A Moncho Preguizas se le habían muerto sus dos pajaritos mensajeros, macho y hembra, cuando fuera de navegar el mar Rojo; el jesusito curado es avecica soñadora y poco resistente que sólo vale para llevar noticias de amor y, en cuanto se le saca de sus islas, suele morir de pena y de catarro. El ciego Gaudencio volvió de misa aterido de frío.
– Está helando, Anuncia, para mí que esto es el fin del mundo.
– No, hombre, ven aquí, métete en la cama, espera a que te traiga un café caliente.
Llueve sin dar respiro ni al cielo ni a la tierra desde hace más de doscientos días con sus noches y la raposa del Xeixo, que es ya vieja y reumática y dicen que está aburrida de vivir, tose sin entusiasmo a la entrada de su raposera. Si supiera tocar el salterio, como los antiguos, ahora ya ni hay salterios, me pasaría las tardes tocando el salterio, pero no sé. Si supiera tocar el banjo, como don Brégimo Faramiñás, me pasaría las horas muertas tocando el banjo, eso siempre acompaña, pero no sé. Lo que yo sé tocar es la gaita, lo propio es tocar la gaita al aire libre, al pie de un carballo, mientras los mozos aturuxan al mundo y las mozas esperan, con el respirar entrecortado, a que lleguen la noche y sus dulces y agotadoras complicidades. Como no sé tocar ni el salterio ni el banjo, y como la gaita no va bien en las casas, me paso las tardes en la cama haciendo las porquerías con quien puedo, a veces solo; lo que no consigo es doblarme por la mitad y alcanzármela con la boca, casi llego pero no, al final no llego, puede que no llegue nadie, he de preguntar. Benicia es muy alegre pero no se cansa jamás, y eso también aburre. Benicia hace muy bien filloas y tiene los pezones como castañas, es gracioso verla haciendo filloas con las tetas al aire.
– Benicia.
– Qué.
– Alcánzame el periódico y dame un vaso de vino.
– Voy.
Las ranas de la laguna de Antela son más antiguas que las demás ranas de Galicia, León, Asturias, Portugal y Castilla; ranas tan históricas e ilustres ya no quedan más que en los ríos Var y Touloulore, en la Provenza, en el lago Balatón, en Hungría, y en las charcas de los condados de Tipperary y Waterford, en Irlanda. Nuestro Señor Jesucristo viene de la paloma y su Santísima Madre, de la azucena y su capirote virginal. De una rana de la laguna de Antela que se llamó Lirota vienen nueve familias distintas, todos parientes, a saber: los Marvises, los Celas, los Segades, los Faramiñás, los Albite, los Beiras, los Portomourisco, los Requeixos y los Lebozans; al racimo de toda la tropa le llaman los Guxindes, que todos van a un aire y juntos mandan carallo de fuerza.
Es reconfortador ver escanciar vino a Benicia en pelota, mientras el cielo llueve sobre la tierra y también sobre los corazones lastimados y horros y ansiosos.
– Échate vino por las tetas.
– No me da la gana.
Según el fraile benedictino Arnaldo Wion en su obra Lignum vitae, Venecia, 1595, San Malaquías, obispo de Armagh de Irlanda, lo dejó dicho bien a las claras en su cuenta de los papas, que concluirá, Dios mediante, en el año 2053, con la vuelta del Cristo: «La laguna de Antela la secará el hombre y en ese punto, en el lugar del agua vivirán la calamidad y la enfermedad. Y cuando ya no haya agua, el hombre escarbará el suelo buscando el mineral y en ese punto, en el lugar de la tierra vivirán el hambre y la muerte.»
A los Guxindes nos gusta andar a palos en las romerías, ¿qué malo tiene?, y bailar el suelto en los atrios y cementerios y también el agarrado cuando se presenta la ocasión. Yo no sé tocar ni el violín, ni la armónica, ni el salterio, ni el banjo, yo no sé tocar más que la gaita y para eso mal. Gaudencio tocaba el acordeón en casa de la Parrocha, tocaba valses y pasodobles, y a veces algún tango para entretener a los maromos; lo que no quería tocar era la mazurca Ma petite Marianne, sólo la tocó en 1936, cuando lo de Afouto, y en 1940, cuando lo de Fabián Minguela, el Carroupo Moucho. Nunca más quiso.
– ¿Y entretenía a la clientela?
– Yo creo que sí, Gaudencio siempre fue muy esmerado en la solfa.
Su hermana Ádega también toca el acordeón, lo suyo es la polca: Fanfinette, Mon amour y París, París.
