– ¿Va a ir usted al funeral de don Jesús?
– No; yo creo que es mejor que no salve su alma, olía demasiado a muerto.
El aparejador Celso Varela se toma un vermú todas las mañanas en el café La Bilbaína, a veces va también al bar La Superiora, su relación con Marujita terminó hace ya tiempo, aunque dicen que después volvió con ella. En la terraza del café La Bilbaína, un mes o mes y medio antes de empezar la guerra civil, hubo dos muertos a tiros; en el entierro hubo otros dos muertos más y las autoridades suspendieron las fiestas del Corpus. Los ánimos andaban soliviantados y la gente reñía a gritos y a palos, también a tiros, con la gente. Maruja Bodegón Álvarez, Marujita, leonesa de Ponferrada, era la cómica que apartó a Celso Varela de tía Emilita, bueno, cómica no era pero lo parecía. Celso quiso volver con tía Emilita, pero había pasado ya mucho tiempo y no pudo ser, estas cosas se enfrían y cuando se derrumban es muy difícil volverlas a levantar.
– No, no; yo me quedo con mi hermana Jesusa, yo he consagrado mi vida a la oración y a la caridad.
– Bueno, como quieras.
Baldomero Marvís, o sea Afouto, tiene una estrellita en la frente; no todos la ven, pero tener, ¡vaya si la tiene! La estrellita que lleva Afouto en la frente cambia de color, según: unas veces es roja como la espinela; otras, dorada como el topacio; otras verde como la esmeralda; otras blanca como un brillante, y así. Cuando a Afouto se le enciende la estrellita, no importa el color, unas veces es de un color y otras de otro, esto no lo sabe nadie, lo mejor es santiguarse y hacerse a un lado. Afouto manda en los Gamuzos, que son una nube, y en los Guxindes (otros les dicen Moranes), que son todavía más. Si el mundo no anduviera tan revuelto, por estos montes no se movería nadie sin permiso de Afouto, la raya del último monte se borró cuando mataron a Lázaro Codesal, pero las cosas andan desquiciadas y a Afouto le fue a cortar el hilo de la vida un desgraciado de familia venida de afuera, un muerto de hambre. El día en que a Afouto no se le encendió la estrellita, el demonio aprovechó para matarlo a traición. Por estos montes no se puede matar de balde, por aquí el que mata, muere, a veces tarda un poco, pero muere. Loliña Moscoso, la mujer de Baldomero Afouto, mantuvo encendida la llamita de la ley del monte: el que la hace, la paga, ¿no lo hizo?, pues que la pague, nosotros no tenemos por qué perdonar la sangre. Loliña Moscoso es guapa a lo bravo, cuando se cabrea está más guapa aún. A Afouto había que darle por la espalda y de noche, a Afouto no se le podía entrar de cara porque su mirar pesaba mucho, era un mirar de lobo. A Afouto lo mató un muerto del que nadie quiere acordarse, algunos ni pronuncian su nombre a ver si poco a poco se les olvida; el muerto que mató a Afouto mató también al difunto de Ádega y a diez o doce más, al muerto que mató a Afouto lo acorraló un pariente mío y fue a morir como un caballo viejo en la fuente das Bouzas do Gago. Cuando el lobo ataca, las yeguas forman un redondel con las cabezas para dentro, así defienden mejor a los potrillos, y lo reciben a coces, si le dan bien, lo estoupan. El griñón destronado no tiene defensa, tampoco tiene fuerzas para defenderse, y lo derrotan los lobos, primero lo derrotan y después se lo comen, lo que no quiere el lobo le va bien al raposo, y lo que deja el raposo vale para los cuervos, animalitos que son de resignado conformar, algunos cuervos silban la solfa con buen oído, en Allariz, hace ya algunos años, durante la dictadura de Primo de Rivera, vivía un republicano que enseñaba a los cuervos a silbar la Marsellesa, a lo mejor lo hacía para que rabiase el cura, se llamaba Leoncio Coutelo y era hermano del ciego Eulalio, alto y flaco como una espingarda y picado de viruelas, que tocaba a las señoras en las procesiones, como no veía se guiaba por el olor y no se equivocaba jamás. Ricardo Vázquez Vilariño murió en la guerra, le pegaron un tiro en el corazón (es un decir), esto es lo que tienen las guerras. Por estos montes anduvo el sacamantecas Manuel Blanco Romasanta, el hombre lobo que mató a una docena de fraile de personas a bocados. Felipiño o Tatelo, tuerto y con seis dedos en cada mano, sabía bien la historia.
El sacaúntos andaba con dos valencianos, don Jenaro y don Antonio, que también tiraban a lobo cuando perdían el sentido; de esto hace ya muchos años, cien o más, pero por aquí todo el mundo lo sabe. El sacaúntos mató a trece a bocados, nueve mujeres y cuatro hombres. Una noche en que la luna lo echó a lobo mató a Manueliña García, mujer con la que tenía un hijo, Rosendiño, al que también mató. A Manueliña la llevaba a Santander, que queda muy distante, en la mar de Castilla, donde iba a ponerla a servir en casa de un sacerdote, pero en el lugar que dicen Malladavella, en el bosque de la Redondela, le dio el pronto y los mató a los dos, también los medio devoró. Después estuvo tranquilo algún tiempo, tranquilo y distraído, hasta que se le volvió a borrar la luz y mató a Benitiña García, que era hermana de Manueliña, y a su hijo Farruquiño, que aún mamaba y tenía sabor a pescado, a éstos los mató en Corgo de Boy, que queda más allá de las Arrúas, antes de llegar a Transirelos. El sacaúntos no era muy grande, era más bien pequeño y además tenía los dientes podres. El sacaúntos hizo más muertos, Xosefa García era hermana de Manueliña y de Benitiña, aquella sangre se conoce que le tiraba, y murió en el camino de Correchouso. Y su hijo Xosesiño. Y Tonina Rúa y sus dos hijas Peregrina y Marica, que murieron en Rebordechao, a Tonina la quiso mucho el sacaúntos, estaba muy enamorado de ella y le enseñaba las partes cuando se cruzaban por el monte. También mató a otros cuatro: Xila Millarados, que pastaba puercos en Chaguazoso; Chucha Lombao Celmán, a la que atacó según se llega a As de Xarxes; Fuco Naveaus, un mozo que andaba a pájaros por Prado Alvar, y Benitoña Cardoeiros, una vieja que ya no valía para nada.
Felipiño o Tatelo sonríe con gratitud cada vez que alguien le paga un par de copas de aguardiente.
– Que Nuestro Señor se lo premie en la otra vida, amén.
Tanis Gamuzo cría mastines loberos, Kaiser, Sultán, Morito, perros bravos, fuertes y de confianza con los que se puede ir hasta el fin del mundo.
– Con estos animales, un hombre puede ir hasta el fin del mundo y no tiene ni que poner atención siquiera, con la carlanca bien en su sitio, a estos animales no los para ni un león.
Los perros de Tanis Gamuzo tienen el pelo como la seda (la lana es para los carneros) y son de color blanco con manchas castañas en la cara y en el cogote. Tanis se trajo sus perros de León, en Galicia hay perros simpáticos y listos y furabolos -el can de gando, el can de montaña, el can de palleiro, el can de presa-, pero no suelen ser de tan buena casta como los leoneses, se conoce que están más mezclados.