Pensé que la insatisfacción humana había encontrado en Murray Ringold a su digno rival. Había sobrevivido a la insatisfacción. Eso es lo que queda cuando todo ha pasado, la tristeza disciplinada del estoicismo. Esto es el enfriamiento. Durante tanto tiempo es tal el calor, todo en la vida es tan intenso… y entonces, gradualmente, el calor se reduce, llega el enfriamiento y luego las cenizas. El hombre que me enseñó a boxear con un libro ha vuelto para demostrarme cómo puedes boxear con la vejez.
Y es ésa una habilidad asombrosa y noble, pues nada te enseña menos sobre la vejez que haber llevado una vida vigorosa.
3
– El motivo de la visita de Ira y de que se quedara a pasar la noche con nosotros el día que os conocisteis fue algo que había oído aquella mañana -siguió diciendo Murray-. Ella le dijo que quería abortar.
– No, ya se lo había dicho la noche anterior, le dijo que iba a Camden para que le practicaran un aborto. Allí había un médico a quien acudía mucha gente rica, en la época en que abortar era un asunto problemático. Su decisión no fue una sorpresa total. Había titubeado durante semanas, insegura de lo que debía hacer. Tenía cuarenta y un años, era mayor que Ira. No se le notaba en la cara, pero Eve Frame no era una niña, y le preocupaba tener un hijo a su edad. Ira lo comprendía, pero no podía aceptarlo y se negaba a creer que tener cuarenta y un años pudiera ser un obstáculo entre ellos. No era muy cauto, ¿sabes? Tenía esa faceta arrolladura con la que se empleaba a fondo, y así puso todo su empeño en convencerla de que no tenían nada de que preocuparse.
Creía haberla convencido, pero surgió un nuevo problema: el trabajo. La primera vez, a Eve ya le había resultado muy duro ocuparse de su carrera y al mismo tiempo de su hija, Sylphid. Cuando ésta nació, Eve sólo tenía dieciocho años y por entonces era una estrella de Hollywood en ciernes. Estaba casada con aquel actor, Pennington, famoso en mi juventud. Carlton Pennington, el héroe del cine mudo, con un perfil que respondía exactamente a los cánones clásicos. Un hombre alto, esbelto, garboso, de cabello negro y lustroso como ala de cuervo y bigote oscuro. Elegante hasta el tuétano. Era un miembro importante tanto de la aristocracia social como de la erótica, y su carrera se beneficiaba de la interrelación de ambas. Era un príncipe de cuento de hadas y, al mismo tiempo, un hombre dotado de una gran energía sexual, de modo que una tenía garantizado que la llevaría al éxtasis en un Pierce-Arrow de carrocería plateada.
Los estudios de cine convinieron la boda. Los dos habían tenido gran éxito como pareja estelar, y el actor fascinaba tanto a Eve que los estudios decidieron que debían casarse. Y, una vez estuvieran casados, deberían tener un hijo. Con todo esto se pretendía acallar los rumores de que Pennington era homosexual, cosa que era, por supuesto.
A fin de casarse con Pennington, Eve primero tenía que librarse de su primer marido, un individuo llamado Mueller, con quien se había fugado cuando sólo tenía dieciséis años. Era un patán que acababa de regresar de la Armada, donde había servido durante cinco años, un alto y fornido americano de origen alemán, hijo de un tabernero de Kearny, cerca de Newark. Sus antecedentes eran vulgares, tanto como lo era él mismo, una especie de Ira sin su idealismo. Ella le conoció en un grupo teatral del barrio. Los dos querían ser actores. El se alojaba en una pensión y ella iba a la escuela de enseñanza media y aún vivía en casa de sus padres; huyeron juntos a Hollywood. Así fue como Eve acabó en California, fugándose de casa cuando era niña con el chico del tabernero. Al cabo de un año era una estrella y, para librarse de Mueller, que era un don nadie, los estudios contrataron al marido. Este apareció en unas pocas películas mudas (eso formaba parte de la paga), e incluso consiguió un par de papeles de duro en las primeras películas habladas, pero su relación con Eve quedó prácticamente borrada de los registros… hasta mucho más adelante. Pero ya volveremos a Mueller. La cuestión es que Eve se casa con Pennington, una jugada maestra para todo el mundo. Se celebra la boda en los estudios, tiene el bebé y durante doce años lleva con Pennington la vida de una monja.
Incluso después de casarse con Ira, solía viajar con Sylphid a Europa para que la hija viera a Pennington, quien después de la guerra se instaló en la Riviera francesa. El actor pasó los años que le quedaban de vida en una finca que se alzaba en las colinas detrás de Saint Tropez. Se emborrachaba todas las noches, siempre en busca de una presa, y era un famoso amargado y venido a menos que deliraba y despotricaba de los judíos que mandan en Hollywood y habían arruinado su carrera. Eve iba con Sylphid a Francia para ver a Pennington, se iban los tres a cenar a Saint Tropez y él se bebía dos botellas de vino y se pasaba el rato mirando a algún camarero. Luego enviaba al hotel a madre e hija. A la mañana siguiente iban a desayunar a la finca y el camarero estaba en el comedor en albornoz y todos comían higos frescos. Eve volvía a casa desolada, y con lágrimas en los ojos le contaba a Ira que el tipo estaba gordo y borracho y que siempre había algún chico de dieciocho años durmiendo allí, un camarero, o un vagabundo de la playa, o un barrendero municipal, y que nunca podría volver a Francia. Pero volvía y, para bien o para mal, Sylphid tuvo dos o tres encuentros con su padre en Saint Tropez, adonde la llevaba Eve. Debía de ser una situación muy violenta para la niña.
Después de Pennington, Eve se casa con un especulador inmobiliario, un tal Freedman, quien, según Eve, se gastó cuanto ella tenía, pero consiguió que le cediera la casa. Así pues, cuando Ira aparece en la escena radiofónica neoyorquina, naturalmente se enamora de él. El noble forzudo capaz de doblar barras de hierro, expansivo, inmaculado, una gran conciencia ambulante que insistía machaconamente en la justicia y la igualdad para todos. Ira y sus ideales habían atraído a toda clase de mujeres, desde Donna Jones a Eve Frame, y toda la gama de personalidades problemáticas entre una y otra. Las mujeres acongojadas enloquecían por él. Qué vitalidad tenía, qué energía. Era un gigante revolucionario parecido a Sansón. Tenía una especie de caballerosidad rústica. Y olía bien. ¿Recuerdas el olor de Ira? Era un olor natural. Lorraine solía decir: «Tío Ira huele como el jarabe de arce». Y era cierto. Olía a savia.
Al principio, el hecho de que Eve viaje con su hija para visitar a Pennington enfurece a Ira. Creo que se daba cuenta de que no lo hacía sólo para que Sylphid tuviera oportunidad de ver a su padre, sino porque Pennington aún conservaba algo atractivo para ella. Y tal vez fuese cierto. Puede que fuese su homosexualidad, o tal vez su alcurnia. Pennington procedía de una antigua y acaudalada familia californiana, con cuyo dinero vivía en Francia. Parte de las joyas que Sylphid llevaba eran españolas y pertenecían a la colección de la familia de su padre. Ira me decía: «Su hija está en la casa con él, en una habitación, y él está en otra habitación con un marinero. Eve debería proteger a su hija de esas cosas. No debería llevarla a Francia para que vea lo que ocurre. ¿Por qué no la protege?».