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«Sus recomendaciones de Northwestern nos indican que ha sido usted el graduado con mejor puntuación de su curso. Nos proporcionan comentarios similares acerca de su buen hacer durante los tres años de internado en obstetricia. En Friendship comprendemos que desee usted pasar un tiempo adicional adquiriendo experiencia en perinatología, pero pensamos que las ventajas que le ofrecemos para que adquiera experiencia mientras trabaja no podrán igualarse a ninguna que pueda usted recibir en este país.»

Bueno, vaya. Si alguien me escribiese una carta parecida, ofreciéndome todo aquel dinero, con participación en los beneficios y todo, no iba a perder el tiempo rechazándolo. Señora Warshawski, incomparable azote del lado de la justicia, con capacidades deductivas muy por encima de la media, nos gustaría que fuese usted detective privado por veinte o treinta mil al año, sin seguro médico, con la cara rajada y su apartamento destripado de vez en cuando.

Volví a ocuparme del material que había cogido en la oficina de Humphries. Describía la organización legal del hospital. Humphries era el director de Friendship, con un salario y primas que le garantizaban doscientos mil dólares en los años en los que el hospital alcanzase los beneficios previstos. Además, tenía una buena participación en los beneficios. Fruncí los labios en un silbido silencioso.

Friendship era una corporación muy controlada. La mayoría de sus hospitales estaban en los estados del sur, en los que no se necesitan certificados. En el noreste y el medio oeste, la mayoría de los estados necesitan dar su aprobación antes de que cualquiera -ciudad, corporación o cualquier otro- pueda hacer un nuevo hospital o añadir nuevas instalaciones a un hospital ya existente. Como consecuencia, las instalaciones de Friendship en Schaumburg eran las primeras que tenían en la zona de los Grandes Lagos.

Al ir avanzando la tarde, yo había conseguido enterarme de un montón de cosas útiles. Friendship, que hacía el número dieciocho de la cadena, era el quinto que construían totalmente nuevo. Si se adquirían las instalaciones de uno ya existente, tomaba el nombre original.

Cada departamento del hospital tenía objetivos de ventas y beneficios diferentes dirigidos por un comité administrativo formado por Humphries y los jefes de departamento. La dirección nacional determinaba los objetivos de cada instalación. Me costaba recordar que las ventas, en este contexto, se referían a cuidados médicos.

Humphries mandaba informes administrativos periódicos al departamento, explicándoles cómo trabajar con los presupuestos federales, que prevén diferentes duraciones de estancias y cuidados según las diferentes condiciones. Cuando había reembolsos de sociedades médicas como Medicare o Medicaid, era importante que aquéllos no se excediesen de los presupuestos, pues el hospital pagaba la diferencia.

No pensé que hubiese muchos pacientes de la seguridad social en el opulento noroeste pero, por lo que se veía, atendían a un buen número de personas mayores. Humphries tenía estadísticas mensuales detalladas acerca de quiénes se excedían o no en las estancias máximas reembolsadas por el gobierno, con una nota a un infractor, fuertemente subrayada, que decía: «Por favor, recuerde que somos una institución con fines lucrativos.»

Al final de la tarde había repasado todas las carpetas e informes que me había traído conmigo. Apunté algunas preguntas para Lotty, siglas y jerga especializada, pero la mayor parte de los documentos eran informes corporativos fácilmente comprensibles. Mostraban una aproximación a la medicina que yo personalmente encontraba poco atractiva, pues me daba la sensación de que colocaban la salud de los pacientes en un lugar secundario con respecto a la organización. Pero Friendship no parecía estar envuelto en ningún caso directo de negligencia, ni en finanzas claramente ilegales, como por ejemplo, facturarle al estado sumas mayores que las que estaban gastando.

