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– Se puede vivir y se puede fingir, Raimundo, yo, como no soy muy fuerte, como soy débil, voy por la vida fingiendo, la verdad es que viví poco al lado de lo que viviste tú, por ejemplo, me hubiera gustado vivir más pero tengo que conformarme, ¡paciencia! Yo pienso que ni vive ni existe lo que está lejos de nosotros, tú sabes lo que quiero decir, el eje del mundo es nuestro propio corazón y la casa de Moncha, lo que está lejos de nosotros a lo mejor ni existe siquiera, un indio peruano soplando en una flauta de caña, un esquimal desollando focas, un chino fumando opio, ¿tú te imaginas?, un negro tocando el saxofón, un moro encantando serpientes, un napolitano comiendo espaguetis, el mundo es muy estrecho y la vida muy corta, Moncho Preguizas dio la vuelta al globo terráqueo, es verdad, Moncho Preguizas tuvo amores en Guayaquil, pero los demás no salisteis de estos montes más que para hacer la guerra, yo ni eso, bueno, todos no pero sí la mayoría, tampoco nadie puede asegurar que esto de ver mucho mundo sea bueno, lo que es bueno es que una jovencita toque el laúd sentada en un escabel frente a la chimenea encendida, son las costumbres de antes las que se ahogaron en el desbarajuste, las que se perdieron en el desbarajuste, ahora todo tendrá peor compostura, un tiempo muere y otro nace, Raimundo, el centeno nace y muere todos los años pero el carballo dura más que el hombre, no es necesario anegarse en mierda, Raimundo, tú ya me entiendes, antes es mejor pegarse un tiro en la sien.

Raimundo el de los Casandulfes tiene la cara triste.

– Tú hablas de desbarajuste, Robín, es verdad, hay cosas que no podrán recomponerse jamás, nosotros no las veremos derechas por mucho que vivamos, las costumbres barridas por el desbarajuste…, no sé, ¿me ves muy desarraigado?, quizá haya cometido el error de no morirme joven, bueno, aún más joven de lo que soy…, os ruego que me perdonéis los dos, ¿me das un coñac, Moncha?

– Sí, Raimundo, ¿quieres que toque el piano?

Llueve sobre las aguas del Arnego, que pasa moviendo muelas y escorrentando papudos y aireados por el sapo do demo y la salamandra venenosa, también zurrando moribundos, mientras Catuxa Bainte, la parva de Martiñá, silba en porreta por el outeiro Esbarrado, con las tetas pingando, el pelo como la rama de un sauce llorón y un gurriato en la mano cerrada.

– Vas a coger una pulmonía, Catuxa, y más un paralís al vientre.

– No, señor, que el frío me resbala.

Parece que fue ayer pero por aquí pasó ya el vendaval que sembró el dolor en la memoria.

– ¿Y qué hacemos con los muertos?

– Las tres cosas de siempre, mujer, las tres cosas que se hicieron siempre: enterrarlos con la cara lavada, rezarles un padrenuestro y vengarlos, la muerte no se puede repartir de balde.

– ¡También es verdad!

Llueve sobre las aguas del Bermún, el arroyo que gime como un chiquillo que no se acaba de ahogar, llueve sobre las aguas de los cinco ríos, el Viñao que se escurre desde la llanada de Valdo Varneiro, el Asneiros que brota en la peña dos Cregos, el Oseira que refresca la calentura de los cueros de los frailes, el Comezo que escapa para el norte por el camino de la Raposa Rangada y el Bural en el que lavan sus pañuelos las mozas de Agrosantiño, llueve sobre los carballos y los castaños, las cerdeiras y los salgueiros, los hombres y las mujeres, los tojos y los helechos y la edra solemne, los vivos y los muertos, llueve sobre el país.

– Esto es lo único que nadie ha podido mover.

– Gracias a Dios.

En el entierro de mi tío don Claudio Montenegro nos encontramos todos y hubo sus momentos de tirantez cuando apareció el gobernador civil, por fortuna los ánimos se calmaron enseguida, mi tío don Claudio Montenegro no se dejó marear jamás por nadie, al desgraciado de Wenceslao Caldraga lo atrapó con un cepo lobero y lo tuvo tres días aullando y sin darle ni de comer ni de beber, ni siquiera pan y agua, cuando lo soltó estaba manso como un conejo de corral.

– ¿Y salió corriendo?

– Sí, señor, cojeando pero corriendo.

El muerto que mató a Afouto y más a Cidrán Segade aún no está muerto pero ya no le anda lejos de estarlo, entre Santa Marta y San Luis de hace tres años hizo lo menos doce o quince muertes, puede que más, y ahora le huele la badana a muerto, la gente se aparta cuando lo ve venir.

– ¿No notas que cheira a condenado?

Una mañana el ciego Gaudencio, al volver de misa, sufrió un desmayo en medio de la calle, fue como si le diera el vapor.

– Es el acordeonista de casa de la Parrocha, puede que tenga hambre.

Al ciego Gaudencio le dieron un café en el retén de los municipales y pronto volvió en sí.

– ¿Se hizo usted daño?

– No, señor, vi que me desvanecía y me senté.

Cuando volvió a casa de la Parrocha no se enteró nadie porque las mujeres estaban todas dormidas, le acompañó un guardia que tosía mucho.

– Ya llegó.

– Que Dios se lo pague.

El ciego Gaudencio, cuando se metió en la cama, se tapó cabeza y todo para sudar.

– Esto me hará bien, se conoce que me pilló el aire en una mala postura, en un mal momento.

Por la noche, Gaudencio le dio al acordeón como si tal.

– Gaudencio.

