– ¿Y orinan?
– ¡Uf, un horror! Tía Jesusa y tía Emilita llevan lo menos veinte años orinándose por ellas.
A mí me parece que tía Lourdes tuvo suerte quedándose enterrada en París, la verdad es que esto nunca se sabe; a los abuelos les hubiera gustado que muriese en Galicia, es la costumbre.
– Era poquita cosa, salta a la vista, pero otras que tampoco valen demasiado, aguantan más. ¡Vaya usted a saber los ataúdes que gastan los franceses! ¡A lo mejor son de cartón piedra!
Tía Jesusa y tía Emilita no le dirigen la palabra al hermano más que para preguntarle si cumplió con el precepto.
– ¡Iros a la mierda! ¡Yo baso mi conducta en el libre albedrío!
– ¡Jesús, qué modales!
Tía Jesusa y tía Emilita, cuando se cruzan con él, miran para otro lado y entonces tío Cleto silba para darles rabia.
– ¡Ay, santo Dios, santo Dios! ¿Qué habremos hecho nosotras para tener que cargar con semejante cruz?
Mis tíos no se hablan, se enzarzaron en una discusión sobre el sitio que habría de ocupar cada cual en el cementerio y acabaron insultándose gravemente, en voz baja, eso sí, pero gravemente. Tío Cleto, cuando ya las tenía muy nerviosas, les soltó un pedo descomunal, un cuesco demoníaco y retumbador, y entonces tía Jesusa y tía Emilita rompieron a llorar con desconsuelo.
– ¿Como si fuera el fin del mundo?
– Pues, sí, una cosa así.
Tío Cleto toca la batería de oído, lo hace bastante bien, y se anima silbando y canturreando, tío Cleto no teme a la soledad porque la espanta con el bombo y los platillos. Tía Jesusa y tía Emilita meriendan cascarilla con bollito maimón, que es barato pero de muy fino paladar. Fabián Minguela, Moucho, no puede entrar en estas casas: ni en la de los tíos, ni en la de la señorita Ramona, ni en la de Raimundo, ni en la de ningún Guxinde; aunque no hubiera pasado nada -y pasaron muchas cosas-, es mejor que se quede fuera. Y no es porque sea forastero, que más lo es el que le mandó poner los cuartos encima de la mesa cuando perdió la partida de chamelo, y nadie le mandó callar ni lo echó fuera; aquí no se tiene nada contra los forasteros. La séptima señal del hijoputa es la voz de flauta, Fabián Minguela tiene la voz atiplada de las esposas del Cordero que cantan en el coro de la catequesis. Don Jesús Manzanedo fue un asesino famoso, a pesar de tener el don; ahora lo más probable es que esté ardiendo en los infiernos para toda la eternidad y por los siglos de los siglos, amén. Don Jesús murió en la cama, sí, eso es verdad, pero con el cuerpo podrido y oliendo a muerto, los hijos se apartaban porque no podían con el olor y se ponían agua de colonia en el pañuelo, también murió con muchos dolores en la carne, tantos como remordimientos en el alma. Dios castiga sin palo y sin piedra y del Moucho, ¡no haberse metido!, no quedan ni los restos mortales, tampoco los guardaron bien.
– ¿Hace frío?
– No mucho, cualquier mañana hace más frío que hoy.
Benicia es una máquina de dar calor y compañía, también deleite, mira lo que te decimos: como te queremos bien, todos nos alegramos de que no sepas tocar ni el violín ni la armónica, Benicia es como un molino que no se detiene jamás.
– ¿Me alcanzas el periódico?
– ¿Para qué lo quieres?
– La verdad, para nada, ya lo leí.
Benicia es dulce como una loba parida, lo que le gusta es repartir el bien.
– ¿Me haces un sitio en la cama?
– Bueno.
Benicia puede contener la respiración durante más de un minuto y estallar después, es muy raro, guarda la respiración y tú la montas como si estuviera muerta, las muertas están frías pero ella no, ella quema como el fuego; cuando resucita de golpe y respira con más ansiedad que nadie, se arranca y te destroza las partes y la nuca, te da bocados en la nuca hasta el ánima bendita, hay que andar muy atento.
– Ciérrame las contras, que quiero dormir un poco.
