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– ¿Pero ésa es una regla fija?

– ¡De lo más fijo que hay!

Cuando tío Cleto volvió habiéndose dejado a tía Lourdes en el camino, los abuelos, que aún vivían, se mostraron muy compungidos.

– ¡Pobre Lourdes, qué desconsuelo habrá dejado en el corazón de Cleto! La finada valía poco, ésa es la verdad, pero podía haber durado más tiempo. Aquí en la fábrica le hubiéramos dado el ataúd que la esposa de un hijo se merece, arca inglesa n.° 1 en nogal con herrajes de bronce. ¡Pobre Lourdes, qué pronto fue llamada por Nuestro Señor a su presencia!

A tía Lourdes la echaron a la fosa común porque tío Cleto dejó pagado el entierro, sí, pero no la sepultura, en esto los franceses son muy mirados y el cónsul dijo que a él ni le iba ni le venía; morir en el extranjero es siempre desairado porque no se conocen los usos.

– ¿Los franceses son católicos?

– Sí, yo creo que sí, bueno, son católicos a su manera; los que son protestantes son los ingleses y los alemanes.

– Ya.

Los dos Gamuzos gemelos, Celestino Carocha, cazador, y Ceferino Furelo, pescador, son curas en San Miguel de Taboadela y en Santa María de Carballeda, ésta en término de Piñor; Furelo estuvo antes en San Adrián de Zapeaus, en Rairiz de Veiga, el pueblo del famoso guerrillero Celso Masilde, Chapón, que anduvo con la partida del Bailarín hasta 1948, en que cayeron todo sen una emboscada. Este Bailarín no tiene nada que ver con Esteban Cortizas, el otro Bailarín, armador de motoras de pesca y jefe local de Falange en Mugardos, donde los maquis lo mataron a tiros en 1946. Chapón también hizo la guerrilla por la comarca de Órdenes, con Benigno García Andrade, Foucellas, jefe de la IV Agrupación, a quien agarrotaron en La Coruña en 1951. Furelo va a visitar a Benicia todos los primeros y terceros martes de mes, el orden es el orden; Benicia tiene el joder alegre pero es muy respetuosa, siempre trata de usted a Furelo, bueno, a don Ceferino, y cuando se despide de él le besa la mano.

– Usted siga bien, don Ceferino, ¿disfrutó?

– Sí, hija, que Dios te lo pague, disfruté mucho.

Los curas también son de Dios, como las arañas, las flores y las niñas que salen pegando brincos de la escuela, y Dios sabe perdonar los pecados.

– ¡Apriete, don Ceferino! ¡No se retire! ¡Ay, ay!

Benicia tiene los ojos azules y los pezones como castañas, Benicia no sabe ni leer ni escribir pero va por la vida adivinándolo todo: el amor y el aburrimiento, la vida y la muerte, el gusto y el asco, lo que se dice todo. Raimundo el de los Casandulfes, en la cama, se da más arte que Furelo, se conoce que pasó por la universidad, eso siempre se nota; en Santiago, cuando estudiante, aprendió muchas habilidades en las casas del Pombal, en la Macana, en la Portuguesa y en Mamá Lola, una buena iniciación siempre predispone. Furelo es pescador y a Benicia suele llevarle alguna trucha.

– Toma, cuando hayamos…, bueno, tú ya me entiendes…, vas y fríes una para mí y otra para ti.

– Sí, don Ceferino, lo que usted guste.

Carocha es cazador, Carocha sacia su sed en otros abrevaderos.

– Fina.

– Mande, don Celestino.

– Te traigo un conejo para que nos lo comamos mañana noche.

– Es que le estoy con el mes, don Celestino.

– Tanto tiene, ya sabes que no te soy muy mirado.

Fina es viuda, morenita y cimbreña; Fina tiene treinta o treinta y dos años y es pontevedresa, divertida y libidinosa, vino hasta aquí hace algún tiempo y se quedó, de apodo le llaman la Pontevedresa y también Porca Marina, nadie sabe por qué.

– Oiga, ¿eso de libidinosa no queda un poco fuerte?

– Puede.

Dicen que Fina mató al marido a disgustos pero no es verdad, los cornudos resisten como leones. Fina mostró siempre mucha inclinación por el clero, se conoce que era su natural, en cuanto veía un cura que no fuese muy viejo, se le alegraban las pajarillas.

– Son muy hombres y además, como no tienen agobios, montan muy a lo bravo, da gusto con ellos.

