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– Tú ni vuelvas por aquí, no se te ocurra, y tú tómate un café y mantén la calma, hoy va a haber mucho trabajo porque llegó una compañía de italianos.

Don Venancio León Martínez, actuario mercantil, genealogista y numismático, es medio enfermizo y medio hijo de puta, también se pasa la vida chupando pastillas de café y leche de la viuda de Solano y tiene malos pensamientos, don Venancio se suicidó en el cementerio municipal de Nuestra Señora del Carmen, es como llaman al camposanto en Logroño, casi nadie lo sabe, el cementerio queda en el camino de Mendavia, yendo por el puente de Piedra no hay que salvar el Ebro Chiquito, más allá del matadero, de la fábrica de electricidad y de casa de la Leonor, don Venancio se pasó antes por casa de la Leonor y le echó un polvo de gallo a la Modesta, un polvo a bote pronto y sin mayor esmero, la Modesta lo vio como distraído.

– Don Venancio estaba algo raro, no quiso que le remojara las partes con permanganato y se puso a rezar el Señor mío Jesucristo, también tenía arcadas y bizqueaba un poco, a lo mejor es que le dolía algo, la cabeza o una muela, vaya usted a saber.

Don Venancio era aficionado a la música y tocaba el arpa con buen pulso, él escribía harpa, con hache.

– ¿No le recuerda a usted al rey David?

– Pues, no, a mí, no; a mí me recuerda a Mary Pickford.

Don Venancio no mató gente pero rapó mujeres, un montón de mujeres, todas rojas, daba mucha risa, rapaba mujeres y después se la meneaba.

– ¡También es gusto! ¿Y qué sacaba con eso?

– Pues no sé, y lo malo es que ahora tampoco podemos preguntárselo.

Don Venancio empezó a criar quínolas y rarezas cuando se marchó monseñor Múgica, obispo de Vitoria, de zona nacional, esto debió ser hacia mediados de octubre, don Venancio era muy sensible y muy buen católico y desde el incidente jamás levantó cabeza.

– Mira, Modesta, esta libra esterlina de oro se la das a tu madre cuando se ponga el sol, no antes, es regalo mío, dile que la esconda bien escondida y que no se la enseñe a nadie.

Don Venancio llegó al cementerio a eso de las seis de la tarde, se arrodilló ante la sepultura de sus padres, don Miguel y doña Adoración, y les rezó un rosario con mucha calma, misterios dolorosos, nada de misterios gozosos o gloriosos; cuando empezó a oscurecer se metió en un nicho, se quitó los pantalones y los calzoncillos, se sobó las pegajosas partes humilladas y se bebió el veneno con una botella de vino tinto de Franco Española, la bodega no queda lejos, don Venancio ya no volvió a abrir los ojos pero se conoce que hizo algún extraño porque se le salió la dentadura postiza.

– ¡Mire usted que es ocurrencia!

– Pues sí, este don Venancio fue siempre un poco raro, ésa es la verdad.

Robín Lebozán se despertó medio mareado y con quebranto de huesos.

– ¿Quieres que te dé una aspirina con un plato de sopa?

– No, mejor con café con leche, dame un café con leche.

A Robín Lebozán le entró un temblor por todo el cuerpo, la señorita Ramona le puso en la cama dos mantas más y le preparó un caneco de agua caliente para los pies.

– Eso es que te va a subir la fiebre, tú estate quieto, cuando rompas a sudar te encontrarás mejor… ¡Es lo único que nos faltaba para dar que hablar a la gente!

Robín Lebozán tardó en sanar tres días, llegó a tener mucha calentura y a desvariar.

– ¿Dije demasiadas tonterías?

– No, las de siempre, me hiciste una escena de celos y me llamaste esposa infiel…

La señorita Ramona sonrió con gesto muy ponderado y sabio.

– Yo nunca pensé casarme contigo, Robín, yo casi nunca me hago vanas ilusiones de nada.

Y Robín Lebozán le respondió con una sonrisa galante.

– Perdóname, Moncha, se conoce que yo sí lo pensé, ¡qué quieres!, yo me paso la vida haciéndome vanas ilusiones de todo.

