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La señorita Ramona sonrió con cierta tristeza y le dijo a Ádega unas palabras que tampoco encerraban mayor misterio.

– A nuestros hombres no se les puede tocar, Ádega, ya ves en qué acaban quienes se quieren saltar la ley del monte.

Rauco el de la taberna le explica al guardia civil Fausto Belinchón González que Gaudencio no tocó la mazurca Ma petite Marianne más que dos veces, el día de San Joaquín de 1936, y el día de San Andrés de 1939.

– Oí decir que había sido por San Martín de 1936 y por San Hilario de 1940.

– Pues oyó mal, la gente confunde todo aposta, se conoce que tiene sus motivos.

Toupolistán o Toupello, con su mostacho montaraz y su aire de raposo reservón y padrote, baja cantando por la ladera del alto do Foxiño.

– ¿No viste a nadie?

– ¿Y a quién había de ver?

– A quien sea. ¿No viste a nadie?

– No, señor, a nadie.

– Júramelo.

– ¡Así me muera!

Toupolistán o Toupello barrunta que los Guxindes andan en pie de guerra, callados y en pie de guerra, cuando los Guxindes se mueven en silencio lo prudente es apartarse, si los Moranes están detrás entonces más vale ni salir de casa porque arde Troya.

– ¿Cuánto hace que no bebes agua en la fonte das Bouzas do Gago?

– Lo menos un mes, este tiempo ando más por la parte de Xirei y de Santa Marina, el último lobo lo vi en San Pedro de Dadín, se metió por la peña das Cobas camino de Valduide.

– Bueno.

Al ciego Gaudencio lo echaron del seminario cuando empezó a enceguecer, se conoce que no querían cargas de caridad ni tampoco remoras pegadas a la quilla.

– Nadie es cura hasta que canta misa, ¿éste cantó misa?, ¿no?, ¡pues a hacer puñetas!, un seminario no es un asilo y la nave de la Iglesia debe poder navegar libre de inútiles ataduras.

– Sí, don Jimeno.

Don Jimeno era el prefecto de estudios del seminario conciliar de San Fernando de Orense, don Jimeno tenía fama por su mala voluntad y su falta de misericordia, también apestaba a ajos y solía decir palabras en latín, don Jimeno era un consumado latinista, a don Jimeno le gustaba muy especialmente la diáfana doctrina del Angélico Doctor Santo Tomás de Aquino, en la Summa contra gentiles se encierra toda la sabiduría del medioevo, ahora circulan tendencias demoníacas y afeminadas, corrientes de pensamiento masonas y mariconas, el ciego Gaudencio tuvo suerte, la verdad es que no puede quejarse, no tendría perdón de Dios si así lo hiciere, como sabe tocar el acordeón y es de natural complaciente pudo encontrar acougo en casa de la Parrocha, doña Pura es buena persona, vive de espaldas a los mandamientos de la ley de Dios pero en el fondo es buena persona.

– En la calle no se va a quedar, ¿que sabe tocar el acordeón?, pues que toque el acordeón, eso siempre alegra.

Anunciación Sabadelle es más dulce que Marta la Portuguesa, las dos quieren bien al ciego Gaudencio, esto de ser ciego ayuda mucho en el trato con las mujeres, Bricepto Méndez, el dueño de Studios Méndez, hizo cerca de dos docenas de fotografías de arte a la Parrocha joven, en cueros y envuelta en su mantón de Manila, es lástima que Gaudencio no puede verlas, los ciegos no saben ponerse cachondos por la vista pero sí por el oído, el olfato, el gusto y el tacto, sobre todo el tacto, las mujeres de ahora son unas palurdas al lado de la Parrocha de mantón de Manila y una teta en escorzo y medio a contraluz, el arte es el arte y ahora hay mucho desgraciado suelto, Visi hace más cabritos que Fermina, casi el doble, yo no lo entiendo pero es así, la gente es muy rara, don Teodosio suele ocuparse con Visi, la mujer ya conoce sus mentiras y sus manías y don Teodosio vuelve a casa complacido y feliz.

– No le des más al anisado, Gemma, ya te tengo dicho que eso es malo para el prurito anal.

– ¡Tú, calla!

– Como gustes, el picor es tuyo.

A Florián Soutullo Dureixas, guardia civil del puesto de Barco de Valdeorras y perito en solfas de gaita, mañas ensalmadoras y artes mágicas, lo mataron en el frente de Teruel, llegó y, ¡zas!, le pegaron un tiro entre ceja y ceja y lo dejaron seco, Florián Soutullo gastaba patillas de boca de hacha y bigotito en forma, la media cajetilla que no se llevó para el otro mundo se la fumó el páter.

