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– ¿Queréis que convirtamos a los hombres en puerco espines y a las mujeres en miñocas?

El diablo vende su ungüento para volar en la feria de los santos Dionís y Leonís, en San Roquiño de Malta, ¡si Mamerto Paixón lo hubiera sabido!, lo vende una bruja con licencia, a lo mejor es el mismo diablo disfrazado, y hasta que sale el sol lo da a mitad de precio para que los pobres puedan gozar de sus virtudes.

– ¡A volar como los pájaros del cielo y las benditas ánimas del purgatorio! ¡El que quiera volar, que vuele!

El ungüento, también hay pomada, que es más espesa, se prepara cociendo unto de niño moro o sin bautizar en agua de rosas y en un caldero de cobre; cuando el agua merma lo bastante se mezcla el poso con menstruo de viuda, polvo de huesos de ahorcado, orina de mujer y raíz de mandrágora y de las tres plantas de Belcebú: el beleño, que ayuda a volar por los aires y quita los dolores de muelas, de cabeza y de oídos; la belladona, con la que se pintan los ojos las mujeres y los cómicos, y la manzana de espinas sepulcrales, espinas fantasmales, espinas infernales, que suelta el manantial de los dulces sueños de la muerte. En San Roquiño también se vende el elixir de la larga vida y el jarabe de las malmaridadas, a real el trago.

– ¿Quiere borrar los cuernos de la conciencia y quiere que se le caiga el lunar del adulterio?

Un día que don Rosendo pegó gatillazo, doña Rita le arreó tal somanta que tuvieron que intervenir los obreros de El Bizcocho Inglés con el encargado a la cabeza, Casiano Areal fue siempre muy responsable.

– ¡Cálmese, señorita! ¡Por Dios se lo pido, que lo va a matar! ¡Si don Rosendo no puede, ya seguiremos alguno de nosotros! ¡Cálmese, señorita, que vamos a tener un disgusto! ¡Tápese las tetas, dispensando, que puede pillar una pulmonía!

En el camposanto de Santa Rosiña de Xericó juegan a las chapas el guardia civil Fausto Belinchón González, natural de Motilla del Palancar, en la Mancha de Cuenca, y tío Cleto, la cosa es increíble, pero cierta porque yo la vi.

– Las ruindades también tienen su encanto, Camilito, lo malo no es pisar la mandrágora sino empezar a rodar y rodar por la cuesta abajo, mira Rita Freire, que es joven y con posibles y va camino de morir suplicando.

Los lobos mataron en una noche tres vacas y sus terneros en el monte de San Cristobo, nadie pensó que andaban por allí. Tanis Gamuzo salió a buscarlos con sus perros y una escopeta y a la noche siguiente mató dos lobos, uno pesaba cerca de cinco arrobas, no era el lobo de la Zacumeira pero poco le faltaba; al perro Kaiser se lo dejaron malherido y tuvo que rematarlo de una cuchillada, eso siempre da pena. Tanis mandó curtir las pieles de los dos lobos y, con tres más que tenía, se los dio a Anunciación Sabadelle, la pupila de la Parrocha.

– Toma, para que le hagas un cobertor a Gaudencio, esto es de mucho acougo.

Cuando los primos de La Coruña me mandaron las farias se las llevé a Marcos Albite.

– Lo prometido es deuda.

– Gracias, ya estaba un poco harto de mascar tabaco portugués, la baba lo pone todo perdido, me vas a acostumbrar mal.

Catuxa Bainte le trajo a Marcos Albite un cuartillo de vino de la taberna.

– Hoy estoy como quiero, hay pocos días así.

El hombre cambió la voz.

– Perdone que le haya tuteado delante de la gente, bueno, la verdad es que Catuxa no cuenta demasiado, no cuenta casi nada.

A mí me pareció que aquél era buen momento.

– Lo mejor sería que nos tuteásemos, antes de la guerra nos tuteábamos, tú también eres un Guxinde, tú eres tan Guxinde como yo.

– Sí, eso sí, pero yo soy un Guxinde pobre, un Guxinde que no vale para nada…

Catuxa trajo dos vasos de vino, uno para Marcos Albite y otro para mí, el mío daba gusto verlo de limpio.

– ¿Quiere que le lave la lata de los meos?

– Sí.

Marcos Albite acarició las farias.

– ¿Te gustan más que las brevas?

– No sabría decirte.

Por el cielo voló como un relámpago de esperanza, a lo mejor era una paloma de dulce.

– Yo no me fío ni de Dios, antes aún me defendía, ¡pero lo que es ahora, metido en esta caja de muerto con ruedas!

