– ¿Y usted cómo lo sabe?
– ¿Y a usted qué le importa?
Llueve sin misericordia alguna, a lo mejor llueve con mucha misericordia, sobre el mundo que queda de la borrada raya del monte para acá, lo que pasa más allá no se sabe y tampoco importa. Orvalla sobre la tierra que suena como la carne creciendo, o una flor creciendo, y por el aire va un ánima en pena pidiendo asilo en cualquier corazón. Tú te acuestas con una mujer y cuando pare un hijo, a lo mejor es una hija que se te escapa dentro de quince años con un leonés vagabundo, sigue lloviendo sobre el monte como si tal. Estamos en la mitad de todo, el principio es la mitad de todo, y nadie sabe lo que falta para el fin. Dos perros acaban de amarse bajo la lluvia y ahora esperan, mirando uno hacia el este y otro hacia el oeste, a que la sangre del organismo vuelva a su ser.
– ¡Mira tú que si tuvieras trabones, como Wilde!
– No seas descarada, Moncha.
La señorita Ramona, de postre del sobresalto, se toma una onza de chocolate.
– Dios te lo pague, Raimundiño, me has hecho muy feliz.
La señorita Ramona se queda unos instantes pensativa y después ríe.
– ¡Mira tú que si la pichola tuviera cuatro marchas, como los autos!
– No seas descarada, Moncha.
La señorita Ramona, la melena suelta y las tetas al aire y un poco caídas, mira para su primo Raimundo que, sentado en la mecedora, lía un pitillo.
– ¡No, tonto! Las mujeres desnudas podemos hablar lo que nos dé la gana; lo que se dice en la cama, no cuenta. ¡Ya callaré cuando me vista!
A Marcos Albite Muradas le faltan las dos piernas y vive en un cajón con cuatro ruedas, pintado de naranja; en la proa lleva una estrellita verde de cinco puntas y sus iniciales, M.A.M., dibujadas con tachuelas de color de oro. A Marcos Albite le mordió un raposo rabiado en las piernas, después le dio un paralís, más tarde se le volvieron podres y al final se las hubieron de cortar a cercén, todo por este orden. Marcos Albite tiene cara de estar muy harto, el aburrimiento harta a cualquiera y la desgracia también. Marcos Albite tiene la voz opaca y salmodiadora, cuando habla parece un pandero hendido.
– Mire usted, yo le estuve loco nueve años, durante nueve años perdí la memoria, el entendimiento y la voluntad, también la libertad. En esos nueve años se murieron mi madre, mi mujer y mi hijo, uno detrás de otro; las piernas me las cortaron después. Mi madre se ahorcó en el desván, a mi mujer la mató un mercancías y mi hijo murió de garrotillo, quizá hubiera podido salvarse con suerte y algo de dinero…, yo no me enteré de nada porque a los locos no hay por qué explicarles nada, con ser locos ya cumplen.
El eje del carro de bueyes es la gaita de Dios que ronca por la corredoira espantando meigas y ánimas del purgatorio, el eje del carro de bueyes es también el corazón del mundo y de la soledad. A Marcos Albite le llevé seis farias de la fábrica de La Coruña.
– Son muy aromáticas, ya verás, y tiran de lo más bien.
– Muchas gracias, es el mejor regalo que me han hecho en mi vida.
Marcos Albite talla la madera con mucho estilo, hace unas vírgenes y unos santos muy aparentes.
– ¿Quiere que le haga un San Camilo y se lo lleva de recuerdo?
– Bueno.
– Oiga, ¿San Camilo gastaba barba?
– Pues la verdad, no sé.
Durante la cuaresma siempre baja un poco la clientela en casa de la Parrocha. Gaudencio, durante la cuaresma, no toca el acordeón, por respeto.
– No cuesta ningún trabajo ser respetuoso y, lo que yo digo, tampoco hay por qué ofender a Dios.
En Orense, durante la cuaresma, suele hacer mucho frío, a veces hasta nieva, y del Miño sube la humedad como si fuera vaselina. A Gaudencio le gusta la voz de la Anunciación Sabadelle, es muy melodiosa, también le gusta palparle las tetas elásticas y las crujientes cachas. ¡Qué bendición!
– Esta noche, como no venga alguien de dormida, espérame, que ya llegaré.
