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– ¿Me haces un sitio a tu lado?

– Sí.

Benicia cuenta que San Roldán, cuando anduvo por el Barco de Valdeorras, por Petín y más por Rubiana matando sarracenos, se encontró con dos hermosísimas moras, mismo subiendo la sierra de Encina de Lastra, a las que no pudo dar alcance a pesar de que las persiguió con el caballo al galope, tan al galope que lo reventó; desesperado ante la huida de las bellas, San Roldán les echó la maldición y las dos se convirtieron en los Seixos Brancos, en las dos piedras de blanquísimo cuarzo que aún guardan el camino, una a cada lado.

– En los Seixos se me apareció la fantasma de San Roldán y aunque quise escapar no pude, bueno, tampoco quise porque estaba tranquila y a gusto. San Roldán hablaba un poco raro, para mí que no las tenía todas consigo.

– Y San Roldán, ¿te habló en castellano o en gallego?

– A mí me parece que me habló en latín pero se le entendía bien, no crea.

Ádega, la madre de Benicia, sabe muchos cuentos del país, muchos misterios, también toca el acordeón con limpieza y buen gusto, lo que mejor le sale es la polca Fanfinette.

– Su abuelo tuvo unos amores muy sonados que acabaron en sangre, Manecha Amieiros era una real hembra, su abuelo sabía elegir, bien plantada, con las piernas largas y el pelo como la seda, dicen que daba gusto verla, su abuelo mató a palos a Xan Amieiros, hermano de Manecha, eso es lo de menos, eso pasa a veces cuando dos hombres se pelean y no hay quien los separe a tiempo, lo mató en el recodo del Claviliño, pero se portó muy bien con Manecha, la moza se fue a la capital de España, puso una fonda y prosperó. Su abuelo anduvo unos años por el Brasil, antes de marchar le dijo a su novia formal, o sea la que después sería su abuela, ¿tú me esperas, Teresa? Ella le dijo que sí, que bueno, y entonces él se fue al otro lado de la mar. Anduvo de americano catorce años y a la vuelta se casó, no le había escrito ninguna carta a la novia, pero la palabra es la palabra. ¿Le pongo un poco de aguardiente?

La madre de Roquiño Borrén, el parvo al que tuvieron cinco años metido en un baúl de lata de colores, azul ultramar, color de oro, naranja, verde lechuga, no cría buenos sentimientos. La madre de Roquiño Borrén supone que los parvos tienen más de croios del monte que de personas y aun de bestias.

– Si Dios los hizo así será por algo, ¿no?

La madre de Roquiño Borrén, cuando se quema, o se le derrama el aceite, o se corta pelando patatas, le arrima una tunda al parvo para buscar consuelo.

– ¿Para qué miras, parvo, más que parvo?

La madre de Roquiño Borrén se llama Secundina y gasta más mala leche que nadie.

– ¡Ay, hija, qué cruz me mandó Nuestro Señor con este parvo de mis pecados! Prepárate, Roquiño, que has de cobrar, ¡ya verás, ya!

La madre de Roquiño fuma cuando no la ve nadie, fuma las colillas que recoge en la taberna de Rauco, es amiga de Remedios, la patrona, le lava la ropa, le ayuda en la matanza y le hace recados, también fuma hojas de magnolia. Secundina tiene un perro que come las colillas podres y está siempre borracho y como medio ido, el animalito también recibe lo suyo cuando al ama le dala vena. Dicen que Roquiño es así porque a su madre, por las noches, cuando lo estaba criando, le mamaba las tetas una culebra y el pobre pasó mucha necesidad; no digo que no pero a mí me parece que ya vino parvo al mundo, eso se les suele notar en la mirada.

– ¿Tú sabes para qué vale un patacón?

– Sí, señor, vale para las picaduras de las avispas.

Eutelo o Cirolas lleva el pelo cortado estilo cepillo, es cejijunto y gasta la frente estrecha, la verdad es que tiene mucha pinta ruin.

– Eutelo, me dijeron que Marta la Portuguesa no quiso acostarse contigo porque le escupiste a Gaudencio.

– El que diga eso es un hijo de puta, don Servando, usted dispense.

Don Servando no permitía que le hablasen con malas palabras.

