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Robín Lebozán se pasa las tardes en casa de la señorita Ramona, los dos se sienten culpables de lo que no tienen culpa, esto sucede a veces y el único remedio es dejar pasar el tiempo.

– A mí me parece que me equivoqué de medio a medio, Moncha, yo quizá gaste demasiado tiempo en juzgar y en despreciar y así tampoco se puede vivir, la vida va por otros caminos, yo estoy muy asustado, Moncha, más asustado que tú, yo pienso que dentro de cincuenta años la gente todavía andará dándole vueltas a esta locura, esto es una locura y con todos estos farsantes heroicos y religiosos y políticos hay que andarse con cuidado porque no las piensan…, hoy sí me gustaría que pusieses una polonesa de Chopin en la gramola o qué la tocases al piano, es mejor que la toques al piano…, hace días que no sabemos nada de Raimundo, ¿cómo estará?, él ni se imagina lo que lo echamos de menos…, hoy sí me gustaría que me dieses una copita…, ¡qué raro es todo, Moncha!, de repente me puse muy alegre, ya veremos lo que dura…, ¿por qué no te subes un poco la falda?

La señorita Ramona está sentada en su mecedora y sonríe en silencio mientras poco a poco se va subiendo la falda.

– Tú dirás.

El marido de doña Paula Ramírez se llama don Cosme y es escribiente de la delegación de hacienda; don Cosme es un alfeñique bajito pero muy pinche que se peina con fijador Gomina Argentina y que los domingos, por entretenerse y también para ganar unos reales con honradez, toca el bombardino en la banda municipal, La leyenda del beso, La boda de Luis Alonso, La Calesera, la jota de La Dolores, doña Paula es tetona y poderosa y a don Cosme lo tiene para hacer recados y también para llamarle Beethoven con un desprecio infinito.

– Ve por espinacas, Beethoven, ¡y no tardes!, trae también carbón de encina y llégate al funerario a ver para quién era ese ataúd tan lujoso que sacaron esta mañana.

– Voy enseguida, Paulita, déjame terminar el periódico.

– ¡Ni periódico ni leches! ¡Antes es la obligación que la devoción!

– Bueno, mujer.

Los pupilos de doña Paula somos cinco: el sacerdote don Senén Ubis Tejada, bronquítico, el brigada de infantería retirado don Domingo Bergasa Arnedillo, asmático, el protésico dental don Martín Bezares León, orquítico, y nosotros dos, heridos de guerra.

– Peor sería que además fuésemos tontos y ancianos, ¿no crees?

– ¡Hombre, sí!

El artículo 2.° del reglamento de 1852 sobre beneficencia supone que quienes necesitan más atención son los locos, los sordomudos, los ciegos, los impedidos y los decrépitos, quizá no vaya descaminado. El matrimonio de la fonda no tiene más que una hija, la Paulita, que es repugnante, la pobre es tal que una rata de atarjea y además tiene bigote y patillas y lleva lentes, es lo que se dice un asco, un verdadero asco.

– ¿Por qué no le pones los puntos? Yo creo que si le haces un poco de caso a lo mejor hasta nos dan mejor de comer, tú eres de boca dura, ¿por qué no pruebas?

– ¡Coño!, ¿por qué no pruebas tú?

Raimundo el de los Casandulfes y su primo el artillero Camilo se van a hacer las curas y a poner inyecciones al hospital, situación cura ambulatoria, ya se sabe, sor Catalina sigue dándoles vales; a los pocos días, mientras están sentados en el café, surge la conversación.

– ¿Qué me dices de lo de Afouto y de Cidrán Segade?

Raimundo el de los Casandulfes se pone serio y baja la voz.

– Nada, ¿qué quieres que te diga?

Y su primo el artillero Camilo bebe un sorbo de coñac y habla mirando para el suelo.

– ¿Tú qué piensas que debemos hacer?

– No sé, de momento tener mucha paciencia y no hablar con nadie del asunto, hay que esperar a que acabe todo esto y pueda reunirse la familia para decidir, los Moranes somos muchos y los Guxindes aún más todavía, todos los que queden vivos deben hablar, ese que tú y yo sabemos tendrá que pagar su crimen, así no se va a ir, descuida, es la ley que nos gobierna, hablemos de otra cosa, lo que sea ya sonará.

El artillero Camilo pide otras dos copas.

– ¿Tienes más vales?

– No, pero un día es un día.

