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– ¿Cuánto quieres por un cachorro de nueve semanas?

– Nada, yo no vendo perros, si me juras que lo has de tratar bien, te lo regalo.

A Tanis Gamuzo le llaman Perello porque discurre muy deprisa, parece una bicicleta, lo mismo el bien que el mal. Rosa Roucón es la mujer de Tanis Gamuzo y le da al anís, se pasa el día chupando anís de una cantimplora. El padre de Rosa Roucón se llama Eutelo o Cirolas y es el consumero de más mala voluntad que hubo jamás en Orense, no se recuerda otro peor.

– Ese va a acabar mal, ya verá, un día le van a meter un hierro por cualquier lado y además sin avisar.

Los paisanos temen a Cirolas y procuran no tener mayor trato con él.

– No es de confianza y tampoco tiene buenas intenciones, lo mejor es pagar el real y marcharse cuanto antes.

El año pasado, en casa de la Parrocha, Cirolas le escupió en la cara al ciego Gaudencio porque no quiso tocar la mazurca Ma petite Marianne.

– Yo toco lo que me da la gana; a mí me pueden escupir y pegar, eso es fácil porque soy ciego, pero lo que no pueden es obligarme a tocar una pieza sí no quiero; vamos, si no me da la gana. Esa música no la puede oír cualquiera y sólo yo sé cuando hay que tocarla y lo que quiere decir.

Marta la Portuguesa se negó a ir a la cama con Cirolas.

– Antes me muero de hambre. ¿Por qué no le escupes a tu yerno, cabrón? ¿Tienes miedo de que te pegue una hostia?

La Parrocha puso a Cirolas en la calle para evitar la bronca.

– Anda, vete por ahí a que te dé el aire, mamón, que eres un mamón, ya volverás cuando te hayas serenado.

Tanis Gamuzo tiene más fuerza que nadie, a él le da la risa la fuerza que tiene, cuando mozo era el terror de las romerías. Si no fuera por el anís, daría gusto con Rosa su mujer: es buena y decente, lo malo es el anís. Sus hijos andan sucios y con las botas rotas, son cinco y todos van a su ser y sin mayores cuidados de nadie. Tanis Perello tampoco se da mucha cuenta, lo suyo es chapuzarse con Catuxa Bainte, la parva de Martiñá, los dos en porreta, en la balsa del molino de Lucio Mouro, cuando la calor arrecia y la carne busca el refresco y el regodeo saludable. La parva de Martiñá no sabe nadar, cualquier día se ahoga mientras la enguilan a flote y a la sombra de los helechos.

– Sería gracioso, ¿verdad?

– ¡Hombre, no! ¡Pobre Catuxa! ¿A ti qué mal te hizo?

A Tanis Gamuzo, Perello, también le gusta columpiarse de las ramas de los carballos, así no se coge nunca la sarna, y pintar molinetes en el aire con el palo de las peleas, que es muy duro y lleva sus iniciales marcadas a punta de navaja.

– ¿Quieres que te parta en dos la cachola, como si fuera un níspero?

– No seas papón, Perello, no gastes esas bromas.

– Bueno. ¿Quieres que te pinche el vacío, como si fuera un neumático?

– ¡Calla, coño!

Ádega tiene muy pálido el semblante.

– ¿Se encuentra mal?

– No, espere que busque un poco de aguardiente.

Ádega no es ya ninguna moza pero aún anda derecha.

– Verá. El muerto que mató a mi difunto ya no descansó más, ni en esta vida ni en la otra, la sangre ahoga a la sangre y nosotros no tenemos por qué perdonar la sangre, es la ley del monte. La familia del muerto que mató a mi difunto no era de por aquí, pero bien sabe Dios que tuvo tiempo de aprender la costumbre. Los papeles en los que se dice de dónde era la familia del muerto que mató a mi difunto -su padre era de Foncebadón, llegando a Astorga- se los dejó robar Coxo de Marañís, el escribiente del juzgado de Carballiño, el que antes fuera carabinero y hubo de quedar rangado en una pelea con los contrabandistas de la parte de Pontedeva, a mi hermano Secundino, eso ya lo sabe usted porque se lo dije bien claro. Usted, don Camilo, es un Guxinde, bueno, un Morán, tanto tiene, y eso se paga, ya lo sé, pero también hay que defenderlo hasta con la vida. Algún día le contaré mejor cómo robé los restos de Moucho, que Dios confunda. ¡Cómo se cabrearon los Carroupos! ¿Hace otra copita de aguardiente?

