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– Sí, señorita, no se lo decía de malas, puede usted ir a donde quiera, eso es verdad, pero, ¡como está todo tan confundido!

– ¿Y quién lo confundió?

– ¡Ay, yo no le sé decir, señorita! A lo mejor es que todo esto que pasa es de natural confundido.

A la señorita Ramona, cuando volvió a su casa, la estaban esperando Raimundo el de los Casandulfes y Robín Lebozán. Raimundo sonrió para hablar.

– Me han llamado del gobierno civil.

– ¿Para qué?

– No lo sé, me ha llamado el gobernador nuevo, el teniente coronel Quiroga.

– ¿Y vas a ir?

– Tampoco lo sé, eso es lo que quería preguntarte, ¿a ti qué te parece?

– No sabría decirte, habrá que pensarlo con calma.

En momentos así no se sabe nunca cómo acertar. Raimundo era partidario de presentarse pero Robín, no, Robín trataba de quitárselo de la cabeza.

– Meterte en Portugal sería un error por los guardiñas, ya sabes, pero salir de aquí te es fácil, puedes apuntarte en la Bandera Legionaria Gallega de Barja de Quiroga, yo creo que siempre será mejor la guerra que esto.

El teniente coronel don Manuel Quiroga Maciá, gobernador civil de la provincia y delegado de orden público, llamó a Raimundo para nombrarle alcalde de Piñor de Cea.

– Me honra usted, mi teniente coronel, pero yo tenía pensado alistarme en la Bandera Gallega, estaba a punto de salir para La Coruña.

– Bien, su conducta es digna de encomio, ¿podría usted darme algún nombre de confianza para ese cargo?

– No, señor, así de pronto no se me ocurre nadie.

La radio anuncia que el triunfo del alzamiento es irresistible: En Madrid ya no hay gobierno, el último conjunto de mamarrachos y farsantes que nos traicionaba, huyó en avión a Toulouse. Cedió materialmente sus poderes a los comunistas y su última hazaña ha sido el incendio y destrucción del museo del Prado.

– ¡Caray, si esto es así no va a quedar títere con cabeza!

María Auxiliadora Porras, la novia o medio novia que desairó a Adolfito Choqueiro, el primer marido de Georgina, se pasó una semana entera en la cama con Micifú.

– ¿Y no te daba reparo?

– ¿A mí, por qué? Bienvenido era muy hombre, no muy alto pero sí muy hombre, a mí que me quiten lo bailado, eso que dicen por ahí son habladurías, la gente es muy envidiosa y murmura más de la cuenta.

Tía Emilita se niega a hablar con tío Cleto.

– Yo soy muy señora y no tengo por qué dirigirle la palabra a un marrano sin principios, que Dios me perdone pero mi dignidad me impide hacerlo. ¡Pobre Jesusa, se hubiera merecido una muerte más respetuosa!

Con tía Jesusa aún de cuerpo presente, tío Cleto, acompañándose del jazz-band, pronuncia discursos: ¡Ciudadano gallego, ya ha nacido el nuevo día de la salvación y la independencia de España!

– Yo no sabía que tu tío Cleto era tan patriótico.

– No, no lo es, es según le da.

A la vuelta del cementerio tío Cleto, conmigo y con mi prima Ramona delante, le dijo a tía Emilita,

– Quisiera hablar contigo, Emilia, y pedirte perdón por las ofensas que haya podido hacerte. ¿Me perdonas?

– Claro que te perdono, Cletiño, ¿no perdonó el Señor a los judíos que lo crucificaron?

– Gracias, Emilia, y ahora escucha. No hay que dramatizar demasiado, ¿me entiendes?

– No.

– Bueno, es igual. No hay que dramatizar demasiado, en las familias es mejor confesar la derrota que seguir luchando, ¿confiesas tu derrota y te rindes?

Tía Emilita se puso primero colorada, después pálida y después se cayó al suelo con un desmayo, se dio una costalada cumplida. Mientras mi prima Ramona y yo la atendíamos, tío Cleto subió a su casa y se puso a tocar el jazz-band; antes, según costumbre, ventoseó de modo seco, tajante y prolongado.