Así que en Friendship eran honrados. Eso debería haberme complacido, en un mundo tan lleno de corrupción. Pero, ¿por qué no me gustaba todo aquello? Me había ido de pesca. Había encontrado el informe de Consuelo para Lotty, aunque no fuese más que una copia que no se podía utilizar ante un tribunal. ¿Qué más había esperado? ¿Chantaje por parte de IckPiff que hubiese motivado el que pagasen la cuenta de mi ex marido? ¿O no buscaba más que una vía de escape ante la frustración y los desastres del pasado mes?

Intenté rechazar una débil sensación de depresión, pero ésta no dejó de acompañarme mientras guardaba los papeles y me marchaba al Dortmunder.

XXVIII

Haciendo balance

Lotty llevó con ella a Max Loewenthal, director ejecutivo de Beth Israel, al Dortmunder. Un hombre bajo, robusto, de unos sesenta años, de pelo blanco rizado que llevaba viudo algunos años. Estaba enamorado de Lotty, a quien conoció en Londres después de la guerra. También era un refugiado austríaco. Le había pedido varias veces que se casase con él, pero ella siempre contestaba que no era de las que se casan. De todas formas, compartían las entradas durante la temporada de ópera y de música sinfónica, y habían viajado juntos por Inglaterra en más de una ocasión.

El se levantó al verme entrar, sonriéndome con sus astutos ojos grises. Murray no había llegado aún. Les dije que tal vez vendría.

– Pensé que Max podría contestar las preguntas administrativas que pudiesen surgir -explicó Lotty.

Lotty bebe muy rara vez, pero Max entiende mucho de vinos y le encanta tener a alguien con quien compartir una botella. Cogió un Cos d'Estournel del 75 de las estanterías que había a lo largo de las paredes y pidió que la abriesen. Max despidió a la camarera, que nos conoce bien a Lotty y a mí, y se dispuso a hablar. Ninguno de nosotros queríamos comer nada hasta que yo hubiese contado lo que sabía.

– Tengo la carpeta de Friendship acerca de Consuelo, aunque si quieres que te la admitan en el tribunal, tendrás que pedir una copia a través de los canales adecuados -saqué los dos informes de Consuelo de mi maletín y se los tendí a Lotty-. El que está escrito a máquina era el que estaba en la oficina de Humphries y el escrito a mano estaba en un cajón del archivador de Peter Burgoyne.

Lotty se puso sus gafas de montura negra y estudió los informes. Leyó en primer lugar la copia escrita a máquina y luego las notas a mano de Peter. Sus espesas cejas se unieron y aparecieron profundos surcos alrededor de su boca.

Me di cuenta de que estaba conteniendo la respiración y cogí la botella de vino. Max, igualmente tenso, no trató de impedir que lo sirviera antes de que hubiese respirado lo suficiente.

– ¿Quién es el doctor Abercrombie? -preguntó Lotty.

– No lo sé. ¿Es a la persona que Peter dice en su informe que intentó llamar? -me acordé de los folletos que había cogido en la oficina de Peter y rebusqué en el maletín. Puede que en ellos hubiese alguna lista del personal del hospital.

«Friendship: Su Servicio Completo de Cuidados Obstétricos», proclamaba un papel impreso reluciente. Se habían gastado mucho dinero: cuatro colores, fotografías… La portada mostraba a una señora acunando a un bebé recién nacido con una mirada de inefable felicidad. En el interior, el texto proclamaba: «El Nacimiento: la experiencia más importante de tu vida. Déjanos ayudarte a que sea también la más feliz.» Hojeé el texto. «La mayoría de las mujeres da a luz sin complicaciones de ningún tipo. Pero si necesita usted ayuda antes o durante el nacimiento, dispondrá usted de un perinatólogo de guardia las veinticuatro horas al día.»

En el extremo de la página, un hombre serio pero seguro de sí mismo sujetaba lo que parecía una manta eléctrica contra el abdomen de una mujer embarazada. Ella le miraba con cara confiada. El pie decía: «Keith Abercrombie, M.D., doctor en perinatología, administra ultrasonidos a una de sus pacientes.»