla ligeramente.
– Por favor, Jarod, no hables como si se tratara de algo sin importancia.
Jarod frunció el ceño.
– Crees que fui a ver al obispo porque estaba tentado de volver a la Iglesia, ¿verdad? De volver a la vida que había estado a punto de dejar por una mujer.
– ¡Sí! -gritó Sydney echando la cabeza atrás con gesto desafiante-. ¡Eso pensé!
El semblante de Jarod se endureció.
– Las rosas que te envié significaban que volvía a ti. Eran una forma de decirte que siempre sería tuyo. Pero si aún dudas de ello, no puede haber nada entre tú y yo, Sydney. ¿Quieres saber por qué quería verme el obispo?
Jarod se quedó mirándola durante unos segundos antes de continuar:
– Es cierto que el obispo quería que volviera al sacerdocio. Al presentársele la oportunidad, la aprovechó para hacerme reconsiderar mi decisión.
Sydney le lanzó una mirada alarmada.
– ¿Qué oportunidad?
– Un coche ha atropellado a la secretaria que me ayudó a buscarte. Creían que iba a morir. Ella había preguntado por mí. En fin, cuando llegué al hospital, estaba mejor.
– Menos mal…
– Janine es una amiga extraordinaria y también es una madre y una esposa maravillosa. El obispo me recordó que, al igual que ella, había otras personas que me necesitaban. Me preguntó si la mujer a la que yo amaba me necesitaba más que mis antiguos feligreses.
Jarod suspiró y prosiguió.
– Esta mañana, le he respondido que sí, que tú me necesitabas más. Me necesitabas para que tu vida estuviera completa. Le dije que a mí me ocurría lo mismo respecto a ti. Sin embargo, creo que estaba equivocado. No me necesitas lo suficiente para superar tu complejo de culpa o tu miedo a perderme. Me he entregado a ti por completo, pero no es suficiente para ti. Me da miedo tener que pasarme la vida intentando demostrártelo.
Jarod sacudió la cabeza y luego la miró fijamente.
– Así no se puede vivir, Sydney. Llamaré al pastor para cancelar la boda. Diles a tus amigos lo que quieras, yo avisaré a los míos -la mirada de Jarod se oscureció- Hay miembros de la junta directiva de AmeriCore que quieren deshacerse de mí. Van a conseguirlo sin tener que enfrentarse a nadie.
Jarod se dio media vuelta y se marchó del apartamento.
Sydney corrió tras él. Lo llamó, pero Jarod se metió en el coche y desapareció.
A Sydney el mundo se le vino abajo.
CAPÍTULO 10
– ¿Doctor R. Haroldson?
– Hola, Sydney, entra.
Sydney cerró la puerta del despacho del director del instituto y se sentó.
– ¿Qué tal el trabajo?
– Tanto los alumnos como los demás profesores son excelentes…
– Pero…
– Mi vida ha cambiado completamente. Mi prometido ha cancelado la boda hace algo más de una semana. Yo creía que podría sobrellevarlo, pero no puedo.
– Para eso están los días libres por cuestiones personales.
– Sí, por eso he venido -dijo ella en tono apenas audible.
– Como es fin de semana, creo que tendremos tiempo para encontrar un sustituto. Tómate libre la semana que viene, pero llámame para decirme cómo estás.
– Muchas gracias. He dejado instrucciones con los detalles de las clases en mi mesa del despacho. El sustituto no tendrá problemas en seguirlas.
– Si hubiera algún problema, ¿cómo podríamos ponernos en contacto contigo?
– Voy a estar en casa de mis padres, en Dakota del Norte -al menos, ése era su plan.
Jarod no había llamado. Tampoco había contestado a sus llamadas pidiéndole perdón. Debía de estar en Europa.
– Le dejaré el teléfono de mis padres y el de mi móvil -Sydney anotó ambos teléfonos y se los dio al director-. Gracias por ser tan comprensivo.
Él la acompañó hasta la puerta.
– Esperemos que el viaje a casa de tus padres te ayude.
Pero nada podía ayudarla.
Salió del instituto y fue a su casa directamente. Hizo las maletas y luego se marchó al aeropuerto. Ya había avisado a sus padres de que iba.
Eran las once de la noche cuando llegó a la casa de sus padres en un coche alquilado. Sin molestarse en sacar la maleta, subió los escalones del porche rápidamente.
La puerta de la casa se abrió.