– Buena idea, papá.
– No se han deshecho de todas las malas hierbas, pero las han reducido mucho. Además, me ha salido más barato.
Su padre se sirvió más asado.
– Ese tipo del departamento agropecuario sabía de lo que estaba hablando.
– Me alegro de que hayas seguido sus consejos, papá.
Su madre le pasó la ensaladera.
– Cuando acabemos de comer, Lydia quiere que vayamos a su casa a tomar el postre.
– Buena idea -hacía tiempo que Sydney no veía a sus tíos-. ¿Cómo está Jenny?
Su prima iba a tener su primer hijo. En California, ella había comprado un regalo.
– Estupendamente.
– ¿Saben ya cómo lo van a llamar?
– Joe -respondió su padre con una sonrisa.
Sydney asintió. El marido de Jenny se llamaba Joe, y ella siempre lo complacía. Hacían una buena pareja, igual que sus propios padres.
En general, su madre hacía lo que quería su marido; aunque, en el pasado, se había enfrentado a él en alguna ocasión. Pero pocas.
Mientras sus padres tomaban una segunda taza de café, Sydney se levantó y empezó a recoger la mesa. Su madre llevó las tazas vacías al fregadero unos minutos después.
– Algún día tú también te casarás y tendrás hijos.
Sydney contuvo su frustración. Después de tomar aire varias veces, se volvió.
– También puede que no. No cuentes con ello. «No cuentes con que vuelva a enamorarme».
Su padre se reunió con ellas alrededor de la pila.
– Dinos qué pasó con ese tipo de Idaho, Chip. Creíamos que ibas a casarte con él.
– No estaba enamorada de él. Por eso la cosa no acabó en nada.
– Enamorada de otro, ¿verdad?
Sydney no pudo mentir a sus padres.
– Sí.
– ¿Está aquí, en Cannon? -inquirió su madre.
A Sydney se le encogió el corazón. Todo lo referente al padre Kendall la hacía enfermar. Sobre todo, ahora que sabía que él no se encontraba bien.
– Cielo…
Sydney bajó la cabeza.
– ¿Os importa que cambiemos de conversación?
– Te sentirías mejor si nos lo contaras -insistió su padre-. Hasta que empezaste aquel trabajo de profesora en Cannon, siempre habías sido feliz.
Su madre la miró con preocupación.
– Ya que no puedes hablar de ello con nosotros, creo que deberías llamar al padre Gregson.
Sydney lanzó un gemido de frustración.
– Mamá, tengo veintiséis años, ya no soy una niña. El padre Gregson es un desconocido para mí. En cualquier caso, sería la última persona en el mundo que pudiera comprenderme.
– Sydney, por favor…
– Ya sabéis lo que opino de la Iglesia -por lo que a ella concernía, la religión sistematizada en un credo sólo servía para dar problemas en vez de aliviarlos.
De no ser por la Iglesia, el padre Kendall y ella… ¡No, no iba a pensar en eso!
Respiró hondamente y se volvió hacia su madre.
– Sé que para vosotros la Iglesia es un consuelo. Yo, sin embargo, prefiero solucionar mis problemas a mi manera.
– El pastor es un hombre extraordinario -continuó su padre.
– Si necesito ese tipo de ayuda, pediré una cita con el psiquiatra.
Sydney había vuelto a decir algo inconveniente. Sus padres no creían en la psiquiatría.
– ¿Ese hombre… está casado?
– ¡No! -gritó Sydney con agonía-. Y ahora, si me disculpáis, voy a cambiarme de ropa para ir a casa de la tía Lydia.
Antes de tomar la entrada norte del parque nacional de Yellowstone, en Gardiner, Jarod compró un mapa y lo examinó mientras desayunaba dentro del coche.
Recorrió con los ojos el gran trazado de unos doscientos veinte kilómetros en forma de lazo a través del parque. Desde ahí podía seguir hacia el sur, hasta Madison; desde allí, a Old Faithful, West Thumb, Fishing Bridge, Tower Falls, Mammoth y la zona de Norris Geyser.
