Sí; da gusto ver llover como siempre, y siempre llueve; por el invierno y por el verano, de día y de noche, sobre la tierra y sobre los pecados, para los hombres, para las mujeres y para las bestias.
A Baldomero Afouto no se le podía entrar de cara porque era bravo como el lobo de la Zacumeira; su hermano Tanis Perello levanta un hombre a pulso y sin abrir la boca; su hermano Crego de Comesaña, o sea Roque, es algo vergonzoso; sus hermanos Celestino Carocha y Ceferino Furelo cantaron misa, según ya se sabe, y juegan bastante bien al chamelo y a la correlativa. Carocha es cazador (conejos y palomas torcaces) y Furelo es pescador (pencas y barbos y, con suerte, alguna trucha). Aún quedan cuatro Gamuzos más.
Ádega es mujer precavida pero también dadivosa, de joven debió haber sido muy hospitalaria y cachonda, muy entera y amiga de la parranda.
– Dicen que el muerto que mató a Afouto mató también a mi difunto y a varios más, una docena más, se conoce que el hijo de puta, usted dispense, le cogió gusto al gatillo; yo no lo sé de fijo pero, cuando mataron al muerto, yo le puse una vela al Santo Cristo de Santa María la Real de Oseira. Hay muertos que dan pena, pero también hay muertos que dan mucha alegría, ¿verdad, usted? Otros muertos dan miedo, los ahogados y los apestados, y otros, en cambio, dan risa, sobre todo algunos ahorcados cuando los menea el viento. Siendo yo moza hubo en Bouza da Fondo un ahorcado tan bien ahorcado que los rapaces se le columpiaban de los pies y él, como si nada; cuando vino la guardia civil apartó a los muchachos porque el señor juez era muy serio, era un castellano muy remirado que se llamaba don León y no aguantaba bromas, lo recuerdo bien. Ahora las costumbres se van perdiendo, eso es cosa de la aviación.
El recuerdo de Lázaro Codesal no se borró aún de las cabezas. Ádega no es la única que sabe las historias. Una noche que bajaba de la Cabreira, bajaba cantando, Lázaro Codesal cantaba siempre, para avisar que iba o que venía, lo paró un marido en la Cruz del Chosco.
– Estoy solo y usted también va de palo.
– Aparte, que no quiero barajas. Yo voy por mi camino.
Las cosas rodaron torcidas y los dos hombres se repartieron más de cien palos, a lo mejor doscientos, Lázaro Codesal deslomó al otro, le ató las manos a la espalda y a su propio palo y lo dejó marchar.
– Váyase a casa, a que lo desate su señora. Y otra vez no se meta con la gente de paz, que después pasa lo que pasa.
Entonces aún se veía la raya del monte; si no es por aquel moro traidor, la raya del monte no se hubiera borrado nunca jamás. Aquí no se dan bien las higueras; si fuera rico, buscaría un sitio donde las higueras fueran sanas y recias y compraría cien higueras en memoria de Lázaro Codesal, el mozo que manejaba el palo mejor que nadie, para que los pájaros se comieran todos los higos. Es lástima no ser rico para hacer cosas, ver mundo, regalar sortijas a las mujeres, comprar higueras…Como no sabes tocar el violín ni la armónica, te pasas las tardes en la cama. Benicia es como una cerda obediente, no te dice que no a nada. Benicia no sabe leer ni tocar el acordeón, pero es joven y hace muy bien filloas; también sabe dar gusto, en su momento, y tiene los pezones dulces, grandes y duros como castañas. Ádega lleva la cuenta de los ahorcados.
– El parvo de Bidueiros, que era hijo bravo del cura de San Miguel de Buciños, no se ahorcó, a ése lo ahorcaron para ensayar. El cura de San Miguel de Buciños se llama don Merexildo Agrexán Fenteira y es muy famoso por sus tamaños; cuando arma, ¡que Dios me perdone!, don Merexildo parece que lleva un pino debajo de la sotana. ¿A dónde va usted con eso, padre cura? ¡A ver si me lo amansa la feligresía, cabrón do demo! (O puta do demo, si le hablaba una mujer.) Dispense. Oiga, don Camilo, le quiero dar un poco de chorizo para que lo pruebe, le es de mucha confianza y también reconstituyente. Mi difunto Cidrán tenía tanta fuerza porque se tragaba los chorizos enteros; yo le digo que el muerto que lo mató, si no lo mata como a un raposo, no lo mata. Diga usted que a mi difunto le tiraron por la espalda, no le dejaron ni mirar; si le dejan mirar, el muerto que lo mató y su compañía, si iba en compañía, están aún corriendo.
El cura de San Miguel de Buciños vive rodeado de moscas, a lo mejor es que tiene el gusto dulce.
– ¿Y no le molestan?
– Sí, pero se aguanta, ¡qué remedio le queda!
