Lotty frunció las cejas.
– Pero, Max. Anuncian un servicio obstétrico completo. Cuidados de nivel tres, ya sabes. Por eso le dijimos a Vic que llevase allí a Consuelo. Carol habló con Sid Hatcher, le preguntó dónde deberían ir en aquella parte de las afueras. Sid había visto la publicidad, había oído hablar de sus servicios en alguna reunión. Por eso las mandó a Friendship.
– ¿Así que si no tienen realmente a ese Abercrombie en nómina, no pueden anunciarlo? -pregunté escéptica. La ley obliga a que la publicidad sea veraz, claro, pero sólo si te cogen…
Lotty se inclinó hacia delante.
– El estado viene y te da el certificado. Lo sé porque estaba de perinatóloga en Beth Israel cuando vinieron a darnos el certificado. Antes de que me hiciese médico de cabecera y abriese la clínica. Vinieron y nos hicieron una revisión a fondo; equipamiento y todo lo demás.
Vacié mi vaso. No había comido nada desde que tomé el virtuoso yogur con frutas del desayuno. El espeso vino se había ido derecho de mi estómago al cerebro, haciéndome entrar en calor. Necesitaba un poco más de calor para enfrentarme con lo que estaba oyendo.
– Si Murray aparece, supongo que tendrá una respuesta para todo esto -levanté la mano derecha y froté los dos primeros dedos contra el pulgar, el símbolo de la ciudad de Chicago.
Lotty sacudió la cabeza.
– No lo entiendo.
– Sobornos -le explicó Max amablemente.
– ¿Sobornos? -repitió ella-. No, no puede ser. Con Philippa por medio, no. La recuerdas, ¿verdad, Max? Ahora trabaja para el estado.
– Bueno, no es la única que trabaja para el estado -dije-. Tiene un jefe que está a cargo de la reglamentación sanitaria. Tiene un joven colega gilipollas y arribista. Los dos son compañeros de juergas. Ahora, todo lo que tenemos que averiguar es qué representante del estado se va de juerga con ellos, y ya está.
– No bromees con esto, Vic. No me hace gracia. Estás hablando de las vidas de las personas. Consuelo y su niña. Y quién sabe de qué otros. ¡Y estás diciendo que un hospital y un funcionario se preocuparían más por el dinero! No es ninguna broma.
Max le cogió una mano.
– Por eso te quiero, Lottchen. Has sobrevivido a una guerra horrible y a treinta años de medicina sin perder la inocencia.
Me serví más vino, y separé un poco mi silla de la mesa. Así que todo se reduce al balance. Humphries y Peter son en parte propietarios del hospital. Es muy importante para ellos que todos los servicios den beneficios. Más importante para Humphries, tal vez, pues su participación debía ser mayor. Así que anuncian un servicio de asistencia completo. Consiguen que Abercrombie colabore con ellos a tiempo parcial y se imaginan que es todo lo que necesitan porque se encuentran en un lugar de la ciudad en el que no tienen que atender muchas urgencias.
La sala de urgencias de Friendship. Después de todo, estuve allí dos veces: ayer, y cuando fui con Consuelo. Nadie la usa. Está allí porque forma parte de la imagen de servicio completo, para que los pacientes de pago sigan contentos.
Y luego aparecemos Consuelo y yo y nos cargamos el buen funcionamiento de la maquinaria. No es que no la atendieran porque pensasen que era indigente. Eso podía haber influido, pero lo importante era que estaban tratando de localizar a su perinatólogo, Keith Abercrombie.
– ¿Dónde estaba? -pregunté de repente-. Me refiero a Abercrombie. No podía andar muy lejos, ¿verdad? No podían utilizar sus servicios si estaba en la Universidad de Chicago o en algún otro lugar remoto.
– Eso puedo averiguarlo yo -Lotty se levantó-. Tiene que figurar en la guía del Colegio Americano. Llamaré a Sid; si está en casa, nos lo puede mirar.
Se marchó al teléfono. Max sacudió la cabeza.
– Si tienes razón… Qué idea más horrible. Matar a un joven tan brillante sólo para que les cuadre el balance.
XXIX
Murray llegó en el momento en que Max acabó de hablar. Su barba roja brillaba de sudor. En algún momento del día se había deshecho de la corbata y la chaqueta. La camisa, hecha de encargo debido a su gran talla, se le había salido de los pantalones por un lado; al acercarse a la mesa, tiró de ella sin éxito, intentando volver a meterla en los pantalones.
– ¿Qué brillante joven? -preguntó a modo de saludo-. No me habréis dado por muerto, ¿verdad?
Le presenté a Max.
– Los amigos de Murray se preocupan mucho por él. Dicen que es demasiado tímido y modesto. ¿Cómo es capaz de sobrevivir en el crudo mundo del periodismo?
Murray sonrió.
– Sí, es un problema.
La camarera se acercó. Murray pidió una cerveza.
– En realidad, tráigame dos. Y algo de comer. Una de esas bandejas suyas de queso y fruta. Vosotros no habéis esperado, ¿eh?
Sacudí la cabeza.
– Hemos estado demasiado ocupados como para comer. Supongo que a todos nos apetecería algo. ¿Max?
Cuando la camarera le trajo a Murray una botella de Holsten, Max y yo le resumimos nuestra conversación. Los ojos de Murray empezaron a brillar excitados. Se bebió la cerveza con la mano izquierda, tomando notas como loco en su cuaderno.
– ¡Qué historia! -dijo entusiasmado cuando acabamos-. Me encanta: «Se Cargan A Una Joven Por Culpa De Los Beneficios. ¿Compensa El Balance Final?»
– No vas a publicar eso -era Lotty, que había vuelto a la mesa, con voz sorda y furiosa.
– ¿Por qué no? Es un titular magnífico.
Las objeciones de Lotty se basaban en que no quería violar la intimidad de Consuelo. Esperé a que acabase de hablar antes de volverme hacia Murray, que no parecía convencido.
– Es sólo parte de una gran historia -le dije con tanta paciencia como pude-. Pero no tenemos ninguna prueba concluyente.
– Oye, no estoy presentándolo ante un tribunal. Me referiré a una fuente fidedigna. Una fuente normalmente veraz, eso es -movió las cejas provocativamente.
– No lo vas a presentar ante un tribunal. Pero Lotty sí tiene que ir. La han demandado por negligencia, por no haber atendido bien a Consuelo. Sus informes de Consuelo fueron robados durante la gran cruzada antiabortista.
Me callé de repente.
– ¡Pero claro! ¿Cómo puedo ser tan simple? Humphries consigue que Dieter organice la manifestación. Luego manda a alguien para que entre y robe el informe. El que se lo llevó no pudo andar escogiendo: se llevó todo lo que vio con el nombre de Hernández. Estaba buscando el informe de Malcolm, claro. Por eso el consejo de Friendship paga las facturas de Dieter Monkfish. No tiene nada que ver con las opiniones de Humphries respecto al aborto. Es parte de la deuda que tiene con el tipo.
– ¿Y el ataque contra Malcolm? -preguntó Max, con la preocupación reflejada en el rostro.
Dudé antes de hablar. No podía imaginarme ni a Humphries ni a Peter dándole una paliza mortal a nadie. Y a Malcolm le habían dado una paliza mortal. Pero si era cierto, si Friendship estaba encubriendo el fallo que habían tenido al no poder proporcionar la atención obstétrica que prometían… Me volví de pronto hacia Murray.
– ¿Qué has averiguado tú hoy?
– Nada tan emocionante como lo que me has contado tú, chica -Murray repasó sus notas-. Bert McMichaels. Director adjunto de Medio Ambiente y Recursos Humanos, responsable de las reglamentaciones sobre hospitales. Cincuenta años. Lleva mucho tiempo trabajando para el estado. Estuvo en el departamento de protección ambiental, le ascendieron últimamente y se fue al departamento de sanidad. No tiene ningún conocimiento especial en sanidad pública o medicina, pero sí mucha mano izquierda con los departamentos estatales, la administración, las finanzas; en fin, ese tipo de cosas.