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Celestino Carocha, o sea don Celestino, el cura de San Miguel de Taboadela, tiene sus más y sus menos con Marica Rubeiras, la de los Tunos, una casada joven y bien parecida de la aldea de Mingarabeiza cuyo marido lleva los cuernos sin dignidad. Don Celestino se ve con Marica en el campanario, el sitio no es cómodo pero sí tranquilo.

– ¿Y ventilado?

– Eso, también ventilado.

Santos Cófora, Leitón, de sesenta y dos años y diez arrobas, al menos, en la romana, pretendía que su mujer, Marica Rubeiras, que no había llegado a la veintena, le guardara fidelidad conyugal.

– ¡Qué disparate!

– Hombre, no sé qué decirle, ¡por pretender que no quede!

Leitón no quería ni dar escándalo ni tampoco quedarse sin Marica, claro, pero llevaba tanta rabia dentro que ni sabía lo que discurrir para vengarse.

– Este maldito crego me la paga, ¡como hay Dios que me la paga!

A los familiares de Piñor los barrió la escoba del tiempo, que no se harta jamás de cosechar difuntos. Mi tío Claudio Montenegro, el pariente de la Virgen María, murió de viejo a poco de acabar la guerra; era un tipo curioso que jamás descomponía la figura, ni levantaba la voz, ni se extrañaba de nada, ni siquiera de los eclipses o las auroras boreales, durante la guerra hubo una aurora boreal. Cuando le dijeron que Leitón había ido a Orense a que le pegaran ladillas para vengarse del clérigo Carocha, lo encontró lo más natural.

– Se conoce que éste es un año de mucha ladilla, los campanarios están infestados de ladillas. ¡Que Dios nos proteja!

La abuela Teresa tuvo dos hermanas, Manuela y Pepa, y un hermano, Manuel. Teresa Fernández, Pinoxa, que vivía con su padre ciego, era hija de Manuela, y Claudio Otero, Restra, y su hermano Manuel, Cortador, eran hijos de Pepa. Tío Claudio era padre de dos hijas ciegas y muy desgraciadas y tío Manolo llevó más de media vida borracho; cuando murió tenía cerca de doscientas camisas por estrenar, se las mandaba su hijo Manolito que era dueño de un comercio en Montevideo. Manuela Fernández, Morana, era hija de Manuel y siempre nos quiso mucho porque la abuela le perdonó no sé qué deuda, a lo mejor era un foro. Las familias son como los ríos, que no se cansan nunca de pasar y pasar. La abuela Teresa era sobrina del santo Fernández. Fortunato Ramón María Rey, que después quedó en Ramón Iglesias, o sea el hijo bravo del santo Fernández, casó con Nicolasa Pérez y tuvo siete hijos: Antonio, que casó en Cuba con Josefa Barrera, su hijo José Ramón vive en Nueva York; Hortensia, que casó en Cuba con Julio Fuentes, sus hijos Delia, Maruja y Francisco viven en Nueva York; Mercedes, que casó en primeras con Ildefonso Fernández y en segundas con José Uceda; del primer matrimonio tuvo un hijo, Julio, que vive en Vigo casado con Dolores Ramos (tiene dos hijos, Alfonso, casado con Concepción, no me acuerdo del apellido, que vive en Barcelona, y Mercedes, casada con Maximino Lago, que vive en Vigo) y del segundo tuvo otros cinco: Maruja, casada con Justo Núñez, vive en Orense (tiene dos hijos, Justo y Jorge, que viven en Madrid), Antonio, casado con Aurora del Río, vive en Orense (tiene dos hijos, José Luis, casado con María Luisa González, y Roberto, casado con Elisa Camba), Matilde, casada con Román Alonso (tiene dos hijos, Carlos, casado con Pilar Jiménez, y Álvaro, soltero), José, soltero, que vive en Madrid, y Ramón, casado con Nieves Pereira, que vive en La Coruña. El cuarto nieto del santo Fernández es César, casado con Sara Carballo, ambos fallecidos, tuvo un hijo llamado César, es el único que lleva el apellido Rey, todos los demás se llaman Iglesias; César está casado con Benigna, tampoco me acuerdo del apellido, y tiene dos hijas, Lourdes y Raquel. Sigue Orentino, casado con Luisa Novoa, tiene dos hijas, Carmen, casada con Adolfo Chamorro, y Pilar, casada con Francisco Sueiro. La penúltima es María, viuda de José Dorribo, con cinco hijos: Angelines, casada con José Rodríguez; Rafael, casado con Aurora Pérez; Eulalia, soltera; Luisa, casada con Serafín Ferreiro, y Sara, casada con Arturo Casares. Y la pequeña, Herminia, viuda de Cándido Valcárcel, con cuatro hijos: Antonio, casado con Dolores do Campo, y María del Pilar, Matilde y Antonio, solteros. Las familias son como la mar, que no se acaba nunca y no tiene ni principio ni fin.

