Me prometió ocuparse de él durante su ronda matinal. Al mirar su reloj, soltó una pequeña exclamación y se fue. Lotty va a Beth Israel a ver pacientes antes de empezar su jornada en la clínica.
Me paseé sombría por el apartamento de Lotty durante un rato. Conque humana, ¿eh? Puede que tuviese razón, puede que no fuese algo tan malo. Puede que si aprendía a aceptar mis propios fallos, fuese más tolerante con los demás. Sonaba muy bien; como una página de Leo Buscaglia. Pero no me lo creía de verdad.
Fui desde el apartamento a la clínica para recoger mi coche, y luego me fui a casa a cambiarme de ropa. A las diez, la secretaria de Max me llamó para decirme que todo estaba preparado para que pudiese ir a la conferencia de Friendship el viernes.
– La ha inscrito con el nombre de Viola da Gamba -me lo deletreó, no muy segura-. ¿Estará bien?
– Sí -dije lúgubre-. Esperemos que sean tan estúpidos como él cree que son. ¿Con qué nombre va Lotty?
Su voz sonó aún más dubitativa.
– Domenica Scarlatti.
Decidí que mis nervios no soportarían demasiadas colaboraciones con Max. Le dije a la secretaria que le diese las gracias, pero que le recordase que las personas más agudas a veces se pinchan a sí mismas.
– Le daré el recado -dijo educada-. La conferencia tendrá lugar en el auditorio Stanhope, en el segundo piso del ala principal de Friendship. ¿Necesita instrucciones para llegar?
Le dije que podría encontrarlo y colgué.
Rawlings estaba cuando le llamé.
– ¿Qué quiere, señora W?
– ¿Estará libre el viernes por la mañana? -le pregunté tan despreocupadamente como pude-. ¿Quiere ir a hacer trabajo de campo?
– ¿En qué anda metida, Warshawski?
– Hay una conferencia médica en Schaumburg, en el Friendship. Creo que van a hablar de estadísticas sobre mortalidad y morbilidad muy interesantes.
– ¿Mortalidad y morbilidad? Intenta liarme, pero está hablando de muertes. Sabe algo de la muerte de Fabiano Hernández. Tiene pruebas y me las está ocultando, y eso es un delito, Warshawski, y lo sabe usted perfectamente bien.
– No le estoy ocultando nada acerca de Fabiano -me había olvidado de él. Me detuve un minuto, tratando de encajarle en mi historia, pero no pude. Puede que Sergio le matase, pensando que estaba jugando a dos bandas-. Malcolm Tregiere. Y no sé nada; no hago más que figurarme cosas. Van a presentar un documento que puede, o que puede que no, revelar la verdad acerca de lo que le ocurrió.
Rawlings respiró muy fuerte en mi oído.
– ¿Puede o puede que no? ¿Y qué es lo que puede ser? ¿O no ser?
– Bueno, por eso pienso que debe ir usted a Schaumburg. Por si acaso. Le he inscrito a usted en la conferencia. Empieza a las nueve, y dan café con bollos a las ocho y media.
– Maldita sea su estampa, Warshawski. Como me provoque, la empapelo como testigo presencial.
– Pero se perdería usted la conferencia, detective, y se iría a la tumba preguntándose si de verdad habría averiguado alguna vez lo de Malcolm Tregiere.
– No me extraña que Bobby Mallory se ponga rojo ante la sola mención de su nombre. Lo malo es que es demasiado caballeroso como para poner en práctica la brutalidad policial… A las nueve en Schaumburg ¿eh? La recogeré a las siete y media.
– Ya estaré allí. ¿Por qué no queda con la doctora Herschel para ir con ella? Le puede ayudar a encontrar el lugar.
– Muy fuerte lo suyo, señora W. -refunfuñó.
– Siempre me gusta cumplir con mis deberes de ciudadana ayudando a la policía a mantener la ley, detective -le dije educada. Me colgó de golpe.