– ¡Repórtate, Cirolas de mierda, que te arrimo un bastonazo que te escoño!

Eutelo se reportó porque don Servando era diputado provincial, Eutelo sabía medir bien las distancias.

– Eutelo, llégate al estanco y tráeme un librillo de papel de fumar.

– ¿Bambú?

– Mejor Indio Rosa.

A Fina lo que más le gusta es que la monten a lo bravo, para este oficio lo mejor es un cura de mediana edad, ni joven ni viejo, Celestino Carocha, el cura de San Miguel de Taboadela, es un verdadero artista en esto de domar mujeres en la cama, Antón Guntimil, el difunto de Fina Ramonde, el pobre tatexo al que mató un mercancías en la estación de Orense, jamás pudo con su mujer.

– El franciscano de las misiones calzaba un carallo doble que el tuyo, papón, que eres un papón.

Fina prepara muy bien el conejo estofado, a Celestino Gamuzo no le importa que esté con el mes.

– Tanto tiene, ya sabes que no te soy aprensivo.

Los franceses son católicos pero a su manera, no como nosotros los españoles, a tía Lourdes le pegaron las viruelas y después la echaron a la fosa común, después de muerta, claro, los franceses no se andan con rodeos y van a lo suyo. Tía Lourdes murió durante el viaje de novios, del tálamo nupcial a la tumba fría, parece el título de una novela de Ponson du Terrail, cada uno muere cuando y donde Dios quiere, los franceses le contagiaron las viruelas y tío Cleto no tuvo más remedio que enviudar.

Manueliño Remeseiro Domínguez empolló un huevo de cuervo en el sobaco, todo es cuestión de estarse quieto para que no escache, Manueliño Remeseiro Domínguez está encerrado en la cárcel porque mató a uno de un palo, mire usted que se reparten palos en las romerías, bueno, pues uno, se conoce que el que va envenenado, produce la desgracia.

– ¿Y siembra la calamidad?

– Eso, sí, señor. Y siembra la calamidad. Nadie sabe nunca por dónde van a salir los designios de la divina providencia, que son siempre caprichosos y mudadizos.

Se hizo un silencio y don Claudio Dopico Labuñeiro preguntó,

– Oiga, eso que acaba de decir, ¿a quién se lo copió usted?

– ¡Anda, qué pregunta! ¿Y a usted, qué coño le importa?

Manueliño Remeseiro Domínguez, cuando el cuervo salió del cascarón, lo cuidó muy esmeradamente y ahora el animalito le hace mucha compañía.

– ¿Cómo se llama el cuervo?

– Moncho, como un primo mío que murió de la tos ferina. ¿Le gusta?

– Sí, es un nombre muy bonito, lo que no sé es si pega.

– ¡Anda! ¿Y por qué no?

Por las mañanas, Moncho se cuela por la reja del ventanillo y sale volando.

– Da gusto verlo batir las alas; parece mismamente el demonio, de lo listo que es.

Por las tardes, poco antes de la puesta de sol, Moncho vuelve a la celda, no se equivoca nunca, y se le posa a Manueliño en la cabeza o en el hombro.

– ¿Y viene siempre?

– Sí, señor, yo creo que tampoco sabría ir a ningún otro sitio, y además siempre me trae algún regalo, un cristal, un caracol, una castaña…

Manueliño está enseñando a silbar a Moncho, ya sabe algunos compases de Ma petite Marianne, la mazurca que el ciego Gaudencio sólo toca en las ocasiones muy señaladas.

– ¿Quieres tocar esa mazurca, Gaudencio?

– ¡Calla, larchán!

Moncho también sabe decir ya algunas palabras, a Manueliño le gustaría que supiese saludar: buenos días, don Cristóbal; buenas tardes, doña Rita; buenas noches, Castora, que usted lo pase bien. Mamerto Paixón, un conocido de Manueliño, tiene un cuervo que se sabe los partidos judiciales de Orense por orden alfabético: Allariz, Bande, Carballiño, Celanova, etc. Es más fácil enseñar a hablar a un cuervo que aprender su lenguaje, los cuervos adivinan la lluvia, la enfermedad y la muerte, y hablan con setenta y tantos graznidos distintos, uno para cada sensación.