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– Sí, sí, ya sé que es la última palabra de la ciencia, no seré yo quien lo niegue, pero Norbertito es un cochino que anda con eso de la inseminación artificial, a mí que no me digan, cuando lo veo ayudando a misa con tanta unción me pregunto, ¿de qué ha de valerle si se gana la vida escarbando vacas?

Todavía falta algún tiempo para que esta situación pueda producirse, la historia no siempre es el testigo de las edades, la luz de la verdad, la vida de la memoria, etc., en esto hay muchas habladurías.

– No puedo hacer nada, estoy deseando oír la bomba de palenque, mientras no oiga la bomba de palenque no podré hacer nada, tampoco me encuentro con demasiados ánimos, ¿me das más coñac?

– Sí.

Tía Jesusa y tía Emilita siempre lloraron mucho, se pasaron lo menos media vida llorando, tío Cleto jamás les hizo caso, tampoco hubiera merecido demasiado la pena, ¿que les gusta llorar?, pues que lloren, llorando no molestan a nadie, bueno, a veces, sí molestan pero es igual, a lo mejor tía Jesusa sigue llorando en el purgatorio.

– O en el cielo.

– No, en el cielo no se llora.

Cuando a tío Evelio Xabarín le dijeron que Vicente Chabro el de los Xilmendreiros estaba en el hospital de Orense dijo «que lo maten antes de que mejore» y siguió fumando en su cachimba de loza que representaba a John Bull, a Vicente Chabro lo asfixiaron con la almohada al día siguiente, vamos, dos lo sujetaron y otro se le sentó encima hasta que expiró, y nadie disparó ni siquiera un cohete, la verdad es que Vicente Chabro tampoco tenía mayor importancia, era un pobre cerdo que ni llegaba a ruin.

– ¿Cuánto cree usted que vale un muerto chirle, aunque sea del país?

– No sé; no puede valer mucho, a lo mejor hasta lo dan de balde.

Llueve sobre el cruceiro de Arenteiriño y el regato de Ricobelo, el mismo en el que se chapuzan las raposas la calentura, mientras el eje del carro de bueyes de Toupolistán o Toupello, el alimañero más listo de toda la diócesis, canta a grito herido subiendo por la corredoira de Mosteirón.

– ¿Se acuerda de cuando los cinco niños ahorcados de Mosteirón?

Llueve abondo sobre los pecadentos y los virtuosos, los sabidentes, los inocentes y los corrientes, nosotros, los leoneses y los portugueses, los hombres y las mujeres, los animales, los árboles y plantas y las piedras, llueve sobre la piel y los corazones y el alma, también el alma, llueve sobre las tres potencias del alma.

– ¿Se acuerda de cuando el rayo mató dos niñas en Marañís, más allá del monte de Formigueiros?

La señorita Ramona, Raimundo el de los Casandulfes y Robín Lebozán, cada uno con su paraguas, pasean despacio bajo la lluvia, a lo mejor es que les gusta mojarse.

– ¿Tú podrías vivir en un país donde no lloviese?

– Sí, ¿por qué no?, a todo se acostumbra uno, mira los ingleses y los holandeses, en los países donde no llueve también hay vida y sentimiento, me cuesta trabajo imaginarlo pero es así, estoy seguro de que es así.

Vicente Chabro el de los Xilmendreiros murió sin importancia, a los piernas y los bardallas no les dan la extremaunción y no les hacen ni siquiera la autopsia, ¿para qué?, aunque mueran asfixiados y espernexando, no es costumbre, tampoco está el horno para bollos ni nadie tiene tiempo que perder, a los argalleiros basta con echarlos a la fosa común con un padrenuestro para cada dos, Vicente Chabro fue malo incluso sin querer y eso se paga.

– ¿Avisaron a la familia?

– No; tampoco lo habrán echado a faltar, no crea.

Robín Lebozán habla de la soledad, le escuchan la señorita Ramona y Raimundo el de los Casandulfes, los tres van mojados y parsimoniosos, también serenos y puede que felices, Robín Lebozán es como un pequeño filósofo que de vez en cuando se destapa y habla.