Canta el eje del carro de bueyes que va dando tumbos por la corredoira y su chirrido ahuyenta al lobo y alerta a la raposa, el mundo es una caja de resonancia y la piel de la tierra es como la badana del tambor, igual que el parche del tambor. Marcos Albite pintó de nuevo la estrellita y sacó brillo a las tachuelas de sus iniciales.

– Te tengo casi acabado el santo, es un San Camilo de sete estralos, ya verás, la semana que viene te lo doy, sólo me falta arrimarle un poco de lija.

Feliciano Vilagabe San Martiño tardó en casar, fue novio de Angustias Zoñán Corvacín durante veintitrés años, y su matrimonio duró poco, no llegó a hora y media; cuando los novios salieron de la parroquia, ella le dijo,

– ¿Vamos un momento al camposanto con mi mamá, a dejar el ramo en la sepultura de mi papá?

Y él le respondió,

– Id vosotras, yo aguardo aquí.

Cuando Angustias volvió, Feliciano se había marchado con viento fresco; de la taberna de Rauco salió Remedios, la patrona, y le dio un sobre a Angustias.

– Ten, Feliciano dejó esto para ti.

Angustias abrió el sobre, toda nerviosa, dentro venía un papelito escrito con letra redondilla: Vete a la mierda. De Feliciano nunca jamás volvió a saberse nada, parecía como si se lo hubiera tragado la tierra, alguien dijo que lo habían visto en Madrid de cobrador de autobuses.

– ¿Y qué hizo Angustias?

– ¿Y qué iba a hacer? Primero esperó, ya estaba acostumbrada a esperar, esperó cuatro o cinco años, y después se fue monja, para ir de puta ya no reunía condiciones, para eso las piden más tiernas, vamos, menos talludas.

Los Vilagabe son muy señoritos, siempre lo fueron, valían para poco, ésa es la verdad, pero siempre fueron muy señoritos y remilgados, muy propios y particulares en sus gustos y aficiones. Angustias, por el contrario, era una cursi corriente y llena de ricitos que cogía el cuchillo de un modo horrible, se le disparaba el dedo meñique al levantar la taza y decía cocreta y pocillo.

– Eso es muy doloroso.

– Sí, mucho, eso es peor que el adulterio; el adulterio se da con frecuencia en las mejores familias y en cambio lo de Angustias no pasa sino entre gente de medio pelo, ahora anda todo manga por hombro.

– ¿Y por qué no la plantó de novia?

– ¡Yo qué sé! Dice que a la pobre la anduvo entreteniendo durante muchos años.

– ¡Anda, peor hubiera sido que la anduviera aburriendo!

– Pues también es verdad, mire usted por dónde.

La señorita Ramona siempre dijo que Angustias era un mueble de pino.

– Es como una mesa de noche de pino del país y a lo mejor, ni eso. Angustias fue siempre muy cortita, es la verdad, hay mujeres que ni pertenecen siquiera a la especie humana, Angustias es ganado, es como una vaca marela.

Cada cual se defiende como puede, Feliciano Vilagabe salió escapando, en esto no se sabe nunca cómo acertar porque cada caso tiene sus características especiales.

– ¿Se acuerda usted de Medardo Congos, aquel veterinario pontevedrés que calzaba un alza de a palmo y hacía trampas en el tute?

– Sí, ¿no voy a acordarme?

– Bueno, pues ése hizo lo contrario, ése no escapó, se le escapó la mujer y él dio un banquete a más de cien personas para celebrarlo, se gastó un dineral. No creo que mi esposa se atreva a volver después de esto, decía a los amigos, ¡si vieran ustedes la paz que dejó cuando se fue!

Medardo Congos había heredado de su padre, que fue torrero de faro, una jaula con una gaviota disecada dentro.

– Se llama Dulce Nombre, en recuerdo de una novia que tuvo mi buen padre antes de matrimoniar con mi santa madre, que en paz descansen ambos, aquéllas eran costumbres patriarcales y no las de ahora, que son la leche y el relajo.

– ¡Repórtese, Congos!

– Dispense.

Teresita del Niño Jesús Mínguez Gandarela, la huida esposa del veterinario, lleva el pelo a lo garçón y fuma delante de los hombres.

– ¡Qué descaro! ¿Y a dónde se fue?

– Pues no muy lejos, se fue a Sarria con un zurupeto que baila muy bien el tango y el foxtrot, se conoce que estaba harta de la cojera del marido; la verdad es que hay mujeres que ni las piensan.