La gente cree que los Guxindes y los Moranes somos los mismos pero no es así, la gente se confunde con esto de los parentescos, todos venimos de Adán y Eva (tía Emilita dice que las de Ponferrada, no, que las de Ponferrada descienden del mono y gracias), no todos los Guxindes son Moranes pero sí todos los Moranes somos Guxindes, la cosa no está muy clara, pero, ¡qué vamos a hacerle!, la verdad es que no está claro casi nada, los Moranes somos menos que los Guxindes, podríamos ser más, pero somos menos, Moranes somos los Portomourisco, los Marvises, los Celas y los Faramiñás, los otros también son parientes pero no Moranes, la importancia de unos y de otros es la misma y todos estamos bien alimentados. En las Manufacturas del Más Allá, la fábrica de ataúdes de los abuelos, trabajaba un italiano, nadie sabe cómo llegó hasta aquí, ya se murió, al que mis primos le pegaron el culo con lacre y se lo cosieron con bramante y después lo dejaron atado a un árbol cerca de la aldea de Carballediña, más allá de los frailes de Oseira. Olvidé ya cómo se llamaba pero lo que sí recuerdo es el cabreo que le entró cuando lo soltaron, la verdad es que tampoco tenía por qué aguantar bromas molestas. El esqueleto de la pobre tía Lourdes no se podrá recomponer hasta el día del Juicio Final porque en París la echaron a la fosa común. Tío Cleto toca el jazz-band de oído, lo hace muy bien, y cada 11 de febrero, que es la onomástica de su difunta, atruena al mundo con toda la herramienta al tiempo: el tambor, el bombo, los timbales, el pandero, el triángulo y los platillos, a lo mejor hay más; por don Jesús Manzanedo, aquel malvado con estudios que anduvo matando gente, no mandan tocar la música ni sus hijos.
– ¿Tú crees que Cabuxa Tola se atrevería a hacer las marranadas con un carnero?
– ¡Anda! ¿Y qué malo tiene? Peor es acostarse con Fabián el Moucho, ¡y ya ves! Una mujer, si sabe comerse el asco, puede resistir mucho, vamos, puede resistir toda la vida.
La novena señal del hijoputa es la avaricia, Fabián Minguela es pobre pero podría ser rico con lo que lleva ahorrado.
– ¿Y qué hizo con lo que ganó?
– Nadie lo sabe, a lo mejor no ganó tanto como dicen.
Hablando de música, don Brégimo Faramiñás Rocín fue buen amigo de don Faustino Santalices Pérez, éste era natural de Bande, admiraba mucho su sabiduría y la maña que se daba para cantar romances y tocar la zanfona.
– ¡Ésa sí que es arte distinguida y no esta trapallada del banjo! ¡Si yo supiera tocar el instrumento como el amigo Faustino, tiraba con el banjo por la ventana!
A don Brégimo lo que más le gustaba oír era el romance de don Gaiferos.
– Yo no sé cómo sería la Edad Media, toda llena de frailes pedichones, caballeros sarnosos, trovadores tísicos y peregrinos que andaban a la rapiña, todos de un lado para otro y sin confesar, esto fue hace ya muchos años, pero lo más probable es que fuera mejor que la Edad Contemporánea, a pesar de la radio y los aeroplanos y otros inventos, también es muy bonito el romance de Don Sancho.
Doña Pura Garrote, la Parrocha, se envuelve en un mantón de Manila durante las tormentas, en cuanto brillan los primeros lóstregos y empiezan a rodar los truenos, la Parrocha busca su mantón, a cada cual le da el miedo a su manera, se arrebuja cabeza y todo encima de una cama, es mejor que sea de madera que no de hierro, y aguanta a oscuras, quieta como una difunta, con los ojos cerrados y desgranando en voz baja la letanía de Nuestra Señora, hasta que se va el peligro; a ella, que siempre mira tanto por lo suyo, en estos momentos podrían desvalijarla sin que se diera cuenta. El mantón de la Parrocha es muy famoso, cuando doña Pura era joven se hizo lo menos veinte fotos de arte desnuda y con el mantón puesto; con una teta al aire y un florero, con las dos tetas fuera y ante un telón representando a las pirámides de Egipto, con las piernas cruzadas y tendida sobre un canapé, con las posaderas reflejándose en un espejo, con la escultural y mórbida espalda al descubierto y la torre Eiffel sirviéndole de fondo, etc., se las hacían en Studios Méndez, en la calle de Lamas de Carvajal, y a Méndez, que era el dueño, le pagaba en especie, ¡qué horror, cuánto tiempo ha pasado! El mantón de Manila de la Parrocha es de color crema y de fleco ancho y tiene lo menos trescientos chinos bordados con toda la gama del arco iris, cada uno con su carita de marfil, el canónigo don Silverio dice que son de celuloide pero no es verdad, son de marfil, unos paseando, otros haciendo equilibrios, otros resguardándose del sol con una sombrilla y así sucesivamente.
