El cura de San Miguel de Buciños es grande como un buey y regüelda como un león.
– Los hombres que somos como manda Dios no tenemos por qué andar con disimulos y lerias y monsergas, eso pega más a cómicos y criqueiros.
– Sí, señor, a ésos les pega más.
Al cura de San Miguel de Buciños le gusta comer y beber con fundamento.
– Y ayuno durante toda la cuaresma como ordena la Santa Madre Iglesia, ¿por qué no dicen eso?
– Es lo que uno se pregunta, ¿por qué no lo dicen?
Al cura de San Miguel de Buciños también le gustan otras cosas que no hay por qué hablarlas, la carne es flaca y el que esté limpio de pecado que tire la primera piedra.
– Lo que hay en el país son muchos verballoas que no conocen la vergüenza.
– Sí, señor, y que hablan sin licencia de Dios y disparatan y levantan falsos testimonios.
Según dicen, don Merexildo Agrexán, el cura de San Miguel de Buciños, va ya por los quince fillos da silveira.
– ¿Y él qué culpa tiene si las mujeres no le dejan en paz?
Al cura de San Miguel de Buciños las hembras le van detrás como perras salidas; se cuentan unas a otras sus calibres y no le dan sosiego ni a sol ni a sombra.
– Dispense, don Merexildo, ¿por qué las aguanta?
– ¿Y por qué no las había de aguantar? ¡Pobriñas, que lo único que quieren es consuelo!
El piso de arriba de la casa de Policarpo el de la Bagañeira, en Cela do Camparrón, se hundió cuando la muerte de su padre, se vino abajo del personal que había. ¡Dios, de la que libramos! Muertos no hubo, pero se rompieron muchos huesos y muchas cabezas y se abollaron no pocos ánimos y voluntades. Se conoce que las vigas cedieron, porque el suelo partió en dos y acabamos todos en la cuadra y rebozados en estrume. Al finado hubo que recomponerle la postura porque al pobre, puede que de andar por los aires, se le salió todo de su sitio.
– Fuera no puedes ponerlo, que se moja, ¿no ves que se moja?, arrímalo a la pared.
A Policarpo, con el desbarate que se armó, se le escaparon tres donosiñas amaestradas que obedecían como doctrinos y bailaban al son del pandero.
– Eran unos animalitos de primera, otros así no los volveré a encontrar jamás.
El padre de Policarpo murió de noventa años a resultas de una borrachera, el viejo tenía afición al vino y no le debía hacer demasiado mal cuando duró tanto; ahora los jóvenes aguantan menos pero antes, cuando había que trabajar de veras, los hombres se alimentaban de vino y de tabaco y además eran capaces de encararse con el jabalí y rajarlo de arriba a abajo con el cuchillo.
– ¡Qué tiempos!
– ¿Usted cree que fueron mejores de verdad?
El padre de Policarpo se había pateado una fortuna en vivir a su aire. El padre de Policarpo se llamara en vida don Benigno Portomourisco Turbisquedo y había venido al mundo en una familia de posibles; que después quedara sin un patacón, es ya otra cosa. Don Benigno estaba lleno de manías y veía traiciones por todas partes. Don Benigno pensó siempre que la mujer es la más puta y desleal de todas las hembras, incluida la culebra. Don Benigno casó con Dorotea Expósito, la Bagañeira, una criada guapa y lánguida y no poco misteriosa que había en casa de su madre, con la que tuvo un solo hijo vivo, el último, Policarpo, todos los demás, hasta once, fueron abortos, o sea fetos. Dorotea era mujer de mucha hermosura y don Benigno, en sus aprensiones, no veía más que cuernos y torpes licencias por todos lados.
– Esto me pasa a mí por pailán y confiado. ¿Quién me manda andar redimiendo coños de la inclusa? ¡Esa mujer es tan puta como su madre, de la que nadie supo nada jamás! Hay cosas que es mejor no saberlas porque duelen mucho en el sentimiento.
