– Ahora lo que me gustaría es criar un jilguero, cantan la mar de bien, pero ¿de dónde saco yo un huevo de jilguero?
Adrián Estévez, natural de Ferreiravella, término municipal de Foz, es un buzo muy famoso, en la ría de Foz encontró un submarino alemán posado en el fondo y con todos los tripulantes muertos. A Adrián Estévez le llaman Tabeirón por lo valiente que es y lo bien que nada. Tabeirón es amigo de Baldomero Afouto y quiere que le acompañe a la laguna de Antela.
– En Sandias tengo un pariente que sabe fijo dónde cae la ciudad de Antioquía, como es de allí lo tiene que saber, yo voy contigo, en el agua no me meto pero voy contigo, la única condición que te pongo es que no mates ranas porque son primas mías, tú puedes reírte, no me importa, pero las ranas de la laguna de Antela son primas mías, te lo puedo jurar.
Baldomero Afouto tiene un tatuaje en el brazo que representa una mujer desnuda con una serpiente enroscada todo alrededor, la mujer es la buena suerte y la serpiente quiere decir las tres potencias del alma.
– No lo entiendo.
– Tanto tiene.
Tabeirón quiere bucear la laguna de Antela, esquivando las manchas de sangre de los romanos de Decio el Gallego y de los galeses del rey Artús, para robar las campanas de Antioquía.
– Ya sé que tienen tres maldiciones pero me compensa, las campanas de Antioquía valen una fortuna.
Una noche mientras trinaba el ruiseñor, plañía la lechuza y las estrellas titilaban en mitad del cielo, Tabeirón se echó al agua, iba completamente desnudo y llevaba la cruz de Caravaca pintada con almagre sobre el pecho.
– ¿No se te borrará?
– No, no creo, esto aguanta mucho.
En la orilla se quedó Afouto con una escopeta, nadie más le acompañó. Tabeirón salía cada minuto o minuto y medio a tomar aire y después volvía a hundirse.
– ¿Aguantas?
– Por ahora, sí, ¡mientras no me dé el frío!
A los cien solagos, a Tabeirón le dio el frío y tuvo que desistir.
– Las campanas no están hondas pero sí muy bien sujetas, en el badajo de la más grande hay un lobo ahorcado, ¡mira tú que es ocurrencia!, los peces lo llevan ya medio comido. Tú no digas a nadie por dónde anduvimos.
– Descuida.
A la criada muda y sin nombre de los Venceás la mataron los perros, fue un caso de desgracia. La criada muda y sin nombre de los Venceás puede que fuera portuguesa, por la pinta lo parecía, y preparaba el licor café mejor que nadie y con tanta ciencia como cariño. Dorinda, la madre de los Venceás, sintió mucho la muerte de la criada, a los ciento tres años se necesita ya que a uno le hagan algunas cosas.
– ¿Nos llegamos a Orense, a quitarnos el frío en casa de la Parrocha?
– Bueno.
La criada muda y sin nombre de los Venceás, allá por los años del gobierno del maragato don Manuel García Prieto, el yerno del santiagués don Eugenio Montero Ríos, bueno, no era maragato sino astorgano, es casi igual, tuvo un hijo con un cabo de la guardia civil que gastaba corsé y se llamaba Doroteo.
– ¿De dónde era?
– No sé; él decía que de la parte de Celanova, o sea de Ramiranes, pero para mí que era de Asturias y no lo quería decir, ya sabe usted que hay gente muy maniática.
Doroteo hacía gimnasia sueca y recitaba La canción del pirata, de Espronceda, con muy buena voz: Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela…, Doroteo no era aficionado a frecuentar tabernas ni romerías y, cuando estaba franco de servicio, se quedaba en la casa cuartel leyendo versos de Espronceda, de Núñez de Arce, de Campoamor y de Antonio Grilo. Al cabo Doroteo también le gustaba el trato carnal con las mujeres, como suele decirse, había elegido a la criada de los Venceás porque era discreta y no se iba de la lengua, bueno, no se iba de la lengua porque era muda más que porque fuera discreta, pero esto es igual. El bigote de Doroteo, un bigote a lo kaiser muy orgulloso y de buena traza, llamaba mucho la atención a las mujeres. La muda estaba coladita, lo que se dice coladita por Doroteo y, cuando lo sentía encima y escarbándole, prorrumpía en unos extraños gruñidos de complacencia y regalo.
