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– ¡Ay, mire! Yo no le digo ni que sí ni que no, a mí esto ni me va ni me viene, a mí que me dejen en paz.

– Bueno, bueno.

Fabián Minguela es un trapacero, Fabián Minguela no es pequeño del todo sino medio pequeño, ningún Carroupo es grande ni fuerte, hay pequeños y medio pequeños mañosos pero también los hay muy trapalleiros y confusos, al lado de don Jesús Manzanedo, Fabián el Moucho es un doctrino, un aprendiz. Don Jesús Manzanedo mata gente por aprecio del orden y también por deleite, las dos cosas, los hay a quienes se les pone gorda dándole gusto al dedo y apretando el gatillo, en cambio Fabián Minguela mata gente para dar coba a alguien, no se sabe a quién, alguien habrá que sonría, siempre pasa, y por miedo, tampoco se sabe a qué, algo habrá que asuste, siempre pasa, el miedo se escapa como una sabandija por la atarjea del terror. Benicia tiene los ojos azules y la voluntad siempre dispuesta, Cidrán Segade, el padre de Benicia, era de Cazurraque, por debajo de los penedos de la Portelina, y también murió en el bululú, cuando el mundo se revuelve los hombres puedan morir a manos de los títeres, esto no pasa si Dios no pierde el mando ni el orgullo.

– ¿Me fríes un chorizo?

– Sí.

El agua de la fuente del Miangueiro tiene veneno pero no pudre la carne sino el espíritu, quien bebe el agua de la fuente del Miangueiro loquea y, a lo mejor, hasta mata gente mientras se caga de pavor por la pierna abajo. En la iglesia de las Mercedes hace frío pero esto a Gaudencio no le importa, Gaudencio va a misa todas las mañanas cuando termina de tocar el acordeón, después duerme hasta el mediodía en su cuchitril de debajo de la escalera, no tiene luz pero eso es lo mismo, ¿para qué la quiere?, los ciegos son de buen conformar, a la fuerza ahorcan.

– ¿Sabe usted quién era la condesa que puso precio a la cabeza de Benigno?

– Sí lo sé pero no se lo quiero decir. Y además, para que se entere, no era condesa sino marquesa.

El apóstol San Andrés andaba celoso del apóstol Santiago porque le llevaba toda la parroquia.

– A Compostela llegan peregrinos de todas las partes del mundo, hasta del Cipango, de la Tartaria y de la Etiopía, y en cambio a Teixido no vienen ni tan siquiera de Ferrol o de Vivero o de Ortigueira, que están ahí al lado, eso no es justo porque yo también soy apóstol, tan apóstol como los demás.

Nuestro Señor Jesucristo, que venía por el mismo sendero, le dijo,

– Tienes toda la razón del mundo, Andrés, esto hay que arreglarlo, voy a disponer que de ahora en adelante nadie pueda entrar en el cielo sin haber pasado por Teixido.

– Muchas gracias.

Dicho y hecho, Nuestro Señor Jesucristo dispuso que todos los cristianos que quisieran salvar el alma tendrían que haber viajado por lo menos una vez al santuario, en vida o en muerte, y entonces convertidos en animales irracionales, por eso se dice que a San Andrés de Teixido vai de morto o que non foi de vivo. Por el confín de San Andrés de Teixido, en el cabo del mundo, frente a la mar que nadie navega porque las olas son como montes, se ven tropeles de escorpiones, lagartos, sapos y otras alimañas mansas y bravas, hasta víboras y tarántulas peludas, que llevan dentro el ánima de quienes no fueron romeros a su tiempo, así podrán salvarse los avisados por Dios Nuestro Señor.

– ¡Qué suerte! ¿Verdad?

Los parvos pasan al lado de la muerte sin verla ni olerla, la ven los ciegos cuando la sienten escapar por el espinazo y la huelen los perros pero no los parvos, los parvos no la distinguen de la vida, Roquiño Borrén se pasó cinco años en un baúl pero sin saber siquiera que estaba mal, cuando lo sacaron al aire hasta sonreía, Roquiño Borrén se muerde las uñas y come el caliche de la pared, se ve que le entretiene. Catuxa Bainte, la parva de Martiñá, tampoco separa la vida de la muerte, la parva de Martiñá no sabe que la muerte borra la vista y por eso le enseña las tetas a las raposas y a las donosiñas muertas, el sacristán la escorrenta a estacazos y pedradas.

– ¡Fuera de aquí, marrana! ¡Escapa antes de que te mate a palos!

