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En el hospital de Nanclares de Oca, Raimundo el de los Casandulfes hizo amistad con el cabo de requetés Ignacio Aranarache Eulate, Pichichi, para quien llevaba una carta de presentación de don Cosme, el fondista del bombardino.

– ¿Cómo está doña Paula?

– Muy bien, gobernando su fonda, como siempre.

– ¿Y la Paulita? ¡Qué fea es la puñetera!

– Pues también bien, el mes pasado tuvo un cólico.

– ¡Vaya por Dios!

Sobre Orense, a muchas leguas de aquí, descarga la tormenta, la Parrocha se envuelve en su mantón de Manila cuajado de chinos con la carita de marfil, lo menos trescientos chinos, puede que más, y reza la letanía de Nuestra Señora, turris davídica, ora pro nobis, turris ebúrnea, ora pro nobis, domus áurea, ora pro nobis, el de la Parrocha puede que sea el mejor mantón de Manila de toda la provincia y aun de la España nacional entera, ni la Pepita de Zaragoza, ni la Lola de Burgos, ni la Apacha de La Coruña, ni la Petra de Salamanca, ni la Chiclanera de Sevilla, ni la Turca de Pamplona, ni la Madrileña de Badajoz, ni la Bizcocha de Granada tienen ninguno ni parecido siquiera, el de la Parrocha es mucho mantón.

– ¿Cuánto quiere por él, doña Pura?

– No está en venta, caballero, por mucho que ofrezca usted, este mantón no sale de mi casa.

El San Camilo de palo que me hizo Marcos Albite es el mejor del mundo, tiene cara de tonto pero está muy bien, da gusto verlo.

– No lo lleves a la guerra, no se te vaya a perder o a escoñar.

– No, se lo daré a guardar a la señorita Ramona.

– ¿Y no se reirá de nosotros?

– No creo, la señorita Ramona tiene mucha caridad y está bien educada.

– Sí; eso sí.

Las autoridades no lo supieron nunca pero el segoviano don Atanasio Higueruela, el medio mago a quien se le escapó la señora con un moro, era caballero rosacruz, en el brazo llevaba tatuado el sotuer y las cuatro rosas, lo que pasa es que no se remangaba jamás. Don Atanasio creía en la transmigración de las almas, en la confraternidad de los pueblos y en la gravitación universal.

– Mire usted, señor Higueruela, lo prudente es que no exprese usted sus pensamientos en voz alta; el último, pase, aunque con reparos, pero los otros dos cálleselos usted, la gente es muy mal pensada e igual le dan un disgusto.

– ¿Tal cree?

– ¡Hombre, si no lo creyese no se lo diría!

El ciego Gaudencio no se deja mandar.

– Gaudencio, va una peseta por una mazurca.

– Según la que sea.

Rosalía Trasulfe, Cabuxa Tola, jamás se queja de nada.

– Tuve paciencia y Dios me premió viéndolo muerto como un gato al que aplastó un camión, lo que hay que hacer es esperar, esperar siempre, al final Dios Nuestro Señor le quita el correaje al más pintado y ese cabrón que ahora está muerto tampoco era el más pintado, no hace falta que se lo jure porque usted lo sabe.

Ignacio Aranarache Eulate, Pichichi, había estudiado para cura en el seminario de Tudela pero no llegó a cantar misa, se salió a tiempo, ahora estudia derecho en Valladolid, va ya en tercero, el mozo es muy buena persona, algo bajito, sí, pero muy buena persona, una bala le atravesó las dos piernas pero está ya bastante mejor.

– Y el jodido don Cosme, ¿sigue soplando en el bombardino?

– Pues sí, yo creo que le sale ya muy bien.

– ¿Y qué tal le va por la delegación de hacienda?

– No sé, me figuro que le irá corriente.

Pichichi habla con mucha admiración de un pariente suyo, tío lejano, don José María Iribarren, autor del libro Con el general Mola. Escenas y aspectos inéditos de la guerra civil.

– Esas páginas no le trajeron más que disgustos a mi tío porque los emboscados de Salamanca quisieron buscarle las cosquillas y a poco más se las encuentran.

Nunciña Sabadelle sigue haciendo la caridad del favor con el ciego Gaudencio.

– ¿Qué malo tiene que un hombre y una mujer se acuesten juntos a hacer las cochinadas? ¿Usted cree que los ciegos no tienen sentimientos?

Gaudencio le guarda mucha gratitud a Nunciña Sabadelle.