– No es mala la soledad, Dios está solo y tampoco necesita compañía, claro que el hombre no es Dios, eso ya lo sé, las Sagradas Escrituras dicen que la soledad es mala pero yo no lo creo, la soledad orea el alma y la compañía la ensucia, con frecuencia la ensucia, el demonio anida en el corazón del solitario pero no es difícil espantarlo, ahuyentarlo, en el silencio cabe más alegría que en el jolgorio y el sosiego acompaña siempre al solo, ¿no será que la soledad no existe más que ante la compañía no deseada? El hombre escapa de la soledad cuando tiene miedo de sí mismo, cuando se aburre consigo mismo, el masturbador, perdona, Monchiña, no puede tener remordimiento de conciencia ni tampoco puede aburrirse a solas, el masturbador tiene que proclamar con orgullo su soledad independiente y gloriosa,

Machado dice que un corazón solitario no es un corazón, esto es bonito, bueno, ingenioso, pero nada más, esto no es cierto, ahora no se puede hablar de Machado, de Antonio Machado, del otro sí se puede, el secreto es vivir de espaldas a todo, es una situación difícil de alcanzar, eso debe ser casi la beatitud, sólo hay dos posibilidades, que la soledad se desee y se busque o que la soledad se tema y se encuentre aun a nuestro pesar, en el primer caso es un premio, en el segundo es un precio, el de la independencia, la más preciada bendición que los dioses pueden regalar al hombre es la independencia, perdonadme la lata que os estoy dando.

Por el camino cruza Tanis Gamuzo con sus cuatro perras, Flor, Perla, Meiga y Volvoreta, las saca a pasear y a que desentumezcan un poco la musculatura, no las suele echar a pelear con el lobo porque valen un dineral, los machos son más duros, Sultán, Morito, León, Mariñeiro, Zar está con una pata rota, bueno, más duros no siempre, lo que son es más baratos, eso sería lo de menos, a los machos no los puede sacar a paseo porque se muerden, los machos no saben estar más que ante el enemigo, son nobles y sosegados pero a veces se aburren, se pelean y se muerden, es según les da, entonces pueden hacerse peligrosos porque tienen una fuerza increíble, los machos de Tanis pesan por encima de los ochenta kilos, Mariñeiro quizá llegue a cien, no le debe andar lejos, las hembras no pesan tanto pero tampoco es mucha la diferencia.

– ¿Cuándo oímos la bomba?

Tanis Perello sonrió.

– Ya falta menos, mujer, ya falta menos.

Tanis cuida muy bien y con cariño a sus mastines, los alimenta con adecuación, los asea y los limpia de carrachas, los vacuna a su tiempo, los saca a que estiren las piernas, los perros de Tanis son la admiración y también la envidia y el orgullo de todo el contorno, en muchas leguas a la redonda no hay otros perros ni siquiera parecidos.

– ¿Cuánto valen tus perros, Tanis?

– ¿Qué más te da si no los vendo?

Ádega desenterró al muerto que mató a su difunto, le ayudó su hija Benicia, que tiene los pezones como castañas, da gusto verle las tetas, por ahora el muerto no murió todavía pero ya morirá, no hay prisa, la bomba de palenque puede sonar en el momento menos pensado, cuanto más se confíe, mejor, Ádega se lo cuenta a don Camilo, tampoco es el único que lo sabe.

– Usted, don Camilo, es un Guxinde y mi difunto también lo era, bueno, usted es un Morán, ahora quedan menos Moranes, se conoce que se fueron muriendo, es lo más probable. Al muerto que mató a mi difunto lo desenterré yo misma con mis manos y con un sacho de hierro bendito para que no se le pegara la peste, me ayudó mi hija Benicia y nadie más, sé bien que Dios sabrá perdonarme el que le robara un muerto, todos los muertos son de Dios, ya lo sé, pero ése era un muerto especial, ése era aún más mío que de Dios, fui la noche del santo abad San Sabas al camposanto de Carballiño y me lo traje en el carro debajo de unos feixes de tojo que olían la mar de bien, tardé mucho en sacarlo de la tierra, más de tres horas, al muerto se le iban cayendo los gusanos y cheiraba a podre condenado, los muertos que tienen el ánima en los infiernos cheiran peor, eché la calaza al cerdo que después comí, sabía a gloria, los lacones por un lado, los chorizos y la cachola por otro, los jamones bien curados al humo de la lareira, el raxo, el unto, no quedó nada, cuando me acordaba del muerto y me venía la repugnancia procuraba pensar en otra cosa, en Nuestro Señor en la cruz o en mi hermano Gaudencio vestido de seminarista o ya ciego y tocando el acordeón, tanto tiene, y bebía un trago de vino, parte del cerdo lo repartí entre los parientes para que a todos aprovechase, se chuparon los dedos, a la señorita Ramona fue a la única a quien conté lo que hice, no abrió la boca pero dejó caer una lágrima, me dio un beso y me regaló una onza de oro.