Cuando les traen el coñac Raimundo el de los Casandulfes se queda pensativo.

– ¡Mira tú que no poder brindar diciendo salud!

El país queda a cuatro días de tren, eso es una paliza.

– Si pudiera me iba ahora mismo para el país.

– ¡Toma, y yo! Y además le regalaba el fusil al primero que pasase.

La salud de Raimundo el de los Casandulfes y de su primo el artillero Camilo iba mejorando poco a poco pero ellos se aburrían como ostras y además estaban sin un real, de la partida de poker del bar Iberia no sacaban más que para ir pagando la fonda, tampoco podían arriesgarse demasiado, Paulita, sobre ser más fea que Picio, salió virtuosa, eso es jugar a confundir, y el artillero Camilo, aunque puso todos los medios a su alcance e hizo de tripas corazón, falló en su intento de seducirla para prosperar.

– ¿O para subsistir?

– Pues sí, no va usted demasiado descaminado, o para subsistir.

Al segoviano don Atanasio Higueruela Martín, segoviano de Tabanera la Luenga, prestidigitación, cartomancia, hipnotismo, también adivinaba el pensamiento y el porvenir, ¿no sería medio masón?, se le escapó la señora con un moro, don Atanasio echaba espuma por la boca.

– ¿Será hija puta, largarse con un mahometano?

– ¿Y sabe usted dónde está?

– No, ni lo sé ni me importa, yo ya la he borrado de mi vida.

– ¡Caray!

Las conversaciones sobre mujeres suelen traer mucho consuelo al ánimo de los hombres.

El artillero Camilo procuró templar gaitas.

– Mire usted, señor Higueruela, las mujeres ya se sabe, unas son putas, otras cojas, otras sordas, otras tienen conjuntivitis, a otras les baila la matriz, a otras les huele el aliento, otras tienen mal las vértebras, otras se escapan con un moro o con un cristiano, es igual, y otras te quieren llevar al buen camino y hacerte un hombre de provecho, ¡hay que joderse!, entonces se pasan el día predicándote lo que tienes que hacer, dándote consejos y pidiéndote cuentas como si tú no te las supieras bandear, son como madres ejemplares, eso no hay Dios que lo aguante, ¿por qué no se estarán quietas?, a lo mejor es que no pueden. Las mujeres están buenas, ya lo sé, bueno, todas no, la Paulita sin ir más lejos es un fiasco, un bodrio, pero en general sí están buenas, no nos podemos quejar, lo malo es que son muy latosas y se pasan la vida organizándolo todo… Oiga, ¿conoce usted a alguien en el hospital de Nanclares de Oca?

– No, ¿por qué?

Robín Lebozán se pasó toda la noche escribiendo, se siente como destemplado y se prepara café en un infiernillo de alcohol, no tiene más que prender la mecha, por lo menos el café estará caliente, entre sorbo y sorbo Robín Lebozán lee lo que ya va escrito y entorna los ojos para pensar.

– Sí, me gané el café, no hay duda, hay cosas muy lejanas y cosas más próximas, la memoria revuelve el tiempo de los sucesos y los nombres de las personas, a la memoria tanto le da, la verdad es que ya queda todo muy lejano, entonces Benicia era aún niña y Ádega de recién viuda estaba de muy buen ver, Moncha fue siempre muy elegante, las historias se atropellan en la cabeza y en nuestra familia no hubo jamás un testamento razonable, esto no es un examen de conciencia pero lo parece, a Raimundo siempre le gustó dar la cara en el monte, a mí no me sobró nunca la salud, recuerdo que un día me dijo: yo voy al lobo y al jabalí pero no al conejo, eso es para los castellanos, que salen por la mañana al campo con la escopeta y disparan contra todo lo que se mueve por si acaso está vivo, una paloma, un conejo, un niño, les es igual, Raimundo estuvo con los isleños del delta del Mississippi, que hablan español…, un señor le dijo a otro sin venir a cuento: desengáñese usted, el cuerdo es un gilipollas que muere joven…

Robín Lebozán dejó caer la cabeza sobre el pecho y se quedó dormido, cuando empezaba a revolver las ideas en la sesera, señal de que le invadía el sueño, eso le pasa a todo el mundo.

– ¿Por qué no te acostaste en la cama?

– Ya lo ves, me pasé la noche escribiendo, voy a echarme ahora porque si no estaré cansadísimo todo el día.