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– Este puñetero Gaudencio toca muy bien el acordeón, ¡ya lo creo!, lo toca mejor que nadie en el mundo.

La Clarita se quedó sin padre, el hijoputa de don Jesús, pero también sin novio, el desgraciado de Ignacio Araujo Cid, que no pudo aguantar el asco y se dejó matar en la guerra, lo probable es que se haya dejado matar, los hijoputas mandan en la vida del prójimo y lo matan con muy venenosa alegría y los desgraciados mueren y se dejan matar con tristeza, con cauta tristeza avergonzada, don Jesús y su frustrado yerno también iban a veces por casa de la Parrocha, la gente necesita desahogo y se lo busca, claro es, quien me parece que no estuvo nunca en casa de la Parrocha fue el artillero Camilo, no sé por qué digo esto porque tampoco está muerto, él es de muy lejos de aquí y no viene casi nunca por Orense.

– ¿Va más por Pontevedra?

– Sí y por Santiago, sobre todo por Santiago, los de Padrón son medio santiagueses.

Los otros que quedan dichos están ya muertos y enterrados, que Dios les haya dado su perdón. Y más que no se dicen porque las cosas quieren su fin, tampoco todos los muertos habían sido clientes de la Parrocha, hay algunos que no, en Orense hay otras casas de putas, el P. Santisteban, S. J., en sus iracundos sermones, les llama lupanares, ramerías y casas de lenocinio.

– Tienen lo menos cien nombres más, pero ese fantasma no los sabe.

La mayor parte de la gente lleva dentro un traidor, eso tampoco importa demasiado porque es una característica del hombre, una característica conocida, basta con saberlo, cuando a don Casto Borrego Sánchez-Puente le bajó el ácido úrico, le bajó también la agresividad, antes no había Dios que lo aguantara, las mujeres de casa de la Parrocha le tenían verdadero pánico y la misma Parrocha, con ser tan echada para adelante, tampoco se atrevía con él, era mejor que se fuese sin pagar, a don Casto lo atropelló una noche un automóvil, no lo mató pero le partió las dos piernas y además el conductor no le prestó auxilio, don Casto dice que era italiano, que todos los que iban en el coche eran italianos, ¡vaya usted a saber!, lo recogió el sereno y pudo llevarlo medio a rastras hasta la casa de socorro; se conoce que de la impresión, don Casto se escagarruzó por los pantalones.

– Oiga, doña Pura, ¿se acuerda usted de aquel tenientito de bigote que se llamaba Fermín Pendón Paz y era malagueño? Sí, mujer, aquel que en vez de ocuparse se la cascaba en el salón para ahorrarse los cuartos.

– ¡Ah, sí, ya recuerdo! ¿Qué le pasó?

– Pues nada, que lo mataron anoche de un botellazo, le dieron con una botella de gaseosa de las grandes y lo dejaron sequito, lo que se dice sequito.

– ¡Pobre! ¿Y dónde fue?

– En medio de la calle, saliendo de casa de la Caballa Tuerta, se armó un gran revuelo y está interviniendo la justicia militar.

– ¡Vaya por Dios!

Raimundo el de los Casandulfes le dijo a Robín Lebozán Castro de Cela,

– Te toca a ti convocar a los parientes en nombre del tío Camilo, yo creo que hay que llamar a los Moranes, claro, pero también a los Guxindes, es igual que seamos muchos porque el asunto es importante, todos debemos hablar y, hasta que nos reunamos, todos debemos callar, Moncha nos dejará su casa, es la que tiene mejores condiciones.

Don Brégimo, el padre de la señorita Ramona, había sido amigo de los famosos aviadores acrobáticos Vedrines, Garnier, Leforestier y Lacombe, que hacían piruetas en el vacío y que por la noche perfilaban sus aeroplanos con bombillas de colores, las sillas valían 25 o 50 céntimos, según el sitio, y las damas iban elegantísimas con sus grandes pamelas y sus tules, esto fue hace ya años, la señorita Ramona aún no había nacido.

Todos los Moranes tenemos cara de caballo y los dientes separados, a veces bastante, esto ya lo contó una vez el artillero Camilo, también dicen que olemos a pucho y que nos gusta andar a palos por las romerías y las bodas pero no es verdad, a los Guxindes se les nota menos porque están más mezclados, puede que sea así, no digo que no, la raza no pierde con los cruces, gana, pero también confunde las señas, a la casta le pasa igual, recuerda lo que se dice, uno que gasta y otro que arrastra se acaba la casta, tú ya me entiendes. No todos los Moranes venimos del mariscal Pardo de Cela, aunque sí la mayor parte de nosotros; mariscal, entonces, no quería decir capitán de tropa sino caballerizo. Tío Evelio es un Morán de buena planta, a tío Evelio le llaman Xabarín porque es corpulento y silvestre, Xabarín baja poco del monte y a los forasteros ni los saluda, durante la guerra Xabarín tuvo sus dificultades pero pudo capearlas bien y con suerte.

– Éste es un pleito entre muertos de hambre, los hombres serios no se matan ni por caprichos ni por milagros, éstos parecen franceses, y lo que hacen es igual que amaestrar cabras, a nadie que no sea gitano se le ocurre amaestrar cabras.

A Xabarín le gusta comer, beber, fumar, joder y pasear, Xabarín es un caballero de usos tradicionales y honorables, en esto es como tu tío don Claudio Montenegro.

– ¿Que usted quiere defender una manía a tiros? ¡Muy bien, defiéndala!, pero los tiros tírelos usted, no mande a otro a tirarlos por usted, salga al monte con la escopeta y un par de huevos y ya veremos, cuando hay que dar la cara la gente se acojona, a la gente pronto se le encoge el ombligo y entonces empieza a dar disculpas y a preguntar qué hora es.

Xabarín tiene setenta años largos y gasta lentes.

– Esto es cosa de la edad, cuando era joven veía mejor y más lejos que nadie pero aquello tampoco iba a durar toda la vida, bien lo sé; lo malo no es llevar lentes cuando se llega a viejo sino cuando se es todavía joven, los jóvenes con lentes o son seminaristas o son maricas.

– ¡Pero, hombre, tío Evelio! ¿Todos?

– Bueno, casi todos, también puede haber excepciones, no lo niego.

A Xabarín se le murió la mujer hace ya muchos años, más de medio siglo, la mujer de Xabarín fue muy guapa y espiritual y andaba siempre con collar de perlas y muy bien vestida, Xabarín no volvió a casarse aunque no le faltaron proporciones y anduvo de picaflor toda la existencia, a ésta quiero, a ésta no quiero, a ésta le hago un hijo y le pago la carrera de cura, a esta otra le hago una hija y le pongo una fonda, y así sucesivamente, Xabarín encargó para el sepulcro de su difunta una lápida de mármol blanco en la que mandó grabar el siguiente epitafio: Porque te llamabas María, nombre de la madre de Dios, siempre me arrepentiré de no haberte hecho fotografiar.