– ¿Cuánto valdrá el mantón de Manila de la Parrocha?
– No sé, para mí que un dineral; puede que sea el mejor mantón de Manila de toda la provincia de Orense.
A Pepiño Pousada Coires le dio la meningitis y ya no levantó jamás cabeza, morir no murió, es cierto, pero quedó algo tocado y además se le puso pinta de xurelo, a Pepiño le dicen Xurelo porque parece un xurelo. Pepiño Xurelo trabaja en la fábrica de ataúdes El Reposo, es ayudante de electricista y también se da habilidad con los embalajes; a lo que dicen, Pepiño Xurelo es mariqueiro, bueno, es maricón del todo, lo que más le gusta es palpar niños, a Simonciño o Pucho no lo dejaba en paz ni a sol ni a sombra, con los sordomudos es más fácil propasarse, eso no tiene ni mérito siquiera. Pepiño Xurelo tuvo la ocurrencia de casarse y su señora, la Concha da Cona, se le acabó escapando, es lo más natural y de sentido común. Pepiño Xurelo salió de la cárcel porque se dejó capar, a la ciencia se le debe tributo. Pepiño Xurelo no mejoró con la operación, los médicos, los abogados y los jueces dicen emasculación, que hace más fino y equilibrado, y además le dolían los huesos y la cabeza.
– ¿Te duelen los huesos, Pepiño?
– Sí, señor, un poco.
– ¿Y la cabeza?
– Sí, señor, también.
– ¡Pues no te toca más que aguantar!
– Sí, señor, ya veo.
A Pepiño Xurelo le pusieron hormonas para que mejorase pero no mejoró, a lo mejor se las pusieron para experimentar.
– ¿Y no pasaba miedo?
– Sí, mucho miedo; sólo se le quitaba si podía arrimarse a un niño y tentarle el culo. Cuando lo cogió la guardia civil le decía al sargento del puesto: Fue Simonciño que me enseñó el pipí para que se lo tocase, yo no quería tocárselo.
El bramar del eje del carro de bueyes que va por la corredoira se mete en los oídos y cuando ya no se oye, todavía se oye; al eje del carro de bueyes siempre le contesta otro, si falla le responde el eco y si el eco duerme, le habla Dios con sus violines. Benicia tiene los pezones como castañas, de duros y de color, Benicia es sobrina de Gaudencio, el acordeonista ciego de casa de la Parrocha.
– Gaudencio, te doy una peseta si tocas una mazurca.
– Según cuál.
Benicia no sabe ni leer ni escribir, ni falta que le hace; Benicia es alegre y va repartiendo vida por donde pasa.
– ¿Quieres echar un pulso? Si ganas, te dejo mamarme las tetas, pero si pierdes, me tienes que dejar tirarte del carallo hasta que pidas papas, ¿hace?
– No.
Benicia es una herramienta inventada para gozar pero también para hacer gozar. Benicia, en cuanto ahorra unos pesos, le compra un regalo a alguien: una cafetera, una caja de puros, un cinto, a los hombres hay que cuidarlos mucho.
– ¿Quieres que bailemos un tango?
– No; estoy cansado, métete aquí otra vez conmigo.
Benicia recibe la visita de Ceferino Gamuzo, Furelo, el cura de Santa María de Carballeda, todos los primeros y terceros martes de mes, nada se pierde con el orden.
– ¡Ay, don Ceferino! ¡Cada día que pasa me da usted más gusto! ¡Que Dios me perdone! ¡Apriete sin miedo!
A Benicia le gusta cocinar desnuda.
– ¿Y no le salta el aceite?
– No, ya tiene cuidado.
Benicia se da muy buena mano tanto para freír truchas como para guisar bertós rellenos de un picadillo de lomo, un poco de jamón, un diente de ajo, perejil, cebolla, especias y huevo, es plato fino y también de mucho fundamento. El clérigo Furelo es pescador y trata a Benicia con mucha cortesía, los pescadores suelen ser correctos. Benicia tiene los ojos azules y es como un molino de agua, que no se para jamás.