Don Benigno era más celoso que un japonés y sólo por sospechas, porque nunca pudo descubrir lo que imaginara, dio muy mala vida a Dorotea, la tuvo doce años metida en una habitación a pan y agua, desde que nació Policarpo hasta que harta de aguantar miserias, se sacó la vida cortándose las venas con un vidrio, ¡qué horror, cómo puso todo! Cuidando y vigilando a Dorotea había un ex seminarista tatexo y pintado de pecas, Luisiño Bocelo, Parrulo, a quien don Benigno, cuando lo tomó a su servicio y le puso al corriente de la obligación, capó con un fouciño para evitarle malos pensamientos y deslealtades. Al comienzo, al mozo le dio algo de rabia pero después, cuando vio que la cosa ya no tenía remedio, pensó que no era para tanto y se fue conformando.
– Más vale así; el que quita la ocasión, quita el peligro, y además en esta casa se come caliente.
Don Benigno no quería que enterrasen a su señora en sagrado y tuvo que intervenir Ceferino Furelo, el cura de Santa María de Carballeda, para evitar el escándalo. En Túnez se celebran solemnes funerales por la princesa Lella Jenaina, esposa del bey Achmed Pacha.
– Bueno, para mí tanto tiene.
Ceferino Furelo, o sea Furelo Gamuzo, iba todos los primeros y terceros martes de mes a visitar a Benicia, llegaba de noche y se iba antes de amanecer para guardar las formas, a nadie le debe importar la vida de nadie y si es cura, menos aún; los curas también son hombres y nada tiene de malo el que el hombre necesite de la mujer. Benicia es ardorosa en la cama, le gusta la pelea.
– ¡Ay, don Ceferino, qué gusto me da usted! ¡Apriete, apriete, pártame que ya me viene! ¡Ay, ay!
Benicia guarda siempre el debido respeto a don Ceferino y no lo tutea jamás.
– Acerque aquí, que le lave el carallo. ¡Sabe usted mucho, don Ceferino! ¡Y está usted cada día más joven!
– No, mujer…
Don Ceferino, cuando los diezmos y primicias, bueno, ahora no hay diezmos y primicias, cuando la feligresía le regala algo, un par de pollos, unos huevos, unos chorizos, una cesta de manzanas, o cuando él pesca unos peces, siempre le lleva una parte a Benicia.
– Todos tenemos que comer y Dios Nuestro Señor castiga la avaricia, ése sí que es un pecado mortal malo. Además, lo que hay en España es de los españoles.
Benicia es de natural agradecido.
– ¿Quiere usted que me quite una teta por el escote?
– No; después.
Moncho Requeixo, o sea Moncho Preguizas, el conmilitón de Lázaro Codesal en la campaña de Melilla, habla siempre con mucho aplomo.
– Antes, en las familias había más respeto y miramiento y aseo. Mi prima Georgina, a la que usted conoce bien conocida, mató a su primer marido con un cocimiento de la flor de San Diego o yerba belida y mantuvo a raya a su segundo purgándolo todos los sábados con olivillas, que no son olivas, cuidado, que son otra cosa. Alcánceme la pata de palo, por favor, está en el perchero, que quiero coger un poco de tabaco. Gracias. Mi prima Adela, que es hermana de Georgina, se pasa la vida mascando yerba de cura y semillas de alharma, que por aquí no se da, yo le traje una lata hace ya años y ahora la cultiva ella en unos tiestos, las hojas del ombiel parecen bolsas vacías, o sea, bolsas de los cojones vacías, tienen mucho misterio. La madre de mis primas, bueno, mi tía Micaela, que era hermana de mi madre, me la meneaba todas las noches en un rincón de la lareira, mientras el abuelo contaba lo del desastre de Cavite. Antes, en las familias, había más unión y comedimiento.
Moncho Preguizas, en el archipiélago de las Cáticas, donde estaba la desaparecida isla de New Titanic, descubrió un pájaro en forma de rosita albardera, con piel en vez de plumas, con piel de color verde brillante, al que los indígenas llamaban jesusito curado, nunca supo por qué, y usaban para mandar mensajes a las amantes, las esposas no servían y las novias tampoco, sólo las amantes. Moncho Preguizas se trajo un casal de estos pajaritos para el país, pero se le murieron por el camino, no aguantaron la navegación por el mar Rojo.
Las parvas hacen las licencias mejor que los parvos porque no se distraen. Catuxa Bainte es parva, ya es sabido, si no no le llamarían la parva de Martiñá, pero con el carallo en su sitio se bambolea con mucho fundamento.