Raimundo el de los Casandulfes se alistó en las Banderas Gallegas, en La Coruña había mucho fervor nacionaclass="underline" el niño J. T., un cabrito y cinco latas de calamares en su tinta, es fusilado el gobernador civil don Francisco Pérez Carballo; la Sra. de T., mamá del anterior y admiradora del glorioso ejército español, una salchicha, un salchichón y una docena de chorizos, es fusilado el comandante de las fuerzas de Asalto don Manuel Quesada; don J. T., marido de la anterior y padre del primero, cuatro gallinas, seis docenas de huevos y cuatro hojas de bacalao, es fusilado el capitán de las fuerzas de Asalto don Gonzalo Tejero; I. A., una caja de dulce de membrillo de Puente-Genil, es fusilado el alcalde de La Coruña don Alfredo Suárez Ferrín; una señora amiga de la paz, cinco botellas de vino de Rioja tinto y cinco latas de aceite, es fusilado el almirante don Antonio Azarola Grosillón; A. S., tres conejos y tres pollos, es fusilado el general don Rogelio Caridad Pita; un patriota, una caja de mantecados de Astorga, es fusilado el general don Enrique Salcedo Molinuevo. Raimundo el de los Casandulfes está triste.

– Aquí va a haber muchos crímenes, ya los está habiendo, y mucha estupidez, pero lo peor va a ser la marcha atrás que vamos a dar todos, que va a dar el país, ¡pobre España!, lo peor de estos estallidos es el triunfo de la vulgaridad, hay momentos en los que el hombre se siente orgulloso de su vulgaridad y presume de burro y de ignorante, son los tiempos peores y también los más dramáticos y sangrientos, los mediocres no perdonan y disfrazan a Dios a su imagen y semejanza, lo visten de clown o de alabardero, podemos retroceder cien años pero hay que callar, no merece la pena querer llevarle la contraria a las mareas, nadie pudo jamás llevarle el pulso a la resaca. Que sea lo que Dios quiera.

Hace buen tiempo y el paisanaje anda confundido, el sol revuelve el aire que respiramos y unta la atmósfera de un pringue raro y poco saludable; a la señorita Ramona le preocupa la marcha de Raimundo pero aún más el que los restantes hombres nos quedemos.

– ¿Queréis que tiren al blanco con vosotros? Esto se va a poner inhabitable para los hombres, ¿te acuerdas de aquello que dijo no sé quién de que el hombre es un lobo para el hombre?, parece como si se hubiera levantado la veda del hombre, las mujeres nos defenderemos mejor, ¿por qué no te vas tú también?

– No, Moncha, de momento me quedo, ya veré si aguanto, el Moucho es un hijo de puta, lo sabes tan bien como yo, pero conmigo no se atreve.

– No estés muy seguro, éstos se crecen con el desbarajuste, son todos iguales y se apoyan unos a otros.

– Bueno, ya me defenderé.

En la taberna de Rauco la gente bebe el vino en silencio, es muy amargo ver que nadie se fía de nadie.

– ¿Tú crees que Cabuxa Tola está a gusto con Fabián?

– Yo no creo nada, eso es cosa de ellos.

La señorita Ramona está más guapa que nunca, con sus ojos hondos y negros y su pelo tirante, se conoce que la tristeza le añade encanto, también lleva el traje ceñido.

– ¿Qué va a hacer Robín?

– Está dudando, yo no soy el único indeciso, estamos todos dudando y sin saber qué hacer, esto empieza a durar ya demasiado.

La señorita Ramona sacó del aparador una botella de vino de Oporto y una honda caja de galletas.

– ¿Quieres una copa?

– Sí, gracias.

– Perdona que no te ponga un plato para las galletas, sácalas de la lata, hay algunas de coco muy ricas.

La señorita Ramona se sentó al piano.

– ¿Qué quieres que toque?

– Lo que tú quieras, lo que me gusta es verte.

La señorita Ramona sonrió con un mohín de muy graciosa coquetería, pocas veces estuvo tan hermosa, ¡y mira que la conozco bien!

– ¿Te estás declarando?

– No, Moncha, ¡qué ocurrencia! Yo no quiero hacer desgraciada a ninguna mujer y menos a ti, yo no sirvo para casado y a lo mejor ni para tener novia siquiera, lo más probable es que no sirva para nada.

– ¡No digas tonterías! ¿Estás seguro de que me ibas a hacer desgraciada?

La señorita Ramona tocó el Vals de las olas.

– Es un poco cursi pero bonito, ¿verdad?

– Sí, muy bonito.

Por detrás de los ojos, o sea por dentro de la cabeza, me voló como un ramalazo triste y poco resignado.

– Moncha.

– Qué.

– ¿Tú crees que tirarán al blanco conmigo?

Maruja Bodelón, la ponferradina de Celso Varela, el ya lejano novio de tía Emilita, todo prescribe, se bajó el dobladillo de la manga y se dejó el pelo a su color.