También había carreteras que llevaban a otras regiones del parque. Su plan era detenerse en los lugares más señalados con la esperanza de ver a Sydney, ya que trabajaba allí. Prefería no preguntar a nadie.
De estar por ahí, sus cabellos dorados atraerían su mirada. Con uniforme o sin él, las largas piernas de Sydney y sus delicadas curvas llamarían su atención. Sólo preguntaría por ella si no conseguía encontrarla.
Al igual que otros visitantes, se mantuvo alerta por si aparecía algún bisonte. El tráfico de los sábados era lento; a ese paso, tardaría todo el día en dar una vuelta por el parque.
Cuando llegó a la parte superior de Geyser Basin, su paciencia estaba a punto de agotarse. No debería haberle sorprendido que la zona de Old Faithful pareciese un gigantesco estacionamiento de coches. Los turistas de finales de verano se habían congregado para ver el famoso geiser.
Una vez que encontró un sitio para aparcar, se colgó los binoculares al cuello y se bajó del coche. Mientras los turistas tenían las cámaras listas para disparar en el momento en que el geiser entrara en erupción, él empezó a caminar con un objetivo diferente en mente.
Llevándose los binoculares a los ojos, paseó la mirada por el mar de turistas. Por fin, convencido de que Sydney no estaba trabajando en esa zona, Jarod recorrió la corta distancia al centro de visitantes de Old Faithful.
Aparte de una tienda de regalos, descubrió un centenar de personas observando una película que uno de los guardabosques narraba.
Al volverse para marcharse, le llamó la atención un carteclass="underline" «Ayude a Construir un nuevo Centro de Visitantes para Old Faithful».
Jarod se aproximó a la sonriente morena. En la tarjeta de identificación que llevaba prendida de la camisa caqui se leía: «Cindy Lewis, ayudante de guardabosque».
La chica le sonrió.
– ¿Quiere que le explique por qué necesitamos un centro nuevo?
Si eso le ayudaba a encontrar a Sydney…
– Sí, gracias. Me interesa.
La sonrisa de ella se agrandó.
– El centro que tenemos ahora no suple la demanda de información, orientación y servicios educacionales. Como puede ver, esta construcción es demasiado pequeña para acomodar incluso a un pequeño porcentaje de los visitantes…
La chica continuó dándole toda clase de detalles. Al final, concluyó:
– Si le interesa más información, tome este folleto y léalo. Agradecemos cualquier tipo de donación. Jarod sacó algo de dinero de la cartera y lo metió en el sobre que iba con el folleto antes de devolvérselo a la chica.
– Ha sido una explicación excelente.
– ¡Gracias!
– De nada. ¿Hay más ayudantes de guardabosque como usted por aquí?
– Sí. Estamos distribuidos por todo el parque, pero pronto va a empezar el curso escolar otra vez.
– Es un programa excelente. ¿Tiene pensado hacerse guardabosque cuando acabe los estudios?
– Sí.
– Hace tiempo, conocí a una mujer que trabajaba aquí como guardabosque.
– Yo soy amiga de todos. ¿Cómo se llama?
– Sydney Taylor.
La chica parpadeó.
– ¡Sydney Taylor ha estado a cargo de todos los ayudantes de guardabosque durante todo el verano! Es la mejor.
Jarod sintió la adrenalina recorrerle el cuerpo.
– ¿Estamos hablando de la misma persona? Antes, trabajaba de profesora en el instituto de Cannonball, en Dakota del Norte.
– ¡Sí, la misma! Estuvo de profesora de inglés allí durante un año antes de venir aquí.
– La conocía bastante bien. Qué coincidencia, ¿verdad? -murmuró Jarod-. ¿Tiene idea de dónde está ahora?
La chica asintió.
– En California. Su mejor amiga, también guardabosque, se acaba de casar. Ha ido a su boda. Pero Sydney estará de vuelta el lunes.
Frustrado de que no estuviera allí, Jarod trató de disimular su desilusión.
– Me gustaría dejarle una nota. ¿Sabe dónde vive?
– Claro. Al otro lado del estacionamiento de coches, en la cabaña número cinco.