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Por el camino cruza Tanis Gamuzo con sus cuatro perras, Flor, Perla, Meiga y Volvoreta, las saca a pasear y a que desentumezcan un poco la musculatura, no las suele echar a pelear con el lobo porque valen un dineral, los machos son más duros, Sultán, Morito, León, Mariñeiro, Zar está con una pata rota, bueno, más duros no siempre, lo que son es más baratos, eso sería lo de menos, a los machos no los puede sacar a paseo porque se muerden, los machos no saben estar más que ante el enemigo, son nobles y sosegados pero a veces se aburren, se pelean y se muerden, es según les da, entonces pueden hacerse peligrosos porque tienen una fuerza increíble, los machos de Tanis pesan por encima de los ochenta kilos, Mariñeiro quizá llegue a cien, no le debe andar lejos, las hembras no pesan tanto pero tampoco es mucha la diferencia.

– ¿Cuándo oímos la bomba?

Tanis Perello sonrió.

– Ya falta menos, mujer, ya falta menos.

Tanis cuida muy bien y con cariño a sus mastines, los alimenta con adecuación, los asea y los limpia de carrachas, los vacuna a su tiempo, los saca a que estiren las piernas, los perros de Tanis son la admiración y también la envidia y el orgullo de todo el contorno, en muchas leguas a la redonda no hay otros perros ni siquiera parecidos.

– ¿Cuánto valen tus perros, Tanis?

– ¿Qué más te da si no los vendo?

Ádega desenterró al muerto que mató a su difunto, le ayudó su hija Benicia, que tiene los pezones como castañas, da gusto verle las tetas, por ahora el muerto no murió todavía pero ya morirá, no hay prisa, la bomba de palenque puede sonar en el momento menos pensado, cuanto más se confíe, mejor, Ádega se lo cuenta a don Camilo, tampoco es el único que lo sabe.

– Usted, don Camilo, es un Guxinde y mi difunto también lo era, bueno, usted es un Morán, ahora quedan menos Moranes, se conoce que se fueron muriendo, es lo más probable. Al muerto que mató a mi difunto lo desenterré yo misma con mis manos y con un sacho de hierro bendito para que no se le pegara la peste, me ayudó mi hija Benicia y nadie más, sé bien que Dios sabrá perdonarme el que le robara un muerto, todos los muertos son de Dios, ya lo sé, pero ése era un muerto especial, ése era aún más mío que de Dios, fui la noche del santo abad San Sabas al camposanto de Carballiño y me lo traje en el carro debajo de unos feixes de tojo que olían la mar de bien, tardé mucho en sacarlo de la tierra, más de tres horas, al muerto se le iban cayendo los gusanos y cheiraba a podre condenado, los muertos que tienen el ánima en los infiernos cheiran peor, eché la calaza al cerdo que después comí, sabía a gloria, los lacones por un lado, los chorizos y la cachola por otro, los jamones bien curados al humo de la lareira, el raxo, el unto, no quedó nada, cuando me acordaba del muerto y me venía la repugnancia procuraba pensar en otra cosa, en Nuestro Señor en la cruz o en mi hermano Gaudencio vestido de seminarista o ya ciego y tocando el acordeón, tanto tiene, y bebía un trago de vino, parte del cerdo lo repartí entre los parientes para que a todos aprovechase, se chuparon los dedos, a la señorita Ramona fue a la única a quien conté lo que hice, no abrió la boca pero dejó caer una lágrima, me dio un beso y me regaló una onza de oro.

La señorita Ramona sonrió con cierta tristeza y le dijo a Ádega unas palabras que tampoco encerraban mayor misterio.

– A nuestros hombres no se les puede tocar, Ádega, ya ves en qué acaban quienes se quieren saltar la ley del monte.

Rauco el de la taberna le explica al guardia civil Fausto Belinchón González que Gaudencio no tocó la mazurca Ma petite Marianne más que dos veces, el día de San Joaquín de 1936, y el día de San Andrés de 1939.

– Oí decir que había sido por San Martín de 1936 y por San Hilario de 1940.

– Pues oyó mal, la gente confunde todo aposta, se conoce que tiene sus motivos.