Al artillero Camilo le dieron el canuto y lo mandaron a casa, no hay mal que por bien no venga y aquí el que resiste gana, a resultas del tiro que le pegaron en el pecho, ¡Dios qué zurriagazo le retumbó en la nuca!, fue cuando le sacaron el Sagrado Corazón por la espalda, los médicos no estuvieron demasiado mañosos con la anestesia ni tampoco demasiado rápidos con el bisturí ni con el papeleo, las cosas de palacio van despacio, claro, se conoce que tenían mucho agobio, en el Gobierno Militar le dieron un papel con dos o tres sellos de color morado: Expido pase de orden del Excmo. Sr. General del VI Cuerpo de Ejército a favor del Sold.° de Art.a Reg.° 16 Ligero Camilo N. N. para que desde esta plaza se traslade a Negreira (Coruña) con objeto de fijar su residencia por haber sido declarado inútil para el servicio de las armas por el Tribunal Médico Militar de esta Plaza, haciendo el viaje por ferrocarril y cuenta del Estado. Se ruega a las autoridades del tránsito no le pongan impedimento alguno en su viaje, antes bien se le faciliten los auxilios y raciones que se expresan y le correspondan. Logroño, 21 de junio de 1937, 1 Año Triunfal. El Gobernador Militar, firmado ilegible.

– ¿Y por qué no lo pasaportaron para Padrón?

– No sé, puede que anduviera escapando de una novia con la que no quería casarse, vaya usted a saber.

El brigada que le entregó el documento sonrió con mala leche y le dijo,

– ¡Hay que joderse! Para ti ya se acabó todo esto y estás como una rosa, en fin, que de provecho te sirva, todos los golfos tenéis suerte.

– Sí, señor.

De repente parece como si estuviéramos hablando de la conquista de la Mesopotamia. Don Brégimo, el padre de la señorita Ramona, no quiso que lo enterraran con dolor ni aburridamente, don Brégimo tuvo siempre mucho respeto a la vida, tocaba al banjo foxtrots y charlestones y mandó disparar fuegos de artificio en su entierro. Robín Lebozán le dijo a la señorita Ramona,

– A ti te salvó tu padre, tú sabes bien que a mí nadie pudo salvarme del hastío, esto es muy doloroso, Moncha, muy doloroso, te lo juro.

Mi tío Claudio está muy viejo pero ve todo con serenidad, a él ya ni le va ni le viene nada de cuanto pueda acontecer en este bajo mundo.

– Son todos unos aventureros, hijo mío, la aventura también puede justificar la vida de un hombre, eso es verdad, mira Cecil Rhodes, por ejemplo, o Amundsen, el conquistador del Polo Sur que murió en el Polo Norte, pero eso es otra cosa, lo malo es ir sembrando la muerte, España no es un matadero, esos falsos héroes de la mierda no quieren trabajar y prefieren correr la aventura, propiciar el milagro y desafiar a Dios y a sus designios. A ti lo más que te puede pasar es que pierdas la vida, todos hemos de perder la vida tarde o temprano, pero ellos perderán antes la dignidad, tú ya me entiendes, el decoro, porque después de la aventura vendrá el hambre, pasa siempre, y después la miseria de las almas, la almoneda de las conciencias.

Raimundo el de los Casandulfes se puso peor, se le hinchó la pierna y le subió la temperatura a 38,5 y lo tuvieron que hospitalizar de nuevo, esta vez en Nanclares de Oca.

– ¿Conoce usted a alguien en el hospital de Nanclares de Oca?

– Sí, ¿por qué?, yo en casi todas partes conozco a alguien.

– ¡Caray, qué tío! ¡Los hay con suerte!

En el hospital de Nanclares de Oca, Raimundo el de los Casandulfes hizo amistad con el cabo de requetés Ignacio Aranarache Eulate, Pichichi, para quien llevaba una carta de presentación de don Cosme, el fondista del bombardino.

– ¿Cómo está doña Paula?

– Muy bien, gobernando su fonda, como siempre.

– ¿Y la Paulita? ¡Qué fea es la puñetera!

– Pues también bien, el mes pasado tuvo un cólico.

– ¡Vaya por Dios!

Sobre Orense, a muchas leguas de aquí, descarga la tormenta, la Parrocha se envuelve en su mantón de Manila cuajado de chinos con la carita de marfil, lo menos trescientos chinos, puede que más, y reza la letanía de Nuestra Señora, turris davídica, ora pro nobis, turris ebúrnea, ora pro nobis, domus áurea, ora pro nobis, el de la Parrocha puede que sea el mejor mantón de Manila de toda la provincia y aun de la España nacional entera, ni la Pepita de Zaragoza, ni la Lola de Burgos, ni la Apacha de La Coruña, ni la Petra de Salamanca, ni la Chiclanera de Sevilla, ni la Turca de Pamplona, ni la Madrileña de Badajoz, ni la Bizcocha de Granada tienen ninguno ni parecido siquiera, el de la Parrocha es mucho mantón.