Benigno Álvarez anduvo huido por los montes de Maceda, entre la sierra de Meda y la de San Mamede (don Merexildo, el cura de San Miguel de Buciños, parece un avispero de moscas, un hormiguero de moscas, una gusanera de moscas, no hay modo de que se le pueda ver si no es rebozado en moscas), iba con Leandro Carro y con Enriqueta Iglesias, la Camarada (el ama del cura de San Miguel de Buciños se llama Dolores y es vieja y manca, Dolores huele a naftalina y bebe licor café abondo), Benigno Álvarez enfermó y murió, le pegaron dos tiros después de muerto, se conoce que no se fiaban, su hermano Demetrio también murió y sus otros dos hermanos, José y Antonio, escaparon a Portugal, los guardiñas los devolvieron por la frontera de Tuy, donde los pasearon en el lugar que dicen Volta de Moura, era la costumbre, a menos de media legua de la ciudad yendo por la carretera de Vigo (al cura de San Miguel de Buciños las mujeres le van detrás, verriondas como cabras, no le dejan vivir, las mujeres son unas leonas que huelen al hombre a mucha distancia); el que libró fue Eulogio Gómez Franqueira gracias a don Manuel, su tío, que era funcionario del ayuntamiento de Cenlle.

– ¿Te encuentras bien?

– Sí, muy bien; mientras me dejen hablar no me matan, eso tenlo por seguro.

Tía Jesusa y tía Emilita no entienden nada de lo que pasa, tía Jesusa y tía Emilita añaden un padrenuestro más al rosario para impetrar que el ángel del bien triunfe sobre la bestia del mal, el propósito queda un poco ambiguo pero quizá sea suficiente, los alacranes y los cuervos caen noche tras noche sobre las tapias del cementerio de San Francisco.

– ¿Está Damián?

– Va en Santiago.

– ¿Va a caballo?

– No.

– ¿Va en bicicleta?

– Sí.

Telma le dice a Concha da Cona:

– Échate a la carretera y no te apartes hasta que lo tropieces, dile que no vuelva por aquí, que lo andan buscando.

El sacristán de Torcela empezó a contar historias de fuegos fatuos, de ánimas del purgatorio y de resucitados que llevaban más de un siglo muertos; el cabo de la guardia civil no se lo creía.

– Eso no es posible, después de un mes ya no resucita nadie y antes, muy pocos, ¡a mí que no me digan!

El sacristán de Torcela le da a Concha da Cona tres cuernos de bacaloura y una botellita de Palmil Giménez llena de aceite de la lámpara del Santísimo.

– Le das esto a Damián y le dices que se meta por el Testeiro, esto no puede durar mucho.

– Dile también que no se olvide de rezar a San Judas.

– No, descuida.

San Judas Tadeo, apóstol glorioso, haz que mis verdugos caigan en un pozo. Concha da Cona es mujer guapa y decidida y toca muy bien las castañuelas, casi como una gitana. San Judas Tadeo, que estás en el cielo, líbrame de males, odios y veneno. Las cosas tienen que volver a lo de siempre, esto no puede seguir manga por hombro.

– Sí, ¿y si sigue?

– No, ya verás como no sigue.

A Policarpo el de la Bagañeira se le hundió la casa cuando fuera de la muerte de su padre, don Benigno Portomourisco Turbisquedo, se reunió tal gentío que la casa partió en dos como una sandía, a Policarpo se le escaparon sus donicelas amaestradas, eran tres, ahora tiene dos, Daoiz y Velarde, que andan por toda la casa, los nombres se los puso Robín Lebozán, las donicelas amaestradas no se escapan mientras no se asustan. Luisiño Parrulo está ya ciego pero aún no le dio la pulmonía, cuando murió Dorotea Expósito, la madre de Policarpo, tuvo que intervenir el cura Furelo porque el marido no quería que la enterrasen en sagrado.

– A esa puta que la quemen con serrín y después que la entierren fuera del cementerio, no se merece otra cosa.

El cura Ceferino Furelo no le hizo caso, el cura Ceferino Furelo siempre demostró buenas inclinaciones, también da de lo que tiene y mira para el que no tiene, la avaricia es pecado mortal. Mi tío Claudio Montenegro, el pariente de la Virgen María, quiso completar su servicio doméstico y convocó las dos plazas vacantes, capellán y barragana, se admiten recomendaciones, cuando a mi tío le dijeron que Leitón había ido a Orense a que le pegaran ladillas, lo encontró lo más razonable: la puta ladillenta, no importa el nombre, eso es lo de menos porque todas las ladillas son iguales, le pega un ladillazo a Santos Cófora, Leitón, éste se lo pasa a su mujer, Marica Rubeiras, y ésta se lo contagia en el campanario, el picadero no es cómodo ni caliente pero sí discreto y hasta tranquilo, al cura Celestino Carocha, al final le llegan las ladillas hasta las cejas, esto es como el juego de la correlativa, y con un poco de suerte y el tiempo por medio, puede acabar rascándose todo el país; después pasa lo que pasa y vienen las guerras y las calamidades. Mi tío Claudio quiere estar cómodo y tranquilo sus últimos años, ya vivió suficiente tumulto y tantas vicisitudes como el cuerpo aguantó.