Chufreteiro es el sexto Gamuzo, se llama Matías y sabe algo de cartomancia y también hacer juegos malabares. Matías estuvo de azotaperros en la parroquia de Santa María la Madre de Orense, pero después, cuando espabiló un poco, empezó a trabajar en Carballiño, en la fábrica de ataúdes El Reposo, donde gana un buen jornal. Chufreteiro es muy animado y baila con ritmo, canta con buena voz y sin desafinar y juega al chapó con aprovechamiento (hay meses de ganar hasta mil pesetas y aún más). Chufreteiro es muy pavero y ocurrente y cuenta cuentos de Otto y Fritz poniendo acento alemán. Chufreteiro está viudo; su difunta, Purina, que murió tísica, se conoce que la meiga chuchona le enganchó a modo, era hermana de Loliña Moscoso, la del mayor, en esa familia las hijas no duraban demasiado, se morían antes de hartar a los maridos.
– ¿Y dejaban mucho desorden?
– Pues, no: el acostumbrado.
Ádega va a buscar chorizo y más aguardiente, el chorizo y el aguardiente de Ádega son de confianza y alimentan mucho.
– Con el parvo de Bidueiros ensayaron y con mi difunto también, pero de otra manera; siempre hay gente muy mala pero entonces, en aquellos años de la guerra, era todavía peor. Dios los tiene que castigar porque así no pueden quedar las cosas; a muchos mandó llamarlos ya y pocos murieron en la cama y como es mandado, con el hijo mayor cerrándole los ojos. Ya ve usted el fin que tuvo el muerto que mató a Afouto y más a mi difunto. Mucho matar, mucho matar, y al final no acertó a salir vivo del Meixo Eiros; el que vierte sangre se acaba ahogando en sangre. Usted sabe mejor que yo, no lo diga si no quiere, que al muerto que mató a Afouto y a mi difunto lo acorraló su pariente y fue a morir en la fuente das Bouzas do Gago, yo no tengo por qué hablar. A Rosalía Trasulfe le llaman Cabuxa Tola porque es muy descarada, lo fue siempre. Rosalía Trasulfe se desabrochó el escote, se quedó con las dos tetas fuera y le dijo al muerto que andaba matando hombres: venga, mame, a mí no me importa, lo que yo quiero es seguir viva. Y ahora dice: de estas tetas mamó el muerto, es verdad, y por otras partes de mi cuerpo también anduvo, pero la que está viva soy yo y además me lavé todo bien lavado, me lavé las tetas y el coño y hasta la voluntad. ¡Da gusto oírselo decir!
Cada Gamuzo tiene su apodo; esto no siempre pasa, pero, a veces, sí. A Julián Marvís Ventela, o Fernández, o sea a Julián Gamuzo, le dicen Paxarolo porque es listo como el rayo, rápido como la centella y muy ocurrente. Paxarolo tiene una relojería en Chantada, bueno, su señora, ése se fue más lejos pero se colocó bien. Paxarolo casó con chantadina viuda y relojera, Pilar Moure Pernas, relojera por carambola a banda: el primer marido de Pilar, o sea Urbano Dapena Escairón, el propietario de la relojería, falleció de cólico, y el negocio lo heredó el hijo de ambos, el Urbanito, que murió de anemia, siempre fue muy canijo, y entonces la relojería pasó a Pilar, ése es el orden que marca el reglamento. Paxarolo y Pilar tienen cinco hijos y tres hijas, todos sanos y relucientes. Las probabilidades de que Paxarolo llegue a ser el amo de la relojería son escasas, eso es bien cierto, pero a él no le importa, él se conforma con ser relojero consorte y ver que sus hijos comen caliente y pueden seguir estudios.
– A Cabuxa Tola le mamó las tetas el muerto que mató a Afouto, a mi difunto y puede que a doce más, pero el hijo de puta está ahora muerto y ni siquiera enterrado, don Camilo, que una mujer, algún día le diré quién, usted cállese que la que habla soy yo, y Dios quiera que no hable más de la cuenta, robó sus restos del camposanto e hizo con ellos lo que jamás podrá saberse como no quiera decirlo. Hay que estar pegado a la tierra, y más vale ser tierra que agua. Cabuxa Tola no tiene nada de tola y vive aún, pienso que con su hija Edelmira, que casó en Sarria con un guardia civil. Tiene mi edad, uno o dos años más que yo, y fuimos siempre muy buenas amigas. A todas las mujeres nos mamó alguien las tetas alguna vez, para eso estamos, que el gusto no nos lo quita nadie, lo que importa es no guardar el asco: un mozo en el pajar y otro en la cuadra, el cura en la sacristía, un feriante en la lareira, el molinero en el molino, un forastero en el monte, el marido cuando le da la gana…, lo que importa es no guardar el asco. De estas dos tetas, cuando estaba criando a mi hija Benicia y eran dos tetas de verdad y como Dios manda, grandes y duras y llenas de leche, también mamó la culebra, pero mi difunto le partió la cabeza con un sacho y la mató, aquí no hay más que difuntos y el viento famento soplando la Marcha Real en los carballos.