– ¿Como una rata?
– Pues, no; más bien como una oveja.
El hijo de Doroteo y la muda tiene ahora un taxi en Allariz y se defiende bien y a satisfacción, su señora es comadrona y sus tres hijos estudian en Santiago: la hija, farmacia, un hijo, magisterio, y el otro, medicina. Manueliño Remeseiro Domínguez tuvo peor fortuna y ahora se ve privado de libertad, en esta vida unos tienen más suerte que otros.
– ¿Cuándo sale?
– Depende.
Por los montes de Agrosantiño anda una raposa que no mata más que pollitos tomateros, las gallinas no le gustan, se conoce que las ve viejas.
– ¡Coño, qué raposa más señorita! ¡Antes eran más bravas y de mejor conformar!
– Sí; antes, sí.
Don Claudio Dopico Labuñeiro vive en la fonda de doña Elvira y, a lo que dicen, está liado con ella pero en secreto, don Claudio también tiene que ver con Castora, la criada a la que a su vez obsequia don Cristóbal.
– ¿Obsequia?
– Bueno, usted ya me entiende.
El cabo Doroteo, además de recitar poesías, toca el arpa, los valses son las piezas que mejor se le dan. A Manuel Blanco Romasanta, el sacaúntos que se convertía en lobo y mataba a la gente a bocados, lo libró de morir en garrote el médico chino, que no era ni médico ni chino sino hipnotizador e inglés, se llamaba Mr. Philips y estaba de profesor de electrobiología en Argel; el médico chino escribió una carta que armó gran revuelo al ministro de justicia español y la reina Doña Isabel II, al enterarse de los avances de la ciencia, indultó al reo. Los lobos aguantan mal el cautiverio y Manuel Blanco Romasanta, al año de estar cautivo, murió de la tristeza que ocasiona la falta de libertad, hay personas que son muy sensibles al encierro y reaccionan hasta con la muerte, a los gorriones también les pasa. En la parroquia de San Verísimo de Espiñeiros, en Allariz, se estuvo diciendo una misa por el alma del hombre lobo todos los 29 de febrero, o sea en cada año bisiesto, hasta que se perdió la costumbre con la guerra civil. La campana de San Verísimo de Espiñeiros es tan noble y agradecida que toca a gloria cuando le da el sol, la gente que no lo sabe se confunde.
– Tío Cleto.
– Dime, Camilito.
– ¿Me das diez reales?
– No.
– ¿Y seis?
– Tampoco.
La casa de mis tíos está en Albarona, toda cubierta de yedra y de guisante de olor, es una casa espaciosa y de buen ver, ahora casi en ruinas.
– ¿Te acuerdas de aquel mirlo que le robaba la comida al ciego de Senderiz? Era el peor ciego del mundo y Dios lo castigó mandándole un pájaro que le robase la comida, a poco se muere de hambre.
Don Claudio Dopico Labuñeiro es maestro de escuela y, según parece, se entiende con doña Elvira, la patrona, algo de esto ya quedó dicho.
– Castora es una puta, ya lo sé, pero tiene treinta años menos que yo y eso manda mucha fuerza, no la echo a la calle porque así te tengo sujeto, ¿tú me querrás siempre?
– Mujer, siempre, siempre, lo que se dice siempre… ¡cualquiera sabe!
Doña Elvira y don Claudio sólo se tutean en la cama, conviene guardar las apariencias. A don Claudio no le resulta fácil acostarse con Castora, doña Elvira los tiene muy vigilados a los dos, lo que sí puede es palparle las tetas y el culo cuando se cruza con ella por el pasillo.
– Estése quieto, don Claudio, ¿qué saca usted con esto?, ya tendrá todo cuando llegue el domingo.
Don Claudio y Castora se ven los domingos por la tarde en un almacén de coloniales que hay en la carretera de Rairo, el dueño es amigo de don Claudio y le da la llave, tienen hasta una cama turca y un aguamanil. A don Cristóbal, doña Elvira lo deja más suelto porque tampoco está enamorada de él.