Fina no es tan respetuosa con don Celestino como lo fuera Benicia con don Ceferino, también lo trata de usted pero a veces, en medio de la refriega, se olvida.

– ¡Pero qué cachonda me pones, cabrón…! Dispense, don Celestino, que Dios me perdone, es que me quita el aliento.

Nadie sabría repetir la canción que rechina en el eje del carro de bueyes que va por la corredoira avisando a la muerte para que escape, el lobo aúlla y el jabalí rebudia pero la silveira no se asusta jamás, se ve que es de carne brava y montesina.

– ¿Disfrutó?

Orvalla con fe, esperanza y caridad sobre el maíz y el centeno, sobre la virtud y el vicio en compañía, también el vicio a solas, sobre la vaca mansa y el raposo montes, a lo mejor orvalla sin fe, ni esperanza, ni caridad y no lo sabe nadie, tampoco atiende nadie, orvalla con devoción mientras el mundo sigue su rodar: un hombre presta a usura, una mujer se frota la conacha con un conejo muerto, un niño se muere de un entripado de ciruelas claudias, Robín Lebozán regala chocolatinas a Rosicler quien se empeña en seguir meneándosela al mono Jeremías, una niña se muere coceada por un caballo, Arquímedes dijo aquello de dadme un punto de apoyo, etc. Orvalla con equilibrio, también con aburrimiento sobre el mundo, más allá de la raya del monte ya no queda nada, todo lo borró Nuestro Señor cuando mataron a Lázaro Codesal en tierra de moros. El difunto marido de Fina se llamaba Antón Guntimil y anduvo siempre mal de salud, era enfermizo y delicado y además tatexo, le costaba mucho trabajo arrancar a hablar. Fina lo trataba desconsideradamente y se reía de sus debilidades, en esto no se portaba bien.

– Y para que lo sepas, que pareces papón: al franciscano de las misiones se le ponía más gorda que a ti, lo menos el doble. Sabía poco, bueno, eso es verdad, nadie nace sabiendo, pero tenía con qué aprender.

A Antón se le subió la sangre a la cabeza y le pegó un palo a la mujer, le pegó en las costillas; a él le dieron un sartenazo en mitad de la cara.

– ¿Tienes bastante, cornelas do demo?

Fina se marchó levantando una cacha como si fuera a ventosear, pisando fuerte y dando un portazo. ¡Qué modales!

– Ya me vendrás a buscar, si quieres.

La casa de la señorita Ramona está fuera de la aldea de Mesós do Reino, según se viene de Lalín a mano izquierda. Mesós do Reino es caserío de población reciente. Antes, a este grupo de casas le decían Mesós de Moire porque, cuando fuera de construir la carretera general Zamora-Santiago, la N-525, los primeros en poner algunos establecimientos y posadas eran del vecino lugar de Moire, también en término de Piñor, que queda a mano derecha, yendo hacia Castilla. El nombre de Mesós do Reino -y aun Mesones del Reino- le vino después y no guarda relación ni con el Reino de los Cielos, ni con el de Galicia, ni con el de España. El nombre se le puso porque el comerciante más fuerte del contorno se llamaba José Blanco García, de apodo Don José do Reino. La casa de la señorita Ramona no es muy antigua, no tendrá más de doscientos años, pero encierra mucha nobleza y misterio, muchas historias de pasiones, enfermedades y calamidades. La familia de la señorita Ramona es importante, por lo menos para el país, y en las familias importantes siempre están pasando desgracias. La madre de la señorita Ramona se ahogó en el río Asneiros, que tampoco lleva tanta agua, nunca se supo si queriendo o sin querer. El jardín de la señorita Ramona, con sus laureles y sus hortensias, llega hasta el río, en el que se puede resbalar y perder pie; a veces, Rómulo y Remo, los dos cisnes del estanque, se llegan hasta el río, la gente dice que arrastran la mala suerte. A Antón, el marido de Fina, lo mató el tren delante de todo el mundo en la estación de Orense.

– ¿Cómo no se apartó?

– ¿Y yo qué sé? El pobre no discurrió nunca mucho.

Fina ya le guisaba conejos a don Celestino en vida del marido. Fina siempre procuró complacer a los sacerdotes y ser amable con ellos. La casa de mi madre, bueno, ahora es la casa de mis tíos, está en Albarona, en la parroquia de San Xoan de Barran. Tío Cleto, cuando no duerme, toca la batería y bebe coñac de barril, lo compra, casi siempre al fiado y en espera de mejores tiempos, en la taberna de Rauco. Tía Jesusa y tía Emilita, cuando no rezan, murmuran.