Anunciación Sabadelle nació en Lalín, se escapó de su casa para correr mundo pero no llegó demasiado lejos; ahora no se atreve a volver por si su padre le parte la cara. Anunciación es aseada y muy cariñosa. Cuando se levanta de la cocina, la encargada le pregunta,
– ¿Dónde vas?
– Voy a ordeñar a Gaudencio, el pobre me da pena; esta noche está todo muerto, muy muerto y aburrido…
– Anda, vete; ya te avisaré si te buscan.
Gaudencio se lava bien sus partes y la espera sentado en el camastro y fumando un pitillo, a la luz de una vela que no ve. Después, cuando termina de hacer sus títeres rijosos y casi domésticos, le da siempre las gracias.
– Muchas gracias, Anuncia, que Dios te lo pague.
A las cinco y media de la mañana Gaudencio va a misa a las Mercedes, su misericordiosa coima prefiere no acompañarle.
– No; vete solo, yo tengo frío. Aquí me encontrarás cuando vuelvas, no tardes mucho y vete con cuidado.
Puede que Anunciación le tenga algo de cariño a Gaudencio, cosas más raras se ven todos los días.
Hace ya muchos años, durante la República y poco antes de que Afouto desarmara a la pareja de la guardia civil, los Gamuzos, los tres mayores y unos amigos, fuimos al curro a los montes del Xurés, que quedan más allá de la Limia, en la raya seca de Portugal, fuimos a cambiar de aires y a estirar un poco las piernas y también a ayudar a unos parientes Marvises que vivían, medio de milagro y medio de contrabandear con los portugueses, en Briñidelo, en la parroquia de San Pelayo de Arauxo, en Lovios, o sea Fondevila.
– Nosotros ni rapamos ni marcamos como los pontevedreses de Sabucedo, pero también le somos de fiar.
En aquella descubierta hubo de perder los tres dedos de la mano Policarpo Portomourisco Expósito, el de la Bagañeira; un minuto de mala suerte puede echarlo todo a rodar, pero tampoco se para el mundo. Moncho Preguizas gastaba ya pata de palo, ingenio que, si es de buen material y está bien calibrado, ni se nota. Tanis Gamuzo, Perello, siempre tuvo fuerza, mucha fuerza. Tanis era capaz de derribar un caballo de un puñetazo en la frente o en el pescuezo, se conoce que le cortaba la circulación de la sangre. Su hermano Roquiño, Crego de Comesaña, ganaba apuestas enseñando lo que usted sabe, puesto sobre la mesa le viene a dar cuarenta patacones y eso sin sacudir y, si no lo cree, va la cena de todos. Brégimo Faramiñás era ya cadete de intendencia y le correspondía el don: don Brégimo Faramiñás Jocín, concertista de banjo, parecía un negro yanqui, la afición a los espíritus le vino después. Ni el ciego Gaudencio era ciego, que aún estaba en el seminario; ni a Marcos Albite le habían cortado las piernas, que ni tan siquiera había ido al manicomio, y Cidrán Segade, el garrido mozo que después dejara viuda a Ádega, no estaba todavía difunto sino vivo y bien vivo y recién casado.
– ¿Falta alguien?
– ¿Y quién ha de faltar?
Baldomero Gamuzo, Afouto, presidía las reuniones sin camisa para que se le viera bien el tatuaje y el mando: la mujer significa la fortuna y la culebra representa la voluntad, está bien claro, la culebra se enrosca alrededor de la mujer, o sea, la voluntad sujeta a la fortuna y el hombre triunfa en la vida.
– ¿Estamos todos?
– ¿Y por qué no hemos de estar?
Los zapateiros no montan a caballo. A Fabián Minguela, Moucho, no le dejamos venir al curro; los Carroupos tienen todos una chapeta de piel de puerco en la frente, eso vale para encender mixtos, sí, pero no para hacerse al monte detrás de los caballos ni para andar como si tal cosa entre nosotros todos. Además, los Carroupos no son del país, bastante hacemos con no escorrentarlos a palos. Y si crían mala sangre, pues que críen lo que quieran, que el mundo da muchas vueltas y la última palabra siempre está por decir. La tercera señal del hijoputa es la cara pálida, ¿como los muertos?, sí, o como Fabián Minguela.
– Hasta el Xurés tenemos tres días de camino que todos conocemos, tres días no matan a ningún hombre.