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¡Mi pobrecita Seküre no es un hombre, un bajá o un bey, como para poner debajo un vistoso sello! Al pie de la carta había firmado con la inicial de su nombre, que parecía un pajarito asustado, y eso era todo.

He dicho un sello. Seguro que sentís curiosidad por saber cómo abro esas cartas selladas. ¡Pero si no están selladas! Mi querida Seküre habrá pensado: «Ester es una judía ignorante y no sabe entender nuestra letra». Es verdad, no soy capaz de entender vuestra letra, pero hago que alguien me la lea. Además, puedo leer perfectamente vuestras cartas sin necesidad de eso. No me entendéis, ¿verdad?

Voy a explicarlo de otra manera para que vuestras duras cabezas puedan comprenderlo.

Una carta no dice lo que quiere decir sólo con lo que está escrito. Las cartas, como los libros, se leen también oliéndolas, tocándolas, manoseándolas. Por eso las personas inteligentes te dicen «lee la carta a ver qué dice» y las estúpidas «lee la carta a ver qué pone». La verdadera habilidad está en leer la carta por entero y no sólo lo que dicen las letras. Escuchad ahora las otras cosas que decía Seküre:

1. Aunque envío la carta en secreto, si lo hago a través

de Ester, que ha convertido el acarreo de mensajes en un oficio y un hábito, es que no tengo la intención de que sea demasiado en secreto.

2.También el que haya doblado el papel tanto como

pasta de hojaldre implica secreto y misterio. Pero la carta está abierta. Además, contiene una enorme pintura. La intención es aparentar: «Por Dios, ocultemos nuestro secreto a todo el mundo». Esto corresponde más a una carta de amor que a una de rechazo.

3. Lo cual confirma el perfume de la carta. Este perfume, tan impreciso como para que dude el que la tome en sus

manos (¿la perfumaría a sabiendas?) pero tan atractivo como para no pasar desapercibido (¿es aroma de geranios o el de su propia mano?) bastó para que el pobrecillo que me la leyó perdiera la cabeza. Y supongo que lo mismo le ocurrirá a Negro.

4. Ester no sabe leer ni escribir pero aunque por el

fluir de las líneas la pluma esté diciendo: «Tengo prisa y escribo sin prestar atención a la letra», se puede comprender por el elegante temblor que las posee, como si las llevara una dulce brisa, que en realidad estas letras quieren decir exactamente lo contrario. Y aunque cuando habla de Orhan la expresión «hace un instante» implique «ahora», está claro que había preparado un borrador de la carta porque en cada línea podemos notar el cuidado con que ha sido escrita.

5. En cuanto a la imagen que acompaña la carta, describe cómo la bella Sirin se enamoró del apuesto Hüsrev mirando su imagen, una historia que hasta yo, Ester la judía, conozco. A todas las mujeres soñadoras de Estambul les encanta esa historia pero es la primera vez que veo que se envíe una pintura.

Es algo que os ocurre a menudo a vosotros afortunados que sabéis leer y escribir: una muchacha que no sabe hacerlo os ruega que le leáis una carta que le han enviado y vosotros cumplís su deseo. Lo que está escrito es tan sorprendente, excitante e inquietante que la dueña de la carta, aunque le avergüence que compartáis su intimidad, se traga su aturdimiento y os pide que se la leáis una vez más. Volvéis a leérsela. Por fin la habéis leído tantas veces que ambos acabáis por aprendérosla de memoria. Luego coge la carta en sus manos, os pregunta si dice esto aquí y aquello allí y mira sin entender las letras del punto que le señaláis con el dedo. A veces me siento tan conmovida por esas jóvenes que miran las curvas de las letras que forman palabras que son incapaces de leer pero que se aprenden de memoria, que me olvido de que yo tampoco sé leer ni escribir y me gustaría besar a esas muchachas analfabetas que riegan las cartas con sus lágrimas.

Y luego hay otros que son unos desgraciados, tened mucho cuidado en no pareceros a ellos: cuando la muchacha toma la carta en sus manos para volver a tocarla y quiere saber qué palabra dice qué cosa aunque no la entienda, los muy animales le dicen «¿Y para qué, si no sabes leer? ¿Qué más quieres mirar?». Algunos ni siquiera le devuelven la carta, como si fuera suya, y es a mí, a Ester, a quien le toca discutir con ellos y conseguir la carta de vuelta. Ése es el tipo de buena mujer que soy yo, Ester; si me caéis bien, también a vosotros os ayudaré.