– ¿Quieres que toque El Danubio Azul?

– Sí.

– ¿Y el tango Yira, yira?

– También.

A Gaudencio le gusta escuchar la voz de Nunciña, es muy dulce y armoniosa, y palparle con mucha suavidad el culo.

El pariente de Pichichi había sido secretario del general Mola quien pudo intervenir de modo decisivo, si se descuida un poco llega tarde y con su biógrafo ya cadáver y criando malvas en el otro mundo; el sañudo perseguidor de su tío, según Pichichi, era uno que escribía artículos en el Ya explicando lo que tienes que hacer para que no te engañen cuando compras un automóvil usado.

– ¿Y cómo manda tanto?

– ¡Yo qué sé!

A Raimundo el de los Casandulfes le dan mucho miedo los emboscados, esas covachuelas de Burgos y de Salamanca, bueno, y de otros sitios también, son más peligrosas que el frente, los emboscados son unos hijos de puta muy cobardes, éstos son los peores, lo que quieren es medrar con disimulo aunque el jefe se esté cagando en su padre a cada momento, nada les importa ir sembrando el camino de calumnias, de dolor y hasta de muertes, a los muertos se les confiesa y en paz, el exceso de celo, ¿te das cuenta de lo que quiero decir?, el exceso de celo, lo que hace falta es que el jefe repare en tu patriotismo, ¡viva España!, tampoco es necesario que las cosas salgan bien y a derechas, basta con que vayan a modo, a su aire y sin molestar, la verdad aventurada es menos práctica y conveniente que la mediocridad segura, esto no se entiende mucho pero yo sé bien lo que quiero decir, allí en la covachuela vale todo, la delación, la insidia, la confidencia, los emboscados se ciscan por los calzones de miedo, Raimundo el de los Casandulfes le había dicho al artillero Camilo pocos días atrás, aún en Logroño,

– Cuando esto termine serán los escribientes los que manden, ya lo verás, los jurídicos y los de prensa y propaganda, los emboscados se organizan muy bien y en vez de ir de putas se pasan el día cavilando lo que les conviene, también rezan mucho para que les apoyen las señoras de los militares, de coronel para arriba, lo que no quieren es oír tiros, ellos ganan dinero y salvan el alma, nosotros no salimos de pobres y nos jugamos la vida y a veces la perdemos, pero eso no importa.

Pichichi también ve el porvenir en el alero y en peligro.

– Al toro bravo lo gobiernan siempre los cabestros, eso está más claro que el agua y yo tampoco le veo mejor remedio, eso es injusto, ¿no te parece?, eso no lo debería permitir Dios, lo que pasa es que Dios ni se entera de esos manejos, a lo mejor también le es igual, cuando me pegaron el tiro me cagué en Dios y no estiré la pata, Dios no me castigó, de ésta ya no estiro la pata, eso es señal de que a Dios no le importamos nada, esto no se lo puedo decir a todo el mundo. ¿Tú has pensado alguna vez en suicidarte? Yo, no; yo pienso que no se debe uno suicidar nunca, por si acaso.

El tiempo pasa para todos y Rosicler creció como crecen las mujeres, esto es, provocando.

– Hoy te voy a poner los cuernos con quien yo sé, Monchiña, tú también lo sabes.

– ¡Qué puta eres, Rosicler!

El tiempo pasa para todos, incluso para los muertos.

– ¿Y cómo se las arreglan para contar el tiempo si no pueden mirar el reloj?

– Eso ya no lo sé, yo no sé casi nada de lo que pasa pero me las voy apañando con buena voluntad.

Robín Lebozán supone que no tuvo suerte en la vida.

– Quizá me hubiera ido mejor pero no pude acostumbrarme a la familia, Moncha, quiero decir a mi familia, son todos unos babosos, yo no aprendí jamás a vivir en la ciudad y eso se paga, mi familia es ordenancista, aburrida, poco alegre, poco cariñosa, mi familia está unida tan sólo por fuera y mata el tiempo anestesiándose, con las monsergas de los curas y monjas y criando mal humor, mala uva, mi familia es como Venecia, Moncha, como la ciudad de Venecia, que vive de recuerdos y se va hundiendo poco a poco y sin remisión, también sin enterarse, en mi familia llevan muchos años sin enterarse jamás de nada de lo que pasa, quizá sea mejor así.

Robín Lebozán, cuando terminó su discurso, se quedó dormido, la señorita Ramona salió de puntillas de la habitación para no interrumpir su paz.