– Mande, don Samuel.

– Toca aquella mazurca tan bonita, tú sabes la que digo.

– Sí, señor, lo sé, pero tiene que dispensarme porque hoy no corresponde, la verdad es que no corresponde casi nunca.

Basilisa la Parva es pupila de la Tonaleira en La Coruña, dicen que Basilisa la Parva es la puta más puta de todo el mundo pero no es verdad, eso no lo puede saber nadie, Basilisa la Parva le estuvo mandando chocolate y tabaco al difunto cabo Antemil hasta que se hartó, Basilisa la Parva no supo nunca que el cabo Antemil había muerto, ella creía que era inconstante, como todos los hombres menos Javierito Pértega que es maricón y está para hacer recados que no sean difíciles, también vale para que le arreen patadas en el culo.

– ¿No te da vergüenza llevar las partes colgando?

Don Lesmes Cabezón Ortigueira, practicante de medicina y cirugía menor y uno de los jefes de los Caballeros de La Coruña, se cayó al mar en la dársena de pescadores, mismo donde una vez apareció una ballena, y se ahogó, puede que lo empujaran, a Doloriñas Alontra le dio la risa cuando se lo dijeron.

– Era un baboso que maltrataba a las mujeres, está mejor de ahogado.

El fantasma de Benitoña Cardoeiros, la vieja que ya no servía para nada a la que mató a mordiscos el sacaúntos Manueliño Blanco Romasanta, aún flota por el aire de la carballeira de Prado Alvar que está llena de reiseñores.

– También hay chamarices y xilgaros.

– Sí, señora, y verderolos y melros y loias de color de tierra, en la carballeira de Prado Alvar le hay de todo.

El día de difuntos conviene pasarlo en paz, antes era costumbre ir a tocar la gaita y a comer rosquillas al camposanto, pesan mucho los muertos y nadie debe distraerse.

– ¿Podrán contarse alguna vez todos los muertos?

– Nunca jamás, hay quien dice que los muertos crían más muertos, puede ser pero a mí no me lo parece.

El día de difuntos del año 1939 ya había empezado la segunda guerra mundial, el día de San Carlos va poco después del día de difuntos, el día de San Carlos del año 1939 y convocados por Robín Lebozán se juntan veintidós hombres, todos parientes de la sangre, en casa de la señorita Ramona: Raimundo el de los Casandulfes, nadie le llama nunca por el apellido porque encierra mucho dolor, ésta es una historia cuyo cuento sería muy largo y doloroso, Raimundo el de los Casandulfes lleva algún tiempo sin querer hablar demasiado, está medio triste; los cuatro Gamuzos útiles, o sea, Tanis Perello que puede tumbar a un buey con una mano, su mujer se le cayó por las escaleras y se partió una pierna, lo más seguro es que llevara demasiado anís en el cuerpo, Roquiño Crego de Comesaña con su famoso carallo descomunal, ahora lo tiene un poco escocido aunque de buen ver como siempre, Matías Chufreteiro, que lleva meses sin bailar, y Julián Paxarolo, relojes de bolsillo y pulsera, despertadores y de cuco, de sobremesa y pared, Celestino Carocha y Ceferino Furelo no están porque son curas, y Benitiño Lacrau y Salustio Mixiriqueiro libran por defectuosos; los tres Marvises de Briñidelo, Segundo, Evaristo y Camilo, que son bravos de natural y cabalgan los más duros potros a pelo y sin agarrarse, el padre, o sea Roque, no está porque ya va viejo, se quedó en Esperelo con su portuguesa; don Camilo y el artillero Camilo, don Camilo tiene dolor de oídos, bastante dolor de oídos, pero como es de sentido común no dice nada; don Baltasar y don Eduardo, hermanos de don Camilo, uno es abogado y el otro ingeniero; Lucio Segade y sus tres hijos mayores, Lucio, Perfecto y Camilo, costó trabajo sujetarlos porque querían hacer justicia por ellos y sin oír a nadie; tío Cleto, éste no da la mano por aprensión a los microbios; Marcos Albite, que llegó dando tumbos por las corredoiras con la carretilla empujada por la parva de Martiñá, Marcos Albite, en silencio y debajo de su paraguas parecía un ánima en pena puesta a remojo por Dios Nuestro Señor; Gaudencio Beira no tuvo que estar presente por ciego; Policarpo el de la Bagañeira, que lleva un ratón obediente en el bolsillo, no lo saca por respeto; Moncho Preguizas, el descubridor del ombiel, el árbol con hojas de carne de caracol; el venerable tío Evelio con sus temples, y Robín Lebozán, claro, algunos vinieron desde mucha distancia, todos van cubiertos con sombrero o gorra de visera o boina, y unos se tratan de tú y otros de usted, don Camilo va de bombín y abrigo de cuello de piel de lobo, los atienden la señorita Ramona, Ádega, su hija Benicia, la parva de Martiñá y las dos primas de Moncho, Georgina y Adela, con los criados de la señorita Ramona ya no se puede contar porque van muy viejos, los hombres cenan caldo y lacón o empanada de raxo, a elegir, y toman queso de teta, dulce de membrillo y melocotones en almíbar de postre, cuando dan las doce don Camilo hace una seña y todos se sientan en silencio y encienden un puro, don Camilo trajo puros para todos, mientras las mujeres sirven el café y el aguardiente, después se van a la cocina, ninguna queda escuchando detrás de la puerta porque son los hombres los que disponen las vidas de los hombres y las mujeres lo saben y respetan los usos, hay pleitos de los que las mujeres no pueden hablar más que en la cama, con un solo hombre y tampoco siempre.