Toupolistán o Toupello, con su mostacho montaraz y su aire de raposo reservón y padrote, baja cantando por la ladera del alto do Foxiño.

– ¿No viste a nadie?

– ¿Y a quién había de ver?

– A quien sea. ¿No viste a nadie?

– No, señor, a nadie.

– Júramelo.

– ¡Así me muera!

Toupolistán o Toupello barrunta que los Guxindes andan en pie de guerra, callados y en pie de guerra, cuando los Guxindes se mueven en silencio lo prudente es apartarse, si los Moranes están detrás entonces más vale ni salir de casa porque arde Troya.

– ¿Cuánto hace que no bebes agua en la fonte das Bouzas do Gago?

– Lo menos un mes, este tiempo ando más por la parte de Xirei y de Santa Marina, el último lobo lo vi en San Pedro de Dadín, se metió por la peña das Cobas camino de Valduide.

– Bueno.

Al ciego Gaudencio lo echaron del seminario cuando empezó a enceguecer, se conoce que no querían cargas de caridad ni tampoco remoras pegadas a la quilla.

– Nadie es cura hasta que canta misa, ¿éste cantó misa?, ¿no?, ¡pues a hacer puñetas!, un seminario no es un asilo y la nave de la Iglesia debe poder navegar libre de inútiles ataduras.

– Sí, don Jimeno.

Don Jimeno era el prefecto de estudios del seminario conciliar de San Fernando de Orense, don Jimeno tenía fama por su mala voluntad y su falta de misericordia, también apestaba a ajos y solía decir palabras en latín, don Jimeno era un consumado latinista, a don Jimeno le gustaba muy especialmente la diáfana doctrina del Angélico Doctor Santo Tomás de Aquino, en la Summa contra gentiles se encierra toda la sabiduría del medioevo, ahora circulan tendencias demoníacas y afeminadas, corrientes de pensamiento masonas y mariconas, el ciego Gaudencio tuvo suerte, la verdad es que no puede quejarse, no tendría perdón de Dios si así lo hiciere, como sabe tocar el acordeón y es de natural complaciente pudo encontrar acougo en casa de la Parrocha, doña Pura es buena persona, vive de espaldas a los mandamientos de la ley de Dios pero en el fondo es buena persona.

– En la calle no se va a quedar, ¿que sabe tocar el acordeón?, pues que toque el acordeón, eso siempre alegra.

Anunciación Sabadelle es más dulce que Marta la Portuguesa, las dos quieren bien al ciego Gaudencio, esto de ser ciego ayuda mucho en el trato con las mujeres, Bricepto Méndez, el dueño de Studios Méndez, hizo cerca de dos docenas de fotografías de arte a la Parrocha joven, en cueros y envuelta en su mantón de Manila, es lástima que Gaudencio no puede verlas, los ciegos no saben ponerse cachondos por la vista pero sí por el oído, el olfato, el gusto y el tacto, sobre todo el tacto, las mujeres de ahora son unas palurdas al lado de la Parrocha de mantón de Manila y una teta en escorzo y medio a contraluz, el arte es el arte y ahora hay mucho desgraciado suelto, Visi hace más cabritos que Fermina, casi el doble, yo no lo entiendo pero es así, la gente es muy rara, don Teodosio suele ocuparse con Visi, la mujer ya conoce sus mentiras y sus manías y don Teodosio vuelve a casa complacido y feliz.

– No le des más al anisado, Gemma, ya te tengo dicho que eso es malo para el prurito anal.

– ¡Tú, calla!

– Como gustes, el picor es tuyo.

A Florián Soutullo Dureixas, guardia civil del puesto de Barco de Valdeorras y perito en solfas de gaita, mañas ensalmadoras y artes mágicas, lo mataron en el frente de Teruel, llegó y, ¡zas!, le pegaron un tiro entre ceja y ceja y lo dejaron seco, Florián Soutullo gastaba patillas de boca de hacha y bigotito en forma, la media cajetilla que no se llevó para el otro mundo se la fumó el páter.

– Réquiem aeternam dona eis, Domine; et lux perpetua luceat eis.