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– Pronto será invierno. Disfruta esto mientras puedas.

Por mucho calor que haga en Chicago, a mí me gusta el verano. Supongo que los cálidos genes italianos de mi madre dominan a los gélidos genes polacos de mi padre.

Murray casi se acaba su primera botella de un solo trago.

– Muy bien, señora Warshawski. Quiero la verdad, toda la verdad y nada más que…, no sólo esas miguitas que tú andas tirando por ahí.

Sacudí la cabeza.

– No la tengo. No la sé. Están pasando cosas de lo más misteriosas y no estoy más que empezando a enterarme. Lo que te digo es totalmente off the record, y si no puedes prometerme que lo considerarás así, podemos hablar de los payasos que posan vestidos de jugadores en el Wrigley Field. Por cierto, que alguien debería hablar de ellos al comisionado, en cualquier caso. Me pregunto si no será un delito suplantar a un atleta de la liga.

Murray dio un elegante sorbo a la segunda botella.

– Off the record durante cuarenta y ocho horas.

– Off the record hasta que yo tenga una idea más exacta de lo que está ocurriendo.

– Una semana. Y si el Trib o el Sun Times se enteran antes, no volverás a sacar ni siquiera una foto de nuestros archivos.

No me gustaba, pero era todo lo que podía conseguir, y necesitaba ayuda.

– Vale, una semana. Hasta las cuatro de la tarde del Día del Trabajo… Las cosas son como sigue: ya sabes que Dieter encabezó la marcha contra la clínica de Lotty hace unas semanas. Fui al juzgado de guardia para interceder a favor de mi vecino de abajo, un Don Quijote camuflado llamado Contreras. Y vi a Dick representando a Dieter Monkfish.

»Como dedujiste inteligentemente por teléfono, Dick está fuera del alcance del viejo Dieter. Y me picó la curiosidad -di un trago más largo al whisky. No es que fuese una bebida ideal para el calor, pero me sentó bien.

»Un ángel le estaba pagando las cuentas, y yo quería averiguar quién era. Intenté conseguir la información llamando a Crawford & Meade. Y fui a IckPiff y les pregunté a ellos. Nadie me decía nada, así que fui y me llevé los archivos con la esperanza de encontrar una respuesta. Entonces, tenía pensado devolver los archivos.

Murray asentía. Sabe reconocer cuando estoy diciendo algo en serio y no interrumpe con comentarios graciosos.

– Dos personas sabían que tenía los archivos porque me vieron llegar a casa con ellos. Mi vecino, el señor Contreras. Y un médico del hospital de las afueras con quien salía últimamente. Al médico no le gustó que yo forzase la puerta, entrase y robase los archivos. Me invitó a su casa. Cuando yo volví el sábado por la mañana temprano, habían asaltado mi apartamento, el señor Contreras yacía en el suelo contusionado, y las cosas de IckPiff no estaban.

– El médico. ¿O tal vez fue el señor Contreras, traicionado por sus compinches?

– Tendrías que conocerlo. Debe andar por los setenta y cinco. Es un mecánico retirado y para él la delicadeza consiste en atizar a la gente con una llave de tuercas. Tiene que haber sido el médico. Así que esta mañana me hice pasar por la secretaria de Dick, llamé al hospital y conseguí la primicia: son clientes de Crawford & Meade. Y son los que están pagando la cuenta de Dieter Monkfish.

Las peludas cejas de Murray se unieron.

– ¿Por qué?

– Eso es lo que no sé. Y hay algo más -le conté la historia de la demanda contra Lotty y su necesidad de ver los informes que otros pudieran tener de Consuelo-. Así que me fui al mausoleo de Big Jim esta mañana y me enteré de que no tienen prevista una investigación acerca de la muerte de Consuelo, que es algo que hacen en todos los casos de muerte de madres y recién nacidos. Pero no sé si el tipo que boicotea la investigación, un tipo suave con pinta de MBA [9]llamado Tom Coulter, conoce a la gente de Friendship. Ni sé si eso tendría alguna importancia.