– El muerto que mató a mi difunto no anduvo nunca más en la vida derecho y ya ve usted cómo terminó. El muerto que mató a mi difunto no era Guxinde, ¡que el Santo Apóstol me perdone!, que era forastero, y esto nos pasa a nosotros por hacer la caridad con vagabundos, que si cuando su padre vino pidiendo limosna por amor de Dios lo hubiéramos mallado bien malladiño, él no acabara derramando la sangre de quien le dio de comer; después, cuando se olvidan las cosas, yo no las olvido, ¡allá cada cual!, se habla mucho, por eso conviene recordarlas. Usted, don Camilo, viene de Guxindes, bueno es un Guxinde, y mi difunto también, y eso se paga. Pero también se cobra y a mucho orgullo, que el hombre es hombre hasta después de muerto y las mujeres quedamos para verlo y contárselo a los hijos. Le voy a decir una cosa que todo el mundo sabe, usted, no, porque no para aquí, pero ya se la dejé medio dicha, recuerde: al muerto que mató a mi difunto lo desenterré, fui una noche hasta el camposanto de Carballiño a robar el muerto, me lo traje para casa y eché la carroña al cerdo que después comí, los lacones por un lado, los chorizos con la cabeza por otro, y así hasta el final. Los Guxindes se alegraron y se callaron, y los Carroupos se cabrearon pero se callaron también porque si hablan, van detrás; es la ley de Dios y yo creo que éstos se acabarán marchando del país, algunos se fueron ya, unos a Suiza, otros a Alemania, por mí se pueden morir todos en el fin del mundo, comidos por los chinos.
– ¿No le queda matanza con gusto a Moucho?
– ¡Dónde va ya!
La cuarta señal del hijoputa es la barba por parroquias, Fabián Minguela es barbilucio a suspiros. Con Rosalía Trasulfe, Cabuxa Tola, estuvo acostándose de balde al menos cuatro años Fabián Minguela, el muerto que iba sembrando muertos por donde pasaba. A Rosalía Trasulfe, Cabuxa Tola, le estuvo tocando el culo y mamando las tetas y arreando palizas, al menos desde 1936 hasta 1940, el muerto que mató a Afouto, al difunto de Ádega y puede que a una docena más.
– Y además te callas, porque te puedo mandar adonde mandé a otros y no volvió ninguno, tú lo sabes bien.
A Rosalía Trasulfe, Cabuxa Tola, la preñó el muerto tres veces y las tres fue a abortar a casa de la partera Damiana Otarelo, la Pataca, fue a que le hurgase con el perejil.
– Llevo muchos años buscándome la vida sola y no de puta, y no quiero un hijo de un hijo de puta. A lo mejor, Dios hace que esto acabe algún día.
Rosalía Trasulfe, Cabuxa Tola, lo repite siempre.
– Anduvo por toda mí, es bien cierto, anduvo por donde quiso andar, pero le estoy viva y me lavé bien lavada. Moucho era como los gusanos de los muertos, que no comen ni viven más que en la muerte.
El cajón de Marcos Albite parece una berlina, menos música tiene de todo.
– Ahora voy a tener que repintarlo, la estrellita está medio borrada pero las tachuelas aún valen; cuando loqueé me era todo lo mismo pero ahora no, ahora me importa que las cosas vayan bien y como Dios manda que vayan. La pintura verde es bonita, bien lo sé, pero cuando resesa, desmerece.
Marcos Albite lo pasa bien en su cajón, está un poco harto, sí, el aburrimiento harta a cualquiera, pero lo pasa bien, hay otros que lo pasan peor.
– Le voy a hacer un San Camilo de arde carallo, la gente se va a quedar de un aire con el San Camilo.
A Policarpo el de la Bagañeira lo tuvimos que traer desde Briñidelo en unas angarillas porque no podía con su alma con lo de la mano, el mordisco del marañón lo desniveló y tenía calentura.
– ¿Mucha?
– Bueno, tampoco demasiada.
Rosa Loureses, la madre de los Marvises de allí, no lo dejaba marchar.
– Tiene la misma sangre que mis hijos y en esta casa no molesta, por el monte puede ponerse peor. Tenéis que dejarlo dormir por lo menos dos días.
– Bueno.
La gente del curro, o sea los Guxindes, nos esparramamos por Briñidelo, por Puxedo y por Cela, los Marvises quedaron en casa de sus primos y Policarpo también, Cidrán Segade y su cuñado Gaudencio, el que iba para ciego, dormían en la lareira de Urbano Randín, alimañero, contrabandista y bizco, más bizco que nadie.