A la señorita Ramona, de niña, la llevaron a los baños de mar porque tenía muy mala color, fueron a Cambados, en la ría de Arosa, donde vivían sus primos los Méndez Cotabad, que eran muchos y muy simpáticos y cariñosos, eran nueve y andaban siempre alborotando, pescando cangrejos y comiendo pan con miel, las dos pequeñas eran gemelas, Mercedes y Beatriz, con sus trenzas y sus gafitas, eran más malas que un dolor y se paseaban por los tejados sin que nadie les riñera.
– ¿Para qué? Esas chiquillas no se caen aunque las empujen.
En Cambados, entre la pleamar y la bajamar hay lo menos tres metros, quizá cuatro, y cuando bajan las aguas, los pesqueros se quedan varados sobre la lama del fondo, rodeados de cangrejos vivos, gaviotas busconas y gatos muertos, también hay casi siempre una gallina muerta. En Cambados vivían mismo en la línea del mar, en la fonda La Perla de Cuba, sucesores de Viuda de Domínguez; doña Pilar, la patrona, ponía muy bien. A la señorita Ramona, por aquellos años, siempre le llamaban Monchiña, ahora no se lo llaman más que a veces. A Monchiña la llevaban todos los días a las siete de la mañana, hay que aprovechar bien el tiempo, a La Toja, en Cambados no se puede uno bañar, la llevaban en la motora que hace la travesía, que es muy bonita y emocionante, con la proa cortando la mar y la estela a popa, que hace tan romántico, a veces se ven delfines; de La Toja vuelven en el viaje de las cuatro de la tarde. El tiempo bueno para los baños es después de que la Virgen del Carmen bendice las aguas, o sea pasado el 16 de julio. A Monchiña le daban tres tandas de nueve baños cada una, dejándole descansar tres días entre una y otra, con los baños tomaba emulsión Scott, reconstituyente de la sangre y del sistema nervioso. Antes de la temporada de baños, a Monchiña la purgaban tres días seguidos con agua de Carabaña para limpiarle bien el intestino y que los baños le probaran, después le dejaban tomar un boliche de gaseosa para quitar el gusto. La señorita Ramona recuerda aquellos tiempos con pavor, es más duro ser niña que ser mujer.
– Lo que más me gusta es que me metas en la cama, Raimundiño…, y no me metes en la cama desde hace una semana o más, de niña me aburría mucho, me aburría siempre, y ahora voy camino de vieja, ya no me falta nada para ser vieja. Ponte más coñac y dame otro poco a mí. ¿Por qué no me llevas otra vez a Lisboa?
Raimundo el de los Casandulfes no se explica cómo pudieron pegarle el ladillazo que le pegaron, el otro día pasó por Orense y se entretuvo un rato en casa de la Parrocha, es cierto, pero allí las mujeres suelen cuidarse. Raimundo no le dijo nada a nuestra prima Ramona, es difícil de explicar y además a las mujeres les suele dar mucho asco todo esto, les da como reparo; Raimundo se pone Ladillol, el parasiticida más eficaz y de efectos más rápidos, el más económico, también son recomendables el Aceyte Inglés, todos saben para lo que es, no mancha, huele a lavanda y sin molestias mata instantáneamente toda clase de parásitos, y el Aceite Brujo, tiene la ventaja de que no mancha siendo al mismo tiempo su olor muy agradable, Raimundo eligió el Ladillol porque es del país.
– Estoy preocupado porque a veces tengo como palpitaciones, me va el corazón muy deprisa.
– ¿No será que fumas más de la cuenta?
– No sé, puede que sí.
Al general don Rogelio Caridad Pita, jefe de la XV Brigada, lo fusilaron en La Coruña al empezar la guerra, más adelante se hablará un poco de esto; su hijo Paco, en 1941 o quizá en 1940, llegó de América para establecer contacto con la guerrilla pero fue detenido por las autoridades. Los Marvises de Briñidelo, Roque y sus tres hijos, Segundo, Evaristo y Camilo, anduvieron con la partida de Bermes y libraron con suerte porque pudieron volver vivos a casa. Estos parientes de la comarca de la Cela, al lado de la Padrenda, las dos con el río Limia por medio, no son ni gallegos ni portugueses y su lengua más tiene de portugués que de gallego, el español ni lo hablan ni lo entienden, la frontera no está muy guardada y el contrabando de ganado marcha bien, los niños en este confín van a la escuela en Paradela, al otro lado de la raya de Portugal, mis primos los Marvises de Briñidelo llegaron hasta Asturias con la partida de Bermes.