Me tragué el resto de mi copa, pero sacudí la cabeza cuando Sal se me acercó con la botella. Aún tenía que ver a Lotty para cenar, y a ella no le gusta verme aparecer borracha. Murray se tomó otra Holsten. Pero él mide veinticinco centímetros y pesa unos cuarenta y cinco kilos más, así que puede beber lo que quiera.

– ¿Qué demonios está pasando entonces? ¿Hay alguna relación entre lo de IckPiff y Monkfish y la no-investigación estatal? ¿O qué?

Murray me miró muy serio antes de empezar su tercera botella.

– Sí, ya sé. Hasta que no consigamos averiguarlo todo, es mejor no contar nada de la historia.

Me alegré de oír «consigamos». Necesitaba otro par de pies.

– ¿Qué te parece si voy a Friendship e intento averiguar qué es lo que pasa por allí, y tú intentas averiguar si Tom Coulter conoce a Peter Burgoyne? ¿Y si le debe algún favor?

– No tienes más que decirlo. Oh, tú, La Que Has De Ser Obedecida. Lo haré yo mismo. No quiero que nadie se entere absolutamente de nada hasta que esté todo claro.

XXIV

Tirar la basura

Lotty me estaba esperando en el Dortmunder. Yo había ido a casa a ducharme y cambiarme de ropa, y acabé por quedarme dormida sin darme cuenta. Me puse rápidamente una camisa de seda y una falda ligera y me dirigí al restaurante. Las paredes de la planta baja del hotel Chesterton están cubiertas de estanterías de botellas de vino; en el centro hay unas doce mesas de madera. El whisky que había tomado en un día tan caluroso me había estropeado el paladar para las bebidas y no tomé vino.

Lotty me sonrió, malintencionada.

– Debes de estar mala, cariño. Es la primera vez que te veo rechazar el alcohol.

– Gracias, doctor. Me alegro de ver que has recobrado tu humor.

No había comido gran cosa desde que tomé el queso fresco en el bar a mediodía, así que me permití una chuleta de ternera y las patatas especiales que preparan en el Dortmunder, fritas dos veces, de modo que están crujientes por fuera y blanditas y suaves por dentro. Lotty pidió una ensalada de mariscos y café. Pero es que ella es más pequeña, claro, y quema menos calorías. Al menos eso me dije a mí misma.

Después de comer, le dije lo que había descubierto durante el día.

– Lo que me gustaría saber es si pueden hacer eso. ¿Pueden confiscar el informe de una paciente por la que les han demandado?

Lotty frunció los labios.

– Pueden hacerlo. Cada hospital hace las cosas de manera distinta. Nunca me he visto mezclada con los asuntos administrativos de uno. Puedo llamar a Max Loewenthal a Beth Israel y preguntárselo, si quieres. -Max era el director ejecutivo.

Me encogí de hombros.

– En realidad, lo que quiero saber es dónde tengo que buscar el informe de Consuelo, si voy a buscarlo; ¿en el cuarto de archivos médicos, o estará guardado bajo llave en alguna parte, en la oficina de Alan Humphries, por ejemplo?

– Entonces, mejor que llame a Max. Y no te preocupes. Le diré que es en mi propio interés por lo de Consuelo.

Se fue al teléfono que había en una esquina. Lotty quería el informe de Consuelo por encima de todo. Normalmente, suele decidirse por la opción moral cuando yo voy en busca de una prueba de manera poco ortodoxa, y sin embargo allí estaba, haciendo de cómplice. Distraída, pedí una tarta de avellanas para ella y una de frambuesas para mí. Cuando volvió, me había comido mi postre y estaba contemplando el suyo.

– Es muy plausible. Puede que lo tengan bajo llave. Pero se me ocurre algo, Vic. No creo que puedas encontrar el informe si lo tiene guardado con los demás.

– ¿Por qué? ¿No los tienen en orden alfabético?

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[9]Master of Business Administration, licenciado en Administración de Empresas. (N. de la T.)