La octava señal del hijoputa es el pijo fláccido y doméstico, en casa de la Parrocha las pupilas se reían del pirulí de Fabián Minguela.

– ¡Parece un angelito de la Purísima! ¡Parece un angelito de la Purísima!

Moncho Requeixo, o sea Moncho Preguizas, es un soñador, puede que tenga mucho de poeta.

– Si quiere le pinto ochos en el suelo con la pata de palo, a mí no se me cae ningún anillo por complacer a una señora.

Moncho Preguizas semeja un caballero en desgracia, un paladín venido a menos y también, ¡vaya por Dios!, hecho de menos.

– Mi prima Georgina, antes de enviudar de su primer finado, el Adolfito, ya se entendía con Carmelo Méndez, con el que casó más tarde, o sea cuando pudo. Mis primas Georgina y Adela siempre fueron muy aficionadas a los pecados, la vida es corta y hay que aprovechar. El casal de macho y hembra de jesusitos curados se me murió pasando el mar Rojo, yo creo que fue mejor porque mis primas se los hubieran comido fritos para darme rabia, bueno, para marear. A tía Micaela, ya sabe, la madre de mis primas, también le gustaba el roce, yo le estoy muy agradecido, cuando era pequeño me dejaba que le metiese la mano por el escote y que le palpara sobos y le hiciera cosquillas por los muslos, pero sin quitarse las bragas, tía Micaela no se dejaba quitar las bragas, en eso era muy supersticiosa. ¿Puedo tomar otro café? Muchas gracias. Mis primas, a veces, bailan el tango con la señorita Ramona y con Rosicler, la de las inyecciones, y mi prima Georgina, cuando se calienta, pide permiso para desnudarse. ¿Me puedo sacar la blusa? Haz lo que quieras. ¿Me puedo sacar el sostén? Haz lo que quieras. ¿Me puedo sacar las bragas? Haz lo que quieras. ¿Te gusto, Moncha? Cállate, tía puta, y túmbate en la cama. ¿Apago la luz? No.

Moncho Preguizas aflauta un poco la voz cuando cuenta el diálogo entre las mujeres.

– ¡Qué raras son las mujeres!, ¿verdad, usted?

– Hombre, según.

En el cementerio mana la fuente de agua milagrosa que borra la alfolesía sin tener que quemar la ropa a pedazos, es mejor que el agua bendita porque la bendice Dios antes de salir de la tierra, cuando todavía va por los conductos de la tierra entre topos vagabundos, cagulos cegatos y malas intenciones; le llaman la fuente del Miangueiro y su agua, si se usa bien fría, alivia las llagas de la lepra, ni las seca ni las cura pero las alivia.

– A mí me parece que todas las mujeres van al cielo derechas.

– A mí no; yo pienso que más de la mitad se condenan y acaban ardiendo en el infierno: unas por putas, otras por avaras y otras por asquerosas, las hay muy asquerosas, las francesas y las moras sin ir más lejos.

Llueve por encima del tejado de casa de la señorita Ramona, también alrededor, sobre los cristales de la galería, llueve sobre los rododendros y el ciprés y los mirtos del jardín que llega hasta el río, está todo mojado y la tierra tiene más agua que tierra, tres suicidas en algo más de diez años tampoco son demasiados: una vieja con más dolor del que pudo aguantar, un viajante de comercio que perdió hasta la hijuela jugando al cané (y eso haciendo trampas), una mocita a la que no le acababan de crecer las tetas.

– Tú y yo somos parientes, por aquí somos todos parientes menos la yerba tarela de los Carroupos. Si quieres, pido que nos hagan chocolate, ¿por qué no te quedas a cenar?

Don Brégimo, el difunto padre de la señorita Ramona, tuvo en vida muy buena mano para interpretar foxtrots y charlestones en el banjo.

– Mi padre fue muy bueno, ya lo sé, pero tenía venas, yo creo que era medio lunático, a mí que no me digan pero los tangos son mucho mejores y acompañan más.

Zalacaín el aventurero, de Baroja, es una novela muy bonita, tiene mucha acción y sentimiento, no recuerdo a quién se la presté, esto es lo que tiene prestar libros, que te quedas sin ellos, Robín Lebozán devuelve los libros, a lo mejor no se la presté a nadie y está en cualquier armario, la verdad es que esta casa anda manga por hombro.