– Réquiem aeternam dona eis, Domine; et lux perpetua luceat eis.

En esto de las guerras y la muerte que se reparte de balde, el que no corre, vuela, al cabo Pascualiño Antemil Cachizo le estuvieron mandando pitillos y chocolate después de muerto, Basilisa la Parva no sabía que a Pascualiño lo habían matado ya, creía que estaba olvidada, siempre puede aparecer alguna mejor, Basilisa la Parva estaba ya libre de compromiso, muchas veces se ignora la propia situación y en las guerras más, unos mueren antes, otros después y algunos quedan para contarlo, el tabaco y el chocolate de los muertos a alguien servirá de provecho, aquí no se desperdicia nada.

– ¿Sabe usted qué hora es?

– No, ni lo supe nunca; esto es cosa que ni me importa siquiera.

A Micifú lo mataron sin pena ni gloria, ninguna de las pupilas de la Parrocha vertió ni una sola lágrima por él, al contrario, se alegraron todas, unas más y otras menos.

– ¿Era tan hijoputa como don Jesús Manzanedo?

– Por ahí se andaban los dos, era diferente pero no tenía nada que envidiarle.

A Lázaro Codesal lo mataron antes de que terminara de crecer, a veces la muerte se da una prisa muy eficaz y celosa, a Lázaro Codesal lo mató un moro en la campaña del Rif, el plomo no es ni moro ni cristiano, el plomo es cruel y no distingue, también es ciego, casi todos los ciegos tocan muy bien el acordeón, la raya del monte se borró cuando mataron a Lázaro Codesal y ya nadie volvió a verla nunca, ni siquiera los lobos ni las lechuzas, ni siquiera las águilas, Lázaro Codesal tenía el pelo del color de la zanahoria y los ojos azules y misteriosos como la turquesa, fue lástima que el cabrón de moro le atinase, nadie sabe quién fue ese moro, ni él mismo lo sabe.

– ¿Quieres café?

– No, que me quita el sueño.

Robín Lebozán vuelve sobre lo escrito, se sabe de memoria párrafos enteros y recuerda hasta las tachaduras, Lázaro Codesal fue el primer muerto de esta verdadera historia, no más empezar a contarla se dice: Robustiano Tarulle murió en Marruecos, en la posición de Beni Ulixek, lo mató un moro de la cabila de Beni Urriaguel según lo más probable, Robustiano Tarulle se daba muy buena maña para preñar mozas, o sea que las preñaba con arte, también tenía afición, etc. El último muerto no murió todavía, siempre hay un muerto pendiente en esta cuenta del nunca acabar, es como una cadena sin fin de muertos movida por la inercia, Lázaro Codesal Grovas puede que sea Robustiano Tarulle Grovas y puede que no, aquella guerra fue hace ya mucho tiempo, en un lado estaban los cristianos y en el otro los moros y así no había confusión, entonces las noticias tardaban en llegar y la gente se asustaba y se envenenaba menos, había más enfermedades pero no se vertía tanta sangre sin motivo, la sangre que se derrama no es una cantidad sino una proporción, yo ya me entiendo.

– ¿Sabes que anda por aquí?

– No.

– ¿Quieres que te diga por dónde?

– Bueno.

A Policarpo el de la Bagañeira le faltan tres dedos de la mano, se los arrancó un potro, Policarpo el de la Bagañeira puede amaestrar los animales del monte, los bravos y los mansos, los que miran y muerden y los que disimulan y escapan, Policarpo el de la Bagañeira baja la voz.

– Pues te está en Veiga de Abaixo, en casa de Mingos el de Marrubio, mañana va a Silvaboa.

– ¿Cómo lo sabes?

– Me lo contó Unxía, la hija de Mingos, pienso que me la mandó su padre.

– Puede.

Tanis Gamuzo tiene tanta fuerza como un toro, con una mano es capaz de parar a una mula, los mastines de Tanis Gamuzo son nobles y sosegados, poderosos, valientes y serenos, cuando se aburren se muerden, también lo sabe todo el mundo, Sultán y Morito se bastan para espantar al lobo de la Zacumeira o al jabalí do Val das Égoas, que se subía a los carballos a comer las landras, Sultán y Morito ventean a distancia las señas del hijoputa, las nueve señas del hijoputa, algunas no dan claro el cheiro, la verdad es que no cheira casi ninguna, bueno, cheiran dos, el sudor de las manos y el esmegma triste, pero el olfato es el olfato, Sultán y Morito son muy seguros y templados y cuando quieren se vuelven fieros, casi nunca lo necesitan porque tienen una fuerza descomunal.