9. Yo, Seküre

¿Por qué estaba allí, en la ventana, cuando Negro pasaba ante mí montado en su caballo blanco? ¿Por qué justo en ese momento abrí instintivamente los postigos y le miré largo rato por entre las ramas nevadas del granado? No puedo responderos con precisión. Fui yo la que mandó aviso a Ester a través de Hayriye; por supuesto, sabía que Negro pasaría por allí. Mientras tanto, subí sola a la habitación del armario empotrado, que da al granado, para buscar entre las sábanas de los baúles. Cuando tiré de los postigos con todas mis fuerzas y la excitación del instante porque me salía de dentro, el sol llenó la habitación. Me detuve ante la ventana y mi mirada se cruzó con la de Negro como si el sol me deslumbrara. Fue muy hermoso.

Había crecido y madurado, había superado aquel torpe desmadejamiento de su juventud y se había convertido en un hombre muy apuesto. Mira, Seküre, me dijo mi corazón, Negro no es sólo apuesto, mírale a los ojos, su corazón es como el de un niño, limpio y solitario. Cásate con él. Pero yo le había enviado una carta en la que le decía justo lo contrario.

Aunque él tenía doce años más que yo, cuando yo tenía otros tantos ya sabía que era más madura que él. Por aquel entonces, en lugar de plantarse ante mí como un hombre y decirme voy a hacer esto y lo otro, saltaré desde allí o treparé hasta allá, se sumergía en el libro y la pintura que tenía delante, avergonzado de todo y así se escondía. Luego también él se enamoró de mí. Pintó una ilustración para expresarme su amor. Ambos habíamos crecido ya. Cuando cumplí los doce años noté que Negro no podía mirarme a los ojos, como si temiera que si nuestras miradas se cruzaban yo comprendería que estaba enamorado de mí. Me decía, por ejemplo, «¿Me das ese cortaplumas con el mango de marfil?», pero miraba el cortaplumas en lugar de levantar la mirada y mirarme a los ojos. Si yo le preguntaba, por ejemplo, «¿Está bueno el jarabe de guindas?», no lo expresaba como lo haría cualquiera de nosotros cuando tiene la boca llena, con una dulce sonrisa o un gesto de la cara. Gritaba «¡Sí!» con todas sus fuerzas como si hablara con un sordo porque no se atrevía a mirarme a la cara de puro miedo. Por entonces yo era muy bonita. Todos los hombres que podían verme, aunque sólo fuera una vez a lo lejos y a través de múltiples cortinas, puertas y telas, caían inmediatamente enamorados de mí. No cuento todo esto por presumir, sino para que comprendáis mi historia y compartáis mi pena.

En la conocida historia de Hüsrev y Sirin hay un momento del que Negro y yo hablábamos mucho. Sapur está decido a que Hüsrev y Sirin se enamoren. Un día, cuando Sirin sale a pasear con sus doncellas por el campo, Sapur cuelga a escondidas una imagen de Hüsrev de una de las ramas del árbol bajo el cual se han sentado a descansar. Sirin, al ver colgada de un árbol de aquel hermoso jardín la imagen de Hüsrev, se enamora de él. Se ha pintado muchas veces ese momento, o mejor esa escena, como dicen los ilustradores, en el que se muestra cómo Sirin observa admirada y sorprendida la imagen de Hüsrev colgada de la rama. Cuando Negro trabajaba con mi padre vio muchas veces esa pintura y en dos ocasiones la copió tal cual era siguiendo el original. Luego, cuando se enamoró de mí, la volvió a hacer una vez más, en esa ocasión para él. Pero en lugar de los Hüsrev y Sirin del original nos pintó a nosotros, a Negro y a Seküre. De no haber sido por la leyenda que acompañaba a la muchacha y al hombre de la pintura, sólo yo habría comprendido que se trataba de nosotros, porque a veces, de broma, nos había pintado con los mismos trazos y colores: yo vestida de azul y él de rojo. Pero, como si eso no bastara, había escrito nuestrosnombres debajo de las figuras de Hüsrev y Sirin. Dejó la ilustración en un lugar donde yo pudiera verla y huyó como si fuera un delito. Recuerdo que me observó mientras yo contemplaba la pintura para ver cuál iba a ser mi reacción.