Orvalla sobre las familias y las personas y los animales mansos y silvestres, sobre los hombres y las mujeres, los padres y los hijos, los sanos y los enfermos, los enterrados, los desterrados y los viajeros. Orvalla igual que corre la sangre por las venas. Orvalla como crecen los tojos y los maíces, lo mismo que va un hombre detrás de una mujer hasta que la cansa o la mata de hastío, de amor o de calentura. A lo mejor el orvallo es Dios que quiere vigilar a los hombres de cerca, pero esto no lo sabe nadie. Pepiño Xurelo salió del manicomio gracias a los oficios de un médico, un abogado y un juez, ya es sabido que los jóvenes tienen inclinación a experimentos y teorías, que relacionaban las conductas con las hormonas.

– ¿Y eso cómo es?

– No sé, yo me limito a apuntar lo que me dijeron.

El médico, el abogado y el juez le preguntaron a Pepiño Xurelo si se dejaría capar (quien quita las gónadas quita el peligro) y él dijo que sí, que bueno, que tanto le daba. Los médicos, los abogados y los jueces dicen emascular.

– ¿Y no le hablaron algo del metabolismo y la descalcificación progresiva y dolorosa?

– Puede, no recuerdo bien.

Unos mueren de una manera y otros de otra distinta, en la guerra y en la paz, en la enfermedad, en el accidente y en el descuido, aquí no hay norma fija y tampoco está permitido elegir, no puede haber una regla general. Hay hombres que mueren defendiendo heroicamente un blocao, enarbolando una bandera y gritando patriotismos, pero también los hay a quienes se les para el corazón mientras se masturban con la mente poblada de ensoñaciones, en mi país no hay chumberas, planta hereje propia de tierra de moros: chilabas, higos chumbos, burros, lagartos, cabras y polvo, mucho polvo, no merece la pena venir hasta aquí para morirse. Los moros de la cabila de Tafersit son medio maricones, bueno, son también maricones, a ellos les da lo mismo. Lázaro Codesal tenía los ojos azules y el pelo como el pimentón, Lázaro Codesal se la menea dejando volar a Ádega en cueros, ¡qué bendición de Dios!, por dentro de la cabeza, es su costumbre, para esto de meneársela de memoria no hay como ser joven. Fue lástima que muriera Lázaro Codesal, unos muertos dan más pena que otros y también los hay que producen mucha alegría. Los Carroupos tienen una chapeta de áspera piel de puerco en la frente, es como la marca del ganado que rumia la yerba del veneno.

– ¿Tú distingues las yerbas venenosas?

– Sí, señor, por el olor y por el color y algunas también por el sonido, bueno, por el ruido que hacen cuando las bate el aire.

Gorecho Tundas va por el monte arriba con un ataúd a los lomos, una damajuana de petróleo y un saco de virutas.

– ¿A dónde vas, Gorecho?

– Voy al monte, a enterrar al Espíritu Santo.

– ¡Jesús, qué disparate!

– Bueno, ya lo verás cuando llegue la noche.

Cuando llega la noche Gorecho Tundas busca un sitio cómodo, una cueva llena de helechos en la que aún se rastrean las huellas de la raposa, se mete en el ataúd, se tapa con las virutas, se rocía el petróleo por encima y bien rociado y se planta fuego con un mixto: muere retorciéndose pero sin abrir la boca, se conoce que el Espíritu Santo le da fuerzas. Lo encontró Concha da Cona, que andaba por el monte poniendo lazos a los conejos.

– ¿Y cómo estaba?

– Pues hasta guapo, mire, muy quemadiño pero guapo.

La ocurrencia de Gorecho Tundas fue muy celebrada por todos.

– ¡La gente ya no sabe lo que discurrir para llamar la atención!

El hombre es un extraño animal que hace las cosas al revés, un animal que se lleva la contraria a sí mismo desde que nace. ¿Te gusta aquella mujer delgadita que va a lavar al río, la de la trenza? ¿Sí? Pues cásate y ya verás lo que es tener que aguantar a una pedorra, las mujeres se vuelven pedorras en cuanto se casan, bueno, al poco tiempo de casarse, nadie sabe a qué será debido, a lo mejor es una ley de la naturaleza. ¿Te gusta aquella mujer llenita que va a comprar pimentón a la tienda, la del pañuelo verde? ¿Sí? Pues mátala con un cartucho de postas o sal corriendo como alma que lleva el diablo, no vaya a ser que se te pegue como una lapa. ¿O como una ladilla? Eso, también como una ladilla, éste es buen año de ladillas. ¿No serán arañitas? ¡No, mujer, pareces tonta, qué han de ser arañitas, está bien claro que son ladillas! ¿Te gusta aquella mujer morena que lleva un cántaro de leche a la cabeza, la de la falda de vuelo? ¿Sí? Pues huye porque lo más probable es que sea un vivero de escorpiones, el hombre es una extraña bestia que juega a confundir. A Lázaro Codesal lo mataron a traición y sin darle salida, tirar a un mozo que se la está meneando tranquilamente debajo de una higuera es un hecho incalificable, un hombre no debe hacer esas cosas, la guerra es la guerra, sí, eso lo sabemos todos, pero en la guerra no se puede tirar al blanco, es una vileza, ni tirar por la espalda, ningún cadáver olió nunca tan mal como el de don Jesús Manzanedo, justo castigo de Dios, sus hijos lo rociaron con agua de colonia pero como si nada.