Después de aquello, ya no podía hacer nada más que esperar. El servicio de limpieza al que había llamado mandó a una multitud alrededor del mediodía. Les dije que lo recogiesen todo y lo pusiesen en cualquier parte, y que fregasen y encerasen todas las superficies. ¿Por qué no hacer una limpieza a fondo una vez al año? Llamé al amigo que me había fabricado la puerta extragruesa original y le encargué otra. Se disculpó profusamente cuando oyó que no había resistido un hacha, y se ofreció a forrar la nueva con acero por sólo quinientos dólares más.
Me cubrí la cara con una crema de protección solar extrafuerte y me fui a correr junto al lago, en donde pasé la mayor parte de la tarde. El Día del Trabajo estaba a la vuelta de la esquina, y normalmente en esa época hay una gran tormenta que revuelve las aguas del lago, volviéndolas demasiado frías para que se pueda nadar el resto del año. Era el momento de aprovechar. Floté de espaldas, disfrutando la sensación de estar meciéndome en la cuna de las profundidades, segura en los brazos de la Madre Naturaleza.
La secretaria de Max me llamó el jueves a las doce para decirme que las diapositivas estaban listas. Me fui a Beth Israel a buscarlas. Max estaba en una reunión, pero había dejado un paquetito con una etiqueta a mi nombre.
Jueves por la noche. De vuelta al trabajo disfrazada con la bata blanca de Lotty. En esta ocasión, llené una bolsa con cosas para pasar la noche y reservé una habitación en el Marriott. Me encontraría con Lotty y Rawlings allí a las ocho y media de la mañana. Max y Murray irían juntos y nos encontraríamos con ellos en la entrada del hospital.
A medianoche llegué a los terrenos del hospital. Me di una vuelta por el aparcamiento de personal antes de entrar, para asegurarme de que el Maxima de Peter no estaba allí. Luego, vestida con mi bata blanca, y, esperaba yo, con aspecto muy profesional, entré por la entrada principal y subí las escaleras hasta el segundo piso.
El auditorio Stanhope estaba en el extremo más alejado del pasillo que dominaba el aparcamiento. Las puertas dobles estaban cerradas con llave, pero también aquí habían usado un modelo estándar que se forzaba con facilidad. Cerré la puerta tras de mí y encendí una linterna.
Me encontraba en un pequeño teatro, ideal para aquel tipo de reuniones. Veinticinco filas de sillas cubiertas de felpa en gradas que descendían hasta el escenario. El telón estaba echado. Delante había una gran pantalla blanca, con un podio y un micrófono a un lado.
El equipo audiovisual se encontraba en una habitación al fondo. Abrí la puerta con manos un poco temblorosas, a causa del miedo, y comencé a examinar los carruseles llenos de diapositivas.
XXXII
Max y Murray nos esperaban en el aparcamiento para visitantes. En contraste con Lotty, cuyo rostro oscuro estaba lleno de angustia, y Rawlings, que aparentaba una actitud muy policial, Max estaba eufórico. Llevaba un traje de verano tostado con camisa de rayas naranjas y corbata ocre más oscura. Cuando nos vio, dio un salto para darnos la bienvenida, besándonos a Lotty y a mí, estrechando la mano entusiasmado al detective.
– Pareces muy eficiente, Vic, muy profesional -me dijo Max.
Yo llevaba un traje pantalón de lino color trigo, con una camisa de algodón verde oscuro. La chaqueta era suelta, cubriéndome el revólver, y llevaba zapatos de tacón bajo. Quería poder moverme rápido si había que hacerlo.
Murray, cuya camisa estaba ya algo arrugada por el viaje, se limitó a decir de mal humor: «Más vale que esto funcione.» Unió espiritualmente sus fuerzas con Rawlings, que se animó un poco cuando se dio cuenta de que ninguno de los de la reunión sabía exactamente lo que esperaba encontrar. Parece que había pensado